lunes, julio 14, 2014

¿Y RIZZOLI TAMBIÉN TENÍA RAZÓN?







El Mundial hoy finalizado acredita una nota interruptiva de la serie sobre la deuda. Es un alargue postrero del espacio del juego sobre el espacio de la cruda realidad, ya que la deuda es, si no el único, el dato más importante de nuestra  "verdad efectiva" cotidiana y colectiva, mientras que la pelota, negocio y pasión ya se sabe, pertenece, al fin, a la esfera de la di-versión, de lo que nos aparta o separa del sucederse ordinario de las cosas.

Recordé hoy, después del supuesto penal de Neuer a Higuaín, y el denuesto consiguiente hacia el árbitro y arquitecto Nicola Rizzoli, aquella otra situación paralela de julio de 1990, cuando Sensini empujó levemente con el antebrazo a Rudi Voeller dentro del área y Edgardo Codesal, uruguayo nacionalizado mexicano, tocólogo de profesión y árbitro en sus ratos libres (o a la inversa en cuanto a sus oficios, no sé muy bien) pitó penal. Entonces escribí para "La Nueva Provincia" un artículo "Y Codesal tenía razón...".

Enumeraba allí numerosos ejemplos de penales bien o mal cobrados, pero discutidos, atribuidos a alguna "mano negra" (sin ofensa étnica alguna, sino refiriéndonos a la limpieza del miembro aludido), casi siempre la FIFA. Así como el gol es lo que el referí señala como tal indicando el centro de la cancha, penal es lo que pita el bípedo arbitral de pantaloncitos cortos. No lo que le parece a Macaya o a Víctor Hugo o a uno mismo. Lo del árbitro de fútbol ilustra un caso más amplio, que es el de la imposibilidad de persuadir por medio de un fallo. Los jueces de los tribunales, de saco y corbata (algunos ya sin ese último adminículo cuasi forense) y pantalones largos, que por exigencia de la ley deben fundar sus sentencias so pena de nulidad, tampoco satisfacen por medio de este recurso  a quien pierde el pleito. También los árbitros de fútbol ensayan una fundamentación mímica de sus fallos, como se vio bien a Rizzoli, eso sí, más precariamente y bajo la puteada directa de los afectados, como la pretérita del Cani a Codesal. Con la fundamentación quedan satisfechas sólo la conciencia del juez y la del vencedor, pero para el que pierde siempre hubo mula y, en el mejor de los casos, resignación a la fuerza y bronca masticada. Los fallos no persuaden a todos, salvo sobre cuestiones muy sencillas, porque no se está ante un problema  que se resuelva por una deducción racional, aunque el "silogismo judicial" así lo presente, sino ante una inducción razonable, una conclusión por vía tópica de un confronte dialéctico, una verdad que sirve sólo una vez, aunque se la apile por analogía en la acumulación jurisprudencial. Las razones jurídicas, aun las más fuertes en el caso, tienen siempre un flanco frágil, propio de un conocimiento flexible. Y así es, guste o no, la naturaleza de las cosas forenses. Cualquier mediano abogado que repase el auto de procesamiento de Boudou,y hasta tome en cuenta los palmarios agregados resultantes del otro juicio paralelo, el mediático, teniendo en cuenta  los recios aportes de  los fiscales ad hoc que resultan Hugo Alconada Mon o Miguel Wiñazki, sin ser ningún  Aquinate encontrará al menos cinco vías argumentales sustanciosas para plantear en apelación.

Otro aspecto que señalaba en los 90, nada original por cierto,  era que el fútbol, con sus himnos previos (el argentino mugido hoy multitudinariamente en su parte instrumental), sus banderas al viento, sus uniformes en forma de camisetas y gorros, los pintarrajeos semibélicos de las caras, etc., es una ritualización de la guerra y, por lo tanto, despierta las xenofobias más recónditas,  los rechazos más exacerbados. Sin el ingrediente chovinista de las banderas y xenófobo de los canticos ("Alemania, ponete vaselina", etc. en los 90, "Brasil, decime qué se siente", hoy, a mayor gloria del grupo Credence, los sanlorencistas y más tarde los chicos de la Cámpora), el espectáculo de los mundiales perdería uno de sus más grandes atractivos y dejaría de ser negocio. Por eso, siempre se silbarán los himnos de los contrarios y siempre habrá una mítica explicación que convierta la derrota en una victoria moral.


La ritualización de la guerra, el permiso limitado y estricto a poner en libertad las pulsiones íntimas de la agresividad, vuelven al fútbol de masas esparcido por el satélite el más eficaz exutorio que se haya inventado para desviar de blanco por un rato las violencias colectivas intraespecíficas y encauzarlas más o menso ordenadamente (por eso, entre otras cosas, siempre habrá "barras bravas"). En el 90 celebraban los alemanes y hubo cuatro muertos, más barato que una razzia popular contra los turcos inmigrantes, que ya en 2014, con Özil  y Khedira, tienen ahora estatura de héroes wagnerianos. Cierto que a veces las cosas se escapan de madre, como en la "guerra del fútbol" entre Honduras y El Salvador en 1969. Fallas hay en cualquier sistema...

Método eficaz de ritualización y confinamiento de la violencia intraespecífica, el fútbol es, al mismo tiempo, un gran negocio, con su obligado cortejo de corrupción medular. En los '90 Maradona protestaba contra "el negocio de la FIFA", cuando él era lo que era y a los tumbos sigue siendo gracias a ese negocio.

El fóbal, que Dio'guarde, como se decía en tiempos de tata y mama. Hoy Dios se mostró con el rostro de Gott, pero  en cuatro años, y en Rusia, tendremos otra oportunidad, con un Messi de treinta y uno que quizás sea como este Klose de treinta y seis.

PS: Agregando un comentario aficionado a la masa de discutidores eruditos, diré que el arquero fue a la pelota y la impulsó antes. En el contacto, mutua caída de Neuer e Higuain. No hubo penal ni falta en ataque. El arquitecto Rizzoli tuvo la mitad de la razón. Eso estuve a punto de decirle a mis vecinos de mesa en el bar donde estaba mirando el partido, agregando que dos jugadas antes Rojo se había mandado penal sobre Müller agarrándole la camiseta en el área penal, pero me guardé la observación para inmortalizarla en este post. Como dijo Aristóteles alguna vez, no es cuestión de facilitar los crímenes contra la filosofía. Aclaro, de paso, declaro que estoy contra todas esas tonterías del "ethic soccer". Es una invasión de campo por parte de la ética protestante, inaceptable. Todos los grandes futbolistas han sido pecadores maliciosos en el campo de juego (consultar al gran Dante Panzeri, "Fútbol, dinámica de lo imprevisto"). Ya he contado en "El Gol de Dios" mi historia futbolística de tronco que fabricaba rústicas planchas a los habilidosos. Eso también es fóbal, que Dio' y la FIFA guarden.

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