martes, diciembre 08, 2009


NÉSTOR Y LA TEORÍA DEL CARDUMEN




Al escritor alemán de ciencia ficción que se resguarda bajo el seudónimo de Carl Amery se le atribuye la "teoría del cardumen". Numerosas especies de peces se reúnen en cardúmenes, moviéndose al unísono en la misma dirección, la que de vez en cuando cambian simultáneamente con movimientos violentos y aparentemente inexplicables, ajustados a una suerte de sentido común supraorgánico. Esta masa ictícola, se ha observado, logra confundir a sus depredadores, que la toman por un único cuerpo de gran tamaño. Al parecer, esta red relacional que produce entre cada miembro del cardumen una comunicación tan singular, tiene su asiento en el sistema nervioso en los peces agrupados. Para comprobarlo, se extrajo de uno de estos peces parte de su filamento nervioso. Solo, el pez así mutilado era incapaz de orientarse en cualquier dirección y sus movimiento eran caóticos. Devuelto al grupo, ocurría que, como desajustado al movimiento general, se convertía en el foco de atracción del cardumen. Los arrastraba, pero ahora fuera de aquel sentido común, en insensatas direcciones que terminaban con la extinción del conjunto bajo el hechizo del guía amputado.


No estoy en condiciones de verificar la teoría del cardumen. Pero díganme si no resulta una maravillosa descripción de la red relacional entre Néstor y esa memoria colectiva despintada que se llama peronismo. O, mejor, nuestro país.-

lunes, noviembre 30, 2009


DUBAI II




Rectifico mi anterior post sobre Dubai. Segun informa Reuters, el Banco Central de Dubai, que es el mismo emir Al Maktum, informó que no se hará cargo de la deuda de Dubai World. El 11 de noviembre había dicho al Financial Times otra cosa:


Dubai tells skeptics to shut up
Dubai’s rulers have lost patience with suggestions that
all is not well with the emirate’s finances, or that relations with Abu Dhabi are strained.
As the FT
reported on Monday, Dubai’s Sheikh is having none of it:During a speech to investors, Sheikh Mohammed bin Rashid Al Maktoum turned from Arabic to English to deliver a strong reassertion of national unity, saying: “To the people who nag about Dubai and Abu Dhabi, shut up!”
“The second tranche of the bond programme will be well received and it will be used to meet current and future obligations,” the ruler, who is also prime minister of the UAE, said in Monday’s speech
.


"A los que hostigan a Dubai y Abu Dabi, ¡cállense la boca!". Ni el Néstor podría haberlo dicho -y hecho- mejor.

domingo, noviembre 29, 2009


IN MEMORIAM FRANCESCO GENTILE




El martes pasado falleció en Padua, de cuya Facultad de Derecho era profesor ordinario y había sido decano en dos ocasiones, Francesco Gentile, un pensador con la eterna novedad de los clásicos. Tuve el honor de conocerlo aquí en Buenos Aires y de presentar en conferencia la traducción argentina de su "Inteligencia Política y Razón de Estado", texto que acaba de publicar en Madrid la revista "Verbo" (nº 477/8). Requiescat, maestro.








DUBAI O DE LA LOCURA FINANCIERA






Dubai no produce nada; ni siquiera petróleo. Pero fue hasta hace poco una estrella de primera magnitud de la constelación financiera, apuntalada sobre inversiones inmobiliarias, predominantemente turísticas. La famosa isla artificial en forma de palmera, la torre más alta del mundo, la pista de esquí bajo el sol achicharrante del Golfo Pérsico -sin contar las carreras de camellos, recuerdo del pasado beduino. Ahora resulta que Dubai World tiene un agujerito de 59.000 millones de dólares y pide seis meses de respiro. "Pero no afectará la deuda soberana", dicen los expertos, como si Dubai World, que gira bajo la garantía del emir dubaití, no fuera todo lo que hay en Dubai. El emir de Abu Dabi, que sí tiene petróleo, está dispuesto, dicen, a comprar Dubai por el módico precio de 80.000 millones de dólares. La propiedad, en el emirato en concurso, ha caído en un año entre un 50 y un 70%, según fuentes diversas. Hay menos turistas y los inmigrantes (80% de la mano de obra) se están yendo, dejando sus autos -cuya cuota ya no pueden pagar- abandonados en los estacionamientos. No se sabe qué harán con el subte (sí, amigos, hay un subte en Dubai, como ilustran dos de las fotos, con tres clases: clase Oro, Mujeres y niños, clase Plata; es driverless, esto es, automatizado, sin conductor). La emisión de moneda electrónica virtual -creada de la nada, ex nihilo- ha producido una hiperinflación financiera, mientras los precios de las mercaderías se desinflan en las lujosas tiendas, bajo una combinación inflatoria-deflatoria, con pocos ejemplos en el mundo. Las bolsas sintieron el impacto, y puede haber remezones. La lógica del pancapitalismo financiero, soplador de burbujas sin relación con la economía real, lleva a concluir que, efectivamente, se puede morir de auge, crecimiento, plétora de dinero virtual puesto a empollar para que críe más dinero.





HISTORIA




"Los hombres hacen la historia, pero nunca saben qué historia están haciendo".


Raymond Aron

sábado, noviembre 28, 2009


TITTYTAINMENT




En 1995 se congregaron en el Fairmont Hotel de San Francisco Mijail Gorbachov, Bush el Viejo, Ted Turner, Bill Gates y otros distinguidos "trilaterales", para tratar el tema del futuro del trabajo. Allí, Zbigniew Brzezinski les tiró la fórmula del 20/80. Esto es, que looking fordward se avecinaba un mundo donde el 20% de la población, aproximadamente, estaría en las funciones directivas y las tareas que verdaderamente cuentan, mientras el el 80% restante resultaría algo así como superflua para la buena marcha de la economía, encerrada en horizontes repetitivos o directamente caída en el llanto y rechinar de dientes, productivamente hablando. A los fines de control, pues, se requeriría mantener a ese 80% supernumerario más o menos adormecido. Para ello, resultaría bueno el tittytainment, esto es, el "entetanimiento" - de titty, o teta en leguaje coloquial, y entertainment. Más claro: así como el bebé que llora y patalea es tranquilizado y se adormece cuando le dan la teta, así el sobrante, etc., etc. Los chicos del marketing estratégico conocen bien esto del 20/80. MTV, los hiperfunerales de Michael Jackson y la posterior colocación de This is it, el Gay Pride y sus adyacencias y concomitancias, etc., etc., son formas evidentes de entetanimiento global. Estoy lejos del conspiracionismo (porque observo que no hay una sola "gran conspiración" sino múltiples entrecruzadas, entre cuyas mallas se desliza el escaso fluido de la libertad), y ya bien dice mi amigo Aníbal D'Ángelo que el conjuracionismo es la sociología de los pobres, pero esta de los trilaterales es obvia: toda época que se respete ha tenido su circo, y una historia de los circos políticos globales sería un buen tema de tesis para tantos doctorandos desesperados de encontrar uno. Ahí les dejo a mis lectores una etiqueta fácil de aplicar en el posmotiempo y provista de cierta elegancia: "es el tittytainment, estúpido"


martes, noviembre 24, 2009


POBREZA, INDIGENCIA, MISERIA, EXCLUSIÓN Y OTRAS MARCAS DEL “PROGRESO”



Llamamos “pobre” al que a duras penas dispone de lo suficiente para cubrir sus necesidades básicas. Llamamos “indigente” al que carece de momento de los medios para cubrir sus necesidades básicas, pero que puede aún ser rescatado de esa situación por un empleo o por un socorro conveniente. Llamamos “miseria” al estado o condición de quienes no pueden satisfacer sus necesidades vitales. Las dos primeras, tradicionalmente, han sido entendidas como situaciones que pueden ser paliadas, mejoradas e, incluso, de las que se puede salir. La última es un estado o condición que se extiende a un conjunto amplio de personas y que tiende a prolongarse en el tiempo, bajo la forma de exclusión del vínculo social, de des-afiliación de la sociedad. Planteo que, en la posmodernidad, tanto en la Argentina como en el resto de Iberoamérica y en buena parte del mundo, existe una deriva constante, predominantemente estructural, no coyuntural, de las formas situacionales de la pobreza y de la indigencia hacia el estado o condición de la miseria, con fines de control social y manipulación política, y que el modo de gestionar la miseria a que se echa mano para evitar una hecatombe, es la reducción de los miserables a una forma remozada de la esclavitud.

La pobreza resultaba, tradicionalmente, una noción relativa. Siempre somos los pobres de alguien. Frente a Bill Gates, Carlos Slim, Cristóbal López o el matrimonio Kirchner, los aquí presentes resultaremos siempre pobres. No menos ricos: pobres.

Por otra parte, también respecto de la relatividad tradicional de la noción, lo mínimamente decoroso como nivel de existencia se define de acuerdo con estándares implícitos en el estilo de vida predominante en cada ámbito social y cultural, y estos estándares no son uniformes, aunque en la posmodernidad tiendan también a globalizarse. Las necesidades primarias –alimentos, vestimenta, techo, agua potable y estructura sanitaria mínima, acceso a medios de transporte, nivel elemental en servicios de salud y educación- no constituyen un orden objetivo, jerárquico y único. Siempre habrá de verse alguna antena satelital en una villa de emergencia, un vídeo juego en un boliche de lata y el cable en La Cava.

Lo que ocurre es que nuestra economía global actual es una economía fundada en los deseos y no en las necesidades –como enseñaban los viejos manuales- y en ella, para pobres y ricos, lo bastante es demasiado poco. En todas las capas sociales se toman los deseos por realidades porque se cree en la realidad de los deseos y, más profundamente aún, se cree en el derecho a realizarlos, ya que en el universo jurídico posmoderno los deseos se reconvierten sistemáticamente en derechos, con indiferencia a la manera en que ellos puedan ser efectivamente ejercidos.

Cabe anotar, en este punto, la paradoja de que el pobre, el indigente y hasta el miserable pueden estar arrinconados en los márgenes de la sociedad y hasta excluidos de ella, pero nunca resultan enteramente excluidos del mercado, aunque sus medios de acceso a él resulten limitados, por falta de poder adquisitivo, por ser deudores insolventes o desocupados de larga data. La sociedad tiene un exterior, pero el mercado no.

