lunes, diciembre 31, 2007


SIONISMO NORTEAMERICANO


David Hillel Gelernter es profesor de ciencia informática en Yale, distinguido programador y autor de libros destacados en su especialidad. Si se analizan sus antecedentes académicos, se observa que su campo de estudios no se limita a la computación. Por ejemplo, obtuvo su Master of Arts con un estudio sobre literatura hebrea clásica. En un muy interesante artículo, afirma que “a todo futuro científico le vendrían muy bien uno o dos cursos de estudio del Talmud”[1]. No olvidemos que nuestro científico lleva el nombre de Hillel, uno de los más grandes rabinos y maestros de la historia judía. Gelernter es miembro del National Council of Arts y colaborador de las revistas The Weekly Standard y Commentary, que suelen calificarse como neoconservadoras[2]. En 1993 recibió por correo una bomba –remitida por el famoso Unabomber- que le costó la pérdida de un ojo y heridas en una mano. Acaba de publicar “Americanism – The fourth great western religion”[3], esto es “Americanismo –la cuarta gran religión occidental”, libro de especial interés cuyas ideas principales merecen sintetizarse.

Como anuncia el título, para nuestro autor el americanismo es una religión universal de raíz judeocristiana y molde bíblico. No una religión civil o secular, sino una religión tout court, capaz de atraer a creyentes de otras confesiones, e incluso a quienes se proclamen ateos. Pueden profesarla quienes no son norteamericanos de origen, y también aquellos que nunca hayan pisado los EE.UU. Resulta, a su juicio, una versión del sionismo, pero no del sionismo hebraico sino del que enraiza con los pilgrim fathers, que se veían a sí mismos como nuevos hijos de Israel, desembarcados en el Nuevo Mundo para erigir la nueva Jerusalén. Aquellos puritanos fundamentalistas soñaban con un nuevo modelo de sociedad, una nueva ciudad en una nueva tierra, a cuya lumbre deberían andar todas las naciones. Y ese sueño encierra el símbolo de lo que los EE.UU. están llamados a hacer en el mundo, según nuestro autor. Por lo tanto, los EE.UU. no son sólo una nación ni designan simplemente a una unidad política. Resultan una religión global, la cuarta religión “occidental” luego del judaísmo, el cristianismo y el Islam. Impregnados de ese espíritu religioso, los founders expusieron sus ideales de libertad, igualdad y democracia, remitidos mucho más a la Biblia que a las Luces.

El americanismo no es tampoco tan sólo patriotismo. Puede creerse en (Norte) América desde cualquier `punto del globo, desde cualquier credo y desde cualquier cultura. (Norte) América, dice nuestro autor, es “uno de los más bellos conceptos religiosos que la humanidad haya alguna vez conocido”. Los documentos basales del credo americanístico son la constitución de 1787, las declaraciones de derechos y los discursos de los más importantes presidentes de los EE.UU.: Abraham Lincoln, Woodrow Wilson, Harry Truman y Ronald Reagan y, en especial, los del primero de los nombrados, el más grande profeta del americanismo, a juicio de nuestro autor.

Gelernter rechaza que los EE.UU. hayan sido fundados como un Estado secular –al modo de los Estados europeos tras la paz de Westfalia en 1648- en donde la esfera religiosa se limite al ámbito privado y esté separada del ámbito público, campo de la política. Los EE.UU. son una potente idea religiosa y una religión en acto, cuya finalidad es resolver los problemas de este mundo, no los del más allá. El sionismo norteamericano, otro nombre que bien le cabe, según nuestro autor, a esta religión, incorpora las nociones bíblicas del pueblo elegido –“almost chosen people” dice literalmente, esto es, pueblo “casi” electo- y de la tierra prometida. De allí surge el manifest destiny y el imperativo de impulsar al resto de la humanidad a incorporarse -volens nolens, agregaríamos- a los principios revelados a los founding fathers, según la interpretación que de ellos haga el presidente de turno. La novedad del americanismo respecto de las tres religiones del libro antecedentes, residiría en su posibilidad efectiva de transformar este mundo sublunar bajo el signo de la libertad, la igualdad y la democracia, típicos de la tradición cultural anglosajona (única matriz interpretativa de aquellos). Las escrituras bíblicas coinciden con las escrituras norteamericanas y sólo mediante los inspirados por estas últimas aquellas han logrado llevarse a la práctica.

