martes, septiembre 30, 2008






PREMIO AL MÉRITO - No hay cosa más linda que un paracaídas dorado...



El diario 'Financial Times' publica en su edición impresa de hoy la remuneración total -sueldo, bonus y 'stock options'- que recibieron algunos de los primeros ejecutivos de las firmas de Wall Street en 2007. Es esta:
> Lloyd C. Blankfein, presidente y consejero delegado de Goldman Sachs: US$ 70,3 millones.
> Jamie Dimon, presidente y consejero delegado de JP Morgan Chase: US$ 30 millones.
> Richard S. Fuld, presidente y consejero delegado de Lehman Brothers:US$ 40 millones.
> James A. Cayne, presidente y consejero delegado de Bear Stearns: US$ 33,9 millones (en 2006, últimos datos disponibles).
> John A. Thain, presidente y consejero delegado de Merrill Lynch: US$ 17,3 millones.


Los 5 grandes bancos de inversión estadounidenses -Merrill Lynch, JPMorgan, Lehman Brothers, Bear Stearns y Citigroup- pagaron US$ 3.100 millones a sus consejeros delegados entre 2003 y 2007. La limitación de los salarios de los altos ejecutivos es uno de los motivos que esgrimen los congresistas que se oponen a la aprobación del plan anticrisis diseñado por Henry Paulson, actual Secretario del Tesoro .


Precisamente, Paulson se embolsó US$ 111 millones entre 2003 y 2006 al frente de Goldman Sachs, al que acaba de rescatar Warren Buffett, con US$ 5.000 millones de liquidez, mientras se espera a que ingrese como accionista el grupo japonés Sumitomo.


En definitiva, Paulson está acudiendo al rescate de sus pares, y de su propio negocio como accionista de Goldman Sachs, con el argumento de la hecatombe bancaria estadounidense que, en definitiva, él mismo ayudó a provocar.


La lista de ganancias, sin embargo, está encabezada por Stanley O'Neal, que ganó US$ 172 millones entre 2003 y 2007 como consejero delegado de Merrill Lynch, que tuvo que ser comprado de urgencia por Bank of America.


Pero el directivo que más rentabilidad ha sacado a su paso por una de estas grandes firmas ahora caídas en desgracia es John Thain, que ha recibido US$ 86 millones por un mes de trabajo en Merrill.


Estas cifras cobran especial significado si se tiene en cuenta que JPMorgan se hizo con Bear Stearns por US$ 236 millones, aunque posteriormente tuviera que quintuplicar su oferta sobre la entidad para superar las protestas de los accionistas de Bear.


Goldman Sachs es el banco que más ha pagado a sus directivos entre 2003 y 2007, con un total de US$ 859 millones , seguido de Bear Stearns, con US$ 609 millones. Estas cifras incluyen salario, bonus, acciones y opciones sobre acciones.


Goldman Sachs pagó un dinero pero por estos días se transforma de banca de inversión en banca comercial para así acceder al posible rescate financiero del Gobierno estadounidense.


De todos modos, los directivos no han sido los únicos que se han aprovechado de los buenos salarios repartidos por las grandes firmas de inversión de Wall Street. Los 185.687 empleados de estos 5 bancos de inversión percibieron US$ 66.000 millones en 2007, de ellos US$ 39.000 millones en bonus. Esta cifra arroja una retribución media de US$ 353.089 por empleado, según los datos de Bloomberg.


De todos modos, también los empleados reclaman ahora que los contribuyentes vayan al rescate para así preservar sus trabajos.


Merrill Lynch, JPMorgan, Lehman Brothers, Bear Stearns y Citigroup registraron un beneficio neto conjunto de US$ 93.000 millones entre 2003 y 2007.

Estas cifras se difunden en un momento en el que congresistas republicanos y demócratas debaten si el Estado financiará con US$ 700.000 millones (aunque podría llegar a subir al doble de ese monto) el rescate del sector financiero.

jueves, septiembre 25, 2008




UNA TAREA PARA GARZÓN

Remontemos nuestro recuerdo al Paleolítico superior. Por entonces, en Europa, con vestigios que se encuentran desde España hasta Ucrania, convivían dos especies de hombres, afines pero distintos. Uno es el que llamamos Hombre de Neanderthal. Otro, el que llamamos Hombre de Cromagnon. Los neandertales eran más pequeños de estatura, de lóbulo frontal prominente, nariz ancha y mentón huidizo. Poseían una elevada capacidad craneal, enterraban a sus muertos, cuidaban a los heridos y enfermos, demostrando en ello habilidad, fabricaban herramientas y desarrollaban su arte. Los cromañones tenían una conformación craneana parecida a la nuestra, eran más altos y nos han quedado también restos de sus herramientas y de sus manifestaciones artísticas. Se supone que esta cohabitación pudo durar unos diez mil años. Seguramente se comunicaron y hasta comerciaron entre ellos. Los estudios genéticos actuales demuestran que eran dos especies con genomas diferenciados en sus secuencias. Si se unieron entre ellos, pues, sólo pudieron nacer de allí híbridos. En algún momento del Paleolítico superior, los neandertales desaparecen y sólo señorean a partir de allí los cromañones, antepasados directos del homo sapiens sapiens, es decir, de nuestra especie. Se han ensayado diversas explicaciones sobre la desaparición de los neandertales. La más probable es que hayan sido exterminados por los cromañones, que desarrollaron armamento y técnicas guerreras superiores. A veces se utiliza el circunloquio de “perdedores en la competencia ecológica” para señalar por qué unos sobrevivieron y otros no. Pero, con esto, sólo estaríamos explicando el exterminio de los neandertales atribuyéndolo a una lucha por los recursos. Por un lado, abonan la teoría del exterminio los procederes violentos a que el linaje de los cromañones ha echado mano repetidas veces desde el paleolítico hasta aquí: el arma más peligrosa que el homo sapiens ha inventado es el propio homo sapiens. Por otra parte, si se examinan las descripciones que a lo largo de la historia se han realizado de los neandertales, se verá que se los pinta como Untermenschen, subhombres, cuyo destino era desaparecer (sabemos muy bien adónde conduce este tipo de discurso). En definitiva, parece que nuestra especie viene de un genocidio inicial: el cometido por los cromañones, nuestros antepasados, respecto de los neandertales, nuestros primos genéticos, de los cuales no ha quedado descendencia que por ellos hable. Un crimen imperdonable e imprescriptible, casi perfecto, porque los únicos que podemos plantearlo somos los descendientes de los asesinos, con cierta natural tendencia a pasar por alto, disimular o justificar torcidamente la mano airada de nuestros antepasados. Somos jueces y parte, y nos inclinamos a autoabsolvernos, porque ya dice gráficamente el refrán español: quien a sí mismo se capa, buenos cojones se deja. Tan sólo una persona, en la presente humanidad, me parece que puede, con libertad íntima e independencia práctica, tomar sobre sus hombres la tarea de enjuiciar lo que pasó allá lejos, en el Paleolítico. Me refiero al juez de la Audiencia Nacional de España, don Baltazar Garzón (en cuya jurisdicción territorial, por otra parte, se encuentran suficientes vestigios, como los de la Cueva del Castillo, por citar alguno). Ello le permitiría, llegado el caso, procesar a la entera humanidad, siquiera por encubrimiento en sus integrantes actuales, lo que podría considerarse el culmen insuperable de la actividad de un juez del crimen. Y quizás llegaría hasta ordenar su captura, lo que presenta no pocos inconvenientes prácticos, aunque a don Baltazar ya algo se le ocurrirá al respecto.