La pobreza es, o más bien era, noción relativa, pero le trazamos un umbral estadístico para fijar cuál es el ingreso bajo el cual no pueden satisfacerse las necesidades básicas. Con este instrumento, se calcula que el 40% de la población mundial es pobre y, en cuanto a nuestro país, alrededor de ese porcentaje. Como dato adicional, que en nuestro país la mayoría de los pobres son niños y la mayoría de los niños son pobres.

La pobreza, además de ser tradicionalmente una noción relativa, resultaba, también, una noción relacional. No podía caracterizársela sin relacionarla con la capa de riqueza y la capa media existentes en el mismo tiempo y lugar. No había posibilidad de considerar a la pobreza como un mundo en sí, independiente del resto de la sociedad donde se manifestara. Es decir, no podía haber una aproximación a la cuestión de la pobreza sin considerar a la sociedad como un todo ni imaginar respuestas para ella que no tuvieran en cuenta el irrenunciable deseo de vinculación, reconocimiento de pertenencia y arraigo al conjunto social que los fenómenos de la pobreza expresan.

La pobreza, ante todo, se mira en el espejo de la riqueza simétricamente manifestada. El consumo ostentoso y extravagante de los “ricos y famosos” de nuestro tiempo, ventilado en los medios, nos resulta chocante e intolerable por su carácter de “maldad insolente” frente a las manifestaciones más dolorosas de la pobreza. Un mundo de magos de las finanzas globales, de políticos elevados por el marketing y los creadores de imagen, de figuras del espectáculo y de jugadores de fútbol perciben ganancias fabulosamente distantes del resto. Conforman una sociedad aparte de las sociedades de donde alguna vez surgieron, viviendo aparte y actuando aparte, gente de un planeta mediático a la vez presente y remoto para nuestras vidas comunes. Estos rich and famous, que en buena parte mueven al mundo, se inscriben en lo que Christopher Lasch llamó la “rebelión de la élites”, la renuncia a sus deberes y el campear por sus fueros, paralela en nuestro tiempo a la “rebelión de las masas” que describió Ortega y Gasset en el primer tercio del siglo pasado.

En el otro extremo tenemos los excluidos, los nuevos miserables, que viven aparte en villas aparte y actúan aparte, conformando también una sociedad aparte de la sociedad. Y son una sociedad aparte porque nadie tiene necesidad de ellos. El excluido es un inútil, un supernumerario en términos sociales, cuya existencia resulta desprovista de toda finalidad que no sea la de sobrevivir, reproducirse y permanecer en su condición para ser manipulado convenientemente. Todo ello en una economía del deseo (no de la necesidad) y de la abundancia (no de la escasez según los viejos manuales), dando lugar así al “escándalo de la pobreza”.

No se ha conocido en la historia una situación social en que no haya habido ricos y pobres, difiriendo sólo en la hondura de la brecha que los separe. Se registran, sí, casos en los que la indigencia o la miseria han tenido mínima expresión o fueron resultado momentáneo de hambrunas o desastres naturales (inundaciones, terremotos, erupciones, etc.). La díada pobreza/riqueza puede ser considerada como una invariante o regularidad observable en toda organización social. Las proclamaciones de “pobreza cero” o de “riqueza cero” nunca han cobrado realidad y la díada vuelve al poco tiempo, luego de una sustitución de los miembros de la capa afortunada (la “nueva clase” descripta en su tiempo por Djilas, la “nomenklatura” soviética, etc.).

Lo novedoso en la posmodernidad es la segregación de la sociedad de ambos extremos: ricos devenidos ultrarricos y pobres devenidos miserables, que constituyen dos subsociedades en sí, separadas, secesionadas del resto. En la antigüedad, la separación entre ricos y pobres se daba dentro y en el seno de la κοινωνια πολιτικη o de la civitas. Era un conflicto dinamizador de la vida política. En griego es la στασις –sedición- a que se refiere Aristóteles en “Política”. Al hablar de los regímenes de gobierno, Aristóteles distingue entre el gobierno de una minoría rica (esto es, la oligarquía) y el gobierno de una mayoría pobre (la democracia). Y recomienda lo que llama la πολιτεια, el gobierno de la clase media, porque allí prevalece la prudencia y se logra la igualdad proporcional o geométrica, por el mérito y no por el número. En la democracia –prosigue- se cree que por ser iguales en algún aspecto, lo son absolutamente en todos los aspectos. En la oligarquía se cree que por ser desiguales en la riqueza, deben serlo absolutamente en todo los demás. “Los unos, pensándose iguales, pretenden participar en todo con igual derecho; los otros, pensándose desiguales, tratan de tener más, porque ‘más’ supone la desigualdad”. Y así nace la στασις. Pero todo ello dentro de la πολις.

Durante siglos, el pobre y aun el miserable (el pobre de solemnidad, que despertaba la misericordia) tenían un lugar en la sociedad. No estaba fuera de ella. El mendigo, el clochard, el lazzarone, el pordiosero de a caballo de la colonia, extendían la mano para recibir la limosna sin sentirse extraños al conjunto social, al vínculo comunitario con quien le daba la moneda. El mendigo pertenecía a una situación social públicamente reconocida. Los santos más preclaros habían bendecido esa condición y, a veces, la habían asumido voluntaria y ejemplarmente, como Francesco Bernardone, il poverello de Asís. El pordiosero oía cada día predicar en la iglesia la alabanza de la pobreza e inculcar el apartamiento de los bienes terrenos que consumen el orín y la polilla. Todos los días escuchaba sermonear que lo primero en el orden de importancia era la salvación del alma, y que la limosna contribuía a ello. Luego de la prédica, se ponía en la puerta del templo, con la mano extendida. Y aprovechaba de todas las instituciones que la Iglesia medieval contribuyó a crear, como hospederías y hospitales. Desde luego, no obstante aquellas prédicas, donde el mendicante era imagen del mismo Jesucristo, los pobres bien voluntariamente habrían cambiado su situación por la de los ricos (cuando no se volvían clandestinamente ricos, como Arturo de Córdova en “Dios se lo Pague”). Pero, mientras permanecían en la pobreza, no se sentían ni moralmente inferiores a los ricos ni expulsos de la sociedad. La pobreza era una de las formas del vínculo social, mirándose en la cara de la riqueza, y viceversa. (Aunque vistos con ojos actuales, aquellos señores feudales no parecen potentados y las diferencias y distancias con sus vasallos no nos resultan demasiado llamativas).

Incluso en el conflicto clásico de la sociedad capitalista, el del patrón y el asalariado, denunciado dramáticamente como explotación del hombre por el hombre, los protagonistas disputaban dentro de la sociedad toda. El conflicto inherente manifestaba un vínculo social pleno y el sindicato, por ejemplo, era un vehículo inclusivo e integrador en la sociedad toda. Era un conflicto vertical dentro de la sociedad (los de arriba y los de abajo).

El conflicto actual es horizontal y expulsor. Se trata de si se permanece dentro de los márgenes de la sociedad o se cae en las tinieblas exteriores de la insignificancia y la carencia de integración con la vida común, salvo, como veremos, bajo forma de esclavitud. Mientras tanto, por arriba, planea otra sociedad, la del relumbrón y el espectáculo, desde donde, a veces, se practica una especie de beneficencia aséptica hacia los excluidos, que sólo aparecen como figuras del dolor en la imagen preparada al efecto, para resaltar la “sensibilidad social” de los nuevos opulentos. (Apoyemos con unos centavos del vuelto del súper a los burócratas de UNICEF; organicemos con U2 un recital de rock para los pibes somalíes mostrados en pantalla; blindemos una favela para que Madonna pueda sacarse la foto con el garotinho, etc.). A los vínculos sociales concretos los suplanta un hipervínculo virtual, en donde el lenguaje mediático fundado sobre el marketing traduce el mundo y los dolores del mundo en unidades conmensurables y comunicables de puro espectáculo con finalidad mercantil. La chica que quiere triunfar se desnuda, como las de antes y las de siempre, pero ahora por el “cambio climático”, y Evangelina Carrozzo obtuvo una efímera gloriola en la pasarela mundial contra las papeleras.

Se produce una homogeneización del mundo, que en un sistema vivo indica tendencia a la muerte. Hay un desencantamiento de todo lo que nos rodea. El individualismo exacerbado y el igualitarismo desbocado (la igualdad ontológica extrapolada a la diversidad real, para uniformarla) desembocan en una exclusión brutal. El principio igualitario encuentra su expresión jurídica en la ideología de los derechos humanos. El derecho, disciplina constitutivamente relacional, tiene ahora por sujeto al individuo aislado, por el solo hecho de serlo; esto es, tiene por sujeto a un huérfano sin ombligo, nacido expósito y destinado a morir célibe. La dicotomía individuo-Estado, propia del siglo XX, se transforma ahora en la dicotomía de dos abstracciones: por un lado el individuo aislado, convertido en unidad intercambiable; por otro, la Humanidad, en cuyo nombre se legisla, se criminaliza y se juzga . Homogeneización, fijeza, tendencia de muerte, reductio ad unum de la diversidad del mundo (pensamiento único, lenguaje mediático único, sentimiento único, sexo único y fantasía de poder único).

En este contexto, tenemos estructuralmente ricos cada vez más ricos, haciendo rancho aparte, y pobres cada vez más miserables, conformando rancho aparte. La clase media, a la que Aristóteles asignaba el depósito de la prudencia, aparece a la consideración de quienes gobiernan sólo bajo sus números de CUIT o CUIL, con sus trabajos, propiedades, ingresos, claramente localizados (no off-shore) y, por lo tanto, básicamente productora y contribuyente. Porque los excluidos por arriba, el yacht people, los rich and famous, no pagan o apenas pagan impuestos, y los excluidos por abajo apenas contribuyen con el IVA cuando compran el Tetrabrick.

La única inclusión universalmente aceptada, válida para todos, es hoy el mercado. En nuestro tiempo, el mercado parece más un concepto sociológico que económico. Pero el mercado, aunque valioso, no puede reemplazar al vínculo social. El intercambio mercantil, por su naturaleza, no crea deberes. El saldo es 0, desde que la operación acaba, ya que la contrapartida monetaria cancela toda deuda. Lo contrario es la economía del don oblativo donde la deuda nunca queda saldada y se crea una red de obligaciones y obligados .

