lunes, diciembre 29, 2008






MATRIMONIO


Conversación con un especialista en "derecho de familia". La noción de familia más ajustada al Zeitgeist que encuentra es "el grupo que se reune a comer los domingos". Al matrimonio, por su parte, le asigna un porvenir que se achica progresivamente como caño de escopeta. La noción que priva es la de "pareja". Vínculo agradable, que viene del baile, y acaba en cuanto para la música. El matrimonio (iba a escribir la cruz del matrimonio, como corresponde a un felizmente casado), es una cuestión que hoy, me parece, por lo menos en mi país, preocupa solamente a dos grupos: los obispos, de un lado; los homosexuales, por otro. Mala tempora currunt, enseñaba a decir para estos casos mi antiguo profesor de latín, don Francisco Nóvoa, sabiamente célibe.

domingo, noviembre 09, 2008











SOBRE BARACK

Baraka ("Barack") es un vocable árabe que significa "bendición". El maestro sufi da su baraka iniciática a un discípulo; le transmite su carisma.

Al Bendito o Benedicto Obama le han dedicado algunos chistes. Berlusconi lo llamó "joven, buen mozo y bronceado". L'abbronzatura le ha costado muchas quejas y pedidos de disculpas, salvo del propio Barack, que ya habló con Silvio, el que durante un año va a estar al frente de la UE. Pequeñas pijoterías del periodismo alineado con la raza elegida, superior moral y antropológicamente, esto es, la raza de la pequeña izquierda universal. Quien no es de izquierda, no tiene salvación.

De todos modos, el mejor chiste lo lanzó un negro, Jeremías Wright, el maestro fundamentalista de Barack, radicalmente antiblanco, y de cuya sombra bastante le costó apartarse al emperador Obama. Dijo don Jeremías que si Obama ganaba la elección presidencial, por primera vez en la historia de lo EE.UU. una mujer negra -su esposa Michelle- iba a dormir "legalmente" en la Casa Blanca. Que don Jeremías domina el sarcasmo, no se puede negar.

En la historia de todo imperio, llega un momento de mestizaje étnico y cultural. Roma, España y Portugal practicaron ambos; la Gran Bretaña, Holanda y USA, preferentemente el segundo. Los EE.UU. no tiene un negro como emperador, sino un emperador negro. Pero, ante todo, un emperador. Lo que quiere decir lo contrario de un pacifista, para salir al cruce de las afirmaciones del bajo clero periodístico de la raza electa que definí más arriba.

lunes, octubre 20, 2008





EL ESCÁNDALO SEXUAL DE TEMPORADA
(bajo la mirada de Casanova)


Puntual como las estaciones del año o las facturas de servicios, llega el escándalo sexual de este trimestre. Ahora le tocó a Dominique Strauss-Kahn, director del FMI y ex ministro de Finanzas francés. Parece que el hombre venía con fama de atropellador vía acoso a las fulanas bajo su dependencia (harassement, después de todo, es palabra francesa, que significa, paradójicamente, fatigarse; de allí tomá el inglés harass, acoso). Y a la que se acosó hasta conducirla a lindo hotel suizo, durante muy seria conferencia internacional, fue a la húngara Piroska Nagy (otro nombre premonitorio, el de piroska), casada aunque parece que distanciada de nuestro Marito Blejer, ex presidente del Banco Central y funcionario del FMI. Seguramente, Dominque y Piroska mandaron la cuenta a gastos de representación y todo debería haber terminado allí, simpático desfogue de gente ocupada en arreglar nuestras vidas económicas. Pero Marito revisó los mails de Piroska (shocking, no?, propio de argie tanguero e intrusivo, qué joder) y llegó a la conclusión de que aquellos dos estaban adornando su serena frente de pensador financiero. Aunque él y la Piroska estaban semi separados ("nos estamos separando", como se dice en la jerga), pensando en el divorcio, en las cuentas en común y otras menudencias (y no sé si pensando en su hijita), Marito buchoneó el asunto a dos decanos del directorio,uno ruso y otro egipcio, los que (después de unas sonrisas mundanas y previsibles: "je, je, Dominique es incorregible") le abrieron un sumario al dire a ver si había acosado realmente a la Piroska o si la había favorecido luego con un golden parachute para que se fuera a buscar novio en otra parte. Dominique, en puro caballero, Bayardo de las finanzas, sin miedo y sin tacha, dijo: "sí, me la fifé, pero es asunto privado y that's all, folks". Pero cuando hay guita de caja comprometida las cosas no son tan simples y el pobre Dominique -mientras su tercera esposa le pasa las facturas de rigor- está a punto d'être mise sur la paille, que en francés no quiere decir lo que primero parece al lector hispanohablante desprevenido. Primero Clinton, después Wolfowitz, ahora Dominique. Dèja vu, señores. No es un franco, sano y jocundo ir de putas, no. Es jugar teniendo el mango de la sartén, "la sartén por el mango y el mango también". Son sexagenarios burócratas, un poco patéticos, que se tragaron lo de la revolución sexual y de que no hay límites; sobre todo, que no hay mejor fornicio que el que paga el público y el que se realiza con el personal provisto. La vie est dure, cher Dominique, cher petit Marius, chère et charmante Piroska.

miércoles, octubre 15, 2008




NOTAS SOBRE EL BIG CRUNCH

Luis María Bandieri


La Gran Implosión financiera originada en los EE.UU., con un efecto pandémico y pandemónico, de alcance global en el más redondo sentido de la palabra, tiene a su favor, por lo menos, el haber despertado el ansia de respuestas profundas. Las preguntas acerca de lo que pasa y de cómo salir del hoyo que se ahonda no han sido hasta ahora satisfechas, por lo menos en lo que toca a los niveles dirigentes.

La cháchara de los expertos

Ante todo, los interrogantes se dirigieron a los opinólogos habituales, a los expertos del área, a las luminarias establecidas del mundo económico y financiero. Se advirtió enseguida que ellos forman parte del problema y están arrastrados por su ventarrón. La teoría económica dominante enseñaba que el crecimiento de los países ricos y desarrollados se hizo en una sucesión de ciclos cortos, de entre 7 y 10 años, en el curso de los cuales el crecimiento se cerraba con depresión, hasta el inicio del nuevo ciclo. Ejemplo clásico y contundente, la gran depresión que siguió a la crisis de 1929. Desde el final de la Segunda Guerra, con cifras más sostenidas, muchos teóricos comenzaron a descreer en la posibilidad de que se reiterasen los ciclos con su crisis y su faz depresiva. Ante todo, estaba el infalible Magic Greenspan al frente de la Reserva Federal, que desarmó dos bombas críticas (1987 y 1998). Y ahora su discípulo Ben Bernanke –al que le tocó la caída de la estantería. Los expositores de esta New Economy sostuvieron, con eco en todas las publicaciones del ramo, que habíamos entrado en la era del crecimiento perpetuo y la expansión continua, donde los árboles financieros crecen hasta el cielo. Las leyes económicas ya no son las mismas –proclamaban-: los ciclos han muerto. La teoría económica formalizada matemáticamente y con status de “ciencia dura” comenzó en los 90 del siglo pasado a servir meramente de sustento a las operaciones a futuro donde unos brillantes sniffers hacían ganar plata a pala para terminar llevando a la quiebra a venerables templos del dinero, como, por ejemplo, perpetró en 1995 Nick Leeson con la Baring Brothers. Vamos a otro ejemplo esclarecedor: cuando en 1998 se vino en banda el LTC (Long Term Capital Management), un fondo de inversión
[i][1], se descubrió que estaba asesorado por un think tank presidido por Robert Merton y Myron Scholes. El año anterior, Scholes, junto con Fisher Black, habían ganado el Nobel de Economía, a mérito de una ecuación que permitía averiguar cuánto vale el riesgo actual del vendedor de un activo futuro. Es decir, la fórmula para que se desarrollen los mercados de futuro y “derivados”, producto financiero cuyo valor se basa en el precio de otro activo, que toma el nombre de activo subyacente. Los subyacentes utilizados pueden ser muy diferentes: acciones o índices bursátiles, tipos de interés o materias primas. El activo subyacente en los bancos de inversión que se fueron a la lona, como Lehman Brothers, resultaron las hipoteca sub prime, otorgadas a la marchanta. Y ya se sabe el final.

El silencio de los empresarios

Entonces, si los teóricos fallaron, preguntemos a los grandes empresarios, a los que se supone que hacen y deshacen en la economía real. Silencio o gargarizaciones inocuas, de esas que ya el doctor Perogrullo recogía en su denso “Tratado de lo Obvio”, con paralelas miradas implorantes hacia los gobiernos. Es comprensible esa actitud, ya que la economía real se ha convertido en una especie de subsistema del tinglado financiero. Nuestra economía de cosas está construida sobre deuda, ya que el dinero es deuda. En lugar de la reconocida metáfora de la burbuja podríamos utilizar la de un gran trompo. Un solo punto del trompo, su extremo, está en contacto con el suelo, esto es, con la producción, distribución y consumo de bienes concretos. En ese punto están representados y concentrados los trabajos, ingenios y empeños de cada generación: sus industrias, sus transportes, sus edificios, sus computadoras, sus juguetes, y hasta sus vicios y sus caprichos. Toda esa materialidad de vida ha nacido y ha sido anotada como una deuda. Se nos impulsa tanto a producir como a anticipar nuestro consumo de todos aquellos bienes mediante un endeudamiento o, en otras palabras, mediante una constante transferencia de ingresos de ese mundo y de esa economía real al mundo financiero que está por encima de la púa del trompo. A medida que el trompo se ensancha los colores del espectro financiero se van haciendo más y más desvaídos: oro, papel moneda, moneda escritural, dinero virtual y futuro, zona gaseosa e inasible donde el trompo ya no es trompo sino, recordando a nuestro Víctor Hugo oriental, “barrilete cósmico”
[2]. Hasta que se cae el trompo al suelo, acabado el impulso del giro, que pintaba como eterno. Esta vez no hubo suicidios en serie, como en 1929, lo que indica cuánto ha avanzado la civilización desde entonces.

Los políticos, administradores del desencanto

En fin, acudimos a los políticos. Y lo que presenciamos es una estampida hacia adelante, encabezada por el G-7 con el G-20 a los talones y, al frente, Henry Paulson (ex Goldman Sachs, bonus por usd 111 millones, período 2003/2006). Del punto de vista anecdótico, Bush el Joven, el de la guerra de Irak, podrá cargar con el rol de villano de la película que, seguramente, dirigirá Michel Moore
[3]. Y Bill Clinton quedará como alma bella, aunque la Reserva Federal acompañaba en los 90 los giros triunfales del trompo financiero, y pese a que aquel pacifista se distinguió bombardeando salvajemente Belgrado. Pero esto es material para las revistas del corazón que hacen política o para algún Suetonio que escriba mañana sobre los césares del Imperio norteamericano. Lo cierto es que los políticos no pueden hacer otra cosa que la que hacen -huir para adelante con una sonrisa- porque la política ha quedado reducida a subsistema del subsistema económico incorporado a las vueltas vertiginosas del trompo financiero. El mito del Progreso, que permea toda la modernidad, hasta su crepúsculo que hoy atravesamos, redujo y neutralizó la política y los políticos a meros administradores del descontento que surge en los tropezones de aquella ineluctable marcha progresiva. El programa único del partido único de los políticos se compone del mitologema del desarrollo (que ahora debe ser “sustentable”) y de la medición constante de sus índices, a la par de los sondeos de opinión donde una cosa que en tiempos remotos se llamaba “pueblo” se expresa en percentiles de aceptación o rechazo.