Lo importante es lavar de una buena vez nuestro maltrecho honor de hijos de cromañones. Tarea, únicamente, para Garzón.-

LUIS MARÍA BANDIERI

miércoles, septiembre 24, 2008


¿CRISIS O CATÁSTROFE?

El socialismo se reveló como una vía tortuosa hacia el capitalismo (URSS, 1991). El capitalismo se revela como una vía tortuosa hacia el socialismo (EE.UU. 2008).

Lo anterior no es del todo cierto. Lo que está delante de esta crisis financiera global que encierra los gérmenes de una catástrofe a corto plazo, nadie lo sabe: ni Bush, ni Paulson, ni Krugman, e tutti quanti. Se produce una huída hacia adelante. Y lady Cri Cri dicta cátedra en NASDAQ. Mientras amenaza con aflojar la billetera para recuperar "credibilidad". Justo cuando todos la han perdido...

Mientras tanto, Bush el Joven propone: a) que la crisis, producto de la locura de los agentes financieros, la pague el contribuyente (salvataje a bancos de inversiones, cobertura de hipoteca sub prime, etc.); b) o que la crisis la pague la colectividad (no sólo norteamericana) a través de una brutal inflación que terminará licuando la trillonaria deuda. Bellos escenarios, sin duda.


"Lindo país el de América, papá/¿Te gustaría ir allá?/ Tendría mucho placer"

miércoles, septiembre 17, 2008




JORGE SANTAYANA ANTICIPA EL JUEVES NEGRO DEL 24 DE OCTUBRE DE 1929, EL LUNES NEGRO DEL 15 DE SEPTIEMBRE DE 2008 Y OTRAS ULTERIORIDADES



“El dinero, según lo emplean los ricos de hoy, no es una riqueza de índole natural. Riqueza natural sería la que consistiera en objetos visibles poseídos por un hombre, cuyos ojos curiosos y admiradores pudiesen recoger vislumbres de ellos teniéndolos en la mano o en su tienda o tras las puertas de su parque. El propietario estas cosas bellas tiene una dignidad natural: no sólo la dignidad que el largo y familiar uso de ellas puede haber dado a su espíritu y a sus modales, sino, cuando menos, la dignidad del poder, pues habiendo descubierto, hecho, heredado o conquistado esas selectas porciones del mundo material, puede compartirlas o negarlas a voluntad, y establece así un natural dominio sobre los demás, proporcional a lo que necesiten o ambicionen. Pero el rico de hoy no es dueño evidente de nada. Su misteriosa riqueza es vagabunda, nominal, inmaterial; consiste en la fuerza de unas palabras escritas en un papel. Vivimos en una niebla de finanzas. El capitalista apenas sabe qué bienes u obras o derechos o proyectos están representados en sus títulos de rentas o acciones: su función es sólo firmar cheques y recibir otros papeles y, distribuyéndolos, ser alimentado y vestido magníficamente, como por magia. Es probable que ocupe un piso y ande viajando magníficamente en automóvil; pertenece a todas partes y a ninguna; conoce a todos y nadie sabe quién diablos es él. Como compra o vende sus títulos sobre alguna fracción de lo desconocido, bien puede preguntarse qué es lo que diariamente lo empobrece o enriquece tanto y pone a sus pies el mundo entero delas cosas y personas comprables. El dominio por el dinero es una especie de milagroso dominio convencional, como el antiguo dominio por la religión. ¿Cómo puede subsistir?
Contesto: entregando al rico el control de algún crecimiento natural en el mundo, producido por la fecundidad de la naturaleza o bien por lo que de ella pasa por las manos y el cerebro de los hombres. La fecundidad de la naturaleza puede ser vigilada, preservada o estimulada por una mente conocedora: sus productos pueden recogerse, transportarse y canjearse, a veces en gran escala, y quienes llevan a cabo tales operaciones –a veces por telégrafo, desde el otro extremo del globo- poseen dominio sobre esas cosas sin poseer las cosas mismas: poseen su valor. Fundido y mezclado al mecanismo universal del intercambio, este valor a disposición del rico se convierte en una cantidad matemática y fantástica: se convierte en dinero. Tal convención puede mañana destruirse y toda esa riqueza nominal puede desvanecerse como un sueño. Los fuertes, sin duda, conquistarán y retendrán las cosas buenas de este mundo; pero, acaso, una vez más, por un dominio y posesión efectiva de ellas, y no por un artificio de contabilidad”.

Dialogues in Limbo, 1926, traducción de Raimundo Lida

martes, septiembre 16, 2008







PARA COMENZAR A LEER “EL PRÍNCIPE


LUIS MARÍA BANDIERI


No hay lectores ingenuos de Maquiavelo. Todos, aun los absolutamente ajenos a la jerga politológica, han aplicado a alguien o han oído aplicar el calificativo de “maquiavélico”. A Maquiavelo, por eso, se cree saberlo sin necesidad de fatigarse leyéndolo. Y, sin embargo, la lectura de esta pequeña obra –lectura que, a condición de no detenerse demasiado en las referencias históricas de que se sirve su autor, puede ocupar una tarde de lluvia- no defrauda nunca, ni siquiera al especialista que supone conocerlo a fondo.

El introductor a la lectura de “El Príncipe” sufre, por su parte, el embarazo de tener que encontrar palabras nuevas para presentar algo que todos creen conocer y sobre lo cual parece estar todo dicho. Basta sopesar los dos gruesos tomos de Pasquale Villari[1], que tengo a la vista mientras esto escribo, donde a pesar de los años se acumula la mayor parte de lo que puede saberse sobre el florentino, para sentirse en el acto intimidado. Consolémonos con el viejo Eclesiastés (“no hay nada nuevo bajo el sol”) y con la vulgar comprobación de que en ciencia, como en literatura y como en cualquier actividad humana, todo lo hacemos entre todos y a lo más que uno puede aspirar es a poner un matiz personal sobre un fondo heredado. André Gide afirmaba: “todo está dicho, pero como nadie escucha, hay que volverlo a decir”. Y sobre Maquiavelo poco ha logrado escucharse de tanto que se ha dicho.