En esta misma tendencia homogeneizadora y excluyente se inscribe también la supuesta contrapartida de la ideología liberal o neoliberal; esto es, el Estado Providencia, el Estado Benefactor, el Estado Minotauro, como lo llamó Bertrand de Jouvenel porque hay que sacrificarle las primicias de la libertad política, y también –obviamente- su versión en socialismo del siglo XXI y sus variantes. Todas estas formas estatalistas tienen su matriz en el individualismo y el igualitarismo nivelador y podría caracterizárselas en su conjunto como variantes de una ideología burguesa y materialista donde se expresa el odio al pobre y la envidia al rico.

La oposición individuo-Estado fue una de esas falsas ideas claras del siglo XX. Son términos complementarios, no antitéticos. A más individualismo, más Estado. El Estado, una máquina de máquinas, uniforma a todos los individuos, considerados como unidades fungibles e intercambiables, bajo el ámbito de autoridad de la ley que crea, al mismo tiempo que destruye los lazos concretos que unen orgánicamente a las personas. El Estado es anticomunitario y dejó solo al individuo, como un expósito, frente a la abstracción de la Humanidad, vulnerando todos los órganos intermedios. Más los lazos sociales se aflojan, más aumenta la dependencia frente a Estado (ejemplo de las jubilaciones –aportes resultan impuestos al trabajo en blanco y, finalmente, el beneficio, subsidio a la vejez, ni capitalización colectiva, ni capitalización privada, ni siquiera solidaridad). Más aumenta la dependencia frente a Estado benefactor, más se siente su intervencionismo en todos los dominios de la existencia (desde el dejar de fumar hasta el matrimonio homosexual, pasando por cuál es la verdad histórica que debemos creer). El Estado aísla a los hombres, les expropia la Patria, la Nación, la vida política y los hace débiles y desconfiados prometiéndoles la seguridad y hasta la felicidad.

Tomemos un ejemplo. El Estado toma a su cargo la “redistribución de la riqueza”, el leit motiv de Cristina y de Néstor. Así se va a acabar de una vez por todas con la pobreza, etc., etc. La redistribución no es verdadera preocupación por los pobres, sino que expresa una obsesión por la igualdad radical. El efecto es la proletarización de las clases medias por la elevada imposición (los rich and famous no pagan) que para no caer de su estilo de vida al infierno de la exclusión debe multiplicar sus esfuerzos económicos: la clase media se convierte en la principal productora de bienes para el Estado (lo desnuda el conflicto con el campo desde la Resolución 125). Las familias pobres, por su lado, reciben menos de lo que aportan al Estado. La redistribución no va del rico al pobre sino que regresa poder del individuo al Estado. Tiene un valor de pura eficacia simbólica. Cercena la libertad política y personal. “La idea de que el dinero que reparte el Estado viene de arriba –dice Jouvenel- sólo es cierta para una porción mínima. En realidad, sirve para ocultar el hecho de que el poder adquisitivo redistribuido proviene de las mismas clases sociales que lo reciben”.

El clientelismo manejado desde “la caja”, que controlaban oligopólicamente los aparatos políticos partidarios (se destacó el bonaerense) se dividió luego en los intendentes del conurbano y gobernadores de provincia y ha terminado por revertir a los “líderes” de las “organizaciones sociales”, en un proceso progresivo de fragmentación del que hemos sido testigos en los últimos días a través de piquetes y contrapiquetes.

La democracia de la miseria, hacia el que tiende cada vez más nuestro régimen político, desemboca en la miseria de la democracia. Por un lado, la democracia representativa nos muestra una clase política autorreferencial, casi incestuosa y concentrada en el mantenimiento y extensión de sus privilegios, además de afectada por la corrupción medular asociada a la vida pública (el PUPA). Por otro, las manifestaciones directas del pueblo, como serían los referendos y las movilizaciones, están afectadas en su raíz porque crece incesantemente la masa de argentinos reducidos a la esclavitud, cuyo voto y cuya movilización se empaquetan y se compran hechos. Un pueblo, como cuerpo político, requiere de hombres libres. Pobres o ricos, pero libres. A la democracia se le ha perdido el pueblo y no sabe dónde está. Debemos reinventarla con hombres libres si pretendemos que tenga un sentido. Algunas movilizaciones, como las de junio del año pasado en ocasión del conflicto del campo o el mismo repudio electoral del 28 de junio al kirchnerato muestran posibilidades de reacción, mientras no se agoten en lo efímero. Pero, mientras tanto, la reducción a la esclavitud se propaga y crece.

La pobreza, en sí misma, ni es un mérito ni una indignidad. Es más bien un misterio, como decía Léon Bloy, aquel que se llamaba a sí mismo “mendigo ingrato”. El misterio de que siempre, evangélicamente, habrá pobres entre nosotros. En todo caso, hay que procurar que no sean siempre los mismos. El aprovechamiento político del pobre, en nombre de los eslóganes de la progresía, requiere, precisamente, que sean siempre los mismos, ya que resultan un fondo de reserva revolucionario o electoral que debe mantenerse íntegro para futuras reinversiones. Disminuir eficazmente la pobreza, integrar a la sociedad a los desplazados, sería a largo plazo destruir una materia prima política indispensable. Deben quedarse como están. Más aún, hay que reducirlos a la miseria, para esclavizarlos a cambio del mendrugo asistencialista que apenas le permite arañar las necesidades básicas. Hay que institucionalizar la exclusión y, luego, mostrarse compungido por ella.

Nuestra progresía revolucionaria hace aristotelismo sin saberlo. Siguen al Aristóteles del libro I de “Política”, cuando defendía la esclavitud por naturaleza. El esclavo –el mísero- es una posesión animada. Un instrumento para la praxis. Es esclavo por naturaleza el que puede pertenecer a otro, como pertenece el mísero a su puntero, referente o Milagro Sala de turno. Lo mejor para los esclavos, lo mejor para los míseros (y sigo parafraseando a Aristóteles) es someterse a este tipo de mando, ya que prefieren vivir, aunque sea mal, pero bajo la tutela de otro. El esclavo, el mísero, posee la razón, pero la pone al servicio de la obediencia más que conducirse él mismo por la razón, como hace un hombre libre. Les conviene esto a los esclavos, a los míseros, es justo que estén en esa condición y hasta están contentos con su suerte, concluía el de Estagira, sin saber cuán pertinentes resultarían sus razonamientos siglos después en un lugar llamado Argentina

El siglo pasado, para ser más exactos en 1913, un pensador inglés llamado Hilaire Belloc tuvo una intuición parecida, cuando escribió The Servile State, donde anunciaba que el cruce del capitalismo con el socialismo iba a producir la reaparición de la esclavitud, en beneficio de una minoría libre de propietarios de los medios de producción y de los instrumentos financieros, para imponerse a una mayoría de de individuos sin libertad ni propiedad, reducidos al trabajo obligatorio a cambio de un nivel mínimo de satisfacción de las necesidades vitales.

Pars construens:

Concebir la sociedad como un todo, holísticamente. Recomponer los lazos sociales con la pobreza expulsada y la riqueza autoexcluida, pivoteando sobre las ideas de deberes y obligaciones mutuas y recíprocas. Reinvención de la democracia mediante la recuperación del pueblo como cuerpo político, formado por hombres y mujeres libres, arraigados y avecindados, reunidos en la ciudadanía. Rescate de las libertades políticas y de la participación en clave federativa y de subsidiariedad. La federación se entiende como forma política, como lo fueron la ciudad, la república urbana medieval, el reino o el Imperio (no el oxímoron “Estado federal”). La federación sustituirá los aparatos del Estado en derrumbe. En lugar del mundo uno, del uni-verso político uniformizador, los órganos intermedios serán las patrias: las patrias carnales (regionales), las patrias nacionales (históricas) y las patrias continentales (geopolíticas). La subsidiariedad proveerá una trama compleja de mediaciones institucionales de abajo hacia arriba orientadas al bien común. Mientras el Estado define el bien a partir del derecho, la federación subsidiarista definirá el derecho a partir del bien. Hay que recuperar el bien común, desestatizarlo (el neoliberalismo, cuando habla de desestatizar, privatiza el bien común, fragmentándolo como un espejo roto en intereses particulares), para que pobres y ricos se enriquezcan con él y podamos aspirar a la “vida buena”.


En este día de la Tradición pueden recordarse los versos de Hernández: “que son campanas de palo/ Las razones de los pobres”. Hoy, más que en 1872, en que “Matraca” escribía. Más que nunca, cuando se nombra al pobre como nunca.-


"Campanas de palo" son las matracas o cilindros de madera que pueden observarse en algunas iglesias de México, Bolivia o Perú (en el Cusco ví en un templo uno de estos grandes cilindros) , y que aún se utilizan en algunos monasterios carmelitas. Se las hacía sonar, con un efecto desapacible, en Semana Santa, durante el Oficio de Tinieblas, cuando no se podía tocar las campanas.
"Matraca" era el sobrenombre familiar de José Hernández


En la ilustración, Léon Bloy, el "mendigo ingrato", que vivió y murió pobre

Intervención en el panel reunido en el INFIP (Instituto de Filosofia Práctica), el 11 de noviembre pasado.







jueves, noviembre 19, 2009


Matrimonio, Homosexualidad et al.




Como hombre que el día menos pensado pero -ay- bastante cercano, ha de cumplir, si el dios o el incierto destino lo permiten, cuarenta años de casado bajo el registro de monótono monógamo, la palabra "matrimonio" despierta en mí un mix de nostalgia, afecto, tentación de fuga y algún chispazo de tedio todo lo cual, supongo, bien pesado y medido y convenientemente agitado en la procesadora personal, constituye el amor. La tensión entre el suave deleite de la perfecta compañía y el impulso a saltar las tranqueras se va desbalanceando poco a poco a favor del primer término, sin que el segundo se borre del todo, a fin de que este yin y yang permita, en el juego de su inestable equilibrio, el dulce respiro de la vida. Y entonces uno, en los pocos pero imprescindibles momentos de soledad, soportables por efímeros, pero imprescindibles en tanto el hogar es un atentado light a la vida privada, puede repetirse aquello de Guido Ceronetti que he transcripto en un viejo post bajo esta etiqueta, de que suprimidos los combates de gladiadores el cristianismo puso en su lugar el matrimonio, o la definición de Ambrose Bierce segun la cual en nuestro vocablo se encierran un amo, un ama y dos esclavos, todos los cuales hacen, bien contados, dos personas. Pero nos decimos todo esto porque allí nomás, muy cerca, está la santa, la que recibe en su mano mi mano y me entiende antes de que comience a hablar. Digo esto porque algo quiero anotar sobre la cuestión del matrimonio homosexual que anda corriendo por ahí, a partir de un fallo "municipal y espeso", y ello nos remonta necesariamente al matrimonio tout court.


