lunes, marzo 23, 2020
martes, marzo 17, 2020
Covid-19:
SOBRE PROVIDENCIA Y PRECAUCIONES
Algunos amigos muy queridos, ante la plaga que nos asola, y
la sucesión de medidas con las que los gobiernos le van a la zaga, parecen más
inclinados a ponerse bajo la protección de la Providencia antes que de los
preceptos gubernativos. Tienen razón, en primer lugar, por una jerarquía de autoridad
más que evidente; en segundo lugar, porque fastidia sobremanera la maniobra de
manipulación y de “paternalismo” que se esconde bajo los mensajes oficiales,
originados en individuos sometidos al virus soberano, que vienen errando el
vizcachazo desde el principio –así fue de arranque en la China y se extendió a
los mandamases de los demás países, a medida de que fueron afectados- y que
parten de la base de que sus democráticos súbditos son unos infelices que no
saben pensar nada por sí mismos y necesitan del oráculo gubernamental para pisar
el suelo. Pero aquellos amigos no tienen
razón cuando oponen providencia a prudencia. En principio, porque si interrogamos a la palabra,
prudentia deriva, precisamente de pro videntia. Y la prudencia providente,
que se informa debidamente y procede en consecuencia, no guiándose por los tartufos
disfrazados de San Alberto o San Ginés, sino por su recta razón y su sentido
cívico, cribando lo evidente de la pompa politiquera, es lo que debe
ejercitarse especialmente en momentos de peste. Quizás resulte ejemplificadora
una anécdota personal. Hace ya bastantes años, luego de publicar una extensa
crítica en “La Nueva Provincia” sobre sus trabajos acerca de los vikingos en
América, tuve unas largas conversaciones con Jacques de Mahieu. Transcurrieron
en un departamento de planta baja, en su escritorio que daba a un jardín muy
bonito, en la calle Paraná frente a la plaza Vicente López. Fueron varias y muy
ricas tardes, frente al whisky malo que generosamente ofrecía el anfitrión. En
algún momento le pregunté acerca de Gueydan de Roussel. Para alguno que no lo conozca, Guillemo
Gueydan de Roussel fue un jurista y filósofo suizo francófono, nacido en 1908, de vasta cultura –puede seguirse
su trayectoria en “Teología Política
según Gueydan de Roussel”, de Rafael Breide Obeid. Tuvo intensa relación
epistolar y personal con Carl Schmitt, que lo conoció cuando aquél preparaba en
Berlín su doctorado. Gueydan prologa la edición francesa de “Legalidad y
Legitimidad” y Schmitt lo cita elogiosamente
cuatro veces en su Glossarium, anotaciones de 1948. Gueydan fue secretario
del director de la Biblioteca Nacional francesa a partir de 1940 y sus temas,
en escritos de la época, fueron las relaciones entre la Iglesia y la Sinagoga y
la masonería. En 1944 viaja a Suiza para visitar a su madre y ya no puede
volver a Francia. Allí fue condenado in
absentia. En 1948 emigra con su familia a nuestro país y
se instala en el sur, en Lago Puelo, donde levanta con sus manos su casa de
madera. Cuando conversaba con Mahieu, mi conocimiento de la obra de Geydan era
a través de los artículos reproducidos en “Jauja”, la revista que dirigía Leonardo Castellani, material suficiente para
haber despertado mi curiosidad. Mahieu –que también había llegado a la
Argentina sintiendo en la nuca el aliento de los depuradores- dio una chupada a
su pipa, se tomó un trago y, con su inconfundible acento, me dijo:
-¿Gueydan? Un tipo muy integuesante. Pego un loco…
-¿Por qué?
-Fíjese que vivía cegca de El Bolsón y un día se desata un
gran incendio foguestal que está a punto de quemag su casa de madega. ¿Y qué es
lo único que hace? ¡Guezag!
-Y la casa, ¿se quemó?
-No, pero el fuego llegó muy cegca
-Entonces la oración fue eficaz…
-Talvez, o talvez fue el azag. Pero cuando se viene encima
un incendio, lo primego es haceg un contrafuego. Usted puede guezag mientras lo
hace, pego, por las dudas, no deje de haceglo.