Abramos, pues, para comenzar, el libro en el capítulo XV. El autor va a estudiar la conducta que debe seguir el príncipe con sus súbditos y sus aliados. Otros han escrito sobre el punto, pero él va a apartarse de lo trillado. “Me ha parecido más conveniente ir detrás de la verdad efectiva (verità effettuale) de la cosa política, antes que de su imaginación (immaginazione)”. Hay que disfrutar del italiano, del toscano de Maquiavelo, cuando la transparencia lo permite. La díada “verità effetuale/immaginazione” se corresponde a la de realidad/idealidad: la materia política abordada tal como es, no tal como podría o debería ser . Muchos, prosigue el texto, han imaginado repúblicas y principados que jamás han existido, porque hay tanto trecho entre “cómo se vive y cómo se debería vivir” que aquél que deja de lado “lo que se hace por lo que debería hacerse”, conoce más bien “su propia ruina que su preservación”. El esquema con que nuestro autor redacta su obra se compone con los términos de la columna izquierda, por contraposición a los de la columna derecha que sigue:

Verdad efectiva /Imaginación
Cómo se vive /Cómo se debería vivir
Lo que se hace /Lo que debería hacerse
Preservación /Ruina


Este abordaje realista y experimental de la política es la novedad de Maquiavelo. Novedad tan importante como para que Francis Bacon, años más tarde, agradeciera al florentino y a quienes tras él examinaron lo que los hombres hacen y no lo que deberían hacer[2]. Bacon ve en Maquiavelo un precursor del método experimental; esto es, el camino para llegar al conocimiento a través de la experiencia sensible, con lo que se produciría una homologación entre las ciencias “naturales”, como la física, la astronomía o la biología, y las ciencias “sociales”, como la política, la ética o la economía. Este experimentalismo extenso de Bacon habrá de completarlo más tarde Galileo, con la reducción a términos matemáticos de la experiencia recogida por la observación: experimentación más formalización matemática conformarán así el método propiamente científico, propio de la modernidad.

Cuando decimos que el abordaje de la política Maquiavelo es “realista”, ¿qué queremos significar? –ya que el término “realismo” admite diversas acepciones, especialmente desde el punto de vista filosófico. Ante todo, como vimos, una contraposición a la postura de idealizar la práctica política y las conductas de sus actores. La política debe abordarse desde los caracteres efectivos con los que se nos presenta. Y lo que se nos presenta son fenómenos, “lo que se hace”, y sólo la experiencia acumulada por el observador y la que resulta de la historia permite establecer, en esos fenómenos, por vía inductiva, ciertas regularidades o constancias de las que Maquiavelo quiere darnos cuenta. No puede ir más lejos la posibilidad experimental y verificatoria del que reflexiona sobre la política. Cabe agregar que en aquellos fenómenos, especialmente en lo relativo al quehacer propio del político, predomina la apariencia. Nuestra observación recoge, en el ruedo político, más lo que se dice ser que lo que efectivamente es. De donde el “realismo” fenoménico de Maquiavelo habrá de trabajar, paradójicamente, sobre apariencias más que sobre efectividades. Así, en capítulo XVIII, señala que no es necesario que el príncipe -el gobernante- reúna la excelencia de las principales cualidades morales (piedad, fidelidad, humanidad, integridad y religiosidad), pero “conviene que parezca tenerlas”. Incluso, agrega, “me atrevo a decir que, teniéndolas y observándolas siempre, son dañosas, y pareciendo tenerlas, resultan útiles”, con tal, remata, que el príncipe las ostente “con el ánimo preparado para que pueda y sepa hacer lo contrario, en caso necesario”. En el capítulo XV ha adelantado ya que aquellas cualidades, y otras relacionadas, al príncipe, “como no las puede tener ni enteramente observar, porque no lo consiente la condición humana, le es necesario ser tan prudente que sepa evitar la infamia de aquellos vicios que lo privarían del poder” y, si no pudiera evitarlos, debe ceder a ellos con recato. Una de las “verdades efectivas” que Maquiavelo ha extraído se la historia y de su experiencia es que la generalidad, en la vida política, sólo percibe lo externo y aparente, por lo que, el gobernante debe aparentar las cualidades morales, sea que las posea o no realmente, y ocultar sus vicios, si es que no puede dominarlos. Todo ello, teniendo en cuenta la finalidad esencial de conservar y afianzar el poder. Se advierte la gran actualidad de esta reflexión maquiaveliana[3]: el político, y sobre todo el gobernante, para mantenerse en el mando debe esforzarse, ante todo y sobre todo, en transmitir una “buena imagen” a la opinión pública. Más allá de las cualidades reales del político, ésa es hoy la tarea de los “fabricantes de imagen”, esto es, de los técnicos del marketing político, sirviéndose de los recursos de la publicidad, como ayer la de los consejeros del príncipe, validos de los recursos retóricos. En el capítulo XVIII dice el florentino, refiriéndose a que el gobernante debe aparentar ser religioso: “los hombres, en general, juzgan más con los ojos que con las manos, porque a todos les es dado ver, pero palpar a pocos; cada uno ve lo que pareces, pero pocos palpan lo que eres, y estos pocos no se atreven a enfrentarse a la opinión de muchos, que tienen además la fuerza del Estado para defenderse”. La “realidad” del poder del gobernante no llega a tocarse; para la mayoría; apenas se advierte a la mirada la cáscara, la exterioridad, y se la toma por lo real, “porque el vulgo –prosigue nuestro autor- siempre se guía por las apariencias y sólo juzga por los resultados”[4]. Esto es, por el éxito.

Por cierto que el estudio experimental de lo político había nacido mucho antes. Con Aristóteles, por lo menos. Y Maquiavelo ha leído muy bien la “Política” del Estagirita[5]. Tanto que Tomás Campanella (1568-1639), sentenciará más tarde “ex aristotelismo, machiavellismus[6]. Y un reconocido experto en la obra aristotélica, como W.D. Ross, habrá de afirmar que en el libro V de la “Política”, “por la atención que presta a los medios de conservar las formas de gobierno, es el padre de ‘El Príncipe’ de Maquiavelo”[7]¿Dónde está la diferencia entre ambos autores? Veamos si se encuentra en el plano teleológico, es decir, en la finalidad última asignada a lo político.

La orientación finalista de los conocimientos prácticos llevó a Aristóteles, a sostener que los integrantes de la polis permanecen asociados porque alcanzan, a través de aquella, un bien superior al del simple vivir y al del puro coexistir, la “vida buena”[8], eu zen, que no podrían obtener individualmente fuera de allí. Maquiavelo no desconoce esta finalidad y se sirve para ello de las expresiones vivere civile y vivere político. El fin de la asociación política, y el objetivo del gobernante, es alcanzar de modo durable ese vivir político y civil (cívico y civilizado), en cuyo orden se obtiene el ciudadano la posibilidad del vivere libero, de vivir en libertad política. Pero este vivir civil y político en orden requiere que el gobernante sepa como obtener el poder y mantenerse en él. Tal el saber que Maquiavelo pretende transmitir en “El Príncipe”. A partir de allí puede señalarse otra diferencia entre el estudio experimental del Estagirita y el del florentino. La experimentación aristotélica consiste básicamente en el examen de las constituciones de las póleis griegas –los bárbaros no contaban, en puridad, con vida “política”- reduciendo lo compuesto a sus elementos más simples[9]. La experimentación maquiaveliana, a través de un amplio conocimiento “de las cosas modernas y de una continua lectura de las antiguas” [10], busca aislar las motivaciones individuales y colectivas de los actos que establecen, conservan o pierden el gobierno de los Estados. De allí los famosos aforismos “maquiavélicos”[11], que el lector encontrará a lo largo del libro, y especialmente de los capítulos XV a XXIII. Esta recurrencia sistemática a la psicología individual y social de los actores políticos –rasgo específicamente moderno de Maquiavelo- conduce a examinar su idea de la naturaleza y condición humanas.