Aquella tríada principista –libertad, igualdad, democracia, que a veces el autor expresa como libertad, equidad y democracia- no resulta una propiedad exclusiva de los norteamericanos, aunque ellos son los que la han puesto de manifiesto. Pertenece a toda la humanidad. Por lo tanto, los creyentes americanistas, con celo misional, tienen el deber de proclamarla, predicarla e imponerla a todos los privados de ellas, en cualquier rincón de la tierra. Para Gelernter, pues, el impulso mesiánico e intervencionista de los norteamericanos prácticamente arranca con Geoge Washington y demás founders, pasa especialmente por su preferidos Lincoln, Wilson, Truman Reagan, alcanza hoy a Bush el joven y mañana se continuará con cualquier otro sincero americanista que ocupe la Casa Blanca. Lo que los incrédulos de otras partes del mundo llaman imperialismo, para Gelernter es puro y simple mandato religioso.

La clave del americanismo reside en el conocimiento a fondo de los puritanos fundadores. Ellos eran fundamentalistas religiosos, devotos fanáticos del Dios cristiano, ansiosos de vivir en comunión con el Señor. Eran fanáticos, según nuestro autor, pero con un matiz diferencial respecto de los otros fanáticos religiosos de su tiempo: fueron hacia América del Norte, la nueva Israel, porque no querían combatir en Inglaterra, a sus ojos el viejo Egipto del Faraón. No querían rebeliones ni baños de sangre. Estaban convencidos de que el mejor modo de transformar las costumbres corruptas y alejadas de Dios de la Inglaterra de entonces no era volteando el poder constituido sino intentando salvarlo, por un rodeo, mediante la gracia de Dios. El instrumento escogido para ello fue el de construir un nuevo mundo, (Norte) América, un modelo alternativo de sociedad que representase un ejemplo de virtud, justicia e igualdad para todos, incluida la Gran Bretaña de donde habían partido. Su guía y su guión era la Biblia. Eran fanáticos, indudablemente, pero según nuestro autor su intolerancia puritana logró la obra maestra de dar lugar a la tolerancia. Su batalla por la libertad religiosa consolidó la libertad en general y su reverencia a la idea bíblica de comunidad basada en el covenant contribuyó a la formación del liberalismo moderno. El puritanismo feneció oficialmente en el Ochocientos, pero su herencia es rastreable aún hoy en todo ciudadano norteamericano. La mayoría de los norteamericanos, en efecto, creen que su nación está bendecida por el Señor, que tiene un una misión establecida por Dios y que debe inspirarse en los ideales judeocristianos. Como los puritanos originarios, los norteamericanos creyentes de hoy mantienen una relación directa, fuerte y simple con el Antiguo Testamento, más que con cualquier iglesia constituida. En el fino fondo, según nuestro autor, la guerra cultural e ideológica que divide a los EE.UU. desde fines de los sesenta del siglo pasado resulta una disputa por la herencia de la (Norte) América puritana del inicio[4].

