miércoles, julio 30, 2014
AD PATRES
Se nos fue Arturo Goetz, viejo compañero del Nacional Buenos Aires, economista hasta los cincuenta, actor hasta su muerte. Había estudiado en Oxford y participó en organismos internacionales, pero su vocación estaba en el teatro y en el cine. Excelente recitador de Shakespeare, en el cine personificó, entre otras cosas, impecablemente a un abogado y en el teatro, en "Criaturas del Aire", a una especie de doctor Mengele sin fisuras. Adiós, amigo
martes, julio 29, 2014
BYE BYE BARING (VIII y IX)
Última entrega de la serie sobre Baring y la deuda, que muestra qué poco ha cambiado en tanta agua pasada...
Última entrega de la serie sobre Baring y la deuda, que muestra qué poco ha cambiado en tanta agua pasada...
No
fue con aquel empréstito de 1824, finiquitado en 1901, con el que nos
despedimos de la casa Baring. Tuvimos con ella, en realidad, un largo romance
financiero, con peleas y reconciliaciones, hasta que un día, hace poco, cuando
ya era apenas un recuerdo de los últimos memoriosos, Nick Leeson, un yuppie de
suburbio, hundió ese refugio de la sangre azul de las finanzas (que había
sobrevivido incólume a los requerimientos de cinco generaciones de argentinos,
lo que ya es decir), a fuerza de maniobras que las revistas especializadas
llaman straddles y derivatives [1].
El
15 de junio de 1824, cuando Félix Castro había apenas desembarcado en Londres,
y John Parish Robertson veía acercarse a buen puerto sus trabajos de
internediación en el primer empréstito, sir Alexander Baring, first Baron of
Ashburton, firmaba con otros 117 banqueros y comerciantes una petición que sir
James Mc Intosh leería en la Cámara de los Comunes, instando a George Canning a
reconocer la independencia hispanoamericana. Pocos días más tarde, se firman
los documentos del primer empréstito, historia no muy afortunada en cuanto nos
toca, salvo su aplicación a financiar la guerra con el Brasil, y tampoco
demasiado brillante para los primeros suscriptores londinenses, que debieron
aceptar un "agujero negro" en el pago de 1828 a 1844. En 1866,
Norberto de la Riestra, en nombre del gobierno del general Mitre, contrata el
segundo empréstito con la Baring, muy trabajosamente colocado, por £ 200.000, que consumió la guerra del
Paraguay. Pertenece a la paradójica congruencia del mundo financiero, no
siempre comprensible desde otros enfoques, anotar que el Brasil la financió con
un empréstito de su proveedor tradicional, la banca Rothschild, y que el Paraguay
de Francisco Solano López había ya acudido a la misma famosa casa [2] para
proveerse del suyo, en 1865, por valor de £ 5.000.000, con vistas al esfuerzo
bélico propuesto: l'argent fait la guerre,
hacen decir a Napoleón [3]. En 1868, la Argentina contrató un tercer empr-estito
con la Baring, por un valor nominal de £ 2.500.000, de las cuales llegaron el
70%: 1.735.000.
Saltemos
unos años. Estamos en 1880. Don Vicente Fidel López es presidente del Banco de
la Provincia de Buenos Aires. Eduardo Madero, uno de los directores. Madero
tiene muy buenos contactos con la Baring, especialmente con su cabeza de aquel
entonces, Edward Charles Baring, first Baron of Revelstoke (los Baring llegaron
a reunir tres títulos nobiliarios). Lucio Vicente, el hijo del viejo Vicente
Fidel que escribirá m s tarde "La
Gran Aldea", está por partir a Inglaterra, y Madero, a pedido del
padre, lo provee de cartas de presentación para la casa de Bishopsgate Street
8. La correspondencia entre López viejo en Buenos Aires y López mozo en Londres
es muy interesante. El padre le cuenta los terribles días del alzamiento de
Tejedor, con un gobierno "de adentro" y otro "de afuera". Y
por allí le dice: "háblale al sr. Baring de la gran adhesión de mi padre,
y mía, a su casa por los grandes servicios que el país le debe desde 1824.
Cuéntale que aunque mi padre peleó contra Beresford y Wittelok (sic), y fue
herido, cuando viejo decía que habíamos hecho una barbaridad, porque ¨¿dónde
estaríamos si desde entonces hubiésemos sido colonia inglesa? Claro es que te
lo digo como episodio humorístico de la conversación, y no como arrepentimiento
serio" [4]. La opinión sobre la Baring del hijo de la autor del Himno y
del "Triunfo Argentino", poema sobre las invasiones inglesas, era
compartida por casi toda nuestra clase dirigente de entonces. Y apuntemos, de paso,
que Eduardo Madero, tres años m s tarde, podrá
iniciar las obras del puerto, superando la propuesta de su rival el
ingeniero Huergo, sobre todo por la financiación obtenida de los Baring.
Vicente Fidel López
Las primeras manifestaciones antibritánicas intensas, como no las hubo cuando el bloqueo en la ‚poca de Rosas, fueron a causa de la crisis del 90. Contar la historia de aquella crisis y el casi desmoronamiento de la Baring, llevaría otros tantos artículos. Contentémonos con un simple resumen. Cualquiera que tenga algunos años habr vivido y sufrido en carne propia la impresionante dedicación de nuestro país a los experimentos monetarios. En 1887, dentro de esa constante nacional, se establecieron los "bancos libres", que podían emitir papel moneda y debían, en teoría, entregar oro al gobierno a cambio de títulos públicos que respaldarían los billetes. Fue un carnaval de balances falsos, emisiones clandestinas, billetes supuestamente quemados que seguían circulando y préstamos incobrables a los amigos políticos. Nada nuevo, como se ve. A eso se le sumaban los Bancos Hipotecarios, nacional y provincial que, también en teoría, emitían cédulas al deudor por el valor de tasación de su tierra y éste podía negociarlas en el mercado abierto, tan abierto que se expandió a Europa. Pero, las tasaciones, no siempre de buena ley, crearon una inmensa especulación en los precios de los bienes raíces, la que incitó a los deudores, en su mayoría no colonos chacareros -para quienes en los papeles se habían creado las cédulas- sino propietarios de vastas extensiones, a jugar a la baja, para terminar pagando el crédito con moneda depreciada. Ello sin contar las cédulas emitidas sin la hipoteca o a favor de muertos y personas inexistentes. En la Bolsa, por fin, todo el mundo especulaba locamente con el oro. Era la Argentina de Juárez Celman, de los inmigrantes por doquier y del mantillo donde fermentaría la Unión Cívica. La euforia argentina era compartida por los extranjeros que hacían fabulosas diferencias en poco tiempo. Entre 1888 y 1889, el 25% de las nuevas emisiones en la plaza financiera de Londres corresponden a empresas en la Argentina. Entraban más bienes y dinero que lo que se exportaba: en algún momento, los acreedores extranjeros cesarían de prestar y querrían cobrar. Peor, cobrarse en oro.
Algo
parecido ocurrió en nuestro siglo, avanzados los 70, cuando los bancos,
atiborrados por el dinero que les caía a pala proveniente de las plusvalías del
petróleo disfrutadas por los socios de la OPEP, se lanzaron a prestarlo al
entonces llamado Tercer Mundo, donde, las más de las veces, se lo despilfarró
en proyectos alocados, en comprar armas de todo tipo, o pasó directamente a las
cuentas que en Suiza o en las islas Caimán poseían los infatigables líderes de
los pueblos oprimidos, junto a sus cortesanos de confianza. Un día, los saudíes
comenzaron a exigir el retorno de sus inversiones, los bancos descubrieron que
sus prestatarios no eran confiables, México, que en este tipo de crisis suele
jugar el papel de gallo madrugador, se despertó un día proclamando su insolvencia,
y todo el mundo comenzó a oír hablar de una cosa llamada "deuda
externa". En la Inglaterra de la vieja Victoria, emperatriz de la India,
después de la fiesta de bonos, de títulos, de compañías a crear y engordar en
el Río de la Plata, un día comenzó la duda y la corrida. Sólo la fiel Baring,
piloteada por barón de Revelstoke, seguía creyendo sin fisuras. En abril de
1890, cuando las manifestaciones de los "cívicos" sacudían Buenos
Aires, la Baring contrata con la "Buenos Aires Water Supply & Drainage
Co" y la "Buenos Aires Waterwork" un empréstito de 25.000.000
millones de pesos oro para las obra de salubridad porteñas. Sin embargo, la
desconfianza ya había cundido entre los inversores, no se logra colocar buena
parte de la emisión, que queda en cartera de la Baring, y ésta obligada como underwriter. La Argentina, sacudida por
la revolución de julio, entra en cesación de pagos; en 1891, los dos
principales bancos, el de la Nación y el de la provincia de Buenos Aires,
cierran sus ventanillas. Y a Bishopsgate Street 8 le llegó también la noche. El
Banco de Inglaterra se lanzó, tardíamente, a sostener a la vieja casa, para que
todo el edificio financiero no se viniese abajo, pero se dio cuenta que no le
alcanzaban los fondos. El gobierno británico comprometió reservas del Tesoro
-diecisiete millones de libras- para sostener al Banco de Inglaterra, que
intentaba sostener a la Baring. En un momento, parecía que todo se venía abajo.