Lo primero que se advierte, al plantearse el tema, es que el matrimonio surge del dato biológico fundamental de la conjunción del macho con la hembra, "quam nos matrimonium appelamus", como decía el viejo Ulpiano. Esta polaridad de sexos es la base de un vasto bosque de símbolos, que resulta de que, en este mundo sublunar, somos de movida tal hombre frente a tal mujer. Pero esta situación inicial está destinada a ser sobrepasada y es a través de una forma jurídica, el matrimonio, las justae nuptiae según llamaban los romanos, que se abre la puerta a una tal elevación de sentido, sin olvidar su base primigenia e insoslayable, esto es, teniendo en cuenta "quod natura omnia animalia docuit".
Modestino -me gustaría decirle don Modestino, así, a la que te criaste- nos dejó en el "Digesto" esta definición de las nupcias: unión del hombre y la mujer, consorcio para toda la vida, comunidad de derecho divina y humana. Traducción libre e imperfecta su original: "conjunctio maris et feminae et consortium omnis vitae, divini et humani juris communicatio".


En rigor, pues, el matrimonio homosexual destruye la forma jurídica (como la seudo democracia global derriba la forma política o, al mismo tiempo, el pancapitalismo aplana la forma económica). Y la destruye y subvierte en lo basilar, al disolver su representación matrimonial, porque podría una sociedad prepolítica, al extremo, desconocer el derecho público, y aún la propiedad y la obligación, pero no la communicatio entre el hombre y la mujer donde se originan las relaciones de familia y parentesco. No es que el matrimonio, como se afirma, se establezca únicamente para la procreación. La estratagema de la especie para perpetuarse, como decía el viejo Schopenhauer, no necesita del vínculo matrimonial, aunque éste sea el más utilizado. A partir del dato natural de que un macho se ayunte con una hembra, el matrimonio, institución fundamental y formalmente jurídica, establece, con las líneas de parentesco, la estirpe de las generaciones futuras, su lugar y situación en una red de obligaciones y derechos previstos por anticipado. El matrimonio, considerado como unión de individuos del mismo sexo, nos retrotrae a una nebulosa en donde la sopa primordial de la que ha de surgir la convivencia humana aún no ha comenzado a cocerse. Por eso, aun en las culturas donde la honosexualidad no fue desaprobada, y hasta alentada, jamás se planteó extender el "matrimonio" a las parejas de tal orientación.




Bajo la advocación de Brigitte Bardot

miércoles, octubre 28, 2009




BICENTENARIO: JUSTICIA Y CONCORDIA

Mientras preparaba las notas para esta intervención, me vino reiteradamente a la memoria un episodio de mis ya lejanos inicios como abogado, a fines de la década de los 60 del siglo pasado. Entonces, como etapa previa a los juicios laborales se desenvolvían, en la que aún se llamaba calle Cangallo, unas Comisiones de Conciliación, a cargo de funcionarios del Ministerio de Trabajo, que no tenían necesariamente que ser abogados. Recuerdo a uno de estos conciliadores, muy ducho en su trabajo, morocho profundo con tipo de criollo, que tenía en su sala de audiencias un gran cartel que decía “Conciliación o Muerte”. Creo que, con la salvedad importante que formularé, este lema de aquel viejo conciliador podría reformularse para nuestra situación actual como “Concordia o Muerte”. Por cierto, y esta es la salvedad importante, el segundo término, “muerte”, no se refiere a la desaparición física de nadie. Alude, en cambio, a que sin concordia se muere, como vemos que ocurre entre nosotros día a día, la posibilidad de un orden político que apunte al bien común y de un orden jurídico en que pueda concretarse lo justo.

Los argentinos, al borde de nuestro Bicentenario, llevamos hoy, colectivamente, una vida desdichada. Nuestros pasos se encaminan desorientados tras los culebreos de dos viejas damas ruines y destructivas: la discordia constante y la corrupción medular. Todo lo que intentamos construir sobre este barro, todo lo que queremos instituir –instituir viene de un verbo latino que significa mantener recto, erguido- se nos viene en banda inmediatamente, como si pretendiéramos levantar pirámides con bolas de billar. Llevamos en la boca el gusto a ceniza del fracaso y la sensación de fastidio colectivo parece el remate de doscientos años de gobierno propio.

Para remontar nuestros desgarros y confusiones del presente, volvamos a un momento a los antiguos, a las fuentes culturales. Y discúlpenme que recuerde cosas bien conocidas. Para aquellos antiguos, la finalidad de la política no era el mero coexistir, el estar momentáneamente juntos como cuando nos apretujamos en el subte, sino el convivir, y el convivir bien, la vida buena, que permite lograr ese bien que individualmente no podemos alcanzar: el bien común. Ellos decían, también, que la concordia, que llamaban la “amistad política”, integra y fundamenta el bien común. Es la condición y también el coronamiento de toda obra común en vista del bien general. La concordia, y discúlpenme otra vez la lata, supone, primero, coincidencia en el orden de la acción respecto de unas pocas, pero básicas, aspiraciones de una colectividad y, luego, una concordancia de sentimientos (con-cordia, corazones al unísono) acerca de un patrimonio común, acerca de esa comunidad insustituible que hasta hace un tiempo llamábamos patria y que hoy no representa ni siquiera su último baluarte, la camiseta del seleccionado. Para nombrarla, se necesita recordar la voz de los poetas: “necesaria y dulce”, “inseparable y misteriosa”, la llamó Borges; “un dolor que aún no tiene bautismo”, escribió Leopoldo Marechal)
.

Como pertenezco a una agrupación de abogados “por la justicia y la concordia” permítanme infligirles algunas palabras sobre la relación entre estos dos bienes básicos. El fin de la política es la concordia, la amistad política. El fin de la justicia es el derecho, donde se concreta lo justo, el dar a cada uno lo suyo. La concordia empíricamente posible es obra de la política. Lo justo concreto resulta del obrar de los operadores jurídicos. Pero la mejor concreción de lo justo deriva del mayor grado de concordia posible. En otras palabras, para que haya justicia la ciudad debe estar, previamente, bien avenida consigo misma. Aún a costa de resultar pesado, permítanme ahondar un poco en este punto, porque es importante para echar luz sobre el drama argentino actual.

La discordia está en el corazón del derecho y de la política. Si no comprendemos esto, caemos en el panfilismo profundo que, con las mejores intenciones, apela a los buenos sentimientos de las almas bellas, sin ningún efecto en este bajo mundo. El dato primo, el punto de arranque tanto de lo político como de lo jurídico es un conflicto, una discordia. Ahora bien, la justicia, que es eminentemente distributiva, busca componer los conflictos jurídicos mediante un nivel de proporcionalidad constante. No intenta hacer concordar mi yo con el del otro litigante, sino atenuar la discordia reafirmando distancias objetivas mediante la distribución con la vara de la proporcionalidad. La concordia, la amistad política, en cambio, es eminentemente participativa y procura componer el conflicto mediante la edificación de un buen orden integrativo. La política, al perseguir la concordia, establece un umbral a la justicia y le permite su máxima expresión. La concordia, como obra de la política, resulta, pues, primera en el orden de la realización. La justicia y su objeto, el derecho, no fundan por sí mismos la concordia y la amistad política. Contribuyen decisivamente a mantenerla, por medio de la atenuación de las discordias particulares, cuando la política la ha establecido. Sin el instrumento del derecho, que permite yugular los conflictos sin acudir primariamente a la violencia, la concordia que instaura la política sería efímera. Pero –y recalco este punto- pretender fundar la concordia, la amistad política, en el derecho, sin el presupuesto de la obra política, resulta una ilusión que el siglo pasado y la primera década de éste muestra que se ha pagado muy cara. Y que está pagando muy caro nuestro país y nuestra gente.

En 1944, cuando finalizaba la Segunda Guerra Mundial, Hans Kelsen, uno de los mayores juristas del siglo XX, escribió un manifiesto titulado “La Paz a Través del Derecho”. Se propiciaba allí una judicialización planetaria de los conflictos, por medio de tribunales que aplicasen un derecho cosmopolítico, universal. Lo que se produjo fue, en cambio, una guerra civil globalizada, discriminatoria, ya que uno de los bandos es absolutamente criminalizado para crear una buena conciencia al otro, e ilimitada en cuanto a sus daños directos y colaterales. Giorgio Agambeni, un pensador italiano, llama a esta situación “estado de excepción permanente”. Lo facilitó la creencia de que el derecho, superior a la política, podía crear y mantener la paz por sí solo.

Ahora podemos pasar de estas consideraciones teóricas, algo arduas, a los aspectos prácticos. En nuestro país, desde mediados de los años sesenta del siglo pasado, comenzó una guerra civil, bajo la impronta de la guerra revolucionaria, por medio del ejercicio del terrorismo a través de diversos grupos armados, que dio lugar a una respuesta en términos de guerra contrainsurreccional, a cargo, especialmente, de las fuerzas armadas y de seguridad. Nuestra guerra civil fue un escenario secundario y periférico de la guerra civil global que enfrentaba a escala planetaria a la república imperial de los EE.UU. de Norteamérica, y sus aliados y satélites, con el imperio soviético –la ex URSS- y sus aliados y satélites. El enfrentamiento directo entre ambas superpotencias estaba descartado por efecto de la “mutua destrucción asegurada” y, por lo tanto, las escaramuzas se libraban en los arrabales, como fue nuestro caso. La historia íntima de nuestra guerra civil revolucionaria/contrarrevolucionaria se encuentra, en sustancia, en los archivos del Departamento de Estado y de la CIA, de la KGB y del Departamento América del Comité Central del Partido Comunista Cubano, que manejaba la beligerancia en nuestro subcontinente. Este episodio suburbano de la guerra civil global dejó en nuestro país un terrible saldo de muerte, luto, llanto, dolor, suplicios, torturas y, sobre todo, odios y rencores tenaces y cruzados; en suma, un pozo de discordia.