El Producto Bruto, vaca sagrada

La matriz de todos estos cálculos supersticiosos es el Producto Bruto, en sus versiones Nacional o Interno (PBN y PBI)
[4]. Dato casi picaresco: el culto del Producto Bruto no surge en los países capitalistas sino en sus competidores en la carrera del desarrollo industrial, las economías comunistas. A partir de 1928, cuando Stalin anuncia los planes quinquenales, el crecimiento del PBN se exhibe como muestra de la arrolladora marcha hacia la victoria de la URSS. Para acentuar el efecto, se recurría a un truco estadístico: el PBN de la URSS excluía una parte de servicios (actividades comerciales, profesionales, espectáculos). Como la producción industrial crece más rápidamente que el producto total, las tasas de crecimiento resultaban más elevadas que las del resto del mundo. En 1989 cayó el Muro de Berlín y en 1991 se disolvió la URSS; Rusia se incorporó al FMI y al Banco Mundial y adoptó el cálculo occidental para medir su colosal desastre de reinicio. La religión del PB sobrevivió a la desaparición de su cuna soviética y se hizo universal.

Las críticas al PB no han faltado, y desde los más variados ángulos del pensamiento económico
[5]. Se afirma que contabiliza los bienes producidos sin tener en cuenta su utilidad o desutilidad sociales, ignorando el costo para la sociedad de la afectación de reservas minerales no renovables, del deterioro de los suelos y de los bosques, de la contaminación de las aguas, de la congestión del tránsito, etc. De allí, la propuesta de recalcular el PB con sustracción de los daños ambientales no reparados. En realidad, el PB no contabiliza, al no estar remunerados, ni lo que la naturaleza entrega a la obra del hombre, como factor de la producción (la “tierra”), ni los destrozos que se le causan en el proceso de creación de riquezas. En puridad, el input constituido por el factor natural en la producción, es reconocido en las primeras páginas de los manuales de teoría, pero luego escamoteado prolijamente en todos los cálculos económicos

La noción medieval de “bien común”, observó Bertrand de Jouvenel
[6], se ha encarnado en nuestro tiempo en el PB, y la noción de progreso en su curva ascendente. Pero, además de ser un fetiche tosco, el PB sólo ofrece, como añade el autor citado, una ilusión de materialidad. El criterio de base para el cálculo del PB es el precio en dinero de los bienes y servicios incluidos. En otras palabras, el crecimiento del producto resulta, apenas, el crecimiento de un valor monetario. Por lo tanto, es una noción matemática y no física. A esta expresión matemática inmaterial se le otorga un valor social positivo y se celebran sus aumentos como si necesariamente ocurriesen en el mundo material, cosa que asombraría a un antropólogo si encontrase una creencia parecida en alguna tribu perdida del Amazonas. Si demolemos la Catedral Metropolitana, en Buenos Aires, y construimos en su lugar oficinas, canchas de fútbol 5 o una playa de estacionamiento, produciríamos, en términos matemáticos, un incremento del PBN expresado en los réditos de esas explotaciones. A celebrar, pues habríamos “crecido”. El universal monetario con que ciframos todas las operaciones económicas es una cantidad, no una magnitud. Y la economía es un artificio destinado a capturar en una red numérica las actividades de los hombres con la tierra y el capital, que a tal efecto se sirve, principalmente, del PB. Se ha instaurado, con el PB, un sistema planetario de contabilidad, lo que resulta aún más claro en nuestros días, cuando las economías “nacionales” se manifiestan -apenas- como ficciones estadísticas. Se cree así haber encontrado el indicador universal que reduzca la diversidad del mundo y el destino del hombre a un juego de signos monetarios homogéneos. Me parece que esta creencia nada tiene que ver con el ideal de que los hombres agrupados en comunidades vivan los mejor posible con los recursos de que disponen, alcanzando así to eu zen, la vita bona, la buena vida que los clásicos establecían como finalidad de la política.

Lo que vincula decisivamente el mundo financiero con el económico y el político es la corrupción sistémica que alcanza el corazón de estos tres estratos imbricados. La corrupción en el nivel de las dirigencias políticas no reconoce fronteras ni vallas culturales o religiosas, aunque manifieste variaciones de grado y de oportunidad. Se da en paralelo con la crisis de la división de poderes, el descascaramiento de lo que Kelsen llamó la “ficción de la representación”, y el pulular simultáneo de los “poderes indirectos”, nutridos por la actividad del propio Estado. El recurrente asunto de la corrupción política se encuentra indisolublemente emparentado con este proceso.




¿Mercado o Estado?

Mariano Grondona, pensador de fuste de los mass media argentinos, grondoneó acerca de que esta crisis plantea la disyuntiva entre Smith o Keynes. Que para otros se reduce a elegir con dedo temblequeante entre el Mercado o el Estado. Ahora que Bush el Joven puede hasta nacionalizar en todo o en parte la banca, se acuerda uno de aquellas síntesis con gracejo: el socialismo resulta un camino tortuoso hacia el capitalismo (1989); el capitalismo resulta un camino tortuoso hacia el socialismo (2008). O de aquella humorada setentista: el capitalismo es la explotación del hombre por el hombre; el comunismo, exactamente la inversa. Pero no existen las disyuntivas planteadas, porque la hondura del problema ha superado aquellos planteos. La cuestión, hoy, no estriba en corregir la espontaneidad parkinsoniana de la “mano invisible” con la inyección de demanda agregada por parte de un Estado económicamente activo ni, consecuentemente, en complementar el Mercado con el Estado. Menos, todavía, en reiniciar el juego, una vez enterrados los muertos y retirados los heridos, pero ahora con un suplemento de “ética”, como proponen algunos despistados.

El capitalismo surge, sea cual fuere la datación que se elija para su nacimiento, cuando la economía y las finanzas, y la persecución del lucro considerada su motor, dejan de regirse por normas derivadas de la teología moral, para conducirse de acuerdo con su propia racionalidad operativa. El factor religioso (protestante, católico, judío, shintoísta, confuciano, mazdeísta, etc.) puede continuar, según los casos, regulando los contornos de la actividad capitalista, e incluso las conductas de los actores económicos capitalistas fuera de sus actividades propias como tales. Pero la finalidad del capitalista en tanto capitalista ya no es la salvación del alma (como el puritano de Weber) o apuntar hacia el common good, el bien común, como sostiene Michel Novak, filósofo y ex seminarista, del punto de vista católico. Capitalista es quien emplea el capital para aumentar los beneficios; hoy, en el pancapitalismo financiero, el que emplea un dinero virtual para criar más dinero. Y que si formula planteos acerca de la ética de los negocios, la business ethic tan de moda en los workshops, es porque con la puesta en práctica de esa ética se pueden colocar mejor los productos y, por lo tanto, optimizar los beneficios. Cuando se trae a colación un concepto como el de moral hazard, riesgo moral, no es para asumirlo sino para trasladarlo -¿quién pagará en última instancia? Y la respuesta a esta pregunta está a la vista: la colectividad.

El rasgo diferencial de nuestros días resulta la globalización del espíritu capitalista. Tenemos un mercado financiero cuyo espacio es el mundo y su tiempo las veinticuatro horas del día. La lógica del costo-beneficio y de la optimización del lucro, que rige aquellas transacciones en el espacio-tiempo del mercado global, ha comenzado a permear progresivamente todos los demás órdenes de la vida, como expresión de la única racionalidad posible y deseable. No es ya una parte de la vida: ahora es toda la vida. Schumpeter anunciaba que la generalización de las categorías capitalistas equivalía al despuntar de su crepúsculo. François Perroux, en otro contexto, señalaba que, para continuar en forma, el capitalismo requería la subsistencia de un entorno de valores no capitalistas (honor, altruismo, vocación de bien público, etc.). En definitiva, ésta era la función que los factores religiosos, diversos según los pueblos, cumplían respecto del sistema capitalista. Tales límites han sido sobrepasados, y el pancapitalismo financiero ha impuesto con exclusividad su propia constelación de valores. Gary Becker, en esta línea de reduccionismo al factor económico, ganó el premio Nobel de Economía en 1992 por extender la teoría económica a problemas de toda índole: organización familiar, demografía, política criminal, etc
[7]. El pancapitalismo financiero, liberado así de todo límite, abarca y explica todos los órdenes de la vida y se convierte él mismo en una especie de religión secularizada, con su trinidad de Progreso=Desarrollo=Razón. Con el agravante de que esta última racionalidad, expresada en los teoremas de las elecciones racionales tomados de la teoría de los juegos, resulta precaria. La racionalidad del homo oeconomicus es relativa y la sacude regularmente, entre otros, un sentimiento profundo, que es el miedo, extendido a pánico en las crisis, que echa por tierra los análisis previos. Douglas North, premio Nobel de Economía en 1993, planteó estas cuestiones sin ser demasiado escuchado.

Mercado y Estado no están ya propiamente en una tensión dialéctica, sino en continua interpenetración. El “mercado” y la “economía de mercado” existían antes del surgimiento del capitalismo, pero fueron transformados por éste, hasta convertirse, como lo es actualmente, en el caso de los mercados financieros, en un punto de encuentro abstracto, no físico, de oferta y demanda de flujos financieros, acciones y obligaciones. El Estado es una forma política que se desarrolla a partir del siglo XVI; la “razón de Estado” se asocia casi inmediatamente con la doctrina mercantilista de acopio de reservas metálicas por medio de balanza comercial favorable, con lo que se desarrolla en paralelo la “economía política” (Antoine de Montchrétien, 1615). Estado moderno y mercado capitalista nacen y se crían juntos Hoy, el aparato estatal se encuentra imbricado en el mercado financiero, ante todo a título de deudor y también, subterráneamente, a través de los vínculos de corrupción sistémica que he señalado antes. En las situaciones críticas, como la presente, lo que en definitiva interesa es quién paga los platos rotos; el “deudor en última instancia”. Nadie duda, con los circunloquios adecuados, que debe ser la sociedad en su conjunto, e incluso otras sociedades en la medida en que los daños puedan exportarse. No los aparatos estatales, inextricablemente confundidos con el mecanismo de los mercados, en un tiempo donde los regímenes republicanos resultan, a lo sumo, regímenes “publicanos” destinados, tarde o temprano a la bancarrota. Entonces, pretender curar al Mercado con más Estado, o a la inversa, resultan fórmulas vacías, porque la crisis del mercado global acompaña la crisis del Estado providencia, del Estado “minotauro”, como lo llamó Bertrand de Jouvenel, que devora poder y exige constantemente el sacrificio de la sociedad. También resulta puro flato oponer el “socialismo del siglo XXI” al pancapitalismo financiero del mismo siglo. Capitalismo y socialismo son formas de gestión del capital, cuya fuente es la economía clásica de la modernidad, madre común que los hermana y que, en la vía socialista conduce a su manejo por un “colectivismo oligárquico”, seún la fórmula de Orwell. Las manifestaciones de una u otra corriente, pancapitalismo de última generación y socialismo real han implotado sucesivamente.