Hoy, decirle a alguien “puritano” equivale a insultarlo, porque la palabra sugiere rigidez, austeridad, censura, es decir, todo aquello que la cultura laica odia. No es una exageración. Los puritanos eran realmente rígidos, austeros y censuradores. Querían un cristianismo estrictamente bíblico y purificado, pero en el nuevo mundo no erigieron teocracias sino más bien ciudades y Estados (Massachusetts, Rhode Island, Connecticut), universidades (Harvard) e instituciones increíblemente democráticas, abiertas y liberales para su tiempo. La filosofía práctica y la estética de los puritanos giraba sobre la dignidad y la religiosidad del ser y aparecer sencillos y simples. “La simplicidad come visión del mundo ha llegado a ser el estilo (norte)americano por excelencia, una estética con raíces teológicas”, dice Gelernter. Tal el carácter (norte) americano, que en Europa se interpreta como un idealismo ingenuo en todas sus posibles variantes: ingenuidad religiosa e incapacidad de afrontar la realidad global. La definición más precisa del “credo (norte)americano” la encuentra nuestro autor en una frase del sueco Gunnar Myrdal de 1944: “la esencial dignidad individual del ser humano”, “la igualdad entre todos los hombres” y “el derecho inalienable a la libertad, justicia e iguales oportunidades”. Los EE.UU. de Norteamérica son la primera nación fundada sobre aquellos principios, aunque su plena reivindicación debió pasar a través de una cruenta guerra civil y otras sangrientas batallas libradas dentro y fuera de su territorio. Abraham Lincoln fue quien redondeó los esfuerzos de los founding fathers, hasta convertirse el más grande presidente norteamericano de todos los tiempos. Según Gelernter, Lincoln fue el político que completó la transformación del puritanismo en americanismo. Más aún. Con sus discursos no sólo fue el principal predicador y profeta de la nueva religión, sino que también, habiendo sido asesinado se convirtió en su más grande mártir. “Convirtió en sacro al americanismo”, afirma nuestro autor. Lincoln tuvo el puritanismo como fuente de inspiración, aunque rechazase algunas creencias, como la de la eternidad de los castigos infernales, la de la predestinación y hasta hubiese expresado dudas sobre la Trinidad y sobre la divinidad de Jesús. Sin embargo, anota Gelernter, “Lincoln transformó el americanismo en una religión madura y madura, no obligando a (Norte) América a encarnar aquellos nobles ideales, sino enseñando a la nación a representárselos. Lo transformó, también, porque interpretó los ideales de libertad, igualdad y democracia no como simples palabras escritas en pergamino sino como guiones operativos. Sus más célebres discursos, el de Gettysburg, el de Cooper Union y el del inicio del segundo mandato, están inspirados por Dios y la fe, pero Lincoln, en ellos, antes que cristianizar a (Norte) América, más bien ha americanizado el cristianismo, esto es, ha puesto los principios sacros judeocristianos a disposición de (Norte) América y de la nueva religión”.

Gelernter sigue el hilo conductor de la religión americana desde los orígenes, pasando a través del americanismo bíblico y militante de los presidentes demócratas Woodrow Wilson e Harry Truman y la misión divina contra el eje del mal del republicano Ronald Reagan. Luego continúa con George W. Bush y su campaña por la difusión de la democracia y la libertad en Medio Oriente como arma masiva de prevención frente al fundamentalismo islámico terrorista.

El antiamericanismo, para nuestro autor, implícitamente, resulta la contracara de este sionismo norteamericano y oficia, en puridad, como una contrarreligión simiesca.-

Luis María Bandieri

[1] ) “Estudio del Talmud”, en www.sindominio.net/biblioweb/telematica/talmud.html.
[2] ) The Weekly Standard fue fundada por el notorio escritor y polemista Bill Kristol y Commentary, con la misma orientación, se centra en el porvenir del judaísmo y de la cultura judía en los EE.UU. e Israel.
[3] ) Doubleday, Random House, inc.
[4] ) El autor congloba los trece estados originarios como base del puritanismo inicial. Cabría algún matiz a este juicio reduccionista. El puritanismo –de raíz calvinista- predestinacionista y rigorista fue la religión del Norte, de la Nueva Inglaterra . Pero el Sur, Virginia y Maryland, de agricultura extensivo, cuna en la guerra de Secesi de lo que un poeta llamó "rebelión pastoral de la tierra", anglicano y católico, patrimonialista, patriarcal y desdichadamente esclavista, fue considerado frívolo por los puritanos. Y la costa oeste fue vista por los descendientes de aquellos núcleos puritanos como un anidamiento católico.
EL REY ANDA DESNUDO

Opina Gente Publicado el 04.12.2005 14:29Por Jean Meyer

SE acordarán, estimados lectores, del cuento de Andersen y del rey que anda desnudo, engañado por un genial ilusionista que lo convence de que lo ha revestido con la ropa más ligera, más exquisita y por tanto más cara del mundo. Y todos los cortesanos lambiscones, y todo el pueblo abusado por tanta propaganda, creen o fingen creer el cuento bonito y se maravillan con grandes ¡oh! y ¡ah! de admiración cuando pasa el rey. Hasta que un niño dice: "El rey anda desnudo", y todos descubren (¿?) con asombro que, efectivamente, el rey anda desnudo.