Se habló de intervenir militarmente con los casacas rojas, unidos a los
norteamericanos, para poner orden y extraer recursos de los díscolos sudacas
del Río de la Plata. Hasta se llegó a mandar un barco de guerra para defender a
los galeses, supuestamente a punto de ser sacrificados. El marqués de
Salisbury, al frente del Foreign Office, se negó a esos pedidos: dijo
textualmente que la reina Victoria no se iba a convertir en "la Divina
Providencia de Sudamérica". Se formó un pool de banqueros internacionales presidido por Lord Rothschild
(refinado desquite de una vieja casa sobre otra similar en desgracia), para
cumplir, en cierto modo, el papel que jugó Jacques de Larosière desde el FMI
cuando la crisis de la deuda externa en 1982. Pellegrini [5] giró a la Baring
todo nuestro stock en oro, acto que puso en quiebra a los bancos que todavía
aguantaban. Don Victorino de la Plaza viajó a Londres para ofrecer sangre,
sudor y lágrimas (en Buenos Aires, el diario de Mitre decía mientras tanto que
si la Baring había hecho un mal negocio, sobornando de paso a medio mundo, no éramos
los argentinos quienes debíamos pagarlo; otros rescataron una frase de
Sarmiento sobre "la lima de Baring"). No bastaba. En 1893, Juan José
Romero, el ministro de Hacienda de Luis Sáenz Peña, llega a un acuerdo con el
consorcio de acreedores Rothschild.
Nosotros,
entre otras cosas, nos hicimos cargo de la deuda de las compañías de
salubridad, segundo acto que, con el anteriormente referido del giro del oro en
tiempos de Pellegrini, salvó definitivamente a la Baring, pudiéndose decir desde entonces, como en el
tango de Celedonio Flores, que "mano a mano hemos quedado".
Baring
Brothers era una sociedad colectiva, con responsabilidad ilimitada, lo cual hacía
el desastre más denso. El pobre lord Revelstoke fue obligado a renunciar. Su
cuarto hijo, Maurice, luego segundo lord Revelstoke, fue un buen diplomático y
finísimo escritor, amigo de Hilaire Belloc y de Gilbert K. Chesterton. En su
autobiografía -titulada "The Puppet
Show of Memory", El Teatro de Títeres de la Memoria-, que se extiende
por dos tomos, Maurice, que estaba en Eton y tenía dieciseis años cuando el
crack, despacha en estas pocas líneas aquel decisivo episodio:
"En
el otoño [boreal] de 1890, Hugo [su hermano] y yo fuimos a Londres con un largo
permiso. Mis padres pasaban ese tiempo en casa de mi hermana Elizabeth, en
Grosvenor Place, y allí oímos hablar de la crisis financiera de la firma
"Baring Brothers", que estuvo a punto de terminar en un gran desastre".
Nada más. Ejemplo de flema británica con el que se cierra este artículo, antes
de la última entrega.-
[1]
Straddles: contratos a futuro con la
opción de comprar o vender a precios previamente estipulados, apostando a que
un índice bursátil ha de mantenerse en un nivel determinado. Derivatives: arbitrajes de futuro
derivados, que intentan aprovechar las diferencias de precio entre dos mercados.
Un instrumento derivado es un instrumento cuyo valor depende de otro, como
puede ser un bono estatal, una acción de una empresa o el tipo de cambio entre
dos monedas.
[2]
No siempre, sin embargo, los paraguayos acudieron a los Rothschild ante
dificultades financieras. En carta a Josefa Gómez, dirigida desde Burgess Farm
el 4/XII/1864, Rosas le cuenta que unos años antes, en vida de Carlos Antonio
López, su hijo Francisco Solano lo había visitado en su retiro; al mismo
tiempo, "uno de los principales de la casa Baring Hermanos", inquirió
al desterrado si era conveniente, a su juicio, prestarle al joven 40 o 50 mil
libras para que comprase unos vapores, habiéndole dado Rosas seguridades de que
su padre haría honor al préstamo.
[3]
La frase es eficaz, pero en realidad no es de Bonaparte, quien, más poéticamente,
afirmaba que en la guerra como en el amor es indispensable verse de cerca. Que
el dinero, y en cantidades desmedidas, es el nervio de la guerra, lo dijo
Cicerón: nervus belli, pecuniam infinitam.
La frase se atribuye antes a Bión, un filósofo griego nacido en Asia, pero la
versión de Diógenes de Laercio resulta más amplia: el dinero es el nervio de
todas las cosas.
[4]
cf. "Revista Histórica", año 1, nro. 3, p. 179.
[5] Juan B. Justo dijo de él: “tenía el alma de
un cartaginés, y más que un caudillo fue un comerciante”.
BYE BYE BARING (IX y final)
Portada de la primera edición de "El Hombre que está solo y Espera", donde el dibujante José Sebastián Tallón trazó un retrato de Raúl Scalabrini Ortiz
La
Baring, convertida en sociedad por acciones y debidamente monitoreada luego del
desatre del 90, continuó como una reserva de sangre azul en el mundillo, tan
propenso al arribismo, de las finanzas internacionales. Entre 1900 y el
estallido de la Primera Guerra Mundial, 1300 millones de libras esterlinas se
prestaron a gobiernos o se colocaron en empresas en el extranjero. Además de
los también tradicionales Rothschild, otros nombres se sumaron al mercado inglés
del dinero: Lazard, Hambros, Schroeder & Stern, Guinness, etc.
Con
la Argentina, aquellos firmes vínculos trabados desde 1824 con la casa de
Bishopsgate Street n§ 8 se fueron desdibujando, aunque no perdiéndose del todo.
A partir del proceso desatado por la crisis mundial de 1929, el nombre Baring
volvería a pronunciarse entre nosotros, esta vez belicosamente, en nuestras
disputas políticas.
Recordemos
un poco aquella crisis. La bancarrota de Wall Street, el "viernes
negro" del 24 de octubre de 1929, tomó a la Gran Bretaña, acostumbrada
hasta entonces a ser la acreedora del resto del mundo, en el papel de deudora
neto de créditos a corto plazo por 300 millones de libras. La depresión económica
había puesto en la calle a un millón de personas, que en 1931 se convertirían
en dos millones y medio. Al mismo tiempo, se advertía un déficit en el balance
de pagos. La recaudación impositiva se redujo drásticamente, elevándose al
mismo tiempo el costo del seguro de desempleo. El gobierno laborista de Ramsay
MacDonald se encontraba amenazado por la inflación, el caos monetario y la
agitación social. Los proveedores extranjeros de créditos a corto plazo
entraron en pánico y produjeron una corrida al no renovar sus operaciones,
llevándose el dinero. El Banco de Inglaterra intentó en vano obtener fondos en
el exterior, en un momento en que las otras bancas se aferraban celosamente a
sus reservas. La Gran Bretaña, en septiembre de 1931, devalúa la libra en un
30% y abandona el patr¢n oro. En las elecciones de 1932, los conservadores arrasan
a liberales y laboristas. Ese mismo a¤o, la Gran Bretaña abandonó moment
neamente el credo del libre comercio internacional e impuso barreras
proteccionistas. Llamados los miembros de la Commonwealth a la Conferencia de
Ottawa, se establecieron tarifas preferenciales para los integrantes de pleno
derecho del imperio. La Argentina, que integraba extraoficialmente dicho
imperio por la vinculación de su comercio exterior con el mercado inglés (el
90% de sus exportaciones eran, entonces, de cereales y carnes; el 96% de la
carne enfriada argentina lo compraba el mercado inglés), se encontró, luego de
Ottawa, económicamente a la intemperie. Habíamos abandonado también el patrón
oro, e instaurado el control de cambios, pero, para comprar manufacturas en el
exterior se necesitaban divisas, y las divisas se obtenían sólo de nuestras
colocaciones en granos y carnes. Estas últimas, especialmente, parecían
quedarse sin mercado. Por otra parte, en Inglaterra, las viudas, los militares
retirados y los pequeños inversores que confiaban en la renta puntual sus
cupones accionarios de los ferrocarriles angloargentinos, vieron cortados
bruscamente sus ingresos por nuestro control de cambio, que impedía remesas en
oro. Con 450 millones de libras invertidas en el país, los británicos también
estaban preocupados. Como se sabe, una misión encabezad por el vicepresidente,
Julio A. Roca (h), Julito Roca, viajó a la isla y celebró el Convenio de Londres,
más conocido como Pacto Roca-Runcimann, el 27 de abril de 1933.