Crisis e imprevisión

Hay un aspecto de la crisis pandémica que nos recorre que no ha sido del todo advertido. Toda crisis supone incertidumbre. El verbo griego krisein, de donde viene esta palabra, significa juzgar y, también, cortar, degollar. Crisis es la situación de incertidumbre en que no sabemos si el enfermo va a sanar o va a empeorar; si la sentencia será absolutoria o condenatoria. La incertidumbre trata de ser contenida con la pre-visión, que es también pro-videncia, esto es, prudencia. Cuando estalla una crisis se manifiesta un problema con nuestros sistemas de previsión. La paradójica situación posmoderna es que cada vez hay, o se supone que hay, mayor instrumental “científico” para prever, y cada vez hay menos posibilidades de previsión. Julien Freund resumió muy bien esta inversión proporcional: “todo sucede, salvo lo que está previsto”. Y agrega que, al fallar la pre-visión, se echa mano a la supuesta pre-dicción; esto es, al reino de la palabra y al método del discurso. Allí están los especialistas, que no previeron, cubriéndonos de discursos sobre la crisis.

La era de las implosiones

Otra nota a resaltar es la característica implosiva, de onda hacia adentro, que han tenido tanto la caída del Muro de Berlín como la de Wall Street. No caen por un impulso externo, sino por la presión interna. Tomando nota de ello, parece clausurado el ciclo de las revoluciones, mientras se abre el de las compresiones, derrumbes y colapsos. El cambio climático, por ejemplo, está operando en forma implosiva. T.S. Elliot cerraba su poema “Los Hombres Huecos” (los hombres actuales) con aquellos versos premonitorios: “así termina el mundo/ no con un estallido sino con un quejido”. Con un quejido o crujido, un big crunch. Un gran pensador al que no se cita por incorrecto, Alain de Benoist, venía anunciando esta modalidad implosiva que terminaría por afectar a la “Forma-Capital”, como él la llama
[8]. El objetivo de la Forma-Capital es la ilimitada acumulación de capital, concebida como un valor en sí misma que desvaloriza todos los demás. Su motor –sigue de Benoist- es el ideal delirante de la expansión indefinida, de la ilimitación.

Agrego que esta metáfora del crecimiento o del desarrollo, deriva su prestigio del crecimiento de los seres vivos, que también experimenta el bicho humano. Ahora bien, hay una relación, del punto de vista biológico, entre crecimiento y forma, ya que se pone fin al crecimiento de los seres vivos en cuanto han alcanzado el tamaño ideal para su función. Un diente crece hasta donde puede morder y masticar bien. Un caracol deja de añadirle anillos a su concha, pasado cierto número, porque un anillo más aumentaría su volumen hasta impedirle el desplazamiento. Observando el crecimiento de los seres vivos aparece la noción de límite, y la advertencia de que, al crecer en progresión geométrica, crecen del mismo modos los nuevos problemas, mientras nuestra aptitud para resolverlos se desarrolla, en el mejor de los casos, en progresión aritmética. Los griegos, hace mucho, trasladaron esa observación a los organismos políticos y sociales, y se plantearon la cuestión del tamaño social óptimo para alcanzar lo que el traductor latino de Aristóteles vertió como vita bona multitudinis, es decir, el buen vivir del conjunto social, su buena “calidad de vida”. La economía, en cambio, sería hoy el único terreno donde los árboles crecen hasta el cielo. Se postula el crecimiento indefinido, de modo exponencial, ni siquiera con la inflexión conocida de la curva logística
[9]. Esta idea de la acumulación incesante, lineal y ascendente es la ilusión de la modernidad: la de haber superado todo límite, toda medida y convertir el exceso, la desproporción y la noción “misilística” del Progreso en su credo cotidiano. La Modernidad creyó poder anular la condena antigua de la hybris, de la desmesura arrogante que, según el viejo Heráclito, debía apagarse más que un incendio. La idea básica de la Modernidad, en su codificación económica podría resumirse en la fórmula Progreso= Desarrollo=Razón. El supuesto de esta idea, con raíz en la Ilustración, era que la realidad resulta transparente a la razón y explicable absolutamente por ella. A partir de allí; podía anunciarse que en el Progreso (en términos económicos, crecimiento exponencial) estaban llamados a participar, sin excepción y en el mismo grado, todos los pueblos del orbe. Lo que se descubre en la posmodernidad (entreacto que hoy transcurrimos, y que nombramos apenas por aquello que ya no es) son los efectos perversos que producen, a partir de determinado límite, las instituciones más destacables de nuestro Progreso: hospitales, escuelas, tribunales, entidades financieras, etc. En cuanto al Desarrollo exponencial, su triunfo a escala planetaria sería al precio de la destrucción de la biosfera. Se advierte así que la desrazonabilidad anida en la propia Razón, y que es posible morirse de Progreso. La reaparición, bajo diversas advertencias, del sentido del límite, de un nec plus ultra opuesto a la superstición progresista, resulta el síntoma más claro del fin de la Modernidad.

En ese marco, el pancapitalismo financiero globalizado habrá de implotar, probablemente a partir de sucesivos colapsos como los que viene experimentando desde los 90. Incluso su ciclo debiera, en el análisis histórico, cruzarse con el ciclo imperial norteamericano. En todos los imperios se observa, al momento de su declinación, una expansión financiera que sustituye a la expansión material anterior. El amesetamiento del ciclo imperial norteamericano, que probablemente siga a la circunstancia que la crisis actual se ha originado en su territorio, puede o no coincidir con un colapso definitivo del pancapitalismo, ya que aparecen otras formas imperiales, como la china, dispuestas a tomar el relevo en el momento oportuno.

En definitiva, puede pensarse que la implosión del pancapitalismo financiero replanteará de modo decisivo los términos de los procesos de mundialización y globalización en los que hasta ahora muchos países, como lo de la ecúmene hispanoamericana, por ejemplo, funcionaban como rehenes. Ante todo, practiquemos un distingo entre aquellos dos términos.


“Mundialización” indica, más bien, la tendencia a considerar el planeta como una unidad a todos los efectos, en especial el plano político. “Globalización” alude, en cambio, a la presencia omnímoda y ubicua de mecanismos o “soportes” impersonales como las redes tecnológicas de comunicación, los mercados financieros y, en general, los aparatos ajustados a “elecciones racionales” conforme la fórmula binaria costo/beneficio, portadores de su propia lógica interna, cuyas conclusiones resultan de sistemas expertos y que se satisfacen a ellos mismos en el desenvolvimiento de su propio juego. La mundialización se asocia a expresiones como one world, mundo uno, e –incluso- a las hipótesis que, con diverso asidero, pueden elaborarse sobre un “gobierno mundial”, llegándose, por ese camino, a la suposición de que un puñado de “superiores desconocidos” maneja desde las sombras las grandes decisiones planetarias. Globalización conlleva una nota aún más inquietante, ya que se refiere a una metafórica malla impersonal, autosuficiente e inexorable, que prescinde del hombre, reducido a una especie de ente anticuado, periférico y, pronto, quizás hasta virtual. Para fundar una ciudad se cavaba en la antigüedad un pozo, el mundus, que luego se tapaba, guardándose en su cavidad un puñado de terra patrum, es decir, de la tierra de donde habían partido los fundadores, a fin de purgar la culpa de haberla abandonado. Hoy, acorde con la mundialización, nuestra tierra es la Tierra y el mundo nuestra casa. La globalización –“globo”, además de la referencia geométrica o astronómica, expresa simbólicamente un poder ilimitado
[10]- parece ir aún más allá de este planteo, ya de por sí algo trastornante, de un espacio-mundo. En ella no se apela a referencia espacial alguna. Tampoco figura referencia al hombre, expresado por sus preferencias en percentiles sobre gráficos de barra o de torta, esto es, reducido a superstición estadística. La metáfora globalizadora es la de un entramado de redes, donde, como en el Dios esférico de Pascal, el centro está en todas partes y la circunferencia en ninguna. Se advierten así los rasgos tétricos de la globalización, que constantemente modifica las circunstancias de nuestra vida concreta con referencias a movimientos de capitales, subas o bajas bursátiles, transferencias de información entre máquinas, etc., dando lugar a un proceso de toma de decisiones prácticamente impersonal y sin rostro: a decisiones sin decisores. Pues bien, el “globo” impersonal y totalitario se deshincha y la superpotencia que estableció pretensiones a marcar el paso mundial, por crujidos internos debe admitir otros competidores a la disputa de la hegemonía. El juego futuro probablemente no se dé ante todo en las pantallas que reflejan las cotizaciones sino en el clásico plano de la gran política.-



[1] ) En puridad, un hedge fund llamado, en la jerga técnica y rimbombante, una “institución de inversiones alternativas”.
[2] ) Víctor Hugo Morales, relator deportivo “oriental”, es decir, uruguayo, llamó a Diego Armando Maradona “barrilete cósmico”.
[3] ) Ya escrito este artículo, el que se ha ocupado de tal ajusticiamiento por el cine es Oliver Stone.
[4]) El Producto Bruto resulta la expresión en dinero del flujo total de outputs (bienes y servicios) de la economía de un país determinado en un año. El PBI resulta de la operación anterior, añadidas las rentas percibidas del exterior y deducidas las pagadas al exterior del país considerado.
[5]) En los años 70, Jacques Berger, un economista liberal que escribía con el seudónimo de Ignoto Pastor, y Celso Furtado apuntaron certeras críticas sobre esta “vaca sagrada”, según la expresión del economista brasileño.
[6]) Bertrand de Jouvenel, “La Civilización de la Potencia - De la Economía Política a la Ecología Política”, ed. Magisterio Español, Madrid, 1979, p. 165
[7]) Según este Nobel, la culpa del desempleo la tiene el desempleado por no haber invertido suficientemente en su “capital humano”...
[8] ) Ver “Obiettivo Decrescita”, en “Transgressioni”, mayo-diciembre 2006, Florencia, p. 3/42.
[9]) La curva de crecimiento exponencial semeja una semirrecta que crece indefinidamente; es el caso, por ejemplo, del incremento de un capital colocado a una determinada tasa de interés compuesto. La curva de crecimiento logístico (descubierta por Vito Volterra en los años 20) presenta una forma de S: crece primero y luego tiende a achatarse hacia un límite. Esta última curva se aplica, por ejemplo, al crecimiento de la población y, en general, al de todos los seres vivos. Cesare Marchetti, en 1985, la ha extendido a los objetos producidos por el hombre.
[10] ) Reyes, emperadores, pontífices, aparecen llevando en mano un globo que representa la totalidad jurídica del poder sin límites que acompaña a su persona soberana.
En la imagen: ¿San Obama podrá impedir el Big Crunch?

jueves, octubre 09, 2008




DEMOSTRACIÓN


La actual crisis, colapso, catátrofe o -como quiere mi amigo Marcelo Lascano- epidemia que azota las altas finanzas globales, demuestra esta ecuación:

El capitalismo es la explotación del hombre por el hombre
El comunismo -incluido el socialismo del siglo XXI- todo lo contrario

martes, septiembre 30, 2008






PREMIO AL MÉRITO - No hay cosa más linda que un paracaídas dorado...