Cuando Maquiavelo habla de la “naturaleza”, ante todo y en principio se refiere a la naturaleza humana. Cuando, más raramente, la expresión se utiliza como Naturaleza, physis, natura rerum, esto es, como fuerza originaria y creadora y, al mismo tiempo, como orden inalterable de las cosas del mundo, nunca se le otorga por nuestro autor el carácter de un modelo necesario de donde derive una forma única y correcta de ordenar lo que hay en el mundo. Más bien, la entiende como lo que hay en el mundo despojado de toda idea de orden, de toda referencia a un modelo necesario; al contrario, se la observa como un flujo incesante, una vario acontecer, del cual toma razón el hombre por los giros de la rueda de la fortuna –concepto éste sobre el que se volverá más tarde. Se ha observado, con respecto a la idea de Naturaleza, que hasta el Renacimiento se buscaba la armonía de la unidad, procurándose a partir de aquél –el tiempo del florentino- la originalidad y las variedades irreductibles[12].


Suele afirmarse que para Maquiavelo el hombre tiene una naturaleza inmutable, fijada en el mal[13]. Veamos algunos textos para clarificar la cuestión:


“Porque de los hombres puede decirse, en general, que son ingratos, volubles, simuladores y disimuladores, prestos a esquivar los peligros y codiciosos de ganancias: mientras se les favorece, están contigo: ofrecen su sangre, sus bienes, la vida y sus hijos, como ya dije, siempre que la obligación de cumplir con la oferta resulte lejana; pero cuando se acerca, se sublevan” (cap. XVII).


“Los hombres temen menos reticencias para ofender al que se hace amar que al que se hace temer; porque el amor es visto como un vínculo forzoso que, por ser los hombres malos, a causa de su propio interés en cada ocasión puede ser roto; pero el temor resulta mantenido por el miedo a un escarmiento siempre amenazante” (cap. XVII).


“...porque las cosas del mundo son tan variables” (cap. X)


“...porque imitamos a la naturaleza, que es varia[14]


Los hombres, pues, por su naturaleza de preferencia se inclinan al mal, pero su frecuente maldad no sirve para establecer modelos previsibles: la volubilidad y la impermanencia resultan los datos primos de la condición humana. El gobernante debe presuponer aquella maldad:


“Resulta necesario a quien establece una república, e impone las leyes en ella, presuponer que todos los hombres son malos y dispuestos a usar su ánimo maligno en cuanto tengan ocasión”[15].

Pero amplía en otro lugar:


“Los hombres suelen afligirse en el mal y hastiarse en el bien y (...) de ambas pasiones surgen los mismos efectos”[16].


Y concluye, con un toque irónico:


“Los hombres no saben ser ni honorablemente malos ni perfectamente buenos”[17].

No sabemos ser ni del todo buenos ni del todo malos. Esta condición ambigua y dúplice, resultante de una naturaleza cuyo punto fijo es la inestabilidad, está figurada en el centauro, mitad hombre, mitad bestia[18]. Para el gobernante será “necesario saber usar bien la bestia y el hombre” que están también dentro de él, porque en Maquiavelo los que dirigen están hechos de la misma sustancia de los dirigidos. Y en su parte puramente animal, puramente ferina, el príncipe debe seguir los ejemplos alternados del león y de la zorra (cap. XVIII).


Maquiavelo dice a su posteridad que todo análisis político debe partir de un hombre inconstante, veleidoso y dado a la mudanza, insuficiente por eso en su maldad y en su bondad: homo inconstans et mediocris. Los grandes ejemplos de héroes y césares no alteran la eficacia de este recurso metodológico, del mismo modo que, no por reduccionista, la figura del homo oeconomicus carece de utilidad para los estudios de Economía. Hasta partiendo de otras bases más ajustadas al pensamiento clásico, sus contemporáneos llegaban a conclusiones similares. Así, Francesco Guicciardini (1483-1540), amigo de nuestro autor y quizás hasta más “maquiavélico” en sus ideas que aquél, dirá: “los hombres están naturalmente inclinados al bien; de modo que todos, cuando no encuentran placer o hallan utilidad en el mal, gustan más del bien que del mal; pero como su naturaleza es frágil, y las ocasiones que invitan al mal infinitas, se apartan fácilmente por interés propio de su inclinación natural”[19]. Partiendo de la inclinación al bien, solemos caer en el mal, dice el embajador Guicciardini y Maquiavelo le replica que hay que dar un rodeo por el mal para llegar a algún bien: “el verdadero modo de llegar al Paraíso es conocer el camino del Infierno para evitarlo”[20].


En definitiva, el hombre es imprevisible y la política tembladeral de impermanencia. Interpreta bien el pensamiento maquiaveliano Clément Rosset: “nada dura por naturaleza y todo lo que dura, dura por acción del príncipe”. El problema supremo de la política, pues, es durar en la impermanencia, “fabricar duración”, como dice el mismo Rosset[21]. Para fabricar duración en la impermanencia se requiere un orden estable en el flujo, el orden de aquello que la modernidad llamó –con primera mención en “El Príncipe”- lo stato[22], que exigirá el uso astuto, temporáneo y proporcional de la fuerza (cap. VIII)[23] para fijar la atención del hombre voluble y cambiante. La estabilidad nunca será permanente. El florentino puede ser considerado como un continuador de Protágoras, para quien Prometeo, que robó del Olimpo las artes necesarias para la vida humana, no pudo sustraer la política, guardada en la acrópolis de Zeus. Y aunque éste luego se apiadó y mandó a Hermes a distribuir entre todos las nociones del respecto y la justicia[24], la política queda como una perpetua creación humana levantada sobre la tierra movediza de lo impermanente, donde, como en el verso de Quevedo, sólo lo fugitivo permanece y dura.