Scalabrini investiga
Durante
esos años, sacudida nuestra relación con el imperio por la crisis económica, y
puestas al descubierto, pues, nuestras debilidades como hijos adulterinos de la
Commonwealth, no protegidos en su área
de librecambio reservado, un vasto movimiento político y cultural, englobable
bajo el rótulo general de "nacionalismo", comenzó a remover nuestro
pasado, es decir, la historia recepta más o menos acríticamente aceptada hasta
entonces, para averiguar por qué estábamos así. El nacionalismo extrajo de ese
ejercicio revisionista, la conclusión que el imperio imperio británico, desde
los inicios de nuestra vida independiente, había impedido que se levantara a
orillas del Plata la gran nación que estaba prometida en nuestro destino.
En
ese trabajo de investigación, se destacó Raúl Scalabrini Ortiz, un hombre joven
(había nacido casi al filo del siglo, en 1898), bajo de estatura, torso de
boxeador, frente amplia, mirada firme en los ojos oscuros y gran despeje
intelectual. Aunque correntino de origen, creía encontrar en Buenos Aires y en
el porteño, hijo no de sus padres sino del "espíritu de la tierra",
los prototipos de un nuevo curso de la nacionalidad. Aplicó su lucidez y claridad
a un intento de desenmarañar las cuentas con el imperio inglés. En algún
momento, creyó haber encontrado la clave: el endeudamiento. Por obra y gracia
del pacto Roca-Runcimann, 9 millones de libras bloqueadas en la Argentina por
el control de cambios se convirtieron se convirtieron en un empréstito de
desbloqueo por 13 millones de libras en bonos emitidos por el gobierno
nacional, a pagar en 20 años. Scalabrini viajó a las fuentes: el empréstito
Baring de 1824. En 1936, en un folleto de FORJA aparece la primera redacci¢n de
"Política Británica en el Río de la Plata". La ecuación scalabriniana
fue empréstito = sujeción. El empréstito había sido y era el arma absoluta del
dominio imperial. Y el origen de todo tenía un nombre y -junto al séquito
nativo- una responsable: la casa Baring.
El
nacionalismo creyó, por aquellos años, que bastaba para el despegue de la
"grande Argentina", hasta entonces sometida al dominio inglés,
retomar el manejo del comercio exterior y salir de la rueda del interés
compuesto de los empréstitos externos, entendidos como máquinas de colonizar.
El
esquema scalabriniano, cierto en los detalles, erraba sin embargo en el
conjunto. Como sospechara Bruno Jacovella, el nacionalismo en general, y
Scalabrini con él, habían encontrado en el imperio inglés el mito del Gran
Seductor y Gran Culpable, que impide con malas artes a la muchachita de
extramuros una vida plena, honrada e independiente. En 1947 se firma el
Convenio Andes y se compran los ferrocarriles argentinos con libras bloqueadas,
de las que éramos acreedores, que aparecen como un empréstito inglés al país
(Gran Breta¤a nos pagaba así por adelantado exportaciones y nos reconocía otros
gastos). El "espíritu de la tierra", según Scalabrini, encarnado en
quienes proclamarían en 1949 la "independencia económica", mostraba
también una irrefrenable tendencia a endeudarse afuera. En 1945 teníamos un
saldo acreedor de 1697 millones de dólares
y 290 de la misma moneda como de deuda externa, la que fue abonada en su casi
totalidad con aquella acreencia. En 1955, debíamos 757 millones de dólares.
Cuenta que hemos ido acrecentando incesantemente hasta hoy. La única diferencia
es que ahora no hay un solo acreedor, el imperial, ni la Baring, señora bien
muy venida a menos, es su comisionista.
El videojuego financiero
Lo
que se juega en las finanzas internacionales de nuestro tiempo es un videogame
en realidad virtual, desde las pantallas de las computadoras, destellando
veinticuatro horas al día, donde todo el mundo muestra tendencia hacia la
irresponsabilidad y donde la "racionalidad" proclamada no se ve. La
crisis de la deuda externa de 1982 demostró que eran igualmente irresponsables
los bancos prestamistas y los gobiernos y empresas prestatarias Todos los días,
otros tantos Nick Leeson hacen transitar por las pantallas del videojuego entre
dos y tres billones de dólares, de los cuales apenas el 1% corresponde a
transacciones reales de intercambio de bienes y servicios. Los bancos y grandes
casas financieras, como la venerable firma de Bishopsgate Street n§ 8, pierden
la plata de sus clientes y los Estados se la hacen pagar a los contribuyentes.
En 1990, la Reserva Federal de los EE.UU., para salvar el sistema bancario
norteamericano y relanzar la economía, redujo espectacularmente las tasas de
interés: el dinero, por fin, era casi gratuito. Los capitales a corto t‚rmino
emigraron rápidamente a los mercados emergentes, que ofrecían mejores ganancias:
México, Brasil, Singapur, Argentina. Nos sirvieron, entonces, para sostener la
convertibilidad. En 1994, la Reserva Federal, para prevenir los riesgos de la
inflación, produjo el movimiento inverso y aument las tasas. Los capitales a
corto término volvieron a casa, dej ndonos los efectos "tequila",
"caipirinha", "tetrabrik" y otros. Los contribuyentes
argentinos deben, pues, de alguna manera, integrar los 7.500 millones de dólares
que los inversores cortoplacistas se llevaron a causa del pánico. En el mundo
de las finanzas en videojuego, la Baring, pese a los esfuerzos emprendedores de
Nicholas William Leeson en materia de contratos de futuro, reaccionó como una
abuelita con mal de Alzheimer avanzado. Nosotros, sus clientes desde 1824,
seguimos todavía en carrera, con unas cuantas hiperinflaciones a cuestas y ya
-lamentablemente- sin el Gran Seductor a quien echarle la culpa. Such is life.-
miércoles, julio 16, 2014
RETOMANDO EL VIEJO ASUNTO DE LA DEUDA
Norberto de la Riestra
BYE BYE BARING (VII)
Norberto de la Riestra
Caído
Rosas, la Baring (privada ya de Alexander, el primer barón de Ashburton,
fallecido en 1848, habiendo quedado sus hermanos Thomas y Henry al frente de la
casa), envía a Buenos a un mayor retirado, Ferdinand White, para informarse
sobre el terreno de las consecuencias que, para el pago del empréstito, tendría
la caída del antiguo encargado de las relaciones exteriores de la Confederación,
ahora desterrado en la Gran Bretaña. Debe tenerse en cuenta que la cotización
en Londres de los bonos era del 20% antes de la misi¢n Falconnet, habiendo
crecido desde allí hasta poco más del 70%, a la época del viaje del nuevo
enviado, sin haberla afectado la caída de Rosas, lo que demostraba en los bonholders un optimismo que la casa de
Bishopsgate Street nro. 8 estaba lejos de compartir. White ha dejado un diario
de su misión, bien reflejado en la obra de Fitte, con interesantes
apreciaciones sobre los acontecimientos políticos ocurridos en nuestro país
desde mayo de 1852, en que arriba, hasta abril de 1853, en que se embarca de
vuelta para Inglaterra.
El
acontecimiento principal ocurrido durante la gesti¢n de White es la revolución
del 11 de septiembre de 1852, cuya consecuencia sería la división del país entre en el Estado de
Buenos Aires y la Confederación Argentina. El empréstito había sido contraído
por la provincia de Buenos Aires, dando en garantía sus rentas y tierras públicas.
Convertido luego, al establecerse la presidencia unitaria según la Constituci¢n
de 1826, en deuda nacional, sus servicios se interrumpen en 1828 por
imposibilidad de pago de la provincia, desaparecida la autoridad nacional. Y es
la provincia, con su gobernador encargado de las relaciones exteriores de la
Confederación (confederaci¢n "empírica",
como gustaba decir Julio Irazusta, plasmada en pactos), la que, con fondos
propios, encara los módicos pagos resultantes del convenio con Mr. Falconnet,
interrumpidos a partir de Caseros. La cuestión principal, para el acreedor,
pues, resultaba quién se haría en definitiva de la deuda.
Las tratativas de White
A
fines de mayo de 1852, White se reúne en Montevideo con el doctor de la Peña,
ministro de Relaciones Exteriores de Urquiza, por entonces a punto de ser
designado, en el Acuerdo de San Nicolás, Director Provisorio de la Confederación
Argentina. White le pasa a de la Peña un estado de la deuda a ese momento, que
montaba, según el acreedor, a £ 2.335.410, es decir, a casi tres veces y media
lo efectivamente recibido. De la Peña le manifestó que, habiendo sido gastado
el empréstito en la pasada guerra con el Brasil, se haría cargo de él la
nación; precavidamente, agregó que de no ser viable ese expediente, la
provincia de Buenos Aires quedaba siempre obligada "por su honor y por los
términos del empréstito", es decir, por la garantía de sus renta y tierras.