El presidente Chávez es a la vez el rey y el ilusionista; él engaña a su pueblo y a sí mismo cuando luce su ligero, exquisito y costoso traje bolivariano. ¿Qué tiene que ver con Bolívar ese coronel golpista que se encamina hacia la dictadura vitalicia y despilfarra el recurso no renovable de los "veneros del diablo"? Nada. Pero todavía no ha llegado la hora de abrir lo ojos y de ver al rey desnudo. Tiene y conservará, mientras dure la renta petrolera y va a durar un rato, una sólida base popular, entre 30% y 40% de la población; frente a una oposición dividida y sin gran proyecto, puede ganar las elecciones repetidas veces, tan es cierto que la democracia no es perfecta, que demos puede escoger mal y transformar la democracia en despotismo democrático, en cacocracia, como decían los antiguos. Ni modo, es la regla del juego.

Si el último y más oscuro de los senadores o diputados estadounidenses hubiese proferido la cuarta parte de lo dicho por Chávez contra Fox, la nación mexicana hubiera rugido hasta hacer temblar la tierra. Muchos comentaristas nuestros se lanzaron contra Fox. Curiosamente un sondeo realizado en Venezuela señalaba en esos días que 70% de los venezolanos estaba en desacuerdo, en este caso, de su presidente. Eso no lo tomamos en cuenta, ¿por qué? ¿Será que Vicente Fox habló como el niño del cuento de Andersen? Diciendo en voz alta lo que muchos piensan y no se atreven a decir porque temen ser acusados de reaccionarios. Hace 60 años Jean Paul Sartre dictaminaba que "todo anticomunista es un perro". "Todo anticastrista, todo antichavista es un perro".

¿Por qué no tomar en serio el artículo de Raúl Tortolero y la entrevista paralela que le hizo al entonces embajador venezolano en México, Vladimir Villegas? (larevista, suplemento de EL UNIVERSAL, 14 de noviembre). ¡Tiempo perdido! Contestan nuestros bolivarianos, vil bazofia, pura calumnia, pero no cabe duda que el requisitorio es duro: hablando del embajador, dice: "Este hombre es acusado de televisar grabaciones ilegales para atacar a opositores, de crear redes de espionaje internacional, de ser el artífice del financiamiento venezolano a Lula (entre julio de 2002 y su llegada a la presidencia en 2003), de asesorar y proporcionar fondos para las campañas de Marcelo Ebrard y Andrés López Obrador. Ah, y otro detalle: la PGR lo investiga en relación con cargamentos de armas provenientes de Venezuela supuestamente destinados al EPR".

Se sabe que Chávez financia movimientos en varios países de América Latina. Eso es de buena guerra y no debería sorprender a nadie, ni en Colombia, ni en Ecuador, ni en Perú (por cierto, todo el mundo olvidó que Chávez era muy amigo del Chino Fujimori y que denunció en su caída la mano negra del imperialismo), ni en México. El embajador Villegas reconoce, en la entrevista citada, la existencia de "círculos bolivarianos" en México, pero afirma que "sirven sólo para la solidaridad con Venezuela". Que la solidaridad con la Venezuela de Chávez le sirva a la vez a López Obrador sería algo perfectamente normal; lo que sería más desagradable sería eventuales conexiones con grupos armados mexicanos o con el narcotráfico. Ahora bien, para desgracia nuestra, todos los flujos de la droga se concentran sobre México porque es la antesala de EU, el centro desde el cual se despacha la mercancía a los cuatro vientos del vecino del norte. Pero, una cosa es la actividad de los narcos, otra cosa es el uso de su actividad por un Estado. El Estado de Fidel Castro lo hizo durante muchos años y eso está de sobra documentado cuando culminó con los "procesos" del general Ochoa y de los hermanos La Guardia.