El diario 'Financial Times' publica en su edición impresa de hoy la remuneración total -sueldo, bonus y 'stock options'- que recibieron algunos de los primeros ejecutivos de las firmas de Wall Street en 2007. Es esta:
> Lloyd C. Blankfein, presidente y consejero delegado de Goldman Sachs: US$ 70,3 millones.
> Jamie Dimon, presidente y consejero delegado de JP Morgan Chase: US$ 30 millones.
> Richard S. Fuld, presidente y consejero delegado de Lehman Brothers:US$ 40 millones.
> James A. Cayne, presidente y consejero delegado de Bear Stearns: US$ 33,9 millones (en 2006, últimos datos disponibles).
> John A. Thain, presidente y consejero delegado de Merrill Lynch: US$ 17,3 millones.


Los 5 grandes bancos de inversión estadounidenses -Merrill Lynch, JPMorgan, Lehman Brothers, Bear Stearns y Citigroup- pagaron US$ 3.100 millones a sus consejeros delegados entre 2003 y 2007. La limitación de los salarios de los altos ejecutivos es uno de los motivos que esgrimen los congresistas que se oponen a la aprobación del plan anticrisis diseñado por Henry Paulson, actual Secretario del Tesoro .


Precisamente, Paulson se embolsó US$ 111 millones entre 2003 y 2006 al frente de Goldman Sachs, al que acaba de rescatar Warren Buffett, con US$ 5.000 millones de liquidez, mientras se espera a que ingrese como accionista el grupo japonés Sumitomo.


En definitiva, Paulson está acudiendo al rescate de sus pares, y de su propio negocio como accionista de Goldman Sachs, con el argumento de la hecatombe bancaria estadounidense que, en definitiva, él mismo ayudó a provocar.


La lista de ganancias, sin embargo, está encabezada por Stanley O'Neal, que ganó US$ 172 millones entre 2003 y 2007 como consejero delegado de Merrill Lynch, que tuvo que ser comprado de urgencia por Bank of America.


Pero el directivo que más rentabilidad ha sacado a su paso por una de estas grandes firmas ahora caídas en desgracia es John Thain, que ha recibido US$ 86 millones por un mes de trabajo en Merrill.


Estas cifras cobran especial significado si se tiene en cuenta que JPMorgan se hizo con Bear Stearns por US$ 236 millones, aunque posteriormente tuviera que quintuplicar su oferta sobre la entidad para superar las protestas de los accionistas de Bear.


Goldman Sachs es el banco que más ha pagado a sus directivos entre 2003 y 2007, con un total de US$ 859 millones , seguido de Bear Stearns, con US$ 609 millones. Estas cifras incluyen salario, bonus, acciones y opciones sobre acciones.


Goldman Sachs pagó un dinero pero por estos días se transforma de banca de inversión en banca comercial para así acceder al posible rescate financiero del Gobierno estadounidense.


De todos modos, los directivos no han sido los únicos que se han aprovechado de los buenos salarios repartidos por las grandes firmas de inversión de Wall Street. Los 185.687 empleados de estos 5 bancos de inversión percibieron US$ 66.000 millones en 2007, de ellos US$ 39.000 millones en bonus. Esta cifra arroja una retribución media de US$ 353.089 por empleado, según los datos de Bloomberg.


De todos modos, también los empleados reclaman ahora que los contribuyentes vayan al rescate para así preservar sus trabajos.


Merrill Lynch, JPMorgan, Lehman Brothers, Bear Stearns y Citigroup registraron un beneficio neto conjunto de US$ 93.000 millones entre 2003 y 2007.

Estas cifras se difunden en un momento en el que congresistas republicanos y demócratas debaten si el Estado financiará con US$ 700.000 millones (aunque podría llegar a subir al doble de ese monto) el rescate del sector financiero.

jueves, septiembre 25, 2008




UNA TAREA PARA GARZÓN

Remontemos nuestro recuerdo al Paleolítico superior. Por entonces, en Europa, con vestigios que se encuentran desde España hasta Ucrania, convivían dos especies de hombres, afines pero distintos. Uno es el que llamamos Hombre de Neanderthal. Otro, el que llamamos Hombre de Cromagnon. Los neandertales eran más pequeños de estatura, de lóbulo frontal prominente, nariz ancha y mentón huidizo. Poseían una elevada capacidad craneal, enterraban a sus muertos, cuidaban a los heridos y enfermos, demostrando en ello habilidad, fabricaban herramientas y desarrollaban su arte. Los cromañones tenían una conformación craneana parecida a la nuestra, eran más altos y nos han quedado también restos de sus herramientas y de sus manifestaciones artísticas. Se supone que esta cohabitación pudo durar unos diez mil años. Seguramente se comunicaron y hasta comerciaron entre ellos. Los estudios genéticos actuales demuestran que eran dos especies con genomas diferenciados en sus secuencias. Si se unieron entre ellos, pues, sólo pudieron nacer de allí híbridos. En algún momento del Paleolítico superior, los neandertales desaparecen y sólo señorean a partir de allí los cromañones, antepasados directos del homo sapiens sapiens, es decir, de nuestra especie. Se han ensayado diversas explicaciones sobre la desaparición de los neandertales. La más probable es que hayan sido exterminados por los cromañones, que desarrollaron armamento y técnicas guerreras superiores. A veces se utiliza el circunloquio de “perdedores en la competencia ecológica” para señalar por qué unos sobrevivieron y otros no. Pero, con esto, sólo estaríamos explicando el exterminio de los neandertales atribuyéndolo a una lucha por los recursos. Por un lado, abonan la teoría del exterminio los procederes violentos a que el linaje de los cromañones ha echado mano repetidas veces desde el paleolítico hasta aquí: el arma más peligrosa que el homo sapiens ha inventado es el propio homo sapiens. Por otra parte, si se examinan las descripciones que a lo largo de la historia se han realizado de los neandertales, se verá que se los pinta como Untermenschen, subhombres, cuyo destino era desaparecer (sabemos muy bien adónde conduce este tipo de discurso). En definitiva, parece que nuestra especie viene de un genocidio inicial: el cometido por los cromañones, nuestros antepasados, respecto de los neandertales, nuestros primos genéticos, de los cuales no ha quedado descendencia que por ellos hable. Un crimen imperdonable e imprescriptible, casi perfecto, porque los únicos que podemos plantearlo somos los descendientes de los asesinos, con cierta natural tendencia a pasar por alto, disimular o justificar torcidamente la mano airada de nuestros antepasados. Somos jueces y parte, y nos inclinamos a autoabsolvernos, porque ya dice gráficamente el refrán español: quien a sí mismo se capa, buenos cojones se deja. Tan sólo una persona, en la presente humanidad, me parece que puede, con libertad íntima e independencia práctica, tomar sobre sus hombres la tarea de enjuiciar lo que pasó allá lejos, en el Paleolítico. Me refiero al juez de la Audiencia Nacional de España, don Baltazar Garzón (en cuya jurisdicción territorial, por otra parte, se encuentran suficientes vestigios, como los de la Cueva del Castillo, por citar alguno). Ello le permitiría, llegado el caso, procesar a la entera humanidad, siquiera por encubrimiento en sus integrantes actuales, lo que podría considerarse el culmen insuperable de la actividad de un juez del crimen. Y quizás llegaría hasta ordenar su captura, lo que presenta no pocos inconvenientes prácticos, aunque a don Baltazar ya algo se le ocurrirá al respecto.

Lo importante es lavar de una buena vez nuestro maltrecho honor de hijos de cromañones. Tarea, únicamente, para Garzón.-

LUIS MARÍA BANDIERI

miércoles, septiembre 24, 2008


¿CRISIS O CATÁSTROFE?

El socialismo se reveló como una vía tortuosa hacia el capitalismo (URSS, 1991). El capitalismo se revela como una vía tortuosa hacia el socialismo (EE.UU. 2008).

Lo anterior no es del todo cierto. Lo que está delante de esta crisis financiera global que encierra los gérmenes de una catástrofe a corto plazo, nadie lo sabe: ni Bush, ni Paulson, ni Krugman, e tutti quanti. Se produce una huída hacia adelante. Y lady Cri Cri dicta cátedra en NASDAQ. Mientras amenaza con aflojar la billetera para recuperar "credibilidad". Justo cuando todos la han perdido...

Mientras tanto, Bush el Joven propone: a) que la crisis, producto de la locura de los agentes financieros, la pague el contribuyente (salvataje a bancos de inversiones, cobertura de hipoteca sub prime, etc.); b) o que la crisis la pague la colectividad (no sólo norteamericana) a través de una brutal inflación que terminará licuando la trillonaria deuda. Bellos escenarios, sin duda.