Maquiavelo, anima naturaliter pagana, seculariza la noción de pecado original y postula que, en el aquende, en este bajo mundo, no existe redención que libere al hombre, en tanto animal político, de su condición problemática de no saber ser ni honorablemente malo ni perfectamente bueno. Igualmente secularizada, en un reintegro a su noción romana, se encuentra en el florentino la noción de virtù, poder creador del gobernante o de un pueblo, y más exactamente cualidad y capacidad de tomar en cada momento las decisiones aptas para mantener el vivere civile y, por lo tanto, conservar el poder. La virtù rige aproximadamente la mitad de nuestras acciones: la otra mitad, o un poco menos, corresponde a la Fortuna. La Fortuna –antigua diosa romana- es ajena a la noción de providencia: resulta el curso mismo de las cosas, circular (por eso se la representa como una rueda), a veces inclinado por los astros, muchas otras irrumpiendo como un río torrentoso, pero nunca sometida a ley descifrable. El hombre virtuoso debe conocer la ocasión de seguir el curso favorable de la fortuna, doblegarla en algún caso o evitar sus golpes. Advertir y aprovechar aquella ocasión es imperativo para el gobernante: sin la ocasión, su virtud no encontraría empleo, pero sin la virtud, la ocasión pasaría en vano (cap. VI). Virtù, Fortuna, Occasione, conforman el trípode donde se asienta el hábito “técnico” del político maquiaveliano.
Antes de proseguir, aclaremos que las relaciones entre “virtud” y “fortuna” eran objeto de amplio tratamiento y debate en tiempos de Maquiavelo. León Bautista Alberti (1404-1472), el gran pintor, escultor y arquitecto florentino, sostenía que “no pertenece el poder a la fortuna; no es tan fácil como algunos necios creen, vencer a aquel que no quiere ser vencido. La fortuna sólo tiene yugo para quienes se someten a ella (...) podemos establecer que la fortuna es inválida y debilísima para arrebatarnos cualquiera de nuestras menores virtudes; debemos juzgar que la virtù es suficiente para alcanzar y ocupar todas las cosas sublimes, los grandísimos principados, las alabanzas supremas, la fama eterna y la gloria inmortal”. Años más tarde, desde un punto de vista opuesto, Guicciardini afirmaría: “si alguien lo considera bien, no podrá negar que en las cosas humanas la fortuna tiene un grandísimo dominio, pues se ve que, en todo momento, ellas reciben grandísimos impulsos por accidentes fortuitos y que no está en el dominio del hombre ni prevenirlos ni evitarlos; y aunque la sagacidad y diligencia de los hombres puede moderar muchas cosas, con todo no bastan ellas solas, sino que necesitan, además, la buena fortuna”. Mientras Alberti excluye el dominio de Fortuna, veleidosa deidad, Guicciardini le atribuye, casi de modo fatalista, un papel decisivo -y esta será una de las críticas del último nombrado al autor de “El Príncipe”. Nicolás Maquiavelo, pues, tercia en una discusión abierta. Cuando está redactando los “Discursos...” señala que hay un ejemplo histórico capital, según el cual la virtù, en la construcción política, sobrepasa el peso de la Fortuna: el del pueblo romano. Rebate así opiniones de gran peso, como la Plutarco, “autorizadísimo escritor”, que atribuía la grandeza romana preponderantemente a la Fortuna. “Ésta es una cosa que no quiero admitir de ningún modo –proclama nuestro autor[25]- ni creo tampoco que se pueda sostener”. Y remacha: “porque la virtù de los ejércitos le hizo conquistar el Imperio, y el orden en la manera de proceder y su modo particular de hacerlo, establecido por su primer Legislador, le hicieron mantener lo conquistado”. Poco más tarde, cuando las circunstancias le invitan, en medio de su lenta redacción de los “Discursos...”, a volcarse al trabajo sintético en “El Príncipe”, para ponerlo en manos de los Médici otra vez triunfantes, se expresa en el capítulo XXV como hemos visto más arriba. Fortuna y virtud se encuentran en una tensión dialéctica. La virtud reside en tener la capacidad de seguirla oportunamente o de sustraerse a su curso torrentoso en caso de resultar desfavorable. “Secundarla y no contrarrestarla”[26], define. “Tejer sus hilos, pero no romperlos”, precisa en el mismo lugar. Nunca abandonarse simplemente a ella, aconseja. Puede escucharse, de fondo, la respuesta de Guicciardini, su amigo, de brillante carrera, catorce años más joven, que piensa que la fortuna comanda mucho más que lo que su estimado Maquiavelo supone. Para poder estar menos dominado por esta veleidosa diosa, según Guicciardini, se necesitaría que el gobernante en cuestión “pudiese variar su propia naturaleza según la condición de los tiempos, lo cual es dificilísimo y acaso imposible”[27].


Podemos ahora considerar el cargo más grave y más difundido levantado contra el autor y su libro: propicia una separación tajante entre la política y la moral, bajo el principio de que “el fin justifica los medios” (frase que el florentino, digamos al pasar, nunca escribió). Para poner la cuestión en su quicio, advirtamos de entrada que la política “maquiavélica” en el sentido corriente de la expresión es decir, la que afirma la indiferencia moral de los medios respecto de los fines perseguidos, se ha practicado desde siempre: hipocresía, simulación y disimulación, crueldad, astucia, “doble discurso”, etc, integran el “menú fijo” de la competencia política desde mucho tiempo atrás. El maquiavelismo es anterior a Maquiavelo, primigenio, perpetuo y universal. En todo caso, nuestro autor no resulta el creador o propiciador sino, meramente, el cronista de una perversión de la política práctica que prosigue desde los albores y según la más alta probabilidad continuará hasta el definitivo crepúsculo de nuestra humanidad. No puede pasarse por alto, tampoco, que no es difícil encontrar consejos “maquiavélicos” en autores como Aristóteles, como hemos visto, o Polibio, por ejemplo. Hasta el mismo Platón pone en boca de Sócrates la permisión de la mentira a los gobernantes, para engañar a los enemigos o a los propios ciudadanos, en beneficio de la ciudad[28]. Macaulay señaló, por su lado, que los aforismos maquiavélicos eran moneda corriente en el Renacimiento italiano, siendo la sola culpa del florentino el haberlos ordenado con mayor lucidez y expresarlos mejor que cualquier otro escritor de su época[29]. Durante la Reforma y la Contrarreforma, los críticos demoledores que en ambos bandos tuvo Maquiavelo terminaron, luego de anatematizarlo, admitiendo y reconociendo bajo el rótulo de “razón de Estado” lo que habían condenado como ”maquiavelismo”[30]. Este “maquiavelismo” no se reduce siquiera al ámbito de la cultura occidental. Así, el Arthasastra indio, atribuido al consejero imperial Kautiliya y recopilado en el siglo IV AC –al tiempo que Aristóteles enseñaba- parte de la “ley de los peces”[31], por la cual el pez grande devora al pez chico, donde se deriva, por ejemplo, un complejo sistema de espionaje gubernativo y la aceptación del asesinato político encubierto. “Comparado con esta obra –dice Max Weber- ‘El Príncipe’ de Maquiavelo resulta una obrita inofensiva”[32]. En el Tao Te King, uno de los libros más profundos que poseemos, atribuido a Lao Zi, se dice, por ejemplo, que para mejor gobernar un pueblo hay que mantenerlo en la ignorancia, y Han Fei Zi, en el siglo III AC, sostenía que el monarca inteligente debe gobernar con lo útil y no con lo inútil, es decir, no aplicar ni la benevolencia ni la justicia, “porque el pueblo sabe tanto como un recién nacido”[33].