El consejo del viejo profesor positivista, que me hizo reír
en su momento, me parece oportuno para nuestro trance. Sirve a creyentes,
dudantes e incrédulos. Nadie tiene un firmado un seguro de vida con la
Providencia. Prudencia y providencia son hermanas gemelas. Por eso este post
está presidido por San Roque y, abajo, está una mano profesional protegida
investigando una cepa de coronavirus. También
para creyentes, dudantes e incrédulos, conviene –firmemente o por lo que potest contingere- recitar mientras se
lava las manos cualquiera de estas dos cuartetas:
Pues médico eres divino
Con prodigiosas señales,
Líbranos de peste y males
Roque santo peregrino
Oh Roque patrón
divino
De pueblos universales
Líbranos de peste y males
Roque santo peregrino
Etiquetas:
Coronavirus,
providencia,
Prudencia
sábado, marzo 14, 2020
EL MIEDO NO ES SONSO...SALVO EL DE LA DIRIGENCIA
El miedo, junto con la agresividad, el hambre y el sexo, es una de las pulsiones fundamentales del bicho humano -según Karl Lorenz. Fenómeno primordial de la existencia, resulta la más elemental de las emociones. Pone en evidencia la condición inacabada y menesterosa de la vida humana, nuestra natural inseguridad ontológica. Junto con el deseo y el poder -afirma el gran psiquiatra Guillermo Vidal- constituye uno de los titanes del alma humana. Hobbes, que según su propia confesión vivió bajo el miedo intelectual, afirmaba que el temor -la aversión a sufrir un daño-, en sus dos formas del temor ante la muerte y el temor del futuro, lleva al hombre a buscar la protección del poder político, a cambio de rendirle obediencia, aunque esta relación no elimina nunca el temor, en la medida de que la violencia permanece latente en el corazón de cada sociedad. El miedo, pues, no es sonso, pero se vuelve estado peligroso cuando anida en quienes están a cargo de la conducción política de una sociedad, Esto último es lo que me parece está ocurriendo a raíz de la pandemia de coronavirus y el Covid-19.
El miedo a las epidemias, pestes, plagas y demás malaventuras de salud, está inscripto en la memoria de la especie. El miedo se agrava porque, en esos casos, el causante y transmisor es invisible. Lo que suele dar lugar al fenómeno colectivo de buscar chivos expiatorios con rostro humano, a quienes atribuirles la responsabilidad de la propagación del mal. Alessandro Manzoni, en la Storia della Colonna Infame, describió la persecución, durante la peste que asoló la Lombardía en 1630, a los "untores", que supuestamente difundían la plaga distribuyendo apósitos con ungüentos o polvos malignos. Muchos terminaron en el patíbulo. Este tipo de reacciones, descriptas hace más de un siglo por Gustavo Le Bon, se reflejó ahora en las diatribas a los chinos de los supermercados recogidas por los medios.
A falta de poder echarle la culpa a alguien del Covid-19, los gobernantes intentan -tarde- ponerse al frente de una guerra al virus, que naturalmente ganará el virus, inmune a los discursos y a las campañas de marketing, y muy capaz de trasponer barreras y fronteras. No habiendo por ahora vacuna o medicamento que sea efectivo contra el coronavirus, lo mejor que puede hacerse es reforzar hasta el límite de lo posible el sistema sanitario para asistir a los infectados, y multiplicar las medidas de prevención. En otras palabras, reducir los daños mientras se espera, de acuerdo con la experiencia acumulada, que la curva de la enfermedad llegue a su máximo, se amesete y luego decrezca. Esto implica una disciplina social y un ejercicio de la responsabilidad cívica inusuales entre nosotros. Pero aquí funciona aquello de que el miedo no es sonso y todos y cada uno comenzamos a contribuir a la obtención un bien común, la salus publica, deponiendo el individualismo feroz que desparrama la ideología del tiempo. Salus que alcanza aquí su doble significado, de salud y de salvación. Los gobiernos no se adelantaron en eso a los ciudadanos, sino que han ido a la zaga del sentido común de multiplicar el lavado de manos. Los gobiernos, el nuestro incluido, ejercen mediante mandatos de cuarentena, aislamiento, internación y otras compulsiones, su aparente soberanía. Soberano es el que decide sobre el estado de excepción, enseñaba Carl Schmitt. No cabe duda que el Covid-19 plantea un estado de excepción casi planetario. Pero el soberano no es ni el presidente, ni el rey, ni el primer ministro. La que se manifiesta soberana en el caso es la Naturaleza, que ha dado lugar a la nueva manifestación viral, detrás de la cual corren con miedo los conductores políticos, y todos nosotros a la zaga. El SARS-COV-2, nombre científico de nuestro virus, es un pariente del SARS que emergió en Asia en 2003. Un coronavirus, a través de la mutación y de la recombinación genética, se ha mostrado más apto que otros virus e hizo acto de presencia en el 2020. Después vino el murciélago, el ignoto animal intermediario y el paciente humano 0 en Wu Han. Si a ustedes gustan de los conjuracionismos, ese proceso previo se dio en un laboratorio norteamericano, trasladándose a China por la delegación del ejército de los EE.UU. que participó de los Juegos Mundiales Militares celebrados en octubre de 2019...en Wuhan. O, de la otra banda, en un laboratorio chino de alta bioseguridad, nivel P4 (el más alto del ramo), especializado en cepas virales, inaugurado el 23 de febrero de 2017 con la presencia del primer ministro francés Bernard Cazeneuve (Francia contribuyó a la obra) sito en...Wuhan. Sea como fuere, lo cierto es que la soberana de la pandemia es la denostada y aún negada Naturaleza, a veces inclusive caricaturizada, como hace Santa Greta. Nuestros gobernantes, a ese respecto, resultan sus meros partiquinos. En estos casos, además de la prevención, no viene mal rezar.
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