La única composición que existe para este tipo de conflictos es, como dijimos, primordialmente política. Y el instrumento político, que se encuentra contemplado en nuestra constitución nacional es, una vez elaborado el duelo, la fuerza del olvido, la amnistía general del art. 75, inc. 20 de la CN y el indulto del art. 99, inc. 5º de la CN, englobados aquí como formas de limitación de la potestad punitiva en vistas a consolidar la paz interior.

En aquel momento –año 1983- se decidió por decreto iniciar juicios a los integrantes de las sucesivas Juntas Militares y, por otro lado, a cinco miembros de la conducción de Montoneros y a uno del ERP. La promesa de campaña del candidato Raúl Alfonsín de establecer niveles de responsabilidad en la conducción militar, con la obediencia debida como causa de justificación para los niveles por debajo de los comandantes en jefe, quedaba de algún modo plasmada. La Cámara Federal en lo Criminal y Correccional dictó el fallo conocido como “Junta Militar”, que tiene la particularidad de que en sus considerandos se reconoce que se había librado una guerra bajo la forma de una guerra revolucionaria y de que las condenas, en las que se aplica el criterio de la autoría mediata, se fundan exclusivamente el derecho penal nacional. Pero la elección de la vía judicial para gestionar un conflicto básicamente político llevó, finalmente, al dictado de las leyes de “punto final” y de “obediencia debida”.

Impugnadas en su constitucionalidad, la Corte Suprema, entonces conformada por cinco miembros, se pronunció en la causa “Camps” el 22 de junio de 1987 y rechazó ese planteo por cuatro votos a uno. Los ministros Caballero y Belluscio afirmaron que la administración judicial no puede revisar los actos del Legislativo salvo violación de derechos fundamentales, que no se daba en el caso. Por su parte, el doctor Carlos Fayt señaló que tanto limitar la responsabilidad o amnistiar eran facultades propias del Congreso, por lo cual no entró a considerar si la ley hacía una u otra cosa. El voto del doctor Enrique Petracchi fue crítico de la ley, pero, considerándola una amnistía dictada dentro de las atribuciones del legislativo, la consideraba no revisable. La disidencia del doctor Jorge Bacqué se concentró en que la defensa de obediencia debida violaba principios fundamentales contenidos en la constitución y añadía que, si se la consideraba una ley de amnistía, igualmente era inconstitucional porque carecía del elemento de generalidad.

De algún modo, pues, más bien tortuoso, se había retomado la vía política, completada en 1990 por los indultos dictados por el presidente Carlos Menem.

“Todas las guerras civiles de la historia del mundo, cuando no han terminado por el exterminio de la facción enemiga, se han clausurado por una amnistía, desde la primera de la que se tenga registro, tras la guerra del Peloponeso, una guerra fratricida entre los pueblos y ciudades de Grecia, cuatrocientos años antes de Cristo”. Es un acto recíproco de olvido. No es un acto gracioso o una limosna. Quien recibe la amnistía debe devolverla y quien la da debe saber que él también la recibe. La amnistía, ante todo, no tiene que ver con la justicia, sino que, como su etimología lo indica, marca un olvido, tanto de las injusticias pasadas y sufridas, como de someterlas al veredicto de la administración judicial presente o futura. Afirma la necesidad de recuperar un valor propiamente político, cual es la concordia o amistad política, a los efectos de un nuevo comienzo, con las ventajas consiguientes para la sociedad en su conjunto. El doctor Carlos Fayt, en sus disidencias en las causas “Simón”, “Aquino” y “Mazzeo”, ha señalado que tanto amnistías como indultos consisten en una “potestad de carácter público instituida por la Constitución Nacional, que expresa una determinación de la autoridad final en beneficio de la comunidad” y las relaciona con los objetivos del Preámbulo de consolidar la paz interior y promover el bienestar general. Se pronuncia desde una situación excepcional -cambio de régimen político, cese de una guerra civil o de la ocupación extranjera, etc.- y resulta de ella misma una excepción a la normalidad, precisamente para permitir el reingreso en la regla y la norma comunes. Los efectos de la amnistía, vistos desde los casos particulares de los que han sufrido aquello cuya persecución penal se olvida, resultan seguramente inmorales e injustos. Sólo se justifica por su capacidad para recrear la amistad política y superar la interminable cadena vindicativa de la lucha faccionaria. Por ello, su posibilidad de andamiento está en razón directa del prestigio de que goce el gobierno que la imponga y de su perspicacia para restablecer con ella un equilibrio super partes. La ley 22.294, llamada de autoamnistía, dictada durante el turno del general Bignone, en el llamado Proceso de Reorganización Nacional, por ejemplo, no reunía ninguna de estas características. Tampoco la establecida en 1973, bajo el gobierno de Cámpora, luego de una tumultuaria liberación de presos cubierta por un indulto presidencial, que no produjo un equilibrio superador de la contienda, sino que más bien la ahondó. Debe tenerse en cuenta que la concordia que se recupera no vale sólo por sí misma sino , ante todo, por la calidad del orden que recrea y favorece.

Hay que preguntarse por qué la amnistía o el indulto son vistas en nuestros días con rechazo, como no lo fue en los tiempos clásicos, luego de las guerras religiosas e, incluso, tras el gran sacudón de la Revolución Francesa. En las contiendas precedentes a las dos grandes guerras del siglo XX, la amnistía para el enemigo derrotado estaba implícita en los tratados de paz, hasta el punto de que Kant pudo llamarla sustancia de la paz. Es que en nuestra época de guerra civil global y estado de excepción permanente, el enemigo, visto como radicalmente otro e incluso despojado de su condición humana, resulta demonizado y privado, como dice Milan Kundera, “hasta de la dolorosa gloria del fracaso”. Por ello no es en absoluto amnistiable o indultable y debe resultar, ante la opinión pública, y para justificar al vencedor, condenado perpetua e inexorablemente. Sin embargo, esta condenación absoluta no suele resultar útil, desde un análisis centrado en la relación costo/beneficio. Entonces, la amnistía y el indulto se reintroducen subrepticiamente, bajo formas apócrifas. Se lo hace de un modo lateral y clandestino, como ocurrió en nuestro país con los miembros de las organizaciones terroristas, a los que se considera que no pueden responder por crímenes de lesa humanidad por no revestir el carácter de agentes estatales, cuando esta distinción resulta irrelevante conforme el Estatuto de Roma para el establecimiento de una Corte Penal Internacional. En fin, nuestra Corte, desde el caso “Simón”, considera que amnistías o indultos, respecto de delitos calificados como de lesa humanidad, resultan una potestad que el Estado argentino ya no posee, puesto que las obligaciones asumidas frente al derecho internacional y, especialmente, frente al orden jurídico interamericano, conforme el derecho posmoderno de los derechos humanos, que operarían como una derogación por vía convencional de ambas facultades constitucionales para ese caso, se la vedan. Se trata de una mera afirmación dogmática, que el análisis pormenorizado, como el que realiza el profesor Alfredo M. Vítolo en su trabajo “La Posibilidad de Perdonar a los Responsables de Cometer Crímenes de Lesa Humanidad”[1], demuestra insostenible, y a él me remito.

Interesa señalar a esta altura que la elección de la vía judicial para ajustar cuentas con nuestra guerra civil, y la clausura paralela de la vía de la composición política por medio de la amnistía y el indulto, ha tenido un efecto demoledor, quizás no querido pero efectivamente producido, en el campo del derecho. No sabemos hasta dónde y hasta cuando los efectos deletéreos, venenosos, de este proceso habrán de alcanzar y hasta qué profundidad llega el daño producido. Me explico. Se ha establecido en nuestro país, en la justicia federal penal, y con la Corte Suprema de Justicia de la Nación a la cabeza, un derecho penal y procesal penal de dos velocidades: una, para los juicios ordinarios, donde, en principio, rigen las garantías del proceso justo y los principios básicos del derecho penal liberal; otra, para los juicios contra represores por delitos de lesa humanidad, donde aquellas garantías no tienen vigor y aquellos principios pueden ser dados vuelta como un guante. Curiosamente, esta circunstancia de establecer un derecho de dos velocidades fue uno de los cargos concretos que la Cámara Federal Penal precisó en su sentencia contra las Juntas Militares del llamado “Proceso de Reorganización Nacional”. En este “derecho penal del enemigo represor”, contrariamente a lo que señalábamos respecto del fallo “Juntas Militares”, la guerra revolucionaria no tuvo lugar, uno de los bandos desaparece del teatro de las operaciones y sólo queda el otro –durante el período 1976-1983, exclusivamente- en función solitaria de represor indiscriminado. Este escamoteo convierte la guerra que, como el tango, es asunto de dos, en regodeo de uno solo en la crueldad y la matanza. Otra vez, curiosamente, este mismo recurso de negar la existencia de la guerra y concentrar la culpa en uno solo de los bandos en actuación exclusiva fue el recurso a que echó mano el llamado “Proceso de Reorganización Nacional” entre 1976 y 1983.

Tomemos los principales fallos de la CSJN donde se estructura este derecho de dos velocidades, debiendo tenerse en cuenta que los hechos juzgados, en todos los casos, ocurrieron entre 1976 y 1983.

El primero es “Arancibia Clavel”, un espía chileno involucrado en el asesinato del general Prats, donde se declaró la imprescriptibilidad de los crímenes de lesa humanidad por aplicación retroactiva de la Convención de la ONU sobre imprescriptibilidad de los crímenes de guerra y de lesa humanidad, ratificada por la Argentina en 1995 y elevada a jerarquía constitucional conforme el art,. 75, inc. 22 de la CN en 2003 y la invocación del derecho consuetudinario internacional con fuerza imperativa (jus cogens), como sucedáneo de normas penales positivas escritas.

El segundo es “Lariz Iriondo”, un terrorista de la ETA reclamado por el gobierno español, donde se decidió que los crímenes del terrorismo no resultan alcanzados por la imprescriptibilidad, que sólo opera en el caso de agentes estatales involucrados.

