sábado, julio 30, 2016

¿ISLAMOFOBIA?



Un amigo lector me dice que en mi último post se respira una bocanada subterránea de islamofobia: el enemigo sin nombre es el Islam, y frente a él debe plantarse la Cristiandad. No entraré en el laberinto de las interpretaciones: no dije tal cosa ni lo creo. En primer lugar, porque la Cristiandad no existe: nuestro tiempo es poscristiano, y esto no lo digo yo ni lo asiento con ánimo satisfactorio, sino que es una comprobación bastante difundida: la verificación de un dato. Nietzsche,  hijo de un pastor evangélico y apodado él mismo en su niñez el "pequeño pastor",  lo planteó como nihilismo, esto es, el arrasamiento de cualquier ethos colectivo y la desertificación de todo sentido de la vida. El nihilismo no proviene de ninguna paganía resurrecta, como ciertas almas bellas y piadosas suponen. Con todos los defectos que puedan imputásele, aquel mundo pagano tenía un innato sentido de lo sacro y sabía percibirlo de inmediato en su entorno. El nihilismo se lleva por delante no sólo la religión sino las ideologías que en el siglo pasado operaron de sucedáneos de aquélla,  ya que disuelve la constelación de creencias en que se asentaban. El cristianismo también encuentra su piedra basilar en la nada, en la creatio ex nihilo, y tiene razón Dalmacio Negro cuando califica al nihilismo de herejía cristiana; la última y definitiva herejía del cristianismo, quizás. No hay ninguna Cristiandad que pueda librar hoy guerra alguna, como las que libró cuando, en el Medioevo, tuvo su realización efectiva en las instituciones sociales. Lo que hay es una occidentalidad globalizada en el flujo financiero como fundamental aunque movedizo asiento de todo lo existente y la letanía de los derechos humanos hipertrofiada como vulgata suplente del antiguo credo. Su último descubrimiento es que las masas de desplazados desde los países cuya destrucción contribuyeron a fomentar y desenvolver, pueden convertirse en la mano de obra conveniente, propulsora y hasta contribuyente para una nueva vuelta de tuerca a sus sistema de producción de la vida material.

El Islam multifacético, la China y demás dragones del extremo oriental, Rusia apoyada en la ortodoxia, balbuceos aún incoherentes en Hispanoamérica, dispersos grupos en el mundo cansados de desesperar, intentan resistir de algún modo el nihilismo y su desierto que crece. Es el "disenso" que predica Alberto Buela, todavía cacofónico y muchas veces por caminos extraviados. En cuanto al Islam, sé muy bien que al volver de una batalla, el Profeta    dijo  a sus seguidores que estaban volviendo de la pequeña guerra santa (la batalla por las armas) para ir a la gran guerra santa (la guerra interior, espiritual). Sea como fuere,  hoy Al Qaida o ISIS predican el deber de conquistar el mundo entero para el Islam, a como dé lugar y tocando a degüello contra todos los demás, el resto de los propios creyentes islámicos incluídos, y primeros en la lista de destrucción. Si aquellos han roto con sus enseñanzas sagradas, si han sido (y seguramente lo fueron) instrumentalizados por impulsores antitradicionales y si incluso actualmente lo siguen siendo, son posibilidades no desechables, pero la primera y más urgente cuestión es que hay un enemigo que declaró una guerra a muerte. Si alguien me ha designado como enemigo, de nada sirven mis reticencias y distingos para evitar que quiera destruirme.



UNA GUERRA SIN ENEMIGO




"No tenemos miedo de decir esta verdad: El mundo está en guerra. ¿Por qué? Ha perdido la paz." -Papa Francisco.


En Rouen, en una iglesia casi vacía, ante dos parroquianos y dos monjas, un viejo cura es degollado en el altar  por dos sicarios del Isis. El papa dice que la religión no entra en el episodio, más que emblemático de lo que es hoy el maximalismo islámico y el despoblado cristianismo. Afirma que esta sangre vertida por "locura homicida" responde  a una "violencia absurda", originada en el miedo y la desesperación que nacen de pobreza y frustraciones.  Añade que el episodio da cuenta de estar en guerra, como recuerda su tautológica frase del epígrafe, pero no de religiones sino de intereses: lo que está en juego es el dinero, los recursos  y la dominación. En cambio, "tutte le religioni vogliono la pace".