La originalidad de Maquiavelo no reside, pues, en el “maquiavelismo”, sino en haber puesto en claro que para perseguir cualquier relativo bien político y alcanzar el vivere civile hay que dar un rodeo por el mal. Los hombres “pueden desearlo todo pero no pueden conseguirlo todo”[34]; “nunca se satisfacen y obtenida una cosa no se contentan con ella, y desean otra”[35]; “y suelen afligirse en el mal y hastiarse en el bien”[36]. Sólo puede ponérselos en cintura, para que no apunten exclusivamente al interés personal y se alcance el vivere civile, dentro del orden artificial y provisorio de lo stato, por los medios de la ley, la astucia y la fuerza. El bien asimismo provisorio del vivere civile, que conlleva la concordia, sólo puede alcanzarse y mantenerse a través de un pasaje por el mal. Maquiavelo ve el nacimiento y conformación de una nueva forma política, lo stato, producto de la racionalidad moderna, que permite, mejor que las formas políticas tradicionales (polis, civitas, regnum, Imperio), mantener firme, esto es durable, el vivere civile. Este Estado no es aún el impersonal aparato o máquina (la “máquina de máquinas”, machina machinarum) que Hobbes habrá de simbolizar en el Leviatán. Lo stato es, todavía, la persona del príncipe y su entorno de consejeros, los ministros (cap. XXII). Lo stato maquiaveliano es aún el Estado de alguno (Fernando de Aragón, Julio II o César Borgia), una posesión del príncipe, del gobernante. El único aparato que Maquiavelo quiere integrarle es el de la milicia ciudadana (cap. XIV). El florentino ve nacer y crecer a la nueva criatura moderna, el Estado, pero no es aún del todo “estatista”.


El vivere civile, la concordia que puede lograrse bajo el gobierno de un príncipe o de los conductores de una república, exige de los ciudadanos, a juicio de Maquiavelo, su entrega total a ese bien público que es la libertad y seguridad de la comunidad de pertenencia, de la patria. Si no se dan esa libertad y esa seguridad de la patria (siempre sujetas, por lo demás, a la precariedad de todas las cosas humanas) no hay vivere libero posible. Y aquella libertad y seguridad que permite el vivere civile y el vivere libero, por razón de su precariedad, dependen de la duración que el príncipe o los conductores de una república puedan generar desde el ejercicio del poder. Por lo tanto, cuando se trata de la salvación de la patria, “no cabe detenerse por consideraciones de justicia o de injusticia, de piedad o de crueldad, de gloria o de ignominia. Antes y sobre todo, lo indispensable es salvar su existencia y su libertad”[37]. Esto es, la vieja máxima romana: salus populi suprema lex, la salvación del pueblo es la ley suprema. Esta postura de Maquiavelo dio lugar a que Federico Meinecke considerara al florentino, “un pagano que no conocía el miedo del infierno”[38], como el primer teórico de la razón de Estado[39]. Lo que teoriza Maquiavelo, en realidad, es otra cosa: cuál es el imperativo moral del político, distinto del mandato moral del hombre común. Lo stato todavía no es el Estado, esto es, una máquina impersonal, cuyo dínamo es la soberanía y cuyo brazo la norma positiva elaborada por los legistas. Lo stato es todavía el gobernante, sus ministros y consejeros, en lo posible con buenas leyes y buenas armas (cap. XII) para mantener la seguridad exterior (la libertad) y la vida cívica armónica en lo interno. Maquiavelo ha leído en Aristóteles que la virtud del buen ciudadano y la virtud del individuo probo no son idénticas sino diferentes. No se las puede considerar mutuamente armónicas[40]. Uno es el comportamiento de los individuos según su propio carácter, su éthos[41], su manera de ser adquirida a través de los hábitos y que se convierte en una especie de segunda naturaleza, por la cual somos fieles, generosos, cordiales, y nos sentimos impelidos a serlo. Ésta es la virtud privada. La virtud cívica, en cambio, se refiere a las costumbres, las mores, que regulan nuestro comportamiento en tanto miembros de una comunidad política que debe asegurar su continuidad. En el gobernante, volviendo a Aristóteles, el ideal sería que se manifestasen en conjunto las virtudes privadas y las cívicas; esto es, que fuese probo y prudente a un tiempo; pero lo exigible al gobernante es que cumpla con su deber político de prudencia. Siendo diferentes, pueden entrar en colisión las virtudes privadas con las cívicas. La traición, la doblez, la mentira, son claramente faltas contra las virtudes privadas. Pero, en el gobernante, debemos aceptar que, en nombre de la salus populi, y en defensa del conjunto, pueda mentir o faltar a su palabra. Como vemos, los consejos de Maquiavelo al príncipe tienen fuentes clásicas, reforzadas con la inmemorial práctica política “maquiavélica” a la que ya nos hemos referido.


Maquiavelo, entonces, no es inmoral ni amoral en su planteo. Plantea una moral específica del político, que suele chocar con nuestro preceptos éticos privados. Va más lejos aún, ya que afirma –aunque no lo haga directamente en “El Príncipe”- que la ética proveniente del cristianismo no resulta apta para el gobernante, ni cree, por su experiencia, que los gobernantes cristianos la hayan aplicado mayormente. Propugna una moral política con raíces en la antigua Roma, en la que agrupa valores como el coraje, el orden, la disciplina, la fuerza, la justicia y la afirmación propia de cada stato. La caridad, la misericordia, el sacrificio, el amor al enemigo, pueden ser valiosos en lo privado, pero no sirven para gobernar. “Enseñando nuestra religión la verdad y el verdadero camino, hace que se estimen poco los honores mundanos; pero los gentiles, estimándolos y considerándolos como el verdadero bien, aspiraban a ellos enérgicamente (...) nuestra religión ha glorificado más a los humildes y contemplativos que a los activos. Ha colocado el bien supremo en la humildad, en la abnegación, en el desprecio de las cosas humanas, mientras la antigua lo ponía en la grandeza de ánimo, en la fortaleza del cuerpo y en cuanto podía hacer a los hombres enérgicos. La fortaleza que nuestra religión exige es para que resultes apto para sufrir, no para emprender grandes acciones”[42]. La contraposición pagano/cristiana es, en este pasaje, brutalmente simplificadora, ignora matices y excepciones y muestra la idealización por momentos ingenua que Maquiavelo, influido por el espíritu de su tiempo, que pretendía “recuperar” la Antigüedad, realiza de la Roma republicana. Pero también la cita ilumina sobre las cualidades que Maquiavelo consideraba constitutivas de la virtù del gobernante y del ciudadano. El florentino distingue entre la ética individual, donde se aplican los dictados evangélicos, y la moral propia del político, enderezada a la grandeza de la comunidad política y donde se aplican los antiguos preceptos enderezados a mantener el poder y evitar la ruina colectiva. Entre estos últimos, Maquiavelo incluye la religiosidad. La religión mantiene el orden en lo stato y contribuye al vivere civile. Maquiavelo lamenta que en su tiempo no se observen en Florencia y demás repúblicas y principados italianos ni la religión, ni las leyes ni se estime la milicia ciudadana, pilares los tres de lo stato. Como se ve, la religión tiene en el florentino un papel de instrumentum regni, de medio para mejor gobernar a través del conjunto de valores y creencias que transmite, y por los cuales se alcanza la cohesión social. El mismo príncipe ha de ser piadoso, o fingir serlo. “Deben, pues, los gobernantes de una república o de un reino mantener los fundamentos de la religión que allí se profese y, con esto, les será fácil mantener piadosa la comunidad y, por ello, buena y unida. Deben favorecer y acrecentar todo lo que contribuya a favorecer la religión, aunque la estimaran falsa, tanto más cuanto más prudentes y conocedores de las cosas del mundo aquellos gobernantes sean”[43].