El tercero es “Simón”, donde se declaró, volviendo sobre el fallo “Camps” arriba referido, la inconstitucionalidad de las leyes de Punto Final y Obediencia Debida 23492 y 23521, en virtud de los compromisos internacionales del país, bien que posteriores. La Convención Internacional sobre la Desaparición Forzada de Personas data de 194, fue ratificada por nuestro país en 1995 y elevada a jerarquía constitucional en 1997. Ya nos hemos referido a la de imprescriptibilidad de los crímenes de guerra y de lesa humanidad, ratificada en 1995 y elevada a jerarquía constitucional en 2003. Las leyes declaradas inconstitucionales son de fines de 1986 y mediados de 1987.

El cuarto, es el caso “Mazzeo” donde se declaró la inconstitucionalidad de un indulto dictado en 1989, cuya constitucionalidad había sido establecida anteriormente por la Corte en la misma causa, destacándose aquí las disidencias del doctor Fayt y doctora Carmen Argibay.

Esto es, que en el derecho de dos velocidades, para el enemigo represor se han dejado de lado estos principios, y mi enumeración es corta y no taxativa:

Principio de legalidad, de ley previa, en cuanto a la predeterminación normativa tanto del tipo penal como de la escala pena aplicable.
Principio de irretroactividad de las normas penales, y de su correlativo en el derecho internacional público, que es el de intertemporalidad (los hechos deben ser juzgados a la luz del derecho vigente cuando ocurrieron)
Principio de irrrevisibilidad de la cosa juzgada y del non bis in idem (no se puede juzgar dos veces por la misma causa).
Principio de interpretación de la ley penal pro persona, de donde deriva el in dubio pro reo y la aplicación de la ley penal más benigna.
Prohibición de la interpretación analógica de la ley penal contra el imputado.
Invocación dogmática de la costumbre internacional como sucedáneo de la ley penal escrita, sin probar esa costumbre y atribuyéndole fuerza imperativa (jus cogens).
No aplicación de la obligación asumida por el país de conformidad con el Pacto de San José de Costa Rica de que los juicios duren un “plazo razonable” y se eviten las prisiones preventivas de duración indefinida.
Agravamiento de las condiciones carcelarias para procesados y condenados, que no resistirían, en la otra velocidad del derecho, la común, un hábeas corpus correctivo.

Lo grave, con vistas a futuro, es que esta velocidad de un derecho despojado de garantías deja a los gobernantes que fuesen, en tanto puedan manejar por cualquier medio la justicia federal penal o un sector de ella, con las manos libes para extenderla a toda persona o sector que les moleste.

Cierro aquí el inventario incompleto de los ingentes y gravísimos daños que nos ha procurado, nos procura y puede procurarnos mañana la vieja y ruin dama discordia, cuando le hacemos el campo orégano.

El remedio es, ante todo, político: rehacer la concordia por medio de su instrumento, legitimo y constitucional: la amnistía, englobante del indulto. No podemos seguir reabriendo tumbas para cavar más hondo las trincheras. Es la hora de lo que los antiguos llamaban pietas, un sentido sacro de construir la concordia y la comunión en este suelo. Ahora que se desliza por ahí la palabra “destituyente”, recordemos que la concordia es constituyente por excelencia. La concordia, en este Bicentenario, debe ser nuestro pacto constituyente.

[1] ) Academia de Ciencias Morales y Políticas, Instituto de Política Constitucional, Buenos Aires, 2009.



P.S.: intervención en la mesa redonda que se celebró en el Colegio de Abogados de la Ciudad de Buenos Aires el 27 de octubre de 2009, organizada por la Asociación de Abogados por la Justicia y la Concordia.


Federico Nietszche decía que el pasado sólo puede ser interpetado por un presente más fuerte que él. Sólo la concordia puede fortalecer nuestro frágil presente y aceptar así un pasado, destinado, por definición a pasar, en lugar de encharcarnos cada vez más en él, conduciendo la vida colectiva en reversa.

miércoles, octubre 14, 2009


¿UN ANTICRISTO CURSI?





Con el premio Nobel, otorgado por el Comité Parlamentario noruego, que hace a Barack Hussein Obama Príncipe de la Paz, algunos -como Juan Manuel de Prada en ABC- han sugerido que cobró cuerpo definitivo aquel Juliano Felsenburg que Robert Hugh Benson, en su novela "Lord of the World", preanunciaba como el Anticristo. Felsenburg, después de todo, también era norteamericano, aunque sólo senador. Al menos el personaje de Benson llegaba a Presidente de Europa y Salvador del Mundo por haber evitado una guerra de los continentes. Barack, en cambio, todavía está en la gatera, bombardeando módicamente medio Paquistán y hundido hasta la verija en suelo afgano, donde mantiene una cárcel -la de Bagram- semejante a la de Guantánamo (sigue abierta) o Abu Ghraib (aún en funciones).



Una cosa que llamó mi atención es que Obama se mostrase sorprendido porque le hubiesen adjudicado el premio. Es obvio que alguien lo propuso, y que el hoy agraciado sabía de esa postulación. Esto de hacerse la corista atónita de que la foto de su desnudo haya aparecido en Playboy no convence. Menos, teniendo en cuenta lo que sigue, tomado de un blog de Javier Custodio Ayala:


Elena Bonner, la viuda de Andréi Sájarov, Premio Nobel de la Paz en 1975, en el artículo «Una “Nobelidad” a la izquierda» (“Нобель без палочки”) (el juego de palabras en ruso con Ноль/Нобель («Nulo»/«Nobel») es gracioso y difícil de traducir: Ноль без палочки: «un cero a la izquierda») del periódico digital Grani.ru (Грани.ру) ha acusado a los responsables de concederle el premio a Obama de transgredir «normas morales, éticas y jurídicas» al fallar el premio. Denuncia que su candidatura tuvo que ser presentada apenas días después de ser investido:
«Sobre el Reglamento para la nominación, dijo: “El Premio de la Paz puede concederse a las personas, así como oficiales y organizaciones públicas. Se aceptan nominaciones para el examen a más tardar el 1 de febrero del Año. Con esta norma, Obama fue nominado, o en los diez días después de ser elegido Presidente de los Estados Unidos, o quizás incluso antes de la entrada en este alto cargo.”»

Desde luego que este premio Nobel de la Paz las más de las veces es un timo y una caricia al poderoso de turno en el sentido del pelo. Si Teodoro Rosevelt, el de la big stick policy, la política del gran garrote, pudo obtenerlo, y si Adolfo Hitler estuvo entre los nominados en 1938, poca fe merece. Un poquito más respeto le tengo a nuestro Carlos Saavedra Lamas, que lo sacó en 1936 por su intervención pacificadora en la guerra del Chaco. Y creo que los únicos que recuerdo que lo merecieran realmente fueron Henri Dunant, el suizo que creó la Cruz Roja (el primero en obtenerlo) y la Madre Teresa. Y respecto del resto, incluido el bueno de Henry Kissinger, el difunto Arafat y el insignificante Pérez Esquivel practico el más vigoroso menefreguismo.


Jesús es llamado el Príncipe de la Paz y, correlativamente, se supone que el Felsenburg final también aspirará, simiescamente, a ese título. Hubo otro Príncipe de la Paz, más apto para el chichoneo que para Armagedon, y fue Manuel Godoy, aquel guardia de corps que ejercía en la cama de la reina María Luisa, la esposa de Carlos IV. Lo que ocurre con nuestro novísimo e instantáneo Príncipe de la Paz Obama es que resulta, en todo caso, un Felsenburg deshidratado y un Anticristo cursi. O más bien un Godoy, quizás sin tanto ajetreo









LA ERA DE LOS ABOGADOS




De Tom Wolfe sólo leí una novela -"La Hoguera de las Vanidades"- y bastó para que lo colocase junto con Gore Vidal y, un poco más allá, con John Kennedy O´Toole, entre los novelistas norteamericanos contemporáneos que bien me placen. Norman Mailer me pareció siempre un producto mediocre sobrevalorado por la intelligentsia comunoide, y Wolfe ganó aún más tantos en mi aprecio cuando leí su juicio lapidario acerca del autor de "Los Desnudos y los Muertos": sólo sabe escribir sobre sí mismo (como nuestro Sábato, por ejemplo). Wolfe, con su aire de dandy sureño, posee el don de la síntesis certera. A los 70 del siglo pasado los definió como la "década de la pornografía"; a los 80 como la del "dinero, la codicia y el yo" (the me decade), en cuanto a los 90, como de la "plutografía", esto es, el desnudo de los ricos y famosos para mostrarlos en su entorno kitsch, en sus caprichos y en sus berretines. Hace poco, hojeando en mi biblioteca el viejo ejemplar de "La Feria de las Vanidades", de Thackeray, cayó un amarillento recorte de "La Nación" del 24 de enero de 1999, donde Wolfe, preguntado sobre cómo llamaría a la primera década del tercer milenio, contestó:


"Creo que el mundo está buscando nuevas bases de moralidad. Desde que el dinero y la riqueza se largaron a reemplazar a Dios, se ha vuelto muy gris la frontera entre el bien y el mal, lo moral y lo inmoral. No es casual que el gran boom de esta década y, probablemente, de la que viene, sea el de los abogados, y no necesariamente porque sean parámetros de moralidad. Pero ante el olvido de los diez mandamientos o la carencia de otros puntos de referencia, la gente parece estar confiando en encontrar esos parámetros en la ley, los tribunales o el código penal".


Aviados estamos, palabra de abogado con cuarenta años de trajín.

martes, septiembre 29, 2009


PERDIENDO PIE EN HONDURAS





En una entrega anterior –“Metiéndose en Honduras”- especulé, a partir de unas declaraciones de Mel Zelaya en que le pedía a Barak Obama medidas de retorsión contra su país, con que se intentase constituir una nueva Santa Alianza contra el Congreso y la Corte hondureñas, con los EE.UU y la UE como partícipes. Al fin, la Santa Alianza se formó realmente, con Lula da Silva como nuevo Metternich, y el propio Zelaya, “abrigado” en la embajada de Brasil en Tegucigalpa, esperando ser restaurado con gloria y majestad en su trono tropical, una vez depuestos y castigados los usurpadores. Todo con el aplauso europeo, el visto bueno del presidente norteamericano, que quiere sacarse cuanto antes este incordio de encima, y un coro de partiquinos regionales, donde descuella nuestra presidente.