El papa Francisco suele quedar pialado en sus propias palabras. Aquí, concorde con la corte vaticana, trata de quitar hierro a su afirmación de que hay una guerra, hasta diluirla en una corrección política que le elimina todo significado. La Alemania de Ángela Merkel tiene que adoptar la misma mordaza. El atacante de Munich, por ejemplo, era un "alemán iraní" (ahora resulta que los europeos han adoptado el jus soli y cualquier nacido en Alemania es automáticamente alemán) y un desequilibrado, con déficit de adaptación por su marginación social -de la que los alemanes tienen la culpa. Un lobo solitario, con lo que su acto no puede inscribirse en el ámbito jihadista sino en el raptus homicida de un excluido. Entonces, no existe una guerra con una raíz religiosa (las religiones siempre han querido la paz, según parece), sino un episodio aislado (Merkel) o una guerra contra abstracciones como el dinero ("estiércol del diablo", como ya lo había apostrofado Basilio el Grande), los intereses, el deseo de dominación; los mercaderes de armas, quizás. Hay un islamismo terrorista radical de raíz salafita: no lo denuncian sólo sus víctimas, sino desde el más grande centro del pensamiento islámico, la universidad de Al Azhar en El Cairo, se previene contra él. Y la prevención debe alcanzar a quienes lo manipulan y financian: Arabia Saudita, Qatar; más atrás, los EE.UU. Convengo en que el papa Bergoglio se encuentra ante muchas dificultades para ir contra la corriente y denunciar estos oscuros manejos, con las limitaciones del profeta desarmado. El odio religioso está desatado y no es cuestión de atizarlo, por medio de falsos universales: "todos los islámicos son terroristas". Por cierto que no, pero también es cierto que casi todos los terroristas son islámicos. Bien lo sabían, antes que el sacerdote francés degollado al pie del altar, los cientos de cristianos trucidados en el Mediterráneo oriental.

No hay guerra con el ISIS, que moviliza un odio religioso bajo bandera de jihad.  Hay un intento de separar la  guerra del terrorismo -que es uno de sus instrumentos, en una guerra civil global- y considerarlo irracional, "absurdo", privado de sentido, inexplicable, producto de enloquecidos por marginación social o porque vienen de una familia fracasada. De un suceso inscripto en una cadena categorial hacen una anécdota aislada y casi irrepetible que, curiosamente, tiene a replicarse indefinidamente. La jihad extrema tiene fundamentación basilar en una teología política lúcida y racional donde se pueden encontrar los motivos por los cuales se producen las carnicerías de cristianos y yazidíes en Irak, se le corta la yugular a los infieles  y a los apóstatas, se masacra atropellando una multitud de occidentales descreídos con un camión de reparto o se los liquida en discotecas o restaurantes: nada de esto es demencial, aunque sus instrumentos humanos puedan estar más o menos trastornados. Para librar una guerra se debe saber primero quién es el enemigo: ante todo, reconocer que no se trata de un conjunto de orates sino de un ejército dispuesto a todo, principiando por el sacrifico de la propia vida: matar y ser muerto. En segundo lugar, debe tenerse en claro y contrastar en su raíz la teología e ideología que impulsa la acción del enemigo. En tercer lugar, hay que combatirlo en su terreno hasta anular su amenaza. Lo que ocurre es que ellos parten de una raíz equivocada, pero que saben reconocer. Los que dicen estar enfrente han perdido sus raíces.

"De lo que no se puede hablar, mejor  es callarse"


    domingo, julio 24, 2016


    Dieu, leur survie nécessaire...


    Gabriella Manzoni fecit
    ¿CÓMO CREE USTED QUE FUNCIONARÁ LA PRIMERA MITAD DEL SIGLO XXI?





    Al excelente blog "El Café de Ocata" debo el conocimiento de este poema de Miguel D'Ors, que entrego a mis lectores:

    La segunda mitad del siglo XXfuncionó por razones
    que la Raison jamás conocerá.

    Pero yo sí conozco algunos casos,
    freres humains qui apres nous vivez:
    Andrés se hizo fascista por profundos
    motivos de peinado,
    Yvonne marxista porque las milongas
    de los Quilapayún, Pedro bakuninista
    por Margarita, Plácido católico
    por afición al órgano (en el mejor sentido),
    Giambattista se hizo socialista
    dicen que por la rima, Doña Pura
    testigo de Jehová por una minipimer,
    Juan y Pedro mormones por razones
    de estricta sastrería.