No hay que ser miembro de la camarilla de Bush o panista para saber que Hugo Chávez, antes que trabajar para el bien de su pueblo, tiene un plan calculado y ambicioso para toda América Latina, que retoma el proyecto de su padrino y asesor, Fidel Castro.

El petróleo de Chávez, en nuestra época de precios altos, le permite no sólo subvencionar a Cuba, sino alargar su largo brazo en muchas partes del continente y sobrearmar a su ejército. Así Chávez ha revitalizado a Fidel y resucitado al El Che y a causas populistas que parecían muertas.

Les ha devuelto la esperanza a los mochileros europeos que ya se cansaron del subcomandante Marcos y que han descubierto el camino de la peregrinación a la nueva meca: Venezuela. Así Jean Paul Sartre visitó a Cuba por 1961 ó 62 y publicó en el cotidiano parisino de mayor tiraje una serie de reportajes titulada "Huracán sobre el azúcar". No me río de los peregrinos altermundistas de la vieja Europa; su fe busca un soporte hasta encontrarlo, no es diferente de la necesidad nuestra, pero me preocupa su ceguera, la facilidad con la cual se dejan seducir, hasta creer que ese rey que anda desnudo, luce las mejores vestimentas del mundo. Las podría en efecto lucir, él y todo el pueblo venezolano, si el petróleo las exportaciones dejaron en 2004 algo como 35 mil millones de dólares fuese sembrado de manera constructiva en el desarrollo de un país que sigue marcado por una profunda desigualdad.

¿Será el bolivarismo del presidente Chávez el más alto estadio del subdesarrollo?

(El artículo del historiador mexicano Jean Meyer merece reproducción, ciertamente)

domingo, diciembre 30, 2007

HUMANIDAD

Veinticinco balseros cubanos naufragaron días pasados en su huída a las costas de los EE.UU. Un par de ellos, rescatados, fueron fusilados por la guardia costera castrista. Si llegan a los cayos de los EE.UU., y no alcanzan a desembarcar clandestinamente, la guardia costera norteamericana los "repatria" a Cuba. Parece una urgencia humanitaria. Me gustaría ver allí a Néstor Florence Nightingale Kirchner. Pero se confirma al viejo Proudhon: "quien dice Humanidad quiere engañar". Quiere tu cuello o, en el mejor de los casos, tu billetera.
SOBRE EL ARTE DE ROMPER LOS HUEVOS

El gran novelista rumano Panait Istrati, a finales de los años veinte del siglo pasado, comenzó muy tempranamente a criticar los métodos totalitarios de la URSS de Stalin[1]. Sus contemporáneos comunistas de estricta observancia como, por ejemplo, el bueno de Romain Rolland, la pluma “oficial” del PC Henri Barbusse o hasta su amigo Nikos Kazantzakis, le decían: “esto es pasajero; de últimas, para hacer una tortilla se necesita romper los huevos”. Istrati replicaba: “los huevos rotos los veo por todas partes. Pero ¿dónde está la tortilla?”. Su actitud a contracorriente le valió el destierro intelectual, la conspiración del silencio y el desprecio de los revolucionarios bien pensantes. Tener ideas contrarias a la corriente principal, al main stream de la progresía de cualquier tiempo, se paga con el propio cuero. Juan Gelman, con una parva obra literaria, puede ser Premio Cervantes por la dolorosa intercesión de un hijo y una nuera asesinados. Pero María Elena Walsh, extraordinaria maestra del idioma desde aquel lejano “Otoño Imperdonable”, fue arrojada a las tinieblas exteriores por haber criticado la “carpa blanca” y atreverse a decir que Carlos Menem no era el único villano de nuestra historia reciente.