"Lindo país el de América, papá/¿Te gustaría ir allá?/ Tendría mucho placer"

miércoles, septiembre 17, 2008




JORGE SANTAYANA ANTICIPA EL JUEVES NEGRO DEL 24 DE OCTUBRE DE 1929, EL LUNES NEGRO DEL 15 DE SEPTIEMBRE DE 2008 Y OTRAS ULTERIORIDADES



“El dinero, según lo emplean los ricos de hoy, no es una riqueza de índole natural. Riqueza natural sería la que consistiera en objetos visibles poseídos por un hombre, cuyos ojos curiosos y admiradores pudiesen recoger vislumbres de ellos teniéndolos en la mano o en su tienda o tras las puertas de su parque. El propietario estas cosas bellas tiene una dignidad natural: no sólo la dignidad que el largo y familiar uso de ellas puede haber dado a su espíritu y a sus modales, sino, cuando menos, la dignidad del poder, pues habiendo descubierto, hecho, heredado o conquistado esas selectas porciones del mundo material, puede compartirlas o negarlas a voluntad, y establece así un natural dominio sobre los demás, proporcional a lo que necesiten o ambicionen. Pero el rico de hoy no es dueño evidente de nada. Su misteriosa riqueza es vagabunda, nominal, inmaterial; consiste en la fuerza de unas palabras escritas en un papel. Vivimos en una niebla de finanzas. El capitalista apenas sabe qué bienes u obras o derechos o proyectos están representados en sus títulos de rentas o acciones: su función es sólo firmar cheques y recibir otros papeles y, distribuyéndolos, ser alimentado y vestido magníficamente, como por magia. Es probable que ocupe un piso y ande viajando magníficamente en automóvil; pertenece a todas partes y a ninguna; conoce a todos y nadie sabe quién diablos es él. Como compra o vende sus títulos sobre alguna fracción de lo desconocido, bien puede preguntarse qué es lo que diariamente lo empobrece o enriquece tanto y pone a sus pies el mundo entero delas cosas y personas comprables. El dominio por el dinero es una especie de milagroso dominio convencional, como el antiguo dominio por la religión. ¿Cómo puede subsistir?
Contesto: entregando al rico el control de algún crecimiento natural en el mundo, producido por la fecundidad de la naturaleza o bien por lo que de ella pasa por las manos y el cerebro de los hombres. La fecundidad de la naturaleza puede ser vigilada, preservada o estimulada por una mente conocedora: sus productos pueden recogerse, transportarse y canjearse, a veces en gran escala, y quienes llevan a cabo tales operaciones –a veces por telégrafo, desde el otro extremo del globo- poseen dominio sobre esas cosas sin poseer las cosas mismas: poseen su valor. Fundido y mezclado al mecanismo universal del intercambio, este valor a disposición del rico se convierte en una cantidad matemática y fantástica: se convierte en dinero. Tal convención puede mañana destruirse y toda esa riqueza nominal puede desvanecerse como un sueño. Los fuertes, sin duda, conquistarán y retendrán las cosas buenas de este mundo; pero, acaso, una vez más, por un dominio y posesión efectiva de ellas, y no por un artificio de contabilidad”.

Dialogues in Limbo, 1926, traducción de Raimundo Lida

martes, septiembre 16, 2008







PARA COMENZAR A LEER “EL PRÍNCIPE


LUIS MARÍA BANDIERI


No hay lectores ingenuos de Maquiavelo. Todos, aun los absolutamente ajenos a la jerga politológica, han aplicado a alguien o han oído aplicar el calificativo de “maquiavélico”. A Maquiavelo, por eso, se cree saberlo sin necesidad de fatigarse leyéndolo. Y, sin embargo, la lectura de esta pequeña obra –lectura que, a condición de no detenerse demasiado en las referencias históricas de que se sirve su autor, puede ocupar una tarde de lluvia- no defrauda nunca, ni siquiera al especialista que supone conocerlo a fondo.

El introductor a la lectura de “El Príncipe” sufre, por su parte, el embarazo de tener que encontrar palabras nuevas para presentar algo que todos creen conocer y sobre lo cual parece estar todo dicho. Basta sopesar los dos gruesos tomos de Pasquale Villari[1], que tengo a la vista mientras esto escribo, donde a pesar de los años se acumula la mayor parte de lo que puede saberse sobre el florentino, para sentirse en el acto intimidado. Consolémonos con el viejo Eclesiastés (“no hay nada nuevo bajo el sol”) y con la vulgar comprobación de que en ciencia, como en literatura y como en cualquier actividad humana, todo lo hacemos entre todos y a lo más que uno puede aspirar es a poner un matiz personal sobre un fondo heredado. André Gide afirmaba: “todo está dicho, pero como nadie escucha, hay que volverlo a decir”. Y sobre Maquiavelo poco ha logrado escucharse de tanto que se ha dicho.

Abramos, pues, para comenzar, el libro en el capítulo XV. El autor va a estudiar la conducta que debe seguir el príncipe con sus súbditos y sus aliados. Otros han escrito sobre el punto, pero él va a apartarse de lo trillado. “Me ha parecido más conveniente ir detrás de la verdad efectiva (verità effettuale) de la cosa política, antes que de su imaginación (immaginazione)”. Hay que disfrutar del italiano, del toscano de Maquiavelo, cuando la transparencia lo permite. La díada “verità effetuale/immaginazione” se corresponde a la de realidad/idealidad: la materia política abordada tal como es, no tal como podría o debería ser . Muchos, prosigue el texto, han imaginado repúblicas y principados que jamás han existido, porque hay tanto trecho entre “cómo se vive y cómo se debería vivir” que aquél que deja de lado “lo que se hace por lo que debería hacerse”, conoce más bien “su propia ruina que su preservación”. El esquema con que nuestro autor redacta su obra se compone con los términos de la columna izquierda, por contraposición a los de la columna derecha que sigue:

Verdad efectiva /Imaginación
Cómo se vive /Cómo se debería vivir
Lo que se hace /Lo que debería hacerse
Preservación /Ruina


Este abordaje realista y experimental de la política es la novedad de Maquiavelo. Novedad tan importante como para que Francis Bacon, años más tarde, agradeciera al florentino y a quienes tras él examinaron lo que los hombres hacen y no lo que deberían hacer[2]. Bacon ve en Maquiavelo un precursor del método experimental; esto es, el camino para llegar al conocimiento a través de la experiencia sensible, con lo que se produciría una homologación entre las ciencias “naturales”, como la física, la astronomía o la biología, y las ciencias “sociales”, como la política, la ética o la economía. Este experimentalismo extenso de Bacon habrá de completarlo más tarde Galileo, con la reducción a términos matemáticos de la experiencia recogida por la observación: experimentación más formalización matemática conformarán así el método propiamente científico, propio de la modernidad.

Cuando decimos que el abordaje de la política Maquiavelo es “realista”, ¿qué queremos significar? –ya que el término “realismo” admite diversas acepciones, especialmente desde el punto de vista filosófico. Ante todo, como vimos, una contraposición a la postura de idealizar la práctica política y las conductas de sus actores. La política debe abordarse desde los caracteres efectivos con los que se nos presenta. Y lo que se nos presenta son fenómenos, “lo que se hace”, y sólo la experiencia acumulada por el observador y la que resulta de la historia permite establecer, en esos fenómenos, por vía inductiva, ciertas regularidades o constancias de las que Maquiavelo quiere darnos cuenta. No puede ir más lejos la posibilidad experimental y verificatoria del que reflexiona sobre la política. Cabe agregar que en aquellos fenómenos, especialmente en lo relativo al quehacer propio del político, predomina la apariencia. Nuestra observación recoge, en el ruedo político, más lo que se dice ser que lo que efectivamente es. De donde el “realismo” fenoménico de Maquiavelo habrá de trabajar, paradójicamente, sobre apariencias más que sobre efectividades. Así, en capítulo XVIII, señala que no es necesario que el príncipe -el gobernante- reúna la excelencia de las principales cualidades morales (piedad, fidelidad, humanidad, integridad y religiosidad), pero “conviene que parezca tenerlas”. Incluso, agrega, “me atrevo a decir que, teniéndolas y observándolas siempre, son dañosas, y pareciendo tenerlas, resultan útiles”, con tal, remata, que el príncipe las ostente “con el ánimo preparado para que pueda y sepa hacer lo contrario, en caso necesario”. En el capítulo XV ha adelantado ya que aquellas cualidades, y otras relacionadas, al príncipe, “como no las puede tener ni enteramente observar, porque no lo consiente la condición humana, le es necesario ser tan prudente que sepa evitar la infamia de aquellos vicios que lo privarían del poder” y, si no pudiera evitarlos, debe ceder a ellos con recato. Una de las “verdades efectivas” que Maquiavelo ha extraído se la historia y de su experiencia es que la generalidad, en la vida política, sólo percibe lo externo y aparente, por lo que, el gobernante debe aparentar las cualidades morales, sea que las posea o no realmente, y ocultar sus vicios, si es que no puede dominarlos. Todo ello, teniendo en cuenta la finalidad esencial de conservar y afianzar el poder. Se advierte la gran actualidad de esta reflexión maquiaveliana[3]: el político, y sobre todo el gobernante, para mantenerse en el mando debe esforzarse, ante todo y sobre todo, en transmitir una “buena imagen” a la opinión pública. Más allá de las cualidades reales del político, ésa es hoy la tarea de los “fabricantes de imagen”, esto es, de los técnicos del marketing político, sirviéndose de los recursos de la publicidad, como ayer la de los consejeros del príncipe, validos de los recursos retóricos. En el capítulo XVIII dice el florentino, refiriéndose a que el gobernante debe aparentar ser religioso: “los hombres, en general, juzgan más con los ojos que con las manos, porque a todos les es dado ver, pero palpar a pocos; cada uno ve lo que pareces, pero pocos palpan lo que eres, y estos pocos no se atreven a enfrentarse a la opinión de muchos, que tienen además la fuerza del Estado para defenderse”. La “realidad” del poder del gobernante no llega a tocarse; para la mayoría; apenas se advierte a la mirada la cáscara, la exterioridad, y se la toma por lo real, “porque el vulgo –prosigue nuestro autor- siempre se guía por las apariencias y sólo juzga por los resultados”[4]. Esto es, por el éxito.

Por cierto que el estudio experimental de lo político había nacido mucho antes. Con Aristóteles, por lo menos. Y Maquiavelo ha leído muy bien la “Política” del Estagirita[5]. Tanto que Tomás Campanella (1568-1639), sentenciará más tarde “ex aristotelismo, machiavellismus[6]. Y un reconocido experto en la obra aristotélica, como W.D. Ross, habrá de afirmar que en el libro V de la “Política”, “por la atención que presta a los medios de conservar las formas de gobierno, es el padre de ‘El Príncipe’ de Maquiavelo”[7]¿Dónde está la diferencia entre ambos autores? Veamos si se encuentra en el plano teleológico, es decir, en la finalidad última asignada a lo político.

La orientación finalista de los conocimientos prácticos llevó a Aristóteles, a sostener que los integrantes de la polis permanecen asociados porque alcanzan, a través de aquella, un bien superior al del simple vivir y al del puro coexistir, la “vida buena”[8], eu zen, que no podrían obtener individualmente fuera de allí. Maquiavelo no desconoce esta finalidad y se sirve para ello de las expresiones vivere civile y vivere político. El fin de la asociación política, y el objetivo del gobernante, es alcanzar de modo durable ese vivir político y civil (cívico y civilizado), en cuyo orden se obtiene el ciudadano la posibilidad del vivere libero, de vivir en libertad política. Pero este vivir civil y político en orden requiere que el gobernante sepa como obtener el poder y mantenerse en él. Tal el saber que Maquiavelo pretende transmitir en “El Príncipe”. A partir de allí puede señalarse otra diferencia entre el estudio experimental del Estagirita y el del florentino. La experimentación aristotélica consiste básicamente en el examen de las constituciones de las póleis griegas –los bárbaros no contaban, en puridad, con vida “política”- reduciendo lo compuesto a sus elementos más simples[9]. La experimentación maquiaveliana, a través de un amplio conocimiento “de las cosas modernas y de una continua lectura de las antiguas” [10], busca aislar las motivaciones individuales y colectivas de los actos que establecen, conservan o pierden el gobierno de los Estados. De allí los famosos aforismos “maquiavélicos”[11], que el lector encontrará a lo largo del libro, y especialmente de los capítulos XV a XXIII. Esta recurrencia sistemática a la psicología individual y social de los actores políticos –rasgo específicamente moderno de Maquiavelo- conduce a examinar su idea de la naturaleza y condición humanas.