    Insondables abismos del organismo humano:
    durante la segunda mitad del siglo XX
    nadie fue calvinista por Calvino,
    ni sartriano por Sartre, ni budista por Buda,
    sino que por, o sea, que sentían
    un no sé qué, que quedan balbuciendo
    aquellos antropoides.
    NOTICIAS DE CONSTANTINOPLA (Y NO SOBRE EL SEXO DE LOS ÁNGELES)





    El intento de golpe se produjo un viernes por la noche [15 de julio]. Para el domingo por la tarde ya se había filtrado en una cuenta progubernamental de redes sociales una lista de 73 periodistas que debían ser detenidos. Mi nombre figuraba en primer lugar.

    En tres días, veinte portales se volvieron inaccesibles y se cancelaron las licencias de 24 emisoras de noticias y radio. Se produjo un asalto del diario Meydan y sus dos directores quedaron detenidos (fueron liberados 24 horas más tarde). Ayer, el periodista Orhan Kemal Cengiz, también incluido en la lista, fue detenido en el aeropuerto junto a su mujer. Es casi imposible escuchar hoy voces disidentes, en unos medios controlados en buena medida por el Gobierno. Se ha supendido la Convención Europea de Derechos Humanos hasta nueva orden. Una nube de temor se cierne sobre el país.

    Cuando esta semana el presidente Recep Tayyip Erdoğan declaró el estado de emergencia por tres meses, yo pensé: “Nada ha cambiado”. En mi condición de periodista que ha producido documentales sobre todos los golpes registrados en el país, y que ha vivido los últimos tres, sabía mejor que bien lo aterrador que podría haber sido un régimen resultado del golpe. Sin embargo, sabía también que su fracaso potenciaría a Erdoğan, convirtiéndole también en un opresor rápidamente.

    La política de Turquía siempre ha funcionado como un péndulo: se mueve de la mezquita a los cuarteles, y vuelta atrás. Cuando oscila demasiado cerca de la mezquita, aparecen los soldados e intentan llevarlo hacia los cuarteles. Y cuando la presión a favor del laicismo se vuelve demasiado grande, crece el poder de las mezquitas. Y los demócratas instruidos, metidos entre estos dos estos extremos, son siempre los que se llevan la paliza.

    ¿Por qué no podemos escapar de este dilema? Es fácil de explicar y difícil de resolver. Los militares turcos han sido, por desgracia, los únicos “guardianes” con poder del laicismo, en un país en el que la sociedad civil no ha madurado, los medios de comunicación están censurados, y los sindicatos, universidades y autoridades locales están neutralizados. Las fuerzas armadas siempre han pretendido ser los únicos protectores de la modernidad del país. Paradójicamente, sin embargo, cada golpe planeado no solo ha dañado la democracia sino que ha fomentado el radicalismo islámico. Una reciente escena en el funeral de una manifestante contra el golpe simbolizaba perfectamente la situación. Allí estaba el presidente. Rezaba el imán: “Protégenos, Señor, de la malignidad, sobre todo de la de los instruidos”. “¡Amin!” (“Amén”) rugió la multitud.

    De modo que el intento de golpe de la semana pasada no es más que el último ejemplo de una oscilación que ha durado siglos. Pero también se está desenvolviendo como para ser una de las peores. Durante la intentona del 15 de Julio, las muchedumbres respondían a llamamientos de las mezquitas a cada hora. Chillaban “Alaju Akbar” mientras linchaban a los soldados; hacían ondear enseñas  turcas y banderas verdes del Islam mientras gritaban: “¡Queremos ejecuciones!”

    Inmediatamente circularon listas de toda clase de “disidentes”, no solo de periodistas. Casi 60.000 personas – entre ellas 10.000 agentes de policía, 3.000 jueces y fiscales, más de 15.000 enseñantes y todos los decanos universitarios – han sido detenidas o despedidas, y a diario se incrementan las cifras. La tortura, prohibida desde el golpe militar de los 80, ha vuelto a hacer su aparición. Se ha lanzado una campaña para resucitar la pena de muerte que se abolió en 2002. Es la mayor caza de brujas de la historia de la república.

    ¿Qué significa esto? Además del estado de emergencia, esto significa que la autoridad legislativa quedará neutralizada en breve a gran escala y se reorientará hacia la autoridad ejecutiva; se obstaculizará el acceso a un juicio justo y se impondrán mayores restricciones a los medios de comunicación. Erdoğan ya ha declarado que si el parlamento se muestra favorable a la pena de muerte, dará él su aprobación. Si no va de farol, esto puede provocar una ruptura total con la familia europea de la que Turquía se siente ya excluida.