Cualquier observador con libertad íntima e independencia práctica, examinados los hechos, concluye que en Honduras no hubo un golpe de torvos militares para echar a un presidente regularmente electo, sino un fallido golpe de un presidente regularmente electo para fabricarse una reelección prohibida por el texto constitucional de aplicación (art. 239). Ello llevó a un conflicto de poderes entre el presidente, de un lado, y el Congreso y la Corte Suprema por otro, que –en un país que no cuenta con el instrumento del juicio político- condujo a la destitución del titular del Ejecutivo por el Congreso, lo que fue ratificado por la Corte que, además, inició una causa contra aquél. El mismo Zelaya renunció a la presidencia y un destacamento militar lo apresó y lo expatrió de hecho, metiéndolo en un avión rumbo a Panamá. Que esto último fue contrario a derecho, también es claro, ya que correspondía, en todo caso, ponerlo derechamente a disposición de los jueces de su causa. Por otra parte, la propia constitución hondureña, en su art. 10, prohíbe que un ciudadano sea expatriado. En resumen, ante el intento del presidente de violar la constitución en cuanto quería introducir la reelección y el cese de la alternabilidad en el ejercicio del poder ejecutivo (cuya infracción en el art. 4º de la citada constitución es considerada traición a la patria), se procedió a su destitución por vía legal, incurriéndose luego en una antijurídica deportación de Zelaya en lugar de someterlo a sus jueces naturales. Así las cosas, es obvio que se trataba de una cuestión del resorte de los hondureños y que sólo estos estaban en condiciones de resolver, máxime cuando, en el próximo mes de noviembre, deben realizarse elecciones para la renovación presidencial, que el gobierno provisorio no ha suspendido ni postergado. A los demás países sólo les correspondía respetar los principios de autodeterminación y no intervención en los asuntos ajenos. No “meterse en Honduras”, expresión que en nuestra lengua significa que alguno se inmiscuye en lo que no le importa. Lo más indicado, en todo caso, era procurar, por medio de los buenos oficios diplomáticos, ya por la OEA o por los principales países de la región, que el entuerto discurriera por vías pacíficas.

Nada de esto ocurrió. La situación fue pintada por Zelaya, en versión inmediatamente recogida por los medios, los gobiernos y la propia OEA, como un inaceptable atentado a la regularidad democrática hondureña. Los “golpistas” fueron acusados de usurpar el poder por las armas y de desencadenar una persecución contra el “pueblo hondureño”, que se decía añoraba al caudillo talludo de pelo teñido bajo el sombrero ranchero, como los americanos decíamos añorar a Fernando VII, el “Deseado”, hace doscientos años. Obama, preocupado por el embrollo afgano, los bombardeos a Pakistán (treinta y siete hasta el 27/09) y por perpetrar en la cárcel de Bagram (Afganistán), a escondidas, lo mismo que salió a la luz en Guantánamo o en Abu Ghraib, encontró un alivio inmediato en condenar el “golpe” ante los micrófonos. Hugo Chávez, seguido de cerca por Evito, Correa y Ortega, celebró denostar a unos villanos que lo eximen momentáneamente de desempeñar ese papel algo fatigoso. Los capitostes de la UE festejaron encontrar un chivo expiatorio en área bananera, y contribuyeron al barullo para olvidarse un rato de sus propios problemas. Nuestra presidente, ya se sabe, de la boca y del país para afuera, compra todos los discursos propicios a las almas bellas, en la onda de los salmos edificantes que entona el bajo clero de la progresía. En fin, todo el mundo se pudo crear, a bajo costo, una buena conciencia y rehacer una virginidad a partir de unos honduqué? perdidos en el mapa de tierras calientes. Hasta la OEA, templo de la inutilidad y asiento de la ineptitud, por secretario general interpuesto desenvainó la faca y se le fue al humo a los honduritas, expulsando al país de la organización, propiciando sanciones que recaen en el pueblo afectado, exigiendo restituciones y otras demasías, que –casualmente- son del mismo tenor que las que, por resultar atentados al buen sentido, la autodeterminación y la no intervención, fueron levantadas a Cuba, por el mismo organismo, en junio de este año. Mayor coherencia, don Insulza, imposible.

Cuando Zelaya paseaba su sombrero y su tintura por diversas tribunas de la región, un poco a la manera de aquel Bertoldo medieval que buscaba un árbol para ahorcarse y no encontraba ninguno satisfactorio, y el coro se había puesto de acuerdo en la barbaridad de no reconocer siquiera las elecciones de noviembre, a las que concurre el propio partido del Mel, como si fuésemos pocos, alumbró el Brasil. O simpático malandro Zelayita apareció arropado en la embajada brasileña en Tegucigalpa, desde donde incita a la batalla final contra los usurpadores, mientras su legítima denuncia que Micheletti manda gas venenoso por las cañerías al reducto, a la manera de un Putin subtropical y, visiblemente, con escaso efecto. Hugo Chávez se parachutó sobre la iniciativa y dijo que era de él, que los bolivarianos lo habían llevado, con lo que no le hizo ningún favor a Lula, si es que los venezolanos pueden utilizar las embajadas de la República Federativa del Brasil a manera de albergues transitorios para políticos centroamericanos defenestrados. Supongamos que no es así y Huguito, como siempre exagera: va embora. Supongamos que Brasil, líder regional aspirante a quinta potencia mundial y a su sillita en el Consejo de Seguridad, salió a la cancha. Sale, pasándose por el arco de triunfo la autodeterminación de los pueblos y el principio de no intervención, a convertir su sede diplomática en tribuna de Zelayita. Sale a designar oficialmente como usurpador al actual gobierno. Sale a decir que las elecciones –el recurso para apaciguar el conflicto- no tendrán lugar. Sale a propiciar algo que se llama “intervención”, o casi mejor invasión. Crea el estado de excepción con el albergue a Zelayita y se queja después del estado de sitio como respuesta. Pero, garotos, ése es el libreto de la USA, Yanquilandia, Gringolandia o Invadoladia, como me apunta el compañero Pino Solanas. Campeones en el fútbol, desde luego. Líderes regionales, de acuerdo. ¿Pero la de Harrison Ford y Bruce Willis también? ¿Se vienen con la dirección de Tarantino? ¿Se les perdió en Tegucigalpa algún soldado Ryan de Copacabana? Pare la mano, don Luiz Inacio. Si no, ¿qué nos deja a los progres? ¿Vamos a tener que renunciar al samba, a la caipirinha y a Sonia Braga por “imperialistas”? Pare la mano, amigo Lula.-
En la imagen, estatuta de Zelaya provisoriamente trasladada

sábado, septiembre 26, 2009


RECADITO EN LA OREJA PARA LADY CRI-CRI




"Por eso nos ha sido forzoso soportar estos años que hombres [y mujeres] tan primari@s , colocados por la Fortuna, que es la musa de lo político, al frente de grandes pueblos, se permitiesen adoctrinarnos sobre todas las cosas en apotegmas que eran una extraña fusión del teorema y del ukase".



Esto lo dijo Orteguita; ya saben, no el Burrito que intenta levantar a Ríver, ni el senador (MC) Palito, sino el otro, el anterior, el de la Revista de Occidente y todo eso. Y, en el mismo texto (De Europa Meditatio Quaedam), agregó: "en política, vivir al día es casi inevitablemente morir al atardecer, como las moscas efímeras". Bueno, pero que no nos arrastre en su óbito el efímer@. Digo, por si las moscas...

martes, septiembre 08, 2009


POR PURO ESPÍRITU DE CONTRADICCIÓN





En la línea del título, inserto esta curiosa imagen que proviene de la calles de Nueva York

JOSÉ ANTONIO Y EL FUSILAMIENTO MEDIÁTICO



Ahora resulta que un abogado, ex integrante del Consejo de la Magistratura, pide la remoción de mi viejo amigo Eduardo Vocos Conesa porque, en un aviso fúnebre dedicado a Mohamed Alí Seineldín, citó aquello de José Antonio acerca del "laconismo militar de nuestro estilo" y "Dios le dé el descanso eterno y a nosotros nos lo niegue", etc. etc. He visto por C5N la consabida retahila: un antidemocrático dictador español (¡seguir confundiéndolo con don Miguel, a estas alturas de Internet!); hombre que estaba contra el voto de la mujer; admirador de Hitler y Mussolini, etc. Me viene a la memoria pecadora una frase del mismo José Antonio: "lo que no cabe en sus estrechas cabezas creen que no puede existir" (creo que es de "La Hora de los Enanos", pero mi memoria no es tan buena como en aquellos lejanos tiempos en que transitaba las "Obras Completas" que, entre paréntesis, no eran tan completas).


Para ese vulgo municipal y espeso que acude en jauría cuando de morder a un hombre solo se trata, no voy a dedicar párrafos míos, sino rescatar voces sobre José Antonio nada complacientes con Franco.


Comienzo con Rosa Chacel, gran novelista exiliada durante el franquismo:


Ayer, al pasar por los puestos de libros del Cabildo, vi unos cuantos libros españoles, de la España actual… ¡Lagarto, lagarto!... Sin embargo, me compré nada menos que las Obras Completas de José Antonio. Hacía mucho tiempo que quería leerlas y.......llegué a casa y me leí de un golpe trescientas páginas. Es increíble. Dos cosas son increíbles; una que todo eso haya podido pasarme inadvertido a mí, en España, y otra que España y el mundo hayan logrado ocultarlo tan bien. Porque no me extraña que llegaran a matarle: estaba hecho para eso, para que después de muerto se haya hecho el silencio sobre su caso… Era difícil y expuesto por la gran confusión en torno.........Fenómeno español por los cuatro costados […]. Despertad, sacudid a uno de esos ciegos y será capaz de mayor abnegación, pero mientras viva ofuscado por su propio brillo, activado por su propia hambre, no esperéis que dialogue con el prójimo, conformaos con poder evitar que lo devore. Hay que estudiar esto en Unamuno, en Ortega, en José Antonio, su reflejo o espectro. En lo que quedó de ellos, en quienes les fueron afectos y en quienes les execraron sin comprenderlos o, lo que es peor, comprendiéndolos y temiendo –por pereza, por miedo o por inepcia– lo que ellos exigían.”