Cuando Maquiavelo habla de la “naturaleza”, ante todo y en principio se refiere a la naturaleza humana. Cuando, más raramente, la expresión se utiliza como Naturaleza, physis, natura rerum, esto es, como fuerza originaria y creadora y, al mismo tiempo, como orden inalterable de las cosas del mundo, nunca se le otorga por nuestro autor el carácter de un modelo necesario de donde derive una forma única y correcta de ordenar lo que hay en el mundo. Más bien, la entiende como lo que hay en el mundo despojado de toda idea de orden, de toda referencia a un modelo necesario; al contrario, se la observa como un flujo incesante, una vario acontecer, del cual toma razón el hombre por los giros de la rueda de la fortuna –concepto éste sobre el que se volverá más tarde. Se ha observado, con respecto a la idea de Naturaleza, que hasta el Renacimiento se buscaba la armonía de la unidad, procurándose a partir de aquél –el tiempo del florentino- la originalidad y las variedades irreductibles[12].


Suele afirmarse que para Maquiavelo el hombre tiene una naturaleza inmutable, fijada en el mal[13]. Veamos algunos textos para clarificar la cuestión:


“Porque de los hombres puede decirse, en general, que son ingratos, volubles, simuladores y disimuladores, prestos a esquivar los peligros y codiciosos de ganancias: mientras se les favorece, están contigo: ofrecen su sangre, sus bienes, la vida y sus hijos, como ya dije, siempre que la obligación de cumplir con la oferta resulte lejana; pero cuando se acerca, se sublevan” (cap. XVII).


“Los hombres temen menos reticencias para ofender al que se hace amar que al que se hace temer; porque el amor es visto como un vínculo forzoso que, por ser los hombres malos, a causa de su propio interés en cada ocasión puede ser roto; pero el temor resulta mantenido por el miedo a un escarmiento siempre amenazante” (cap. XVII).


“...porque las cosas del mundo son tan variables” (cap. X)


“...porque imitamos a la naturaleza, que es varia[14]


Los hombres, pues, por su naturaleza de preferencia se inclinan al mal, pero su frecuente maldad no sirve para establecer modelos previsibles: la volubilidad y la impermanencia resultan los datos primos de la condición humana. El gobernante debe presuponer aquella maldad:


“Resulta necesario a quien establece una república, e impone las leyes en ella, presuponer que todos los hombres son malos y dispuestos a usar su ánimo maligno en cuanto tengan ocasión”[15].

Pero amplía en otro lugar:


“Los hombres suelen afligirse en el mal y hastiarse en el bien y (...) de ambas pasiones surgen los mismos efectos”[16].


Y concluye, con un toque irónico:


“Los hombres no saben ser ni honorablemente malos ni perfectamente buenos”[17].

No sabemos ser ni del todo buenos ni del todo malos. Esta condición ambigua y dúplice, resultante de una naturaleza cuyo punto fijo es la inestabilidad, está figurada en el centauro, mitad hombre, mitad bestia[18]. Para el gobernante será “necesario saber usar bien la bestia y el hombre” que están también dentro de él, porque en Maquiavelo los que dirigen están hechos de la misma sustancia de los dirigidos. Y en su parte puramente animal, puramente ferina, el príncipe debe seguir los ejemplos alternados del león y de la zorra (cap. XVIII).


Maquiavelo dice a su posteridad que todo análisis político debe partir de un hombre inconstante, veleidoso y dado a la mudanza, insuficiente por eso en su maldad y en su bondad: homo inconstans et mediocris. Los grandes ejemplos de héroes y césares no alteran la eficacia de este recurso metodológico, del mismo modo que, no por reduccionista, la figura del homo oeconomicus carece de utilidad para los estudios de Economía. Hasta partiendo de otras bases más ajustadas al pensamiento clásico, sus contemporáneos llegaban a conclusiones similares. Así, Francesco Guicciardini (1483-1540), amigo de nuestro autor y quizás hasta más “maquiavélico” en sus ideas que aquél, dirá: “los hombres están naturalmente inclinados al bien; de modo que todos, cuando no encuentran placer o hallan utilidad en el mal, gustan más del bien que del mal; pero como su naturaleza es frágil, y las ocasiones que invitan al mal infinitas, se apartan fácilmente por interés propio de su inclinación natural”[19]. Partiendo de la inclinación al bien, solemos caer en el mal, dice el embajador Guicciardini y Maquiavelo le replica que hay que dar un rodeo por el mal para llegar a algún bien: “el verdadero modo de llegar al Paraíso es conocer el camino del Infierno para evitarlo”[20].


En definitiva, el hombre es imprevisible y la política tembladeral de impermanencia. Interpreta bien el pensamiento maquiaveliano Clément Rosset: “nada dura por naturaleza y todo lo que dura, dura por acción del príncipe”. El problema supremo de la política, pues, es durar en la impermanencia, “fabricar duración”, como dice el mismo Rosset[21]. Para fabricar duración en la impermanencia se requiere un orden estable en el flujo, el orden de aquello que la modernidad llamó –con primera mención en “El Príncipe”- lo stato[22], que exigirá el uso astuto, temporáneo y proporcional de la fuerza (cap. VIII)[23] para fijar la atención del hombre voluble y cambiante. La estabilidad nunca será permanente. El florentino puede ser considerado como un continuador de Protágoras, para quien Prometeo, que robó del Olimpo las artes necesarias para la vida humana, no pudo sustraer la política, guardada en la acrópolis de Zeus. Y aunque éste luego se apiadó y mandó a Hermes a distribuir entre todos las nociones del respecto y la justicia[24], la política queda como una perpetua creación humana levantada sobre la tierra movediza de lo impermanente, donde, como en el verso de Quevedo, sólo lo fugitivo permanece y dura.


Maquiavelo, anima naturaliter pagana, seculariza la noción de pecado original y postula que, en el aquende, en este bajo mundo, no existe redención que libere al hombre, en tanto animal político, de su condición problemática de no saber ser ni honorablemente malo ni perfectamente bueno. Igualmente secularizada, en un reintegro a su noción romana, se encuentra en el florentino la noción de virtù, poder creador del gobernante o de un pueblo, y más exactamente cualidad y capacidad de tomar en cada momento las decisiones aptas para mantener el vivere civile y, por lo tanto, conservar el poder. La virtù rige aproximadamente la mitad de nuestras acciones: la otra mitad, o un poco menos, corresponde a la Fortuna. La Fortuna –antigua diosa romana- es ajena a la noción de providencia: resulta el curso mismo de las cosas, circular (por eso se la representa como una rueda), a veces inclinado por los astros, muchas otras irrumpiendo como un río torrentoso, pero nunca sometida a ley descifrable. El hombre virtuoso debe conocer la ocasión de seguir el curso favorable de la fortuna, doblegarla en algún caso o evitar sus golpes. Advertir y aprovechar aquella ocasión es imperativo para el gobernante: sin la ocasión, su virtud no encontraría empleo, pero sin la virtud, la ocasión pasaría en vano (cap. VI). Virtù, Fortuna, Occasione, conforman el trípode donde se asienta el hábito “técnico” del político maquiaveliano.
Antes de proseguir, aclaremos que las relaciones entre “virtud” y “fortuna” eran objeto de amplio tratamiento y debate en tiempos de Maquiavelo. León Bautista Alberti (1404-1472), el gran pintor, escultor y arquitecto florentino, sostenía que “no pertenece el poder a la fortuna; no es tan fácil como algunos necios creen, vencer a aquel que no quiere ser vencido. La fortuna sólo tiene yugo para quienes se someten a ella (...) podemos establecer que la fortuna es inválida y debilísima para arrebatarnos cualquiera de nuestras menores virtudes; debemos juzgar que la virtù es suficiente para alcanzar y ocupar todas las cosas sublimes, los grandísimos principados, las alabanzas supremas, la fama eterna y la gloria inmortal”. Años más tarde, desde un punto de vista opuesto, Guicciardini afirmaría: “si alguien lo considera bien, no podrá negar que en las cosas humanas la fortuna tiene un grandísimo dominio, pues se ve que, en todo momento, ellas reciben grandísimos impulsos por accidentes fortuitos y que no está en el dominio del hombre ni prevenirlos ni evitarlos; y aunque la sagacidad y diligencia de los hombres puede moderar muchas cosas, con todo no bastan ellas solas, sino que necesitan, además, la buena fortuna”. Mientras Alberti excluye el dominio de Fortuna, veleidosa deidad, Guicciardini le atribuye, casi de modo fatalista, un papel decisivo -y esta será una de las críticas del último nombrado al autor de “El Príncipe”. Nicolás Maquiavelo, pues, tercia en una discusión abierta. Cuando está redactando los “Discursos...” señala que hay un ejemplo histórico capital, según el cual la virtù, en la construcción política, sobrepasa el peso de la Fortuna: el del pueblo romano. Rebate así opiniones de gran peso, como la Plutarco, “autorizadísimo escritor”, que atribuía la grandeza romana preponderantemente a la Fortuna. “Ésta es una cosa que no quiero admitir de ningún modo –proclama nuestro autor[25]- ni creo tampoco que se pueda sostener”. Y remacha: “porque la virtù de los ejércitos le hizo conquistar el Imperio, y el orden en la manera de proceder y su modo particular de hacerlo, establecido por su primer Legislador, le hicieron mantener lo conquistado”. Poco más tarde, cuando las circunstancias le invitan, en medio de su lenta redacción de los “Discursos...”, a volcarse al trabajo sintético en “El Príncipe”, para ponerlo en manos de los Médici otra vez triunfantes, se expresa en el capítulo XXV como hemos visto más arriba. Fortuna y virtud se encuentran en una tensión dialéctica. La virtud reside en tener la capacidad de seguirla oportunamente o de sustraerse a su curso torrentoso en caso de resultar desfavorable. “Secundarla y no contrarrestarla”[26], define. “Tejer sus hilos, pero no romperlos”, precisa en el mismo lugar. Nunca abandonarse simplemente a ella, aconseja. Puede escucharse, de fondo, la respuesta de Guicciardini, su amigo, de brillante carrera, catorce años más joven, que piensa que la fortuna comanda mucho más que lo que su estimado Maquiavelo supone. Para poder estar menos dominado por esta veleidosa diosa, según Guicciardini, se necesitaría que el gobernante en cuestión “pudiese variar su propia naturaleza según la condición de los tiempos, lo cual es dificilísimo y acaso imposible”[27].