    Por razones que no podemos entender todavía, los soldados que trataron de hacerse con el control el viernes por la noche sólo bloquearon la carretera que va de Asia a Europa; el paso hacia Rusia, Arabia Saudí, Qatar e Irán no se vio obstaculizado. Yo lo encuentro una decisión simbólica, pues Turquía parece hoy atrapada en Asia. Se está cerrando la puerta hacia Europa.
    Y los problemas con los que nos quedamos son estos. Bien, nos hemos librado de un golpe militar, pero ¿quién va a protegernos de un Estado policial? Bien, estamos a salvo de la “malicia de los instruidos” (sea esto lo que fuere), ¿pero cómo nos defenderemos de la ignorancia? Bien, hemos devuelto a los militares a los cuarteles, pero ¿cómo vamos a sacar la política alojada en las mezquitas?

    Y la última pregunta hay que dirigirla a una Europa preocupada por problemas propios: ¿Mirará una vez más hacia otra lado y colaborará porque “Erdoğan tiene las llaves de los refugiados?”  ¿O bien os avergonzaréis del resultado de vuestro apoyo y os pondréis del lado de la Turquía moderna?
     
    Can Dündar, el autor del artículo precedente, es es redactor en jefe del diario Cumhuriyet. En mayo de 2016 ha sido condenado a cinco años de prisión imputado por "revelar secretos de Estado", sentencia contra la que ha apelado. Pasó 92 días en prisión, acusado de llevar a cabo "un acto de terrorismo", hasta que fue liberado cuando el Tribunal Constitucional turco declaró que se trataba de "un acto de periodismo”.  
    Fuente:
    The Guardian, 22 de julio de 2016
    Traducción:
    Lucas Antón

    martes, julio 12, 2016


                                                          

    INDEPENDENCIA, AUTOGOBIERNO, EMANCIPACIÓN


    Lo que trato de distinguir y separar son tres conceptos que muchas veces aparecen mezclados, o hasta considerados sinónimos, a saber: autogobierno o gobierno propio, en primer lugar; en segundo lugar, independencia y, en tercer lugar, emancipación.  Estas confusiones tienen asidero en la circunstancia que los argentinos celebramos, con igual pompa, el 25 de mayo de 1810 y el 9 de julio de 1816, esto es, el primer gobierno patrio, por un lado, y por otro la declaración de independencia “del rey Fernando VII, sus sucesores y metrópoli” –con el agregado posterior, sugerido por el diputado Medrano en la sesión secreta del Congreso del 19 de julio, “y de toda otra dominación extranjera”-por parte de las “Provincias Unidas de Sudamérica”.  La cuestión se complica aún más si agregamos la declaración de independencia de 1815 formulada en el Congreso de Oriente, ocurrido en el Arroyo de la China, Concepción del Uruguay (también en Paysandú), en junio de 1815, por los representantes de la Banda Oriental, Entre Ríos, Corrientes, Santa Fe y Córdoba, bajo la inspiración del Protector de los Pueblos Libres, don José Gervasio de Artigas, de la que no ha quedado acta alguna, con lo que llegaríamos a dos declaraciones de independencia. En fin, tenemos también la idea de “emancipación”, que tiene su formulación más ilustre en Bartolomé Mitre: “Historia de Belgrano y de la Independencia Argentina, “Historia de San Martín y de la Emancipación Sudamericana”. ¿Son equivalentes estas tres  expresiones: “gobierno propio”; “independencia”, “emancipación”?