Alrededor de de la Peña se movía un personaje -ya recomendado a White en Río de
Janeiro por Henry Southern, ex embajador de la Corona en Buenos Aires, a la
sazón representante ante la Corte del Brasil- llamado Francisco Casiano
Beláustegui. Según Ferns, este hombre era un aventurero y hasta se lo tachaba
de proxeneta, oficio este último con el que, por su esmero, se habría ganado la
confianza y estimación de Southern. Beláustegui, a modo de condecoración, le
mostró a White las pruebas epistolares de sus gestiones ante Rosas para lograr
el pago del empréstito, frente a las cuales el Restaurador había mostrado su
sorpresa ante la circunstancia de que un argentino fuese el abogado oficioso de
los bonoleros. Ahora, le susurraba el influyente a White, que cada vez le
tomaba mayor recelo, un arreglo definitivo estaba mucho más próximo. A condición
de reconocerle un fee de punto sobre
todas las sumas a cobrar después del ajuste definitivo de cuentas, y ser
designado agente de la Baring en Buenos Aires, en lugar de la firma
norteamericana Zimmermann y Frazier, que se desempeñaba en tal carácter hasta
ese momento. En junio de 1852 White es recibido por Urquiza en Palermo, siéndole
presentado por el gobernador Vicente L¢pez. Cuando el entrerriano oyó que se
hablaba de una deuda "nacional", apretó los labios y no pronunció
palabra hasta el fin de la entrevista. A White no le costó demasiado entender
que la Confederación estaba muy lejos de querer pagar la deuda, exclusiva de
los porteños, a juicio del Director Provisorio. En esa entrevista, quedó, pues,
perdido para siempre ese punto sobre el saldo y la calidad de agente de los Baring
con que Beláustegui ensoñaba beneficiarse. Pero Beláustegui tenía el optimismo
propio de todo vendedor de humo, y aunque White, evidentemente, ya no le creía
palabra, afirmaba que el negocio andaba sobre ruedas, que Urquiza al final iba
a influir a favor del acuerdo, que todo estaría resuelto para los primeros días
de septiembre y anunciaba las primeras remesas llegando a Londres hacia febrero
del otro año.
Lo
único que estuvo resuelto en septiembre fue la revoluci¢n del día 11 contra
Urquiza. White debió convertirse en un observador de los sucesos, forzado a
esperar que las cosas se aclarasen, y convirtiéndose, de paso, en hooligan de Buenos Aires en su disputa
política con la Confederaci¢n. Mientras tanto, él y su secretario hacían
cuentas. Las rentas genuinas de Buenos Aires alcanzaban, a ese momento, a $
3.250.000 anuales. La deuda total de la provincia, a $ 29.964.950. Un tercio de
ella, $ 11.777.050, equivalentes (al cambio de 4 a 1) a las £ 2.355.410,
correspondían al saldo del empréstito. El servicio de esa deuda insumiría
aproximadamente, según los diligentes cálculos de White, la cuarta parte de los
ingresos públicos. La situación, pues, no era brillante.
De
todos modos, White se entrevistó con el nuevo "gobernador
propietario" de Buenos Aires, don Valentín Alsina. Iba acompañado de Mr.
Zimmermann, aquél a quien el afanoso Beláustegui quería sustituir. La
conversación fue cortés, pero las posibilidades de arreglo eran, por el
momento, en plena guerra entre Buenos Aires y la Confederación, muy lejanas. Lo
único que obtuvo fue la seguridad de que la provincia, en la medida de sus
capacidades, haría frente a su compromiso, y que se retomarían los pagos de
cinco mil pesos mensuales del arreglo Falconnet. White, observador de nuestras
luchas civiles e investigador de nuestros presupuestos, había llegado al fin de
su misión, con el íntimo convencimiento de que sólo de una Buenos Aires
pacificada y dedicada a desarrollar sus riquezas naturales podía pagar la deuda
pendiente. Se embarcó, pues, el antiguo colonial de Bombay, para informar a sus
principales de Londres que nada se podía hacer por el momento. Al tocar puerto
en Montevideo el vapor que lo llevaba, lo abordó su compatriota don Samuel
Lafone, que unos años antes protagonizara un curioso episodio de aplicación del
Tratado de 1825, en el caso de matrimonios de mixta religión, por su casamiento
con una dama argentina de apellido Quevedo. Lafone, dedicado al comercio
exportador de cueros por cuenta de una firma de Liverpool, tenía su propio plan
para hacer honor al empréstito, consistente en: a) abono del millón de libras
inicial con los recursos propios del gobierno; b) el saldo, de un millón y
medio acumulados por mora, se abonaría con una concesión de tierras no menor a
dos mil leguas cuadradas, de las cuales, aconsejaba, la mitad convendría
venderla a su vez a colonos alemanes, para hacer subir inmediatamente el valor
de la mitad restante. Fue el último proyecto que White agregó a su abultada
cartera de documentos de viajero que vuelve, en términos de tango, con la
frente algo marchita.
Buenos Aires y la Confederación
Los
bonholders están que trinan ante las
noticias aportadas. Pero la política exterior inglesa, siguiendo el rumbo de
"espléndido aislamiento" señalado por lord Palmerston, tan admirado
por Rosas desde Burgess Farm, es de no inmiscuirse por las armas en los malos
negocios de sus súbditos. Posición apoyada por el Times desde su línea editorial, y por la casa Baring, que no en
vano posee una parte del famoso periódico. Además, la situación es algo
curiosa: se sabe que si alguien está en condiciones de pagar, es Buenos Aires; sin embargo el Foreign Office
apoya al gobierno de Paraná , sede de la Confederación y no reconoce al Estado
de Buenos Aires. Juan Bautista Alberdi, en nombre de Paraná , quería acelerar
la inversión brit nica en la Confederación, especialmente la ferroviaria, a
través de su amigo Wheelwright, mientras se autorizaba a Buschental a organizar
en Europa una compañía para financiar el tendido de la línea Rosario-Córdoba.
El Estado de Buenos Aires, mientras tanto, advertía que podía autosostenerse
con sus exportaciones agrícolas, de ganado en pie, y las rentas de la aduana.
La Confederación no podía pensar, aunque contase con una cabeza tan sólida como
la de Mariano Fragueiro, que se plante¢ la cuestión, en procurar por sí sola el
capital necesario a su desarrollo. Sí lo podían pensar, y de hecho lo hicieron,
los porteños. Así nació en 1853 el Ferrocarril Oeste, en cuya sociedad se
codeaban argentinos con ingleses afincados, que tuvo principio de ejecución con
un buen negocio sobre las tierras destinadas a la traza y su momento de gloria
cuando, en 1857, "La Porteña", con su cartelito "Voy a
Chile", pitó en su primera salida desde donde hoy está el Teatro Col¢n, para recorrer diez
kil¢metros de "camino de hierro" colocados por 160 obreros ingleses
contratados al efecto.
La Porteña y la Estación del Parque (hoy Teatro Colón)
Quizás ese fue el momento clave para lograr lo que un
tal Carlos Marx estaba entonces entreviendo desde la biblioteca del British
Museum, en la Inglaterra victoriana: la acumulaci¢n "primitiva" de
capital, función propia de la clase capitalista, para su reproducción volcada
en un desarrollo autónomo. Buenos Aires habría podido hacerlo, en ese momento,
sin recurrir a los onerosos empréstitos extranjeros, a los cuales estaba, en
cambio, obligada fatalmente la Confederación.
Frank
Parish, el hijo de Woodbine, había sido designado vicecónsul ingl‚s ante el
Estado de Buenos Aires, modesto cargo que mostraba bien a las claras la
voluntad de no reconocimiento. Los informes de Parish a lord Clarendon, titular
del Foreing Office, reflejan la preocupación de este funcionario porque el
presupuesto 1854/55 del nuevo estado destinase el 4% a obras públicas, antes
que al pago de la "justa deuda" contraída con los bonholders en 1824. La política del
gobierno británico tendía a presionar al gobierno de Buenos Aires a unirse a la
Confederación, y no proseguir por el camino trazado. La Baring mandó a un nuevo
representante, James Giro, a fines de 1853. Giro y Parish hicieron causa común.
El ministro de Hacienda, Juan Bautista de la Peña, propuso pagar las casi £ 2.800.000
a que montaba entonces la deuda del empréstito con una quita de un 25%, a raz¢n
de œ 60.000 anuales, y cesando el curso de los intereses. Ello fue objeto de
rechazo por parte del enviado. Una tratativa igual y paralela celebrada por
Adolfo Van Praet en Londres llegó a
igual resultado nulo. En 1855, Norberto de la Riestra [1], nuevo ministro de
Hacienda, hace aprobar por la Legislatura una ley que establece la duplicación
-$ 10.000- de la cantidad mensual que se giraba a la Baring por el acuerdo Falconnet.