Volvamos a Istrati. Su respuesta puede aplicarse al “Gran Showmatch Gran” en que se ha convertido una buena causa, como es la liberación de una ínfima parte de los prisioneros que las FARC colombianas mantienen en la selva. A la cabeza se ha puesto Chávez, un gárrulo de tierras calientes que parece, para seguir en los carriles de la literatura, un hijo póstumo del “Tirano Banderas” de Valle Inclán. Chávez se empecina en aparecer como un mediador. Pero un mediador, ante todo, debe ser un tercero imparcial. Y nuestro teniente coronel es un aliado de las FARC (que le entregan los secuestrados “en desagravio”). Secuestren las FARC en sus operativos de “pesca milagrosa”, que el Comandante Hugo te devuelve al prisionero ante las cámaras, parecen decirnos los organizadores de este ejercicio tinelliano. El “liberando por un sueño” cuenta con una presencia de lujo, la de Sarkozy. El pequeño gran Sarko, maestro de la política espectáculo, dejando por un ratito de que Carla Bruni le cante en la oreja, consigue un episodio típico del gran relato con el que los europeos creen entender a los latinoamericanos: el buen salvaje revolucionario lagrimea un poco y afloja el abrazo sobre la presa cuando el culto francés sabe tocarle su íntima fibra libertaria. Nosotros, que pudimos poner el know how de Marcelo Tinelli al servicio de esta buena obra (Olivier Stone le roba cámara), mandamos a nuestro ex, un simple comparsa. Para los organizadores de “liberando por un sueño”, como ocurre en cualquier Showmatch que se respete, lo importante no es la vida de los rescatados sino aparecer en televisión y, sobre todo, humillar al gobierno y al pueblo de Colombia, el tercero sufriente en la obra. En otras palabras, la cháchara bolivariana, de unión continental y socialismo liberador siglo XXI, se reduce a la capacidad de hacer trizas cualquier concordia posible entre los cachorros del ibérico león, sea en Perú, en Ecuador, en Bolivia, en la Argentina, en el Uruguay o en Colombia. Por las armas o por las valijas, por la fuerza o por los dólares. Y siempre en un reality sin fin. Recordando a Istrati, cualquiera puede romper los huevos: hasta un ex paracaidista de Sabaneta o un ex intendente de Río Gallegos. Un guacamayo o un pingüino. Lo que no aparece por ningún lado es la tortilla.-



[1] ) Véase “Confesión para Vencidos”, de 1929. Junto con Víctor Serge, sería, al precio arriba señalado, uno de los primeros denunciantes del stalinismo. Más tarde, se les uniría Arthur Koestler.

jueves, diciembre 27, 2007

ES DIFíCIL LA VIDA DEL RÉAC

El liberal puede citar a Locke, a Smith, a Juan Bautista Alberdi, e invocar al mismo tiempo la globalización beneficiosa y el recuerdo de los "gigantes padres" de nuestra Constitución, con sus "inmortales principios" de república y división del poder siempre, ay, violados. Y tan campantes.

El hombre de izquierda puede citar al joven Marx, al viejo Mao, emocionarse con el Che Guevara y convocar, al mismo tiempo, a las utopías cantadas por los cantautores y a la revolución sin detener el tránsito, que siempre lleva a la congestión y al desastre, pero que hay que tratar de repetir, ya que alguna vez debe darse. Y tan ufanos.

El antimoderno, reaccionario de izquierda o anarquista de derecha (los rótulos tan son infieles como las percantas del tango), juega con desventaja. No porque no pueda acudir a fuentes certificadas, que las tiene, y buenas, sino porque aquellos -liberales o izquierdistas- viven rapiñando del galponcito de requechos de las ideas receptas, aceptables y aceptadas. Son bien pensantes, aunque luego resulten malfacientes. El réac, en cambio, debe tener ideas. Rien n'est simple.
¿HAY UN PILOTO EN EL AVION?

La locomotora sin maquinista que se paseó cien kilómetros entre Mendoza y San Luis días pasados, es imagen emblemática de la política argentina y latinoamericana en general. Piloto automático, ausencia irresponsable del timonel, parloteo vacío para los media. Quienes no aprenden de las crisis, sucumbirán en las catástrofes. Total, siempre hay alguien a quien echarle la culpa.