    El darnos un gobierno propio, esto es, elegir por los propios gobernados la autoridad que reemplazaría a la del virrey, rompiendo la lógica de los antecedentes, que exigían la designación por la metrópoli, pero ante una situación excepcional, que producía la caducidad de ese mandato, la vacancia de los órganos de la metrópoli y la consiguiente reasunción por parte de los “pueblos”, esto es, de la “parte sana del vecindario”, con casa poblada y obligado al tributo y a la defensa, de cada una de las ciudades –la fundación española en América había tenido como núcleo político institucional las ciudades y sus cabildos- del básico derecho político de tener un gobierno, no conlleva la independencia política. No se había conformado una nueva unidad política soberana que reemplazase a la anterior, sino que dentro de aquella unidad política originaria se había establecido, por la situación extraordinaria, en nombre la suprema lex de la salus publica, según la mente romana, un nuevo gobierno en forma desligada de la metrópoli vacante, disuelta la Junta Central de Sevilla de la que emanaba el nombramiento de Cisneros. Desde luego que paso por alto circunstancias y peripecias, como que este movimiento del año X, entre nosotros, fue producto de una alcaldada porteña, que tuvo por sede un cabildo abierto reunido en congreso general  que ya tenía un antecedente en el Cabildo abierto del 14 de agosto de 1806 y la Junta de Vecinos convocada por el Cabildo el 10 de febrero de 1807, donde se depuso a un virrey, Sobremonte, del mando militar y político, algo sin precedentes hasta ese momento en la América española. Paso por alto también que esta porteñada contenía elementos predisponentes a la concentración y homogeneización del poder político sobre el territorio virreinal en Buenos Aires, lo que daría lugar a asimetrías con el interior, de base estructural, que todavía no hemos logrado satisfactoriamente resolver. Paso por alto si el solemne juramento prestado de rodillas sobre los Evangelios de los miembros de la Primera o Segunda Junta (como se quiera) cada uno, a partir de Saavedra, colocando la mano sobre el hombro del otro, “de conservar íntegramente esta parte de América a nuestro augusto soberano el señor don Fernando VII y a sus legítimos sucesores” contenía en todos o algunos una reserva mental: si hubo o no “máscara” y se “fernandeó”, o si fue sincero, porque hay que hacer aquí un juicio político y no moral.  Destaquemos que Fernando, mientras tanto, reposaba en el castillo de Valençay, escuchando la guitarra española, consolándose con la ex señora de Talleyrand, que éste le ponía gustosamente a disposición y haciendo calceta y bordado, además de dar su enhorabuena a Napoleón por haberlo sucedido con el rey José e intentar, incluso, emparentarse con la familia Bonaparte.  Hasta aquí tenemos gobierno propio sin acompañarlo de independencia. El 25 de mayo de 1836 don Juan Manuel de Rosas en su discurso ante el cuerpo diplomático manifestó que fue el primer acto de soberanía popular, no para sublevarse, sino para suplir la falta de autoridades, caducadas de hecho y de derecho, en situación de acefalía; hasta que, ante la ingratitud del rey repuesto que nos hizo la guerra, nos declaramos independientes. Julio Irazusta decía que esa interpretación era la única que nos salvaba de una suerte de tacha de perfidia colectiva (hoy vuelve). “Jamás el Estado argentino se pensó a sí mismo por el órgano de uno de sus magistrados supremos, con más nobleza y racionalidad”.

    Vamos ahora a “independencia”. La independencia política, que supone la proclamación de una nueva unidad política soberana, que se declara tal y ha elegido su órgano de gobierno, es una constante en la historia, no reservada exclusivamente a la era contemporánea, especialmente desde que, a partir del la Revolución Francesa, el concepto de “nación” , hasta entonces referido al lugar de nacimiento, toma una central dimensión política: independencia nacional; independencia de un Estado nacional soberano. (Antes había ocurrido en poleis y en reinos). Tenemos el 4 de julio de 1776 la independencia de los EE.UU. Y el 1º de enero de 1804 la de Haití, ambas con una formulación republicana (presidente vitalicio, luego emperador, luego asesinado, Jean-Jacques Dessalines). El 14 de mayo de 1811, el Paraguay de Rodríguez de Francia se proclamó independiente de España y de Buenos Aires. Junta de Gobierno, Cónsul, dictador a la romana, Supremo Dictador  Perpetuo del Paraguay. El 5 de julio de 1811 se definió a Venezuela como “república federal”. También se estableció en ese tiempo una república en Nueva Granada (Cundinamarca). Ambas serían de corta existencia. Entre nosotros, como es sabido, hacia 1808 existía un partido al que sus enemigos acusaban de querer promover la independencia, encabezado por Martín de Álzaga. Recordemos también a Artigas y las instrucciones a los diputados orientales para la Asamblea del año XIII: “deberán pedir la declaración de la independencia absoluta de estas colonias”.  (Recordemos, de paso, que fue Juan Manuel de Rosas quien instituyó como "día festivo" el 9 de julio).




    Nuestra declaración de independencia , en medio de una caótica situación interna y de un sombrío panorama externo, sin lograr ser acompañada de una formulación de la forma de gobierno, fue también en una situación de necesidad y urgencia, después de que el Congreso eligiera a  Pueyrredón como Director Supremo, lo que exigía una decisión oficial que declarase a las Provincias Unidas una sola y única nación independiente (la declaración parcial a instigación de  Artigas, no cubría ese aspecto, no hay acta ni autoridad nacional; no hay que contraponerlas). De ese modo, la hasta entonces guerra civil pasaba a ser una guerra exterior, y comenzaba la carrera hacia el reconocimiento y el tramado de difíciles aunque necesarias alianzas y protectorados.