Nicolás Maquiavelo nació en Florencia el año 1469. A los veintinueve años fue elegido secretario de la Segunda Cancillería y, luego, secretario del Consejo de los Diez, que dirigía la guerra y los asuntos exteriores de la república. Desempeñó diversas misiones diplomáticas y, en 1512, cuando el retorno de los Médici al poder, fue desterrado a los alrededores de Florencia y, más tarde, encarcelado por supuesto conspirador y sometido a tortura. En el año 1513 se retiró a una vieja propiedad familiar –l’Albergaccio-, en Sant’Andrea in Percussina, cerca de San Casciano. Mientras explota la leña de los bosques de su predio y bebe y juega al backgammon discutiendo a los gritos en la posada pueblerina, escribe por las noches los “Discursos sobre la Primera Década de Tito Livio”[44]. Sobre estos materiales redacta aquel año “El Príncipe”, en lengua toscana. Originariamente llevaba por título “De Principatibus” (Sobre los Principados). También en latín figuraban los títulos de los capítulos. Aquella denominación de la obra recuerda vagamente a la de Aristóteles -la “Política” debería traducirse “De las cosas políticas”, ya que se trata de un sustantivo neutro en número plural y caso genitivo. Pero luego, nuestro autor lo individualizó modernísticamente en la figura de “El Príncipe”. Se trata de un “pequeño volumen reducido”, como lo llama su propio autor[45]. La obra, destinada a ganar el favor de los Médici, iba a estar dedicada originariamente Juliano de Médici, tercer hijo de Lorenzo el Magnífico y hermano del papa León X, que ese mismo año 1513 había subido al solio pontificio, habiendo sido Maquiavelo liberado de la prisión por los festejos que siguieron a esa elección. Pero la muerte del destinatario obligó a que la dedicatoria fuera reescrita a favor del “Magnífico Lorenzo de Médici”, llamado el Joven, duque de Urbino, que se supone con fundamento jamás llegó a leer la obra. Circuló ésta manuscrita hasta la muerte de su autor, en 1527, a los cincuenta y ocho años. Apareció impresa en 1531. La capacidad de síntesis y de formulación de sentencias y aforismos destinados a universalizarse hacen del “pequeño volumen” una obra singular. El autor no lo consiguió del mismo modo en su proyecto más ambicioso, los “Discursos...”, donde sin embargo también destella su penetración. El destino de “El Príncipe” no deja de resultar asombroso, ya que de opúsculo redactado de prisa para uso de los momentáneos vencedores, y publicado luego de la muerte de su autor, llegaría convertirse en clásico inagotable. Verá el lector que el genial florentino, en toda su vasta ejemplificación histórica, ignora las consecuencias del descubrimiento de América, a pesar de que uno de sus conspicuos convecinos fue, justamente, Américo Vespucio. Advertirá también que en el último capítulo (XXVI) se exhorta a recuperar Italia de los nuevos bárbaros. Estos bárbaros, por anacrónica resonancia del uso romano, son los franceses, españoles, suizos y todos aquellos que pisaban la península desde que el milanés Ludovico el Moro, en 1494, llamara intervenir al rey francés, poniéndose así fin a las bellas guerras posicionales de los condottieri. La Italia de la invocación maquiaveliana llegaba a abarcar una pequeña parte de la actual: Florencia y la Toscana, Lombardía, la Romaña, Nápoles y la Roma de los papas. Allí quería Maquiavelo que se erigiese un principado o una confederación de repúblicas que fuera a imagen de las monarquías de Francia y España. Murió el 22 de junio de 1527, descreído de ese sueño.-

Nota: las citas de “El Príncipe” están tomadas de “Il Principe-Scritti Politici”, preentazione di Luigi Fiorentino, ed. Mursia, Milano, II ed., 1973. Las de los “Discursos...” de “Discorsi sopra la prima deca di Tito Livio”, postillati de Giueseppe Finzi, G.B. Paravia, Torino, 1926. Las traducciones son del autor.