Giro y Parish toman este gesto como una maniobra para apaciguar a los bonholders, ocultando la voluntad de no
pagarles jamás. Giro hace publicar en la prensa las cláusulas originarias del
empréstito, y obtiene el repudio de la opinión pública. Se opone, en nombre de
los acreedores, a ventas de tierras públicas, debiendo Parish legalizar su
protesta, ya que no encontró escribano en Buenos Aires dispuesto a hacerlo. En
realidad, el gobierno de Buenos Aires quería llegar a un acuerdo satisfactorio,
pero Giro era propenso a embrollar las cosas. Una carta altisonante dirigida al
gobernador de la provincia le fue dada por no recibida y obligado a retirarla.
Decidió entonces embarcarse para Londres, mientras el gobierno anunciaba que sólo
trataría directamente con la casa Baring. Mientras tanto, en 1856, se hacía
cargo de representación de la reina Victoria ante el gobierno de Paraná Mr. W.D. Christie. Christie era partidario,
y lo manifestó abiertamente, de presionar a Buenos Aires para que cesase su actitud
"anómala", e incluso escribi¢ a Lord Clarendon sobre la necesidad de
una demostración naval frente a los díscolos porteños. Alberdi, en carta a
Urquiza dirigida desde París en diciembre de 1857, teoriza sobre la absoluta
necesidad para la Confederación de que Buenos Aires sea obligada a pagar sin
remisiones ni quitas, ya que dedicarla a cubrir la deuda le quitaría dinero que
de otro modo destinaría "para anarquizar al país".
El arreglo de la Riestra
Pero
el gobierno de Buenos Aires ya había decidido consolidar su crédito en Londres.
Propuso pagar el capital de £ 1.000.000 en cuotas anuales que arancarían de £
35.000 en 1857 hasta alcanzar la suma de œ 65.000 en 1860, y así hasta su
definitiva cancelación. La deuda por intereses atrasados, consolidada en £
1.641.000 se pagaría con bonos, luego llamados "bonos diferidos", que
redituarían un interés anual del 1% de
1861 a 1865, del 2% desde 1866 a 1870 y del 3% desde 1871 hasta su total
rescate. Los tenedores de bonos estuvieron de acuerdo, ya que el arreglo se
acercaba bastante a su propia propuesta. La legislatura de Buenos Aires lo hizo
ley en octubre de 1857.
Luego
de la crisis de 1890, el gobierno de Luis Sáenz Peña tuvo que negociar, a través
de su embajador Luis L. Domínguez, algunos reajustes con el Comité de
Tenedores, entonces presidida por lord Rothschild, a raíz de la crisis de la
Baring por aquellos años. Como se diría hoy, se reestructuraron pagos de
diversos empréstitos, comprendido el de 1824, y el de los intereses. Hay que
anotar, además, que la ley 206, de 1866, puso a cargo de la nación, desde 1867,
el empréstito inglés de 1824.
El
rescate definitivo del empréstito se produjo en 1901. Según el clásico cálculo
de Pedro Agote, se pagó, por los $ 5.000.000, pactados, y $ 2.800.000 realmente
recibidos, un total de $ 23.734.766, o sea ocho veces más en setenta y siete años.
Milagros del interés compuesto.-
[1] Antes de asumir el ministerio, era
socio de la firma Nicholson, Green & Co, de Liverpool. adonde se había dirigido
de joven por su disidencia con el gobierno de Juan Manuel de Rosas. Ni siquiera
este antecedente tranquilizó a Giro y Parish, que lo sospechaban partidario de
repudiar la deuda.
martes, julio 15, 2014
BELLUM CIVILE, BELLUM SOCIALE, MALÓN DE LOS ÍNFIMOS
Recordando el comienzo de la Primera Guerra Mundial, se cae en la cuenta que somos testigos, y también parte, de una Guerra de los Cien Años que no tiene trazas de acabar. Y mirando los combates que ayer tuvieron lugar en los alrededores del Obelisco, a partir de una celebración que cualquier observador podía presagiar iba a terminar mal, encuentro que estamos viviendo una nueva vuelta de tuerca en una guerra civil que, de acuerdo con mi experiencia personal. va alcanzando el medio siglo y cuyo punto de partida, siempre ciñéndome a mi estrecha peripecia biográfica, fecho en aquel año terrible de 1955, más específicamente un 16 de junio de bombardeos e incendios de templos. Si en los 70, por ejemplo, esta guerra civil se tiñó con la enemistad absoluta de la pugna ideológica, del choque de religiones seculares que pretendían cada una aniquilar a su oponente, hoy es una guerra social, y el adjetivo "social" no acierta a expresar debidamente lo que pretendo transmitir. Es como si esta ciudad de Buenos Aires donde vivo se hubiese ido convirtiendo en un gigantesco arrabal y ese arrabal, a su vez, se encontrase sitiado por jaurías cimarronas que no pretenden ya lograr su puesto en el entramado arrabalero, sino sacudirlo cada tanto con sus malones desbocados. Manadas de semejantes que han sido reducidos a una subsistencia, persistencia y hasta inexistencia vital, y no sólo ya no tienen horizonte fuera de ello, sino que no conciben que exista. Enfrente, un público al que queda grande aquello de Nietszche del nihilismo pasivo, de la astenia del ser: "el vacío del mundo en la oquedad de su cabeza". Hay, además, unos vínculos entre el adentro y el afuera, entre el arrabal y el subsuburbio, entre el lodo discepoliano en que se revuelcan nuestras capas dirigenciales y el ínfimo barro sublevado de los malones del descarte, potenciándose mutuamente en ese perverso intercambio.
Créame un ocasional lector que no es ejercicio erudito, sino incapacidad de hallar las palabras exactas, que me llevan a citar a un maestro de los bajos fondos humanos, William Shakespeare, cuando pone en boca de Calpurnia, en "Julio César" (acto II, escena II), estas palabras:
"Nunca me detuve en los presagios, César, pero ahora ellos me dan miedo (...) en el aire resuena el choque de las armas, relinchos de caballos, ayes de agonía, y el grito chillón de los fantasmas en las calles". "César saldrá -había afirmado Julius poco antes- y cuando el peligro vea el rostro de César, se desvanecerá". Aquí, amigos, ni hay César ni sombra de César. Y si aquel, en la historia y en el teatro, no pudo volver vanos los peligros y presagios, ¿qué nos queda a nosotros?
Dudé si dejar por escrito esta impresión. Ojalá fuesen estas palabras las que habrán de desvanecerse como ruido en el aire. Pero aquí quedan
Recordando el comienzo de la Primera Guerra Mundial, se cae en la cuenta que somos testigos, y también parte, de una Guerra de los Cien Años que no tiene trazas de acabar. Y mirando los combates que ayer tuvieron lugar en los alrededores del Obelisco, a partir de una celebración que cualquier observador podía presagiar iba a terminar mal, encuentro que estamos viviendo una nueva vuelta de tuerca en una guerra civil que, de acuerdo con mi experiencia personal. va alcanzando el medio siglo y cuyo punto de partida, siempre ciñéndome a mi estrecha peripecia biográfica, fecho en aquel año terrible de 1955, más específicamente un 16 de junio de bombardeos e incendios de templos. Si en los 70, por ejemplo, esta guerra civil se tiñó con la enemistad absoluta de la pugna ideológica, del choque de religiones seculares que pretendían cada una aniquilar a su oponente, hoy es una guerra social, y el adjetivo "social" no acierta a expresar debidamente lo que pretendo transmitir. Es como si esta ciudad de Buenos Aires donde vivo se hubiese ido convirtiendo en un gigantesco arrabal y ese arrabal, a su vez, se encontrase sitiado por jaurías cimarronas que no pretenden ya lograr su puesto en el entramado arrabalero, sino sacudirlo cada tanto con sus malones desbocados. Manadas de semejantes que han sido reducidos a una subsistencia, persistencia y hasta inexistencia vital, y no sólo ya no tienen horizonte fuera de ello, sino que no conciben que exista. Enfrente, un público al que queda grande aquello de Nietszche del nihilismo pasivo, de la astenia del ser: "el vacío del mundo en la oquedad de su cabeza". Hay, además, unos vínculos entre el adentro y el afuera, entre el arrabal y el subsuburbio, entre el lodo discepoliano en que se revuelcan nuestras capas dirigenciales y el ínfimo barro sublevado de los malones del descarte, potenciándose mutuamente en ese perverso intercambio.