    Por último, la “emancipación”. Mientras que el autogobierno y la independencia son actos políticos, la “emancipación”, filiada en la Luces, en Kant, es ideología. Una ruptura intelectual que tiene, a mi juicio, como antecedente la “Carta a los españoles americanos” del jesuita arequipeño Viscardo y Guzmán. Con fuentes en Montesquieu, Rousseau y Raynal, que establece una divisoria de aguas entre las fuentes propiamente hispánicas y las tomadas del mundo ideológico francés y, posteriormente, anglosajón. La ideología de la emancipación de la nación fue la primera de las grandes ideologías que funcionaron como religiones de la política, para representar y guiar la consciencia colectiva. La ideología de la emancipación acompañará nuestra independencia política, manifestándose en las corrientes liberales, primero, luego extrapolándose el concepto de emancipación a otros sujetos colectivos, como la clase  o, en nuestro tiempo, a la autorrealización individual, superación de los soportes naturales, de base biológica, como la diferenciación sexual, etc.   La tensión entre “independencia” y “emancipación” es un hilo rojo que recorre nuestra historia.-  


    domingo, julio 03, 2016

    Pray for the perfidious Albion





    Brexit, cuanta palabra vana gastada en tu nombre. Que hay muchos arrepentidos, que ya se viene un contrareferéndum, que cómo dejan votar a esos hooligans...Stephen Sestanovich, de la Universidad de Columbia, sermonea: "el mensaje del Brexit es simple: ¡sé un autócrata!". ¡Alarma!: está en peligro la gobernanza global. "Democracias en crisis", titula "La Nación, este domingo 3 de julio, un artículo sobre el tema, de donde he sacado la anterior referencia. Y se recoge también allí el parecer del belga David van Reybrouck: "votar es el problema...". En una sociedad moderna, gargariza, nos e puede fiar una decisión en condiciones de afectar a un país y afectar a medio mundo a ciudadanos desencantados y pobremente informados. Esto es, a eso que antes se llamaba "el pueblo". Nos dice que alienta, en cambio "sistemas de participación amplios" (?). Otros se refieren a que un tercio no acudió a las urnas. ¿Acaso el desapego no es una forma de opinión que, cuando menos, está más cerca del exit que del remain?  Los esfuerzos por convencer que los votantes por la mayoría ya están arrepentidos y que hay que votar de nuevo, cuantas veces sean necesarias hasta que salga un resultado satisfactorio, me recuerdan la historia de aquel rústico y astuto Bertoldo -a quien el belga seguramente no dejaría votar- que condenado a ser ahorcado consigue la gracia de elegir el árbol  conveniente y, naturalmente, ninguno resulta de su agrado. Como el Bertoldo del cuento, han surgido políticos, analistas y profesores que buscarán hasta el cansancio el referéndum políticamente correcto.



    Uno, que no es nadie, desde su rinconcito austral piensa que Albion nunca debió formar parte de la Unión Europea y que la Unión Europea debió ser desde el principio una confederación política y no un espacio informe del punto de vista constitucional, establecido ante todo para el libre flujo de capitales -esto es, la propuesta federativa de Denis de Rougemont. Albion pertenece al mar sin fronteras y no cuaja políticamente con el continentalismo telúrico -de allí su abrazo atlántico con la Unión. Podía haber sido socia del Mercado, pero no integrante de la Confederación.  

    Desde luego que en voto del Brexit aparece el fastidio ante la casta política -tories, whigs y labours fueron transversalmente afectados-; la única manifestación posible de los hoi polloi condenados  al silencio y la befa porque no consiguen ensayar el lenguaje  correcto ante la ola inmigratoria, la desocupación, el espectáculo del enriquecimiento de los cada vez más minoritarios happy few; un orgullo de pertenencia que no se agota en el fútbol, etc. Ya nos agitan los periodistas, analistas y research fellows el espantajo de Marine Le Pen, de Donald Trump y del populismo.  No comprenden; más bien, no quieren comprender, contra qué reaccionan esas corrientes y cuál es el núcleo políticamente errado de los sistemas actuales contra los que aquéllas ensayan una contestación.  La sombra del populismo va a perseguir siempre a aquellos a quienes se les ha perdido el pueblo y no sólo no saben dónde está sino que suponen que pueden llamarse democráticos  prescindiendo de él.