Y ahora recordaré a un gran político de la II República, Indalecio Prieto:


Cuantos me reprochaban las defensas de ese joven impetuoso y bien intencionado, conocen mi respuesta. Es que también le debía la vida, porque él y su gente me custodiaron hasta mi domicilio, una noche en que algunos, que se decían correligionarios míos, habían acordado ‘abolirme’. Ya conoce V.E., por escrito, el episodio. Son páginas personales que dicen muchas cosas.”“Data de muchísimo tiempo la afirmación de que en todas las ideas hay algo de verdad. Me viene esto a la memoria a cuenta de los manuscritos que José Antonio Primo de Rivera dejó en la cárcel de Alicante. Acaso en España no hemos confrontado con serenidad las respectivas ideologías para descubrir las coincidencias, que quizá fueran fundamentales, y medir las divergencias, probablemente secundarias, a fin de apreciar si éstas valían la pena de ventilar en el campo de batalla. La confrontación de ideologías, que no se hizo entonces, debe hacerse ahora. Porque es necesario un esfuerzo generoso en busca de puntos de concordia que hagan posible la convivencia, tratándonos como hermanos y no peleando como hienas”


Traeré en este punto a Jordi Pujol, que aún vive:


Mire, sé que la cita es un riesgo, pero uno de los que entendió mejor, y en circunstancias muy difíciles, el catalanismo, fue José Antonio Primo de Rivera”


Aporto a un notable anarquista que anduvo en nuestra tierra, Diego Abad de Santillán:


"A pesar de la diferencia que nos separaba, veíamos algo de ese parentesco espiritual con José Antonio Primo de Rivera, hombre combativo, patriota, en busca de soluciones para el porvenir del país. Hizo antes de julio de 1936 diversas tentativas para entrevistarse con nosotros. Mientras toda la Policía de la República no había descubierto cuál era nuestra función en la FAI, lo supo Primo de Rivera........españoles de esa talla, patriotas como él, no son peligrosos ni siquiera en las filas enemigas. Pertenecen a los que reivindican a España y sostienen lo español, aun desde los campos opuestos, elegidos equivocadamente como los más adecuados a sus aspiraciones generosas. ¡Cuánto hubiera cambiado el destino de España si un acuerdo entre nosotros hubiese sido tácitamente posible, según los deseos de Primo de Rivera!”



Podría seguir, e incluso referirme a la amistad entre José Antonio y Federico García Lorca. Dejo aquí. José Antonio, como tantos otros sacrificados en aquellos años terribles del siglo pasado, debe ser defendido tanto de sus antiguos panegiristas como de los chacales de siempre. Incluso, hoy, de la sórdida videoignorancia nacional.

viernes, agosto 14, 2009



LA REVOLUCIÓN SERÁ CHIC O NO SERÁ




El artículo de Mauricio Crippa en Il Foglio, cuya versión les ofrezco más abajo, subraya una evidencia: para ser un buen revolucionario, uno que se destaque del pelotón, hay que resultar bastante snob. Atrás, en montón, cortejo anónimo, incauto y confianzudo, puede trotar la chusma nunca sagrada que habrá de ser ofrecida sin remordimiento en los altares de diosa Revolución. Pero adelante, que marche un tipo de mundo, mejor si linajudo, cachorro de bacán.


Ernesto Guevara de la Serna, como ha recordado muy bien y documentadamente Enrique Díaz Araujo[1], era de cepa aristocrática. Por los Guevara estaba emparentado con un virrey de México, don Pedro de Castro y Figueroa; por los Lynch con los Pueyrredón (y con José Hernández, por lo tanto) y por la rama materna, los de la Serna, con José de la Serna e Hinojosa, último virrey del Perú. Transcurrió el Che su infancia y adolescencia entre las copetudas familias de Alta Gracia y su círculo de visitantes. En los links del Hotel Sierras habrá aprendido a manejar los palos de golf, considerándose ya un chico mal de familia bien. Tendría ocasión de volverlos a tomar junto con el doctor Fidel Castro Ruz en 1961, época de las fotos que ilustran estas líneas, tomadas por otro no cualquiera, Alberto Korda (Alberto Díaz Gutiérrez), autor de la foto del Che como “Guerrillero Heroico” que hoy circula en todas las chucherías del mundo capitalista.


Desde luego que nuestros viejos revolucionarios sufren idéntica compulsión a considerarse y ser considerados entre los happy few. No basta, claro, con haber descubierto que los negocios son la continuación de la revolución por otros medios. Negocios por izquierda hace cualquier lumpenburgués. Por eso, en algunos casos se inventan abolengos y hasta un viejo “fusil de la Argentina” que hoy ya no ejerce de tal, olvidando su decoroso origen de clase media, romancea con antepasados terratenientes. Pero no alcanza. Tampoco es suficiente con ostentar lo comprado por “deme dos” en Rodeo Drive. D’Elia y Pérsico ni siquiera dan un perfil de sans culottes. Y encima viene el bolivariano con esa monserga del golf como deporte de burgueses y de flojos, y que el mejor campo con hoyos es el de maíz (con retenciones). Muchachos de los 60/70, a no aflojar: la revolución será chic o no será.

Luis María Bandieri





EL VIEJO HUGO COMBATE LOS GREEN Y LA SUBLIMACIÓN DEL VIAGRA

Maurizio Crippa-Il Foglio Cotidiano, 13 de agosto de 2009.-


Las revoluciones, aún las bolivarianas, resultan mercadería muy delicada como para que las manejen jornaleros de miras estrechas y limitada visión del mundo. Para quien lo haya olvidado, bastaría una mirada a aquellas fantásticas instantáneas en blanco y negro –el blanco y negro de Alberto Korda, no de un paparazzi cualquiera- del Che Guevara en uniforme de monte –lo sublime en punto a transgresión- en el lujurioso green de Villareal, en La Habana, mientras se arriesga en un encuentro con Fidel Castro, al que se le había metido en la cabeza, de puro fanfarrón que siempre ha sido, desafiar al enviado del gobierno norteamericano y quería ponerse en forma.

La revolución es materia para el comportamiento aristocrático, y es necesario saber desenvolverse a gusto tanto el club house como en la Sierra Maestra. Se puede abolir cualquier diferencia social, excepto aquella entre quien maneja los palos y el que tan sólo puede oficiar de caddie. El golf resulta esencial para la lucha de clases, como, y aún más que los misiles de Jruschov, como y aún más que el encendedor sin el cual el mejor Partagás resulta una inútil hoja muerta. Y puesto que la revolución, como la herrumbre, no para nunca, un par de años atrás el hermano Raúl, apenas recogida la llave del comando que se le resbalara de la mano al Líder Máximo, aterrizó sorpresivamente, en helicóptero, junto al Argentario Golf Resort de Puerto Hércules, con el tiempo justo para un cocktail cubano (pero preparado como Dios manda y los capitalistas saben hacerlo) e interesarse sobre cómo se organiza un paraíso de dieciocho hoyos para turistas de divisa fuerte.

Esta sí que es límpida conciencia de clase. En vez, sólo a un bolivariano ordinario como Hugo Chávez, uno que respecto a la visión revolucionaria es como un pucho de toscano frente a un Montecristo, le puede venir en mente la banalidad de que el golf es un “deporte burgués”.

Y ha impuesto por decreto, como con mala uva suelen hacer los dictadores, la clausura inmediata de dos campos de golf, los dos primeros de una larga lista de proscripciones de hoyos y pelotitas. “Para levantar viviendas populares”, justificó. Una simpleza a ras del piso de caudillo aldeano. “Sólo un pequeño burgués puede jugar al golf”, ha tronado el presidente de Venezuela, demostrando con ello su escasa capacidad de aplicación del materialismo histórico y provocando las fáciles ironías de los oficinistas que ganan sus pesitos en Foggy Bottom[2], a las espera del viernes para largarse a los green de Virginia. “Se pasó de rosca”, han comentado con sorna. Va sin decir que a un patán mas apto para el arado que para el club, un verdadero dandy de la cordillera como el doctor Guevara no lo habría usado ni siquiera como caddie. A cortar caña de por vida.


De todos modos, en su baja astucia bertoldesca, el viejo Hugo algún rasgo del espíritu del tiempo ha intuido. Quizás no está del todo equivocado en convertir al golf en el nuevo enemigo del proletariado. Pero no porque sea el símbolo de la riqueza exclusiva y excluyente, de los odiosos yanquis repletos de dólares y, por lo tanto, de un refinado placer para exhibir al pueblo apenas conquistado el poder. Tampoco resulta ya un símbolo de la vida bella y de la perdición en Palm Spring, el campo de juego apto para intrigas entre altos funcionarios y sotanas que tanto le gustaba a monseñor Marcinkus. El golf se ha convertido hoy en el mercado global de un nicho de consumo. Resulta el status symbol para la vejez de una clase social que, allá en su juventud, fue influyente. El deporte envidiado de jóvenes, para poderlo practicar finalmente ya viejos, por Marbella y sus contornos, al llegar a los ochenta. Si el sexo es la sublimación del tennis, el golf es, después de todo, la sublimación del viagra. Una gran aldea global de vacaciones, una vuelta al mundo de campos y hoyos de Tailandia a California. (Y si hay una cosa que le da vueltas en la cabeza al consumidor del nicho, es descubrir que poniendo plata en él, puede adjudicarse un lugar en un club global donde aspirar a satisfacer la misma pasión exclusiva de un corredor de seguros jubilado de Carolina del Sur). Véase esa costa desde Marbella a Gibraltar, llena de green hechos en serie, con comodidades en hoteles de cuatro estrellas hechos en serie. Y donde se puede comprar por una suma abordable una propiedad “sobre el hoyo 9” o el 14. Sale por la mañana y ya comienza a tirar pelotitas. En la práctica, va uno de allí sólo para ir al cardiólogo. En la nueva lucha de clases, el golf, es, en suma, el distintivo y el galardón de quien logró –cuando aún se podía- hacerse una buena asignación de retiro por capitalización. O que tiene las jubilaciones de los grandes ejecutivos, de los médicos, de los odontólogos. Guevara les habría escupido encima el resto de su Montecristo. Él sí era un verdadero revolucionario.-



[1] ) “Ernesto Guevara de la Serna, aristócrata, aventurero y comunista”, ed. del Verbo Encarnado, San Rafael Mendoza, 2008
[2] ) Antiguo barrio de Washington DC. Allí se encuentran la oficinas del Departamento de Estado y por eso la referencia del texto.