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[1] ) “Niccolò Macchiavelli e i suoi tempi”, 4ª edizione postuma, a cura di Michele Scherillo, Ulrico Hoepli, Milano, 1927. La primera edición es de 1877/80 y su lectura resulta aún hoy imperdible para cualquiera que pretenda penetrar en el universo maquiaveliano
[2] ) “Gratias agamus Machiavello et huiusmodi scriptoribus, qui aperte et indissimulanter proferunt quid homines facere solent, non quid debeant”: demos gracias a Maquiavelo, y a los escritores de su tipo, que abierta e indisimuladamente dieron a conocer lo que los hombres habitualmente hacen, y no lo que deberían hacer. En “De Augmentis Scientiarum”, lib. V, cap. II, según Villari, op. cit. t. II, p. 195, n. 2
[3] ) Con el adjetivo “maquiaveliano” nos referimos objetivamente a lo perteneciente a la vida y obra del florentino, reservando el similar “maquiavélico” a la acepción por mala parte, subjetiva y peyorativa: modo de proceder con doblez y perfidia
[4] ) En los “Discursos Sobre la Primera Década de Tito Livio”. I, 25, nuestro autor dice “la generalidad de los hombres (...) las más de las veces se mueven más por las cosas que parecen que por las que son”. Téngase en cuenta que la “primera década” del título se refiere a los primeros diez libros de la obra de Tito Livio.
[5] La traducción de Leonardo Aretino de la “Política” aristotélica, de mejor calidad que la antigua de Guillermo de Moerbecke, utilizada por Santo Tomás de Aquino, fue realizada en Florencia y reproducida en imprenta a partir de 1497, por el famosos editor veneciano Aldo Manucio.
[6] ) Citado en Juan Beneyto, “Historia de las Doctrinas Políticas”, M. Aguilar editor, Madrid, 1948, p. 246.
[7] ) W.D. Ross, “Aristóteles”, ed. Sudamericana, Bs. As. 1957, p. 336
[8] ) “Política”, Libro I, 1252b
[9] ) “Política”, Libro I, 1252a
[10] ) Así se expresa en la dedicatoria de “El Príncipe” al Magnífico Lorenzo de Médicis.
[11] ) También Aristóteles, por su lado, no se privó de incurrir en aforismos “maquiavélicos”, como cuando aconseja a los demagogos, en las democracias, declararse amigos de los poderosos, y a los dirigentes de las oligarquías, por su lado, declararse amigos del pueblo (“Política”, 1310ª)
[12] ) Robert Lenoble, “Histoire de l’idée de Nature”, ed. Albin Michel, París, 1969, p. 280
[13] ) “El hombre de Maquiavelo es ‘naturaleza’ y, como tal, obedece a leyes fijas en una realidad objetivamente inmutable” (Luigi Fiorentino, introducción a “Il Principe-Scritti Politici”, ed. Mursia, Milano, 1973, 2ª. ed, p. 6. Id. Luis A. Arocena, “El Maquiavelismo de Maquiavelo”, Seminarios y Ediciones SA, Madrid, s/f, p. 14 y 41. Puede consultarse al respecto, con provecho, el excelente “Una Tesis sobre Maquiavelo”, de Vicente Gonzalo Massot, ed. Struhart, Buenos Aires, 1986
[14] ) Carta a Francesco Vettori del 31 de enero de 1515, en “Cartas Privadas de Nicolás Maquiavelo”, traducción y notas por Luis A. Arocena, EUDEBA, Bs. As. , 1979, p. 173
[15] ) “Discorsi...”, Lº I, cap. III
[16] ) “Discorsi...”, Lº I, cap. XXX
[17] ) “Discorsi..., Lº I, c. XXVII
[18] ) El sabio centauro Quirón, que en el relato mitológico es maestro de Aquiles, representa alegóricamente la educación plenaria, que debe dirigirse al mismo tiempo al alma y al cuerpo.
[19] ) “Ricordi politici e civili”, ed. Palmarocchi, Bari, 1933, p. 225
[20] ) En carta a Francesco Guicciardini del 17 de mayo de 1521; ver “Cartas Privadas de Nicolás Maquiavelo”, traducción y notas por Luis A. Arocena, EUDEBA, Bs. As. , 1979, p. 201.
[21] ) Clément Rosset, “La Antinaturaleza”, Taurus, Madrid, 1974, p. 194
[22] ) Del latín stare, literalmente lo que está derecho, firme. Maquiavelo utiliza la expresión stato todavía con minúscula inicial., en el inicio del capítulo I: “Todos los estados....”
[23] ) “Porque aquél que es violento para destruir, y no el que es violento para reparar, debe ser reprobado”, “Discorsi...”, Lº I, cap. VIII
[24] ) Platón, “Protágoras”, 320c y sgs.
[25] )”Discorsi...”, Lº II, cap. I
[26] ) “Discorsi...”, Lù II, cap. XXIX
[27] ) “Ricordi....”, p. 290/91
[28] ) Platón, “República”, 389b
[29] ) T.B. Macaulay, “Saggio sul Macchiavelli”, Milano, Bietti, 1938, p. 11
[30] ) Ver el estudio introductorio de Carlo Morandi a la obra de Giovanni Botero, “Della Ragione di Stato”, Licinio Cappelli editore, Bologna, 1980, p. XVIII. Consultar, asimismo, Michel Senellart, “Machiavélisme et Raison d’État”, PUF, 1989. Debe señalarse que la expresión “razón de Estado” no se encuentra en ningún texto de Maquiavelo.
[31] ) Heinrich Zimmer, “Filosofías de la India”, EUDEBA, 1965, p. 41
[32] ) Max Weber, “Le savant et le politique”, 10/18, Paris, 1959, p. 177
[33] ) Lao Zi (Lao Tse), Tao Te King, Barral, Barcelona, 1956, cap. 65, p. 85; Han Fei Zi “El Arte de la Política (los hombres y la ley)”, Tecnos, Madrid, 1998, p. 172.
[34] ) “Discorsi...”, Lº I, XXX
[35] ) “Istorie Fiorentine”, VI, 18
[36] ) “Discorsi...”, Libro I, cap. XXXVII
[37] ) “Discorsi...”, Lº III, cap. XLI
[38] ) “La Idea de la Razón de Estado en el Estado Moderno”, Instituto de Estudios Políticos, Madrid, 1959, p. 31
[39]) Expresé más arriba que no comparto esta afirmación de Meinecke. En ningún lugar habla Maquiavelo de la razón de Estado. La expresión ratio status era utilizada por los juristas desde el siglo XII, aunque el sentido del status medieval fuese diferente del sentido de “estado” de la modernidad, que aparece ese sí, por primera vez en Maquiavelo En cambio, la idea de “razón de Estado” aparece como tal en las obras doctrinarias antimaquiavelianas, como la de la Giovanni Botero, fundándose en la necesidad de explotar intensivamente los recursos materiales y humanos, sobre una impostación económica. El tema exigiría desarrollos más extensos que los que aquí pueden realizarse.
[40] ) “Política” 1276b/1277b
[41] ) Éthos con la letra griega inicial “éta”, ηθος , que significa carácter, manera de ser, de donde viene la palabra “ética”. En cambio, êthos con la letra griega “épsilon” inicial, εθος , significa costumbre, que se vierte al latín como mos (plural, mores), de donde deriva la expresión “moral”. La ética se aplicaría a la virtud privada; la moral a la virtud cívica.
[42] ) “Discorsi....”, Lº II, cap. II
[43] ) “Discorsi....”, Lº I, cap. XII
[44] ) Carta a Francesco Vettori del 10 de diciembre de 1513, en “Cartas Privadas...”. p. 115/120
[45] ) En la dedicatoria al Magnífico Lorenzo de Médici



RECADITO DE MAQUIAVELO (II)

El gobernante "sobre todo debe evitar hacerse odioso y despreciable"

El Sacristán y lady Cri Cri deberían prestar atención a esta observación del florentino. Que algo sabía el hombre...



RECADITO DE MAQUIAVELO (I)


"El usar palabras ofensivas contra el enemigo nace las más de las veces de la soberbia que la victoria engendra o de la falsa esperanza de vencer, falsa esperanza que hace errar a los hombres no sólo en lo que dicen, sino también en lo que hacen, porque al penetrar en su corazón les hace traspasar los justos límites y perder con frecuencia la ocasión de conseguir un bien seguro por ambicionar otro mayor, pero incierto".


Esto dice Maquiavelo y debería oír Chávez: "¡Yanquis de mierda, váyanse al carajo!". ¿O era "¡yanquis del carajo, váyanse a la mierda!"?

lunes, septiembre 08, 2008

PALIN

Escribe Giuliano Ferrara en "Il Foglio":

L’attacco a Sarah Palin è partito subito: automatico, ideologico, risentito. E’ stato particolarmente violento, sessista, moralista. “Non si può avere una quantità di figli e lavorare per il paese”. “Non si può andare in ufficio tre giorni dopo il parto”. “Forse il figlio Down non è suo”. “Praticate l’astinenza che predicate per i teenager, invece di fare figli a diciassette anni”. Insomma: bestiale, e anche grottesco per un liberalismo e un femminismo che dovrebbero per lo meno simpatizzare con una storia di donna che in politica si è fatta da sola contro una legione di vecchi notabili maschi e potenti. E’ indizio di paura, un attacco simile. E ha determinato una svolta molto rilevante nella campagna, almeno allo stato delle cose, mettendo completamente in ombra Obama, che insieme a pochi, valorosi cerimonieri e opinionisti democratici, ha messo in guardia i suoi: giù le mani da Sarah e dal suo fascino elettorale, deficienti.
El escándalo progre -ver Tomás Eloy Martínez, "La Nación", 6 de septiembre- resulta de que una chica de 17 años, embarazada, tenga el hijo con el apoyo de su familia, y no aborte...