sábado, diciembre 10, 2005

MERCOSUR
El Mercosur nació -Tratado de Asunción, 1991- como un proyecto protopolítico de integración subcontinental de la cuenca del Plata con la olla amazónica. Subyace allí la intuición geoestratégica de fundir en una alianza perdurable lo que fue, antes de la independencia, campo de enfrentamiento entre España y Portugal. El antecedente de este intento es el audaz proyecto carlotista -instaurar en el Virreinato del Río de la Plata, ante la caída de la metrópoli, a la infanta Carlota Joaquina de Borbón, hermana de Fernando VII, esposa de Juan VI Braganza, que había trasladado su corte a Río de Janeiro, como regente- en el que participaron, entre otros, don Cornelio Saavedra y don Manuel Belgrano. Si se piensa que el Virreinato fue establecido con cabeza en la Buenos Aires contrabandista para balancear el avance portugués encabezado por los bandeirantes, que esa disputa continuó sangrientamente en la Banda Oriental, que se llegó a una guerra entre la República y el Imperio y que Caseros es una continuidad y desquite de esta última, se comprenderá que un intento serio de cancelación del conflicto y la simultánea creación de un interés común resulta cuestión de alta, hasta diré de altísima política subcontinental. Ahora bien, los hombres de politiqueo que firmaron el acta de Asunción -por ejemplo, el pequeño impostor doméstico Raúl Alfonsín- sintieron campanas, pero no sabían adónde repicaban. El modelo que se les impuso, obviamente, era el de la Unión Europea. La Unión Europea, a 1991, era una unión económica, que marchaba a paso firme a la unión monetaria, y que esperaba concluir en la unión política. Había empezado como zona de libre comercio y pasado fructuosamente al estadio de mercado común, (La zona de libre comercio supone la libre circulación de mercaderías sobre su territorio, con un arancel externo común -el TLC de Canadá, EE.UU. y México de 1992 resulta un buen ejemplo-; un mercado común supone, además de la libre circulación de mercaderías, la de servicios, personas, capitales y monedas; la unión aduanera, económica y monetaria es el siguiente paso: espacio aduanero único, políticas económicas armonizadas, moneda única). El Mercosur, como su nombre lo indica, comenzó con la pretensión de mercado común, pero no llegó siquiera a zona de libre comercio. Creo, lamentablemente, que la mayor responsabilidad cabe en ello a nuestro país, cuyos grupos dirigentes aprovecharon el comercio bilateral con Brasil cuando fue favorable, chillaron cuando ello se dio vuelta, mandaron el país a la devaluación estafatoria y al default fraudulento sin avisar a nadie y, luego, reclaman por si una bolsa de arroz, un auto o un par de zapatos nacionales no es debidamente protegido.

En medio de ese fracaso, a instancias del Sacristán de la progresía (Kirchner, en alemán significa sacristán comehostias, ranita de pila de agua bendita) Venezuela ingresa a fuerza de petróleo como socio pleno del Mercosur (mientras dejan en el limbo a México, la primera economía regional) . Un gran poeta mexicano, López Velarde, decía que a su país "el niño Dios le escrituró un establo/y los veneros de petróleo el diablo". El petróleo tiene algo de endiablado y alucina a sus poseedores. Chávez, ese hombre que su numen, Bolívar, no hubiese dudado en adscribir a la "pardocracia" ínfima, está dopado de petróleo. Y Venezuela no tiene otro juego en el Mercosur que el de meter una ideología moribunda y demodée, el socialismo, dentro del fracaso común. El otro signo, la apoteosis mercosúrica de Chacho Alvarez, que estudiaba para líder y se quedó en chochamu del Varela Varelita, encima sicoanalizado. Que el socialismo sea nuestra última novedad, nuestro dernier cri, es -casi- como suscribir el análisis que de los latinoamericanos hacía Carlos Marx (a propósito de Bolívar): una muestra de pereza intelectual. Chávez con sus algaradas, conforma al peor, al más alemán y más eurocéntrico Karl Marx. Venezuela pertenece al cordón andino, el otro guión histórico, político y geoestratégico de Suramérica. El punto de fricción de ambos gigantes es el oriente y el occidente bolivianos, su zona andina aymara que habla esa lengua y el quechua, por un lado, y su zona selvática que habla guaraní y castellano, por el otro. Allí se librará la próxima batalla, en el caso argentino bajo los peores auspicios y con la más irrisoria conducción.

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