Podemos ahora considerar el cargo más grave y más difundido levantado contra el autor y su libro: propicia una separación tajante entre la política y la moral, bajo el principio de que “el fin justifica los medios” (frase que el florentino, digamos al pasar, nunca escribió). Para poner la cuestión en su quicio, advirtamos de entrada que la política “maquiavélica” en el sentido corriente de la expresión es decir, la que afirma la indiferencia moral de los medios respecto de los fines perseguidos, se ha practicado desde siempre: hipocresía, simulación y disimulación, crueldad, astucia, “doble discurso”, etc, integran el “menú fijo” de la competencia política desde mucho tiempo atrás. El maquiavelismo es anterior a Maquiavelo, primigenio, perpetuo y universal. En todo caso, nuestro autor no resulta el creador o propiciador sino, meramente, el cronista de una perversión de la política práctica que prosigue desde los albores y según la más alta probabilidad continuará hasta el definitivo crepúsculo de nuestra humanidad. No puede pasarse por alto, tampoco, que no es difícil encontrar consejos “maquiavélicos” en autores como Aristóteles, como hemos visto, o Polibio, por ejemplo. Hasta el mismo Platón pone en boca de Sócrates la permisión de la mentira a los gobernantes, para engañar a los enemigos o a los propios ciudadanos, en beneficio de la ciudad[28]. Macaulay señaló, por su lado, que los aforismos maquiavélicos eran moneda corriente en el Renacimiento italiano, siendo la sola culpa del florentino el haberlos ordenado con mayor lucidez y expresarlos mejor que cualquier otro escritor de su época[29]. Durante la Reforma y la Contrarreforma, los críticos demoledores que en ambos bandos tuvo Maquiavelo terminaron, luego de anatematizarlo, admitiendo y reconociendo bajo el rótulo de “razón de Estado” lo que habían condenado como ”maquiavelismo”[30]. Este “maquiavelismo” no se reduce siquiera al ámbito de la cultura occidental. Así, el Arthasastra indio, atribuido al consejero imperial Kautiliya y recopilado en el siglo IV AC –al tiempo que Aristóteles enseñaba- parte de la “ley de los peces”[31], por la cual el pez grande devora al pez chico, donde se deriva, por ejemplo, un complejo sistema de espionaje gubernativo y la aceptación del asesinato político encubierto. “Comparado con esta obra –dice Max Weber- ‘El Príncipe’ de Maquiavelo resulta una obrita inofensiva”[32]. En el Tao Te King, uno de los libros más profundos que poseemos, atribuido a Lao Zi, se dice, por ejemplo, que para mejor gobernar un pueblo hay que mantenerlo en la ignorancia, y Han Fei Zi, en el siglo III AC, sostenía que el monarca inteligente debe gobernar con lo útil y no con lo inútil, es decir, no aplicar ni la benevolencia ni la justicia, “porque el pueblo sabe tanto como un recién nacido”[33].


La originalidad de Maquiavelo no reside, pues, en el “maquiavelismo”, sino en haber puesto en claro que para perseguir cualquier relativo bien político y alcanzar el vivere civile hay que dar un rodeo por el mal. Los hombres “pueden desearlo todo pero no pueden conseguirlo todo”[34]; “nunca se satisfacen y obtenida una cosa no se contentan con ella, y desean otra”[35]; “y suelen afligirse en el mal y hastiarse en el bien”[36]. Sólo puede ponérselos en cintura, para que no apunten exclusivamente al interés personal y se alcance el vivere civile, dentro del orden artificial y provisorio de lo stato, por los medios de la ley, la astucia y la fuerza. El bien asimismo provisorio del vivere civile, que conlleva la concordia, sólo puede alcanzarse y mantenerse a través de un pasaje por el mal. Maquiavelo ve el nacimiento y conformación de una nueva forma política, lo stato, producto de la racionalidad moderna, que permite, mejor que las formas políticas tradicionales (polis, civitas, regnum, Imperio), mantener firme, esto es durable, el vivere civile. Este Estado no es aún el impersonal aparato o máquina (la “máquina de máquinas”, machina machinarum) que Hobbes habrá de simbolizar en el Leviatán. Lo stato es, todavía, la persona del príncipe y su entorno de consejeros, los ministros (cap. XXII). Lo stato maquiaveliano es aún el Estado de alguno (Fernando de Aragón, Julio II o César Borgia), una posesión del príncipe, del gobernante. El único aparato que Maquiavelo quiere integrarle es el de la milicia ciudadana (cap. XIV). El florentino ve nacer y crecer a la nueva criatura moderna, el Estado, pero no es aún del todo “estatista”.


El vivere civile, la concordia que puede lograrse bajo el gobierno de un príncipe o de los conductores de una república, exige de los ciudadanos, a juicio de Maquiavelo, su entrega total a ese bien público que es la libertad y seguridad de la comunidad de pertenencia, de la patria. Si no se dan esa libertad y esa seguridad de la patria (siempre sujetas, por lo demás, a la precariedad de todas las cosas humanas) no hay vivere libero posible. Y aquella libertad y seguridad que permite el vivere civile y el vivere libero, por razón de su precariedad, dependen de la duración que el príncipe o los conductores de una república puedan generar desde el ejercicio del poder. Por lo tanto, cuando se trata de la salvación de la patria, “no cabe detenerse por consideraciones de justicia o de injusticia, de piedad o de crueldad, de gloria o de ignominia. Antes y sobre todo, lo indispensable es salvar su existencia y su libertad”[37]. Esto es, la vieja máxima romana: salus populi suprema lex, la salvación del pueblo es la ley suprema. Esta postura de Maquiavelo dio lugar a que Federico Meinecke considerara al florentino, “un pagano que no conocía el miedo del infierno”[38], como el primer teórico de la razón de Estado[39]. Lo que teoriza Maquiavelo, en realidad, es otra cosa: cuál es el imperativo moral del político, distinto del mandato moral del hombre común. Lo stato todavía no es el Estado, esto es, una máquina impersonal, cuyo dínamo es la soberanía y cuyo brazo la norma positiva elaborada por los legistas. Lo stato es todavía el gobernante, sus ministros y consejeros, en lo posible con buenas leyes y buenas armas (cap. XII) para mantener la seguridad exterior (la libertad) y la vida cívica armónica en lo interno. Maquiavelo ha leído en Aristóteles que la virtud del buen ciudadano y la virtud del individuo probo no son idénticas sino diferentes. No se las puede considerar mutuamente armónicas[40]. Uno es el comportamiento de los individuos según su propio carácter, su éthos[41], su manera de ser adquirida a través de los hábitos y que se convierte en una especie de segunda naturaleza, por la cual somos fieles, generosos, cordiales, y nos sentimos impelidos a serlo. Ésta es la virtud privada. La virtud cívica, en cambio, se refiere a las costumbres, las mores, que regulan nuestro comportamiento en tanto miembros de una comunidad política que debe asegurar su continuidad. En el gobernante, volviendo a Aristóteles, el ideal sería que se manifestasen en conjunto las virtudes privadas y las cívicas; esto es, que fuese probo y prudente a un tiempo; pero lo exigible al gobernante es que cumpla con su deber político de prudencia. Siendo diferentes, pueden entrar en colisión las virtudes privadas con las cívicas. La traición, la doblez, la mentira, son claramente faltas contra las virtudes privadas. Pero, en el gobernante, debemos aceptar que, en nombre de la salus populi, y en defensa del conjunto, pueda mentir o faltar a su palabra. Como vemos, los consejos de Maquiavelo al príncipe tienen fuentes clásicas, reforzadas con la inmemorial práctica política “maquiavélica” a la que ya nos hemos referido.


Maquiavelo, entonces, no es inmoral ni amoral en su planteo. Plantea una moral específica del político, que suele chocar con nuestro preceptos éticos privados. Va más lejos aún, ya que afirma –aunque no lo haga directamente en “El Príncipe”- que la ética proveniente del cristianismo no resulta apta para el gobernante, ni cree, por su experiencia, que los gobernantes cristianos la hayan aplicado mayormente. Propugna una moral política con raíces en la antigua Roma, en la que agrupa valores como el coraje, el orden, la disciplina, la fuerza, la justicia y la afirmación propia de cada stato. La caridad, la misericordia, el sacrificio, el amor al enemigo, pueden ser valiosos en lo privado, pero no sirven para gobernar. “Enseñando nuestra religión la verdad y el verdadero camino, hace que se estimen poco los honores mundanos; pero los gentiles, estimándolos y considerándolos como el verdadero bien, aspiraban a ellos enérgicamente (...) nuestra religión ha glorificado más a los humildes y contemplativos que a los activos. Ha colocado el bien supremo en la humildad, en la abnegación, en el desprecio de las cosas humanas, mientras la antigua lo ponía en la grandeza de ánimo, en la fortaleza del cuerpo y en cuanto podía hacer a los hombres enérgicos. La fortaleza que nuestra religión exige es para que resultes apto para sufrir, no para emprender grandes acciones”[42]. La contraposición pagano/cristiana es, en este pasaje, brutalmente simplificadora, ignora matices y excepciones y muestra la idealización por momentos ingenua que Maquiavelo, influido por el espíritu de su tiempo, que pretendía “recuperar” la Antigüedad, realiza de la Roma republicana. Pero también la cita ilumina sobre las cualidades que Maquiavelo consideraba constitutivas de la virtù del gobernante y del ciudadano. El florentino distingue entre la ética individual, donde se aplican los dictados evangélicos, y la moral propia del político, enderezada a la grandeza de la comunidad política y donde se aplican los antiguos preceptos enderezados a mantener el poder y evitar la ruina colectiva. Entre estos últimos, Maquiavelo incluye la religiosidad. La religión mantiene el orden en lo stato y contribuye al vivere civile. Maquiavelo lamenta que en su tiempo no se observen en Florencia y demás repúblicas y principados italianos ni la religión, ni las leyes ni se estime la milicia ciudadana, pilares los tres de lo stato. Como se ve, la religión tiene en el florentino un papel de instrumentum regni, de medio para mejor gobernar a través del conjunto de valores y creencias que transmite, y por los cuales se alcanza la cohesión social. El mismo príncipe ha de ser piadoso, o fingir serlo. “Deben, pues, los gobernantes de una república o de un reino mantener los fundamentos de la religión que allí se profese y, con esto, les será fácil mantener piadosa la comunidad y, por ello, buena y unida. Deben favorecer y acrecentar todo lo que contribuya a favorecer la religión, aunque la estimaran falsa, tanto más cuanto más prudentes y conocedores de las cosas del mundo aquellos gobernantes sean”[43].


