jueves, septiembre 25, 2008




UNA TAREA PARA GARZÓN

Remontemos nuestro recuerdo al Paleolítico superior. Por entonces, en Europa, con vestigios que se encuentran desde España hasta Ucrania, convivían dos especies de hombres, afines pero distintos. Uno es el que llamamos Hombre de Neanderthal. Otro, el que llamamos Hombre de Cromagnon. Los neandertales eran más pequeños de estatura, de lóbulo frontal prominente, nariz ancha y mentón huidizo. Poseían una elevada capacidad craneal, enterraban a sus muertos, cuidaban a los heridos y enfermos, demostrando en ello habilidad, fabricaban herramientas y desarrollaban su arte. Los cromañones tenían una conformación craneana parecida a la nuestra, eran más altos y nos han quedado también restos de sus herramientas y de sus manifestaciones artísticas. Se supone que esta cohabitación pudo durar unos diez mil años. Seguramente se comunicaron y hasta comerciaron entre ellos. Los estudios genéticos actuales demuestran que eran dos especies con genomas diferenciados en sus secuencias. Si se unieron entre ellos, pues, sólo pudieron nacer de allí híbridos. En algún momento del Paleolítico superior, los neandertales desaparecen y sólo señorean a partir de allí los cromañones, antepasados directos del homo sapiens sapiens, es decir, de nuestra especie. Se han ensayado diversas explicaciones sobre la desaparición de los neandertales. La más probable es que hayan sido exterminados por los cromañones, que desarrollaron armamento y técnicas guerreras superiores. A veces se utiliza el circunloquio de “perdedores en la competencia ecológica” para señalar por qué unos sobrevivieron y otros no. Pero, con esto, sólo estaríamos explicando el exterminio de los neandertales atribuyéndolo a una lucha por los recursos. Por un lado, abonan la teoría del exterminio los procederes violentos a que el linaje de los cromañones ha echado mano repetidas veces desde el paleolítico hasta aquí: el arma más peligrosa que el homo sapiens ha inventado es el propio homo sapiens. Por otra parte, si se examinan las descripciones que a lo largo de la historia se han realizado de los neandertales, se verá que se los pinta como Untermenschen, subhombres, cuyo destino era desaparecer (sabemos muy bien adónde conduce este tipo de discurso). En definitiva, parece que nuestra especie viene de un genocidio inicial: el cometido por los cromañones, nuestros antepasados, respecto de los neandertales, nuestros primos genéticos, de los cuales no ha quedado descendencia que por ellos hable. Un crimen imperdonable e imprescriptible, casi perfecto, porque los únicos que podemos plantearlo somos los descendientes de los asesinos, con cierta natural tendencia a pasar por alto, disimular o justificar torcidamente la mano airada de nuestros antepasados. Somos jueces y parte, y nos inclinamos a autoabsolvernos, porque ya dice gráficamente el refrán español: quien a sí mismo se capa, buenos cojones se deja. Tan sólo una persona, en la presente humanidad, me parece que puede, con libertad íntima e independencia práctica, tomar sobre sus hombres la tarea de enjuiciar lo que pasó allá lejos, en el Paleolítico. Me refiero al juez de la Audiencia Nacional de España, don Baltazar Garzón (en cuya jurisdicción territorial, por otra parte, se encuentran suficientes vestigios, como los de la Cueva del Castillo, por citar alguno). Ello le permitiría, llegado el caso, procesar a la entera humanidad, siquiera por encubrimiento en sus integrantes actuales, lo que podría considerarse el culmen insuperable de la actividad de un juez del crimen. Y quizás llegaría hasta ordenar su captura, lo que presenta no pocos inconvenientes prácticos, aunque a don Baltazar ya algo se le ocurrirá al respecto.

Lo importante es lavar de una buena vez nuestro maltrecho honor de hijos de cromañones. Tarea, únicamente, para Garzón.-

LUIS MARÍA BANDIERI

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