martes, enero 01, 2008

ALGO VIEJO PARA EL AÑO NUEVO

MIGUEL CANE Y EL 'MAL DEL COLEGIO'

(Prólogo a una edición de “Juvenilia” finalmente no publicada)

Antaño, los médicos solían diagnosticar a los soldados y a los marinos que debían permanecer largo tiempo fuera de casa, una enfermedad que llamaban 'mal del país'. Era otra denominación de la vieja y duradera melancolía, que hoy ha desaparecido como categoría diagnóstica, reemplazada por la tan familiar depresión.

Miguel Cané, con "Juvenilia", inauguró una variante de esta dolencia, en un país como el nuestro, tan propicio al desarrollo de los sentimientos de abandono, vacío, desarraigo, soledad y tristeza.

En todo caso, esta enfermedad, que podríamos llamar el 'mal del Colegio', pertenece a las formas benignas de la melancolía. Se manifiesta como una agridulce añoranza del paso por los claustros de la calle Bolívar, a cuyo trasluz nuestras peripecias estudiantiles se convierten en lejana experiencia dichosa. Por cierto, y objetivamente, como descubre la relectura de las páginas que siguen, mucho nos separa de Cané y los iuvenilia que rememora, como pupilo en una casona de otro tiempo, poco y nada tienen que ver con los nuestros. Y, sin embargo, la tenaz enfermedad persiste y goza de buena salud...


El primer y más evidente motivo de esta continuidad lo han señalado los críticos unánimemente, desde el inicio: la destreza de Cané como prosador ameno y eficaz. Otros hombres de la generación del 80, tales Mansilla o Wilde, poseyeron también, en buen grado, aquel don. Cané, como ellos, fue un escritor rapsódico, que dejó una obra enhebrada de a fragmentos, dispersa en artículos periodísticos redactados en algún hueco de una vida pública colmada, o en apuntes tomados en la relativa tranquilidad de sus tareas diplomáticas.

Así nacieron "Ensayos" (1876), "En Viaje" (1884), "Charlas Literarias" (1885), "Notas e Impresiones" (1901), "Prosa Ligera" (1903), publicada esta última poco antes de su muerte, en 1905, a los 54 años de edad. Y quedó aún vasto material en los diarios de la época, "La Tribuna", "El Nacional", "La Prensa", "La Nación". En su obra puede advertirse un casorio urgente, desigual, pero vigoroso, de dispersión e intensidad, propio de la élite intelectual de su tiempo. Era una camada de argentinos que, a tuertas o a derechas, creía estar edificando una nación, ladrillo sobre ladrillo.

El cursus honorum de nuestro autor se vuelve, por eso, difícil de seguir: Diputado Provincial, Diputado Nacional, Senador por la Capital, Ministro de Relaciones Exteriores, Embajador ante Venezuela y Colombia, luego enviado a Berlín, Viena, Madrid y París. En algún momento, Director de Correos y Telégrafos; en otro, Intendente de Buenos Aires; a más, primer Decano de la Facultad de Filosofía y Letras. Y durante toda esa carrera, se registra una aparición en los escasos momentos propicios: la literatura, como compañera, como asilo, como confesionario, a veces.

Cané pertenece a una generación que podía permitirse cierto grado de escepticismo e incredulidad de buen tono, pero a la que le estaba vedado manifestarse pesimista respecto del destino manifiesto de nuestro país como nueva Europa iberoamericana y mesa puesta de la Humanidad.

Sin embargo, en el fondo de su sueño fundador, como una pesadilla, se agazapaba la sospecha de que el edén que se iba levantando podía no ser tal. Habían construido dejando a un lado, a designio, un barro humano de cuyas cualidades para la edificación descreían: el gaucho salvaje, cuya existencia, según un personaje de un relato de nuestro autor, "sólo tiene importancia vegetativa" y que viviera, según otro pasaje, "indolente en la seguridad de su subsistencia".

Lo habían sustituido con la riada inmigratoria, que comenzaba, por entonces, a producir lo que James Scobie llamaría más tarde "una revolución en las Pampas"; pero también allí, en la crecida asombrosa de recién llegados, asomaban rostros desconocidos, supuestamente torvos, que venían a destruir aquello tan trabajosamente levantado.

Nuestro autor, recuérdese, produjo en 1899 el proyecto de la llamada Ley de Residencia, que, traducida de nuestro gusto político por el eufemismo, resulta una norma que permitía al presidente de la república expulsar, por sí y en acuerdo de ministros a cualquier extranjero considerado indeseable, sin que éste tuviese recurso alguno frente a tal medida. El mismo año 1899, Cané publicó "Expulsión de Extranjeros", en defensa de su proyecto. A fines de 1902, el Senado, que integraba nuestro autor, aprobó el proyecto -la ley perduraría medio siglo.

Desde luego, no puede juzgarse a Cané sólo por esta iniciativa, ni sólo tampoco por su feliz evocación del Colegio, sino por su vida y obra complejas, reflejo de las contradicciones de su tiempo y de su especial generación, cuyos trazos pueden encontrarse en la clásica biografía de Ricardo Sáenz Hayes o en las páginas que le dedicara, con su pericia habitual, Horacio Sanguinetti.

Puede sospecharse, incluso, que en la nostalgia de "Juvenilia" de aquel peculiar mundo claustral del autor entre los doce y los diecisiete años, se expresa la compensación del temor a lo desconocido que rodeaba al hombre que escribía sus recuerdos, en 1884, a los treinta y tres de edad.

Unos años antes, a propósito de la aparición de la segunda parte del "Martín Fierro", Cané publicó una carta dirigida a José Hernández donde afirma que los hombres "aprenden dejando en el camino de la vida algo de sí mismos. Los débiles, la lana, como el carnero; los fuertes sus entrañas, como el pelícano". Desde esta tipología, corresponde inscribir a nuestro autor como un pelícano que fue dejando sus entrañas, aun en sus errores, y buscó alivio en el paraíso perdido de la adolescencia, que transcurría por los pasillos del Colegio.

Por otra parte, cuando menos los que nacimos hacia la mitad del siglo pasado, debemos matizar muy mucho nuestro juicio sobre los hombres del 80, siendo los póstumos de aquel sueño concluido, que resultaremos a nuestro turno juzgados más por lo derribado que por lo construido, más por la pars destruens que por la pars construens.


En fin, la segunda y no menos importante razón de la pervivencia de "Juvenilia" reside en que Cané, aunque parta de un relato de una estudiantina situada en aquel tiempo y entre aquellos desaparecidos muros, logra convertir en protagonista al Colegio mismo, con lo que incorpora al texto su ayer, aquel hoy y también su mañana, estos es, una historia accidentada, con diversos nombres y un parecido espíritu, desde 1772. Cané fue testigo de uno de los momentos transicionales: el nacimiento del Colegio de Jacques, "el hombre más sabio que haya pisado la tierra argentina", como lo califica. El libro nos adentra en aquel tiempo, pero, en cuanto hace hablar al Colegio, resulta adecuado para todos los tiempos. Ni del todo relato de ficción ni del todo autobiografía, "charla" según su autor, siempre encontrará interlocutores, bajo aquellos, estos y quizás venideros claustros. Somos y seremos enfermos agradecidos del mal de Cané, del mal del Colegio.-

Luis María Bandieri
MATRIMONIO

"Suprimidos los combates entre los gladiadores, los cristianos instituyeron la vida conyugal."
Guido Ceronetti