Créame un ocasional lector que no es ejercicio erudito, sino incapacidad de hallar las palabras exactas, que me llevan a citar a un maestro de los bajos fondos humanos, William Shakespeare, cuando pone en boca de Calpurnia, en "Julio César" (acto II, escena II), estas palabras:
"Nunca me detuve en los presagios, César, pero ahora ellos me dan miedo (...) en el aire resuena el choque de las armas, relinchos de caballos, ayes de agonía, y el grito chillón de los fantasmas en las calles". "César saldrá -había afirmado Julius poco antes- y cuando el peligro vea el rostro de César, se desvanecerá". Aquí, amigos, ni hay César ni sombra de César. Y si aquel, en la historia y en el teatro, no pudo volver vanos los peligros y presagios, ¿qué nos queda a nosotros?
Dudé si dejar por escrito esta impresión. Ojalá fuesen estas palabras las que habrán de desvanecerse como ruido en el aire. Pero aquí quedan
lunes, julio 14, 2014
POUR EN FINIR AVEC LA JULES RIMET 2014
Sieg heil!
Beckham padre e hijo torciendo por la Argentina en la final del Maracaná
Inesperado efecto del 7-1 con Alemania
Sieg heil!
Brincadeiras dos irmãos brasileiros e a homenagem pelo gol de Götze: "uma grande alegría que você deu ao Brasil no fim da Copa das Copas"
La traición de Rihanna: primero iba a tomar prestado a Chiquito Romero por una semana, pero luego de la derrota aprecien con quiénes se fue. Da para un tango, Chiquito. Tu mujer, tranquila -creo que siempre lo estuvo, ya que te iba a prestar "si ganábamos la Copa". La patrona se la sabe lunga
Con alguna comprensible falta en inglés
¿Y RIZZOLI TAMBIÉN TENÍA RAZÓN?
El Mundial hoy finalizado acredita una nota interruptiva de la serie sobre la deuda. Es un alargue postrero del espacio del juego sobre el espacio de la cruda realidad, ya que la deuda es, si no el único, el dato más importante de nuestra "verdad efectiva" cotidiana y colectiva, mientras que la pelota, negocio y pasión ya se sabe, pertenece, al fin, a la esfera de la di-versión, de lo que nos aparta o separa del sucederse ordinario de las cosas.
Recordé hoy, después del supuesto penal de Neuer a Higuaín, y el denuesto consiguiente hacia el árbitro y arquitecto Nicola Rizzoli, aquella otra situación paralela de julio de 1990, cuando Sensini empujó levemente con el antebrazo a Rudi Voeller dentro del área y Edgardo Codesal, uruguayo nacionalizado mexicano, tocólogo de profesión y árbitro en sus ratos libres (o a la inversa en cuanto a sus oficios, no sé muy bien) pitó penal. Entonces escribí para "La Nueva Provincia" un artículo "Y Codesal tenía razón...".
Enumeraba allí numerosos ejemplos de penales bien o mal cobrados, pero discutidos, atribuidos a alguna "mano negra" (sin ofensa étnica alguna, sino refiriéndonos a la limpieza del miembro aludido), casi siempre la FIFA. Así como el gol es lo que el referí señala como tal indicando el centro de la cancha, penal es lo que pita el bípedo arbitral de pantaloncitos cortos. No lo que le parece a Macaya o a Víctor Hugo o a uno mismo. Lo del árbitro de fútbol ilustra un caso más amplio, que es el de la imposibilidad de persuadir por medio de un fallo. Los jueces de los tribunales, de saco y corbata (algunos ya sin ese último adminículo cuasi forense) y pantalones largos, que por exigencia de la ley deben fundar sus sentencias so pena de nulidad, tampoco satisfacen por medio de este recurso a quien pierde el pleito. También los árbitros de fútbol ensayan una fundamentación mímica de sus fallos, como se vio bien a Rizzoli, eso sí, más precariamente y bajo la puteada directa de los afectados, como la pretérita del Cani a Codesal. Con la fundamentación quedan satisfechas sólo la conciencia del juez y la del vencedor, pero para el que pierde siempre hubo mula y, en el mejor de los casos, resignación a la fuerza y bronca masticada. Los fallos no persuaden a todos, salvo sobre cuestiones muy sencillas, porque no se está ante un problema que se resuelva por una deducción racional, aunque el "silogismo judicial" así lo presente, sino ante una inducción razonable, una conclusión por vía tópica de un confronte dialéctico, una verdad que sirve sólo una vez, aunque se la apile por analogía en la acumulación jurisprudencial. Las razones jurídicas, aun las más fuertes en el caso, tienen siempre un flanco frágil, propio de un conocimiento flexible. Y así es, guste o no, la naturaleza de las cosas forenses. Cualquier mediano abogado que repase el auto de procesamiento de Boudou,y hasta tome en cuenta los palmarios agregados resultantes del otro juicio paralelo, el mediático, teniendo en cuenta los recios aportes de los fiscales ad hoc que resultan Hugo Alconada Mon o Miguel Wiñazki, sin ser ningún Aquinate encontrará al menos cinco vías argumentales sustanciosas para plantear en apelación.
Otro aspecto que señalaba en los 90, nada original por cierto, era que el fútbol, con sus himnos previos (el argentino mugido hoy multitudinariamente en su parte instrumental), sus banderas al viento, sus uniformes en forma de camisetas y gorros, los pintarrajeos semibélicos de las caras, etc., es una ritualización de la guerra y, por lo tanto, despierta las xenofobias más recónditas, los rechazos más exacerbados. Sin el ingrediente chovinista de las banderas y xenófobo de los canticos ("Alemania, ponete vaselina", etc. en los 90, "Brasil, decime qué se siente", hoy, a mayor gloria del grupo Credence, los sanlorencistas y más tarde los chicos de la Cámpora), el espectáculo de los mundiales perdería uno de sus más grandes atractivos y dejaría de ser negocio. Por eso, siempre se silbarán los himnos de los contrarios y siempre habrá una mítica explicación que convierta la derrota en una victoria moral.
La ritualización de la guerra, el permiso limitado y estricto a poner en libertad las pulsiones íntimas de la agresividad, vuelven al fútbol de masas esparcido por el satélite el más eficaz exutorio que se haya inventado para desviar de blanco por un rato las violencias colectivas intraespecíficas y encauzarlas más o menso ordenadamente (por eso, entre otras cosas, siempre habrá "barras bravas"). En el 90 celebraban los alemanes y hubo cuatro muertos, más barato que una razzia popular contra los turcos inmigrantes, que ya en 2014, con Özil y Khedira, tienen ahora estatura de héroes wagnerianos. Cierto que a veces las cosas se escapan de madre, como en la "guerra del fútbol" entre Honduras y El Salvador en 1969. Fallas hay en cualquier sistema...
Método eficaz de ritualización y confinamiento de la violencia intraespecífica, el fútbol es, al mismo tiempo, un gran negocio, con su obligado cortejo de corrupción medular. En los '90 Maradona protestaba contra "el negocio de la FIFA", cuando él era lo que era y a los tumbos sigue siendo gracias a ese negocio.
El fóbal, que Dio'guarde, como se decía en tiempos de tata y mama. Hoy Dios se mostró con el rostro de Gott, pero en cuatro años, y en Rusia, tendremos otra oportunidad, con un Messi de treinta y uno que quizás sea como este Klose de treinta y seis.
PS: Agregando un comentario aficionado a la masa de discutidores eruditos, diré que el arquero fue a la pelota y la impulsó antes. En el contacto, mutua caída de Neuer e Higuain. No hubo penal ni falta en ataque. El arquitecto Rizzoli tuvo la mitad de la razón. Eso estuve a punto de decirle a mis vecinos de mesa en el bar donde estaba mirando el partido, agregando que dos jugadas antes Rojo se había mandado penal sobre Müller agarrándole la camiseta en el área penal, pero me guardé la observación para inmortalizarla en este post. Como dijo Aristóteles alguna vez, no es cuestión de facilitar los crímenes contra la filosofía. Aclaro, de paso, declaro que estoy contra todas esas tonterías del "ethic soccer". Es una invasión de campo por parte de la ética protestante, inaceptable. Todos los grandes futbolistas han sido pecadores maliciosos en el campo de juego (consultar al gran Dante Panzeri, "Fútbol, dinámica de lo imprevisto"). Ya he contado en "El Gol de Dios" mi historia futbolística de tronco que fabricaba rústicas planchas a los habilidosos. Eso también es fóbal, que Dio' y la FIFA guarden.
El Mundial hoy finalizado acredita una nota interruptiva de la serie sobre la deuda. Es un alargue postrero del espacio del juego sobre el espacio de la cruda realidad, ya que la deuda es, si no el único, el dato más importante de nuestra "verdad efectiva" cotidiana y colectiva, mientras que la pelota, negocio y pasión ya se sabe, pertenece, al fin, a la esfera de la di-versión, de lo que nos aparta o separa del sucederse ordinario de las cosas.