Nicolás Maquiavelo nació en Florencia el año 1469. A los veintinueve años fue elegido secretario de la Segunda Cancillería y, luego, secretario del Consejo de los Diez, que dirigía la guerra y los asuntos exteriores de la república. Desempeñó diversas misiones diplomáticas y, en 1512, cuando el retorno de los Médici al poder, fue desterrado a los alrededores de Florencia y, más tarde, encarcelado por supuesto conspirador y sometido a tortura. En el año 1513 se retiró a una vieja propiedad familiar –l’Albergaccio-, en Sant’Andrea in Percussina, cerca de San Casciano. Mientras explota la leña de los bosques de su predio y bebe y juega al backgammon discutiendo a los gritos en la posada pueblerina, escribe por las noches los “Discursos sobre la Primera Década de Tito Livio”[44]. Sobre estos materiales redacta aquel año “El Príncipe”, en lengua toscana. Originariamente llevaba por título “De Principatibus” (Sobre los Principados). También en latín figuraban los títulos de los capítulos. Aquella denominación de la obra recuerda vagamente a la de Aristóteles -la “Política” debería traducirse “De las cosas políticas”, ya que se trata de un sustantivo neutro en número plural y caso genitivo. Pero luego, nuestro autor lo individualizó modernísticamente en la figura de “El Príncipe”. Se trata de un “pequeño volumen reducido”, como lo llama su propio autor[45]. La obra, destinada a ganar el favor de los Médici, iba a estar dedicada originariamente Juliano de Médici, tercer hijo de Lorenzo el Magnífico y hermano del papa León X, que ese mismo año 1513 había subido al solio pontificio, habiendo sido Maquiavelo liberado de la prisión por los festejos que siguieron a esa elección. Pero la muerte del destinatario obligó a que la dedicatoria fuera reescrita a favor del “Magnífico Lorenzo de Médici”, llamado el Joven, duque de Urbino, que se supone con fundamento jamás llegó a leer la obra. Circuló ésta manuscrita hasta la muerte de su autor, en 1527, a los cincuenta y ocho años. Apareció impresa en 1531. La capacidad de síntesis y de formulación de sentencias y aforismos destinados a universalizarse hacen del “pequeño volumen” una obra singular. El autor no lo consiguió del mismo modo en su proyecto más ambicioso, los “Discursos...”, donde sin embargo también destella su penetración. El destino de “El Príncipe” no deja de resultar asombroso, ya que de opúsculo redactado de prisa para uso de los momentáneos vencedores, y publicado luego de la muerte de su autor, llegaría convertirse en clásico inagotable. Verá el lector que el genial florentino, en toda su vasta ejemplificación histórica, ignora las consecuencias del descubrimiento de América, a pesar de que uno de sus conspicuos convecinos fue, justamente, Américo Vespucio. Advertirá también que en el último capítulo (XXVI) se exhorta a recuperar Italia de los nuevos bárbaros. Estos bárbaros, por anacrónica resonancia del uso romano, son los franceses, españoles, suizos y todos aquellos que pisaban la península desde que el milanés Ludovico el Moro, en 1494, llamara intervenir al rey francés, poniéndose así fin a las bellas guerras posicionales de los condottieri. La Italia de la invocación maquiaveliana llegaba a abarcar una pequeña parte de la actual: Florencia y la Toscana, Lombardía, la Romaña, Nápoles y la Roma de los papas. Allí quería Maquiavelo que se erigiese un principado o una confederación de repúblicas que fuera a imagen de las monarquías de Francia y España. Murió el 22 de junio de 1527, descreído de ese sueño.-

Nota: las citas de “El Príncipe” están tomadas de “Il Principe-Scritti Politici”, preentazione di Luigi Fiorentino, ed. Mursia, Milano, II ed., 1973. Las de los “Discursos...” de “Discorsi sopra la prima deca di Tito Livio”, postillati de Giueseppe Finzi, G.B. Paravia, Torino, 1926. Las traducciones son del autor.


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[1] ) “Niccolò Macchiavelli e i suoi tempi”, 4ª edizione postuma, a cura di Michele Scherillo, Ulrico Hoepli, Milano, 1927. La primera edición es de 1877/80 y su lectura resulta aún hoy imperdible para cualquiera que pretenda penetrar en el universo maquiaveliano
[2] ) “Gratias agamus Machiavello et huiusmodi scriptoribus, qui aperte et indissimulanter proferunt quid homines facere solent, non quid debeant”: demos gracias a Maquiavelo, y a los escritores de su tipo, que abierta e indisimuladamente dieron a conocer lo que los hombres habitualmente hacen, y no lo que deberían hacer. En “De Augmentis Scientiarum”, lib. V, cap. II, según Villari, op. cit. t. II, p. 195, n. 2
[3] ) Con el adjetivo “maquiaveliano” nos referimos objetivamente a lo perteneciente a la vida y obra del florentino, reservando el similar “maquiavélico” a la acepción por mala parte, subjetiva y peyorativa: modo de proceder con doblez y perfidia
[4] ) En los “Discursos Sobre la Primera Década de Tito Livio”. I, 25, nuestro autor dice “la generalidad de los hombres (...) las más de las veces se mueven más por las cosas que parecen que por las que son”. Téngase en cuenta que la “primera década” del título se refiere a los primeros diez libros de la obra de Tito Livio.
[5] La traducción de Leonardo Aretino de la “Política” aristotélica, de mejor calidad que la antigua de Guillermo de Moerbecke, utilizada por Santo Tomás de Aquino, fue realizada en Florencia y reproducida en imprenta a partir de 1497, por el famosos editor veneciano Aldo Manucio.
[6] ) Citado en Juan Beneyto, “Historia de las Doctrinas Políticas”, M. Aguilar editor, Madrid, 1948, p. 246.
[7] ) W.D. Ross, “Aristóteles”, ed. Sudamericana, Bs. As. 1957, p. 336
[8] ) “Política”, Libro I, 1252b
[9] ) “Política”, Libro I, 1252a
[10] ) Así se expresa en la dedicatoria de “El Príncipe” al Magnífico Lorenzo de Médicis.
[11] ) También Aristóteles, por su lado, no se privó de incurrir en aforismos “maquiavélicos”, como cuando aconseja a los demagogos, en las democracias, declararse amigos de los poderosos, y a los dirigentes de las oligarquías, por su lado, declararse amigos del pueblo (“Política”, 1310ª)
[12] ) Robert Lenoble, “Histoire de l’idée de Nature”, ed. Albin Michel, París, 1969, p. 280
[13] ) “El hombre de Maquiavelo es ‘naturaleza’ y, como tal, obedece a leyes fijas en una realidad objetivamente inmutable” (Luigi Fiorentino, introducción a “Il Principe-Scritti Politici”, ed. Mursia, Milano, 1973, 2ª. ed, p. 6. Id. Luis A. Arocena, “El Maquiavelismo de Maquiavelo”, Seminarios y Ediciones SA, Madrid, s/f, p. 14 y 41. Puede consultarse al respecto, con provecho, el excelente “Una Tesis sobre Maquiavelo”, de Vicente Gonzalo Massot, ed. Struhart, Buenos Aires, 1986
[14] ) Carta a Francesco Vettori del 31 de enero de 1515, en “Cartas Privadas de Nicolás Maquiavelo”, traducción y notas por Luis A. Arocena, EUDEBA, Bs. As. , 1979, p. 173
[15] ) “Discorsi...”, Lº I, cap. III
[16] ) “Discorsi...”, Lº I, cap. XXX
[17] ) “Discorsi..., Lº I, c. XXVII
[18] ) El sabio centauro Quirón, que en el relato mitológico es maestro de Aquiles, representa alegóricamente la educación plenaria, que debe dirigirse al mismo tiempo al alma y al cuerpo.
[19] ) “Ricordi politici e civili”, ed. Palmarocchi, Bari, 1933, p. 225
[20] ) En carta a Francesco Guicciardini del 17 de mayo de 1521; ver “Cartas Privadas de Nicolás Maquiavelo”, traducción y notas por Luis A. Arocena, EUDEBA, Bs. As. , 1979, p. 201.
[21] ) Clément Rosset, “La Antinaturaleza”, Taurus, Madrid, 1974, p. 194
[22] ) Del latín stare, literalmente lo que está derecho, firme. Maquiavelo utiliza la expresión stato todavía con minúscula inicial., en el inicio del capítulo I: “Todos los estados....”
[23] ) “Porque aquél que es violento para destruir, y no el que es violento para reparar, debe ser reprobado”, “Discorsi...”, Lº I, cap. VIII
[24] ) Platón, “Protágoras”, 320c y sgs.
[25] )”Discorsi...”, Lº II, cap. I
[26] ) “Discorsi...”, Lù II, cap. XXIX
[27] ) “Ricordi....”, p. 290/91
[28] ) Platón, “República”, 389b
[29] ) T.B. Macaulay, “Saggio sul Macchiavelli”, Milano, Bietti, 1938, p. 11
[30] ) Ver el estudio introductorio de Carlo Morandi a la obra de Giovanni Botero, “Della Ragione di Stato”, Licinio Cappelli editore, Bologna, 1980, p. XVIII. Consultar, asimismo, Michel Senellart, “Machiavélisme et Raison d’État”, PUF, 1989. Debe señalarse que la expresión “razón de Estado” no se encuentra en ningún texto de Maquiavelo.
[31] ) Heinrich Zimmer, “Filosofías de la India”, EUDEBA, 1965, p. 41
[32] ) Max Weber, “Le savant et le politique”, 10/18, Paris, 1959, p. 177
[33] ) Lao Zi (Lao Tse), Tao Te King, Barral, Barcelona, 1956, cap. 65, p. 85; Han Fei Zi “El Arte de la Política (los hombres y la ley)”, Tecnos, Madrid, 1998, p. 172.
[34] ) “Discorsi...”, Lº I, XXX
[35] ) “Istorie Fiorentine”, VI, 18
[36] ) “Discorsi...”, Libro I, cap. XXXVII
[37] ) “Discorsi...”, Lº III, cap. XLI
[38] ) “La Idea de la Razón de Estado en el Estado Moderno”, Instituto de Estudios Políticos, Madrid, 1959, p. 31
[39]) Expresé más arriba que no comparto esta afirmación de Meinecke. En ningún lugar habla Maquiavelo de la razón de Estado. La expresión ratio status era utilizada por los juristas desde el siglo XII, aunque el sentido del status medieval fuese diferente del sentido de “estado” de la modernidad, que aparece ese sí, por primera vez en Maquiavelo En cambio, la idea de “razón de Estado” aparece como tal en las obras doctrinarias antimaquiavelianas, como la de la Giovanni Botero, fundándose en la necesidad de explotar intensivamente los recursos materiales y humanos, sobre una impostación económica. El tema exigiría desarrollos más extensos que los que aquí pueden realizarse.
[40] ) “Política” 1276b/1277b
[41] ) Éthos con la letra griega inicial “éta”, ηθος , que significa carácter, manera de ser, de donde viene la palabra “ética”. En cambio, êthos con la letra griega “épsilon” inicial, εθος , significa costumbre, que se vierte al latín como mos (plural, mores), de donde deriva la expresión “moral”. La ética se aplicaría a la virtud privada; la moral a la virtud cívica.
[42] ) “Discorsi....”, Lº II, cap. II
[43] ) “Discorsi....”, Lº I, cap. XII
[44] ) Carta a Francesco Vettori del 10 de diciembre de 1513, en “Cartas Privadas...”. p. 115/120
[45] ) En la dedicatoria al Magnífico Lorenzo de Médici