Recordé hoy, después del supuesto penal de Neuer a Higuaín, y el denuesto consiguiente hacia el árbitro y arquitecto Nicola Rizzoli, aquella otra situación paralela de julio de 1990, cuando Sensini empujó levemente con el antebrazo a Rudi Voeller dentro del área y Edgardo Codesal, uruguayo nacionalizado mexicano, tocólogo de profesión y árbitro en sus ratos libres (o a la inversa en cuanto a sus oficios, no sé muy bien) pitó penal. Entonces escribí para "La Nueva Provincia" un artículo "Y Codesal tenía razón...".
Enumeraba allí numerosos ejemplos de penales bien o mal cobrados, pero discutidos, atribuidos a alguna "mano negra" (sin ofensa étnica alguna, sino refiriéndonos a la limpieza del miembro aludido), casi siempre la FIFA. Así como el gol es lo que el referí señala como tal indicando el centro de la cancha, penal es lo que pita el bípedo arbitral de pantaloncitos cortos. No lo que le parece a Macaya o a Víctor Hugo o a uno mismo. Lo del árbitro de fútbol ilustra un caso más amplio, que es el de la imposibilidad de persuadir por medio de un fallo. Los jueces de los tribunales, de saco y corbata (algunos ya sin ese último adminículo cuasi forense) y pantalones largos, que por exigencia de la ley deben fundar sus sentencias so pena de nulidad, tampoco satisfacen por medio de este recurso a quien pierde el pleito. También los árbitros de fútbol ensayan una fundamentación mímica de sus fallos, como se vio bien a Rizzoli, eso sí, más precariamente y bajo la puteada directa de los afectados, como la pretérita del Cani a Codesal. Con la fundamentación quedan satisfechas sólo la conciencia del juez y la del vencedor, pero para el que pierde siempre hubo mula y, en el mejor de los casos, resignación a la fuerza y bronca masticada. Los fallos no persuaden a todos, salvo sobre cuestiones muy sencillas, porque no se está ante un problema que se resuelva por una deducción racional, aunque el "silogismo judicial" así lo presente, sino ante una inducción razonable, una conclusión por vía tópica de un confronte dialéctico, una verdad que sirve sólo una vez, aunque se la apile por analogía en la acumulación jurisprudencial. Las razones jurídicas, aun las más fuertes en el caso, tienen siempre un flanco frágil, propio de un conocimiento flexible. Y así es, guste o no, la naturaleza de las cosas forenses. Cualquier mediano abogado que repase el auto de procesamiento de Boudou,y hasta tome en cuenta los palmarios agregados resultantes del otro juicio paralelo, el mediático, teniendo en cuenta los recios aportes de los fiscales ad hoc que resultan Hugo Alconada Mon o Miguel Wiñazki, sin ser ningún Aquinate encontrará al menos cinco vías argumentales sustanciosas para plantear en apelación.
Otro aspecto que señalaba en los 90, nada original por cierto, era que el fútbol, con sus himnos previos (el argentino mugido hoy multitudinariamente en su parte instrumental), sus banderas al viento, sus uniformes en forma de camisetas y gorros, los pintarrajeos semibélicos de las caras, etc., es una ritualización de la guerra y, por lo tanto, despierta las xenofobias más recónditas, los rechazos más exacerbados. Sin el ingrediente chovinista de las banderas y xenófobo de los canticos ("Alemania, ponete vaselina", etc. en los 90, "Brasil, decime qué se siente", hoy, a mayor gloria del grupo Credence, los sanlorencistas y más tarde los chicos de la Cámpora), el espectáculo de los mundiales perdería uno de sus más grandes atractivos y dejaría de ser negocio. Por eso, siempre se silbarán los himnos de los contrarios y siempre habrá una mítica explicación que convierta la derrota en una victoria moral.
La ritualización de la guerra, el permiso limitado y estricto a poner en libertad las pulsiones íntimas de la agresividad, vuelven al fútbol de masas esparcido por el satélite el más eficaz exutorio que se haya inventado para desviar de blanco por un rato las violencias colectivas intraespecíficas y encauzarlas más o menso ordenadamente (por eso, entre otras cosas, siempre habrá "barras bravas"). En el 90 celebraban los alemanes y hubo cuatro muertos, más barato que una razzia popular contra los turcos inmigrantes, que ya en 2014, con Özil y Khedira, tienen ahora estatura de héroes wagnerianos. Cierto que a veces las cosas se escapan de madre, como en la "guerra del fútbol" entre Honduras y El Salvador en 1969. Fallas hay en cualquier sistema...
Método eficaz de ritualización y confinamiento de la violencia intraespecífica, el fútbol es, al mismo tiempo, un gran negocio, con su obligado cortejo de corrupción medular. En los '90 Maradona protestaba contra "el negocio de la FIFA", cuando él era lo que era y a los tumbos sigue siendo gracias a ese negocio.
El fóbal, que Dio'guarde, como se decía en tiempos de tata y mama. Hoy Dios se mostró con el rostro de Gott, pero en cuatro años, y en Rusia, tendremos otra oportunidad, con un Messi de treinta y uno que quizás sea como este Klose de treinta y seis.
PS: Agregando un comentario aficionado a la masa de discutidores eruditos, diré que el arquero fue a la pelota y la impulsó antes. En el contacto, mutua caída de Neuer e Higuain. No hubo penal ni falta en ataque. El arquitecto Rizzoli tuvo la mitad de la razón. Eso estuve a punto de decirle a mis vecinos de mesa en el bar donde estaba mirando el partido, agregando que dos jugadas antes Rojo se había mandado penal sobre Müller agarrándole la camiseta en el área penal, pero me guardé la observación para inmortalizarla en este post. Como dijo Aristóteles alguna vez, no es cuestión de facilitar los crímenes contra la filosofía. Aclaro, de paso, declaro que estoy contra todas esas tonterías del "ethic soccer". Es una invasión de campo por parte de la ética protestante, inaceptable. Todos los grandes futbolistas han sido pecadores maliciosos en el campo de juego (consultar al gran Dante Panzeri, "Fútbol, dinámica de lo imprevisto"). Ya he contado en "El Gol de Dios" mi historia futbolística de tronco que fabricaba rústicas planchas a los habilidosos. Eso también es fóbal, que Dio' y la FIFA guarden.
jueves, julio 10, 2014
Y
SIGO ENTREGANDO SOBRE LA DEUDA…
BYE
BYE BARING (VI)
Dejamos en 1842 al enviado de la Baring,
Francis Falconnet, encontrándose aquí en Buenos Aires con un compatriota, don
Pedro de Angelis (recuérdese que el enviado, aunque súbdito británico, era
napolitano de nacimiento). Falconnet obtuvo, como se verá, un pequeño avance hacia
el restablecimiento del crédito del gobierno de la Confederación y, a la vez,
un buen argumento para tranquilizar en algo a la siempre cargante "Comisión"
londinense de bonoleros. Pero el nombre de Falconnet está unido, en nuestra historia, a otro episodio,
más significativo: a la negociación paralela, emprendida por el gobierno de la
Confederación ante el gabinete inglés, destinada a trocar la renuncia a la
reclamación de derechos o indemnizaciones por la ocupación británica del
archipiélago de Malvinas, a cambio de la cancelación total del saldo del empréstito
de Baring.
A fines de 1838, se habían impartido
instrucciones al ministro argentino acreditado ante la corte británica, don
Manuel Moreno, para que, al momento de reanudar su reclamo por el despojo de
las Malvinas, explorase prudentemente cuál podría ser la respuesta inglesa ante
una proposición semejante a la arriba expuesta, definida en el texto como
"transacción pecuniaria". Ya con Falconnet en el país, el ministro
encargado de las relaciones exteriores de la Confederación, Felipe Arana, se
dirige al cónsul argentino en Londres, el comerciante inglés George Frederick
Dickson [1], informándole sobre la presencia y actividad del enviado de la
Baring e indicándole que, al mismo tiempo que don Manuel Moreno debía proceder
de acuerdo con sus antiguas instrucciones frente al gobierno de Su Majestad
Británica, el cónsul debía defender dicha postura ante lo que hoy llamaríamos
la "comunidad de negocios", es decir, en especial ante el Committee de acreedores de la fundida
Hispanoamérica, presidido por el barón Alexander Baring.
Mientras tanto, a mister Francis Falconnet,
amurado en Buenos Aires, debía dársele el aviso correspondiente. Le llegó por
medio del ministro de Hacienda, don Manuel Insiarte, quien anoticia al enviado
de la gestión iniciada ante el gabinete inglés -donde lord Aberdeen había
reemplazado a lord Palmerston en el Foreign Office, siendo primer ministro
Robert Peel, con el apoyo de los tories. Se le requería a Falconnet una
respuesta de sus mandantes acerca de la propuesta.
El comisionado la hizo saber a los pocos
días: no tenía viabilidad la propuesta, puesto que el gobierno inglés había
desconocido ya oficialmente la legitimidad del reclamo argentino y, por lo
tanto, de allí ninguna indemnización podía esperarse, de la cual pudiesen
cobrarse los acreedores.
Las contestaciones de Dickson y Moreno
fueron en el mismo sentido. El primero recordaba que tanto Palmerston como
Aberdeen habían negado públicamente títulos argentinos a las islas. Tampoco podía
esperarse -agregaba- una gestión oficial del gobierno británico por una deuda
contraída con una banca particular, habiéndose ya negado en otros pedidos
formulados por otros Estados deudores. Moreno, por su parte, aunque hallaba la
idea justa y razonable, no la veía en absoluto practicable. Primero, porque las
autoridades inglesas se resistían a reconocer soberanía argentina en la zona
disputada, premisa necesaria para que se hiciese lugar a la indemnización.
Segundo, porque en el improbable caso de que accediesen a entrar en tal
negociación, montando la deuda acumulada de capital e intereses por el
empréstito, a esa altura, a un millón novecientas mil libras -según el cálculo
de Moreno- era muy dudoso que la indemnización que ofreciesen los británicos
por las Malvinas se acercase siquiera a esa cifra. Más aún, agregaba, cualquier
erogación por esa causa habría de pasar por la aprobación del Parlamento, tan
difícil de obtener que seguramente impediría el proyecto. Terminaba informando
que ni los representantes de la Comisión de bonoleros, ni del Committee de acreedores, ni de la misma
casa Baring, todos ellos seguramente anoticiados de la gestión por el propio
Falconnet, se habían presentado ante él requiriéndole información alguna.
Con Falconnet, a través del ministro
Insiarte, se llegó al siguiente arreglo: una vez terminado el pago de las
indemnizaciones a los franceses por el conflicto de 1838, lo que tendría lugar
el 1§ de abril de 1844, a partir del 1º de mayo siguiente, el gobierno de
Buenos Aires destinaría mensualmente 5.000 pesos fuertes, es decir, £ 1.000
mensuales, con imputación al pago de los intereses y del principal de la deuda
devengada por el empréstito. Luego de una sesión de la Legislatura que sirvió
para hacer el juicio al partido unitario como gestor del empréstito, se aprobó
el acuerdo. En Octubre de 1844, míster Francis Falconnet se presentó en la "London Tavern" e informó a
los miembros de la Comisión de bonoleros que "el presidente Rosas y el Estado
de Buenos Aires" descontarían la deuda a razón de £ 12.000 anuales, hasta
tanto pudiera conseguirse un arreglo definitivo, y que la casa Baring ya había
recibido cuatro de los pagos mensuales comprometidos. Era mejor que nada, y los
bonholders encargaron a la Baring una
nota de agradecimiento al encargado de las relaciones exteriores de la Confederación.
Se cumplió con el compromiso hasta que en
octubre de 1845 las flotas británica y francesa iniciaron el bloqueo del Río de
la Plata. A iniciativa de Rosas, la Legislatura decidió la suspensión de los
pagos mientras durase el conflicto, reafirmando la voluntad de cumplir lo
comprometido cuando fuese posible. En Londres, los bonoleros -con igual
criterio que los comerciantes ingleses residentes en Buenos Aires- repudiaban
el bloqueo, que perjudicaba sus intereses. El barón de Ashburton, Alexander
Baring, presidente del Committee de
acreedores, proclamó que bloquear al único gobierno que reconocía la deuda e
intentaba pagarla autorizaría más bien un casus
belli de la Gran Bretaña contra la Francia de los Orléans [2]. Los pagos se
reanudaron a partir del 1º de enero de 1849, luego del tratado Arana-Southern.
Esa continuación de lo pactado causó gran impresión en Londres y produjo un
agradecimiento caluroso de la casa de Bishopsgate Street. Al caer don Juan
Manuel, informa Fitte, se había acumulado un pequeño capital de £ 14.655, que
se prorrateó entre 1954 bonholders,
tocándole a cada uno 7 libras y diez chelines.
El
guano inservible
Guaneras peruanas en la isla de Chincha
En 1847, Manuel Moreno le escribe a Rosas
informándole sobre una serie de productos
que se estaban ensayando en la Gran Bretaña para abonar los cultivos,
mencionándole entre ellos, especialmente, el guano. La deuda por el empréstito
peruano (a cuyos dos encargados de comprometerla, García del Río y Paroissien
[3], hemos recordado antes banqueteando en Londres, al tiempo de sus gestiones)
estaba siendo cancelada por medio de concesiones hechas a los acreedores de la
explotación de las guaneras situadas en las islas del Pacífico. Rosas lo
instruye para que interese a la Baring en una concesión por quince años para
disponer del guano, el salitre y la pesca de anfibios en la costa patagónica, a
cuenta del pago del empréstito. La zona a conceder serla desde los 43º de
latitud Sur hasta el estrecho de Magallanes. Más tarde, indicó incluir en la propuesta
los yacimientos de carbón de piedra de esos parajes, sobre cuya existencia se
llegó a conocer por informes del almirantazgo británico. Se sabe que es
propuesta llegó a entusiasmar a los miembros de la Comisión de bonoleros,
convertida luego en Committee of the
Buenos Ayres Bonholders, bajo la presidencia de un tal David Robertson. La
Baring no se mostró entusiasta, en cambio, porque tenían dudas sobre si el
gobierno de Buenos Aires podía disponer de la Patagonia, entonces tan sólo
jalonada por las rastrilladas de los indios, y suponía -según declaraba el
mismo Robertson- que buscaba con la propuesta un reconocimiento oficial de los
derechos de Buenos Aires sobre esas tierras. En la "London Tavern",
en cambio, los bonholders pensaban
distinto. En junio de 1852, aprobaron una proposición de que se promoviera la
aplicación de la concesión del guano al pago de la deuda. Pero la Baring estaba
mejor informada. El guano peruano, de cuya renta vivía prácticamente esa
república desde 1840 [4], como el otro abono, el salitre, prosperaban en las
islas del Pacífico por la gran sequedad del clima, que impedía que la lluvia
arrastrase los depósitos al mar. El guano patagónico, sometido a la acción de
las lluvias, se perdía en gran parte, y lo que quedaba era con fuerte
disminución de sus bondades químicas para el enriquecimiento de la tierra.
Varios comerciantes ingleses se habían arruinado en el empeño de explotarlo. No
pudimos, por eso, pagar nuestra deuda con guano. La pagaríamos de la manera
acostumbrada: en moneda contante y sonante.-
[1] Dickson
aparece muy vinculado a personajes conspicuos de nuestra historia, en especial,
aunque no exclusivamente, en lo relacionado con actividades comerciales,
actividad esta última en que se demostró¢ muy emprendedor. Dickson es quien,
como cónsul general de la Confederación Argentina en Londres, escribe a San
Martín en 1845 inquiriéndole su opinión acerca de las probabilidades de éxito
de una invasión y ocupación de Buenos por una fuerza conjunta francoinglesa. La
respuesta de San Martín fue cursada desde Nápoles en diciembre de 1845.
[2] Según
H.S. Ferns, "Gran Bretaña y Argentina en el siglo XIX",
Solar/Hachette, Buenos Aires, 1968, p. 248.
[3] Diego
Paroissien, médico nacido en Londres en 1783, amigo de Miranda, lautarino,
arriba a Buenos Aires en 1811 y ese mismo año la Junta le concede carta de ciudadana.
Presta servicios de su especialidad en la campaña del Alto Per£, destacándose
en el desastre de Huaqui. Cirujano mayor del ejército de los Andes,
luego de Chacabuco y Maipú es graduado como coronel. Pasa al Perú como general
y edecán de San Martín y éste, en su carácter de Protector de aquel país, lo
designa ministro plenipotenciario ante las cortes europeas, junto con García
del Río. Con esa investidura, ambos gestionarán el empréstito a que se hace
referencia en el texto.
[4] El
guano peruano provocar un ataque naval
español a la zona productora, con ocupación de las islas en 1864. Los
salitrales de Atacama (mientras el guano es un abono orgánico resultante del
excremento de las aves, el salitre es abono inorgánico -nitrato de potasio-)
provocarán en 1878 la guerra del Pacífico, cuyas consecuencias aún siente Bolivia,
cerrada en su salida al Pacífico. La urgencia inglesa en abonos para mejorar la
producción cerealera provenía del proyecto de Peel de derogar la corn law, ley de cereales proteccionista
que impedía la importación de trigo a la Gran Bretaña. Derogada finalmente la corn law en 1846, y convertida la
Argentina a partir de los 80 en un fuerte productor cerealero, merced a la
inmigración especializada de origen campesino, se afirmará nuestra complementariedad con la economía
británica (y el reforzamiento de nuestra integración extraoficial en su área imperial), que ahora requerirá también nuestros cereales, ante la
incapacidad de abastecérselos por sí misma.-
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