martes, enero 14, 2020

Una yapa sobre Scruton

I drink therefore I am



"The right way to live is by enjoying one's faculties, striving to like and if possible to love one's fellows, and also to accept that death is both necessary in itself and a blessed relief to those whom you would otherwise burden. The health fanatics who have poisoned all our natural enjoyments ought, in my view, to be rounded up and locked together in a place where they can bore each other rigid with their futile nostrums for eternal life. The rest of us should live out our days in a chain of linked symposia, in which the catalyst is wine, the means conversation, the goal a serene acceptance of our lot and a determination not to outstay our welcome".   


Roger Scruton: "A Philosopher's Guide to Wine"

En imperfecta traducción:

Bebo, luego existo

"La forma cabal de vivir es disfrutando de las cualidades de cada uno, esforzándose por caer en gracia y, si se puede, amar a nuestros semejantes, y también aceptar que la muerte es necesaria por sí misma y un bendito alivio para aquellos a quienes, de otro modo, resultaríamos una carga. Los fanáticos de la salud que han envenenado nuestros placeres naturales deberían, me parece, ser cercados y encerrados en un lugar donde puedan aburrirse mutuamente con sus curalotodos inútiles para la vida eterna. El resto de nosotros debería vivir en una cadena de banquetes, en los que el catalizador fuera el vino, el recurso de la conversación y la finalidad una aceptación serena de lo que nos toca y una determinación de no dejar nada fuera de nuestra acogida".                                 

SIr Roger Scruton -In memoriam

Pensaba anotar algunas reflexiones sobre la muerte de Roger Scruton, cuando me topé con esta necrológica de Gregorio Luri
autor de "La Imaginación Conservadora", que no resisto la
tentación de transcribir







Sir Roger Scruton, un gentleman, un conservador

Sir Roger Scruton, un hombre, blanco, heterosexual, cristiano y un intelectual extraordinariamente culto y defensor de la “common decency”, falleció el domingo 12 de enero. Nacido el 27 de febrero de 1944, ha sido uno de los principales protagonistas del movimiento de renovación del conservadurismo que recorre, como un nuevo fantasma, Europa. Ha escrito ensayos de filosofía política, moral, estética, arquitectura, música, religión…, a los que hay que sumar varias novelas y dos óperas. Y todo lo ha hecho con una claridad epigramática, ágil, elegante y valiente. Para algunos, ha sido el mejor escritor inglés desde Orwell.

Se hizo conservador en las calles del barrio latino de París, durante mayo del 68. Desde entonces fue muy crítico con los jóvenes autoindulgentes de clase media que creen haber venido a este mundo a cobrar facturas pendientes mientras desprecian el sentido burgués de la vida.

Yo no sé si era el filósofo más importante del Reino Unido. Si sé que era, y lo continuará siendo para sus muchos lectores, un estímulo para mirar hacia lo alto.

A Scruton se le pueden aplicar, sin menoscabo alguno de la verdad, aquellas palabras que Posidio dedicó a San Agustín: “fue un hombre de los que se han ganado su fin”. Esto es lo primero que tenemos que recordar de él. En el caso del hombre, el fin ilumina el trayecto vital y nos desvela su auténtico sentido. El fin nos muestra la distancia que separa lo que llegamos a ser de lo que podríamos haber sido. Bien podríamos dar el nombre de alma a eso que desde lo mejor que podemos llegar a ser nos llama a luchar contra la inercia de lo trivial.

Con justa razón se han difundido tanto por las redes sociales estas palabras que escribió en The Spectator en las navidades pasadas, cuando ya sabía que tenía las horas contadas: “Durante este año, mucho ha sido lo que me han quitado: mi reputación, mi posición como intelectual público, mi lugar en el movimiento conservador, mi tranquilidad, mi salud. Pero ha sido mucho más lo que me han dado […]. Al acercarte a la muerte comienzas a saber lo que significa la vida, y lo que significa es gratitud”.

Si hay una virtud que hoy expresa la quintaesencia del conservadurismo es la gratitud. En un mundo de indignados y resentidos, la gratitud aclara la mirada al mundo, ilumina los abundantes motivos que tenemos para amarlo; nos permite celebrar todo cuanto ha hecho posible lo que somos y afirma la esperanza y la solidaridad.

Era un hombre agradecido a la naturaleza, a la caza, al buen urbanismo y a la buena arquitectura, al buen vino, a Hegel, a Wagner, a su familia, a los suyos, a su país y, sobre todo, a la vida, incluyendo su componente doloroso, porque sin el compañero dolor (el compañero, no el tirano), no hay sabiduría.

En mayo del año pasado, nada más de llegar de Brasil, a donde había ido a dar una conferencia sobre el sentido de la vida, le descubrieron el cáncer con el que se ha ganado su fin.

Fue objeto de una persecución despiadada por parte aquellos que, tras una máscara de tolerancia y relativismo moral, esconden una rabiosa intolerancia y un poderoso conformismo con una gran capacidad para modelar conciencias. Fue intimidado por los que en una entrevista a Le Figaro calificó de “predicadores sin Dios”, porque se resistió a adoptar un mundo al que, por lo visto, hay que adaptarse sin críticas. A la mínima, serás condenado al ostracismo mediante la caricaturización groseramente ridícula de tus posiciones.

Nos ha mostrado con su vida que hoy, como ya anunció Maura, la libertad se ha hecho conservadora, mientras que la ortodoxia encuentra un agradable cobijo en la izquierda. Si Wittgenstein y Nietzsche advirtieron que no se puede pensar libremente si se piensa con miedo a hacerse daño, hoy podemos decir que si piensas libremente, te harán daño. Pero, digámoslo claro: si la guardia roja de la corrección política no te ha tratado aún de fascista, tienes que empezar a dudar de tu libertad de pensamiento.

¿Qué es ser conservador? Es ser respetuoso y, sobre todo, agradecido con el proceso dinámico de la tradición para poder proporcionarle así la posibilidad de un futuro. Aquello que ha pasado la prueba del tiempo, bien merece disponer de oportunidades de desarrollo. No se puede ser conservador si no se tiene nada a lo que garantizarle un futuro. Por eso el conservador sólo puede ser ecologista. En este sentido el conservador no pretende tanto conservar como reencantar. La conservación sólo merece la pena si lo que se conserva es bueno y bello. Si hay una idea que “el provocador” Scruton ha repetido incesantemente es que, sin amor a la belleza circundante, es absurdo ser conservador. De ahí La urgencia de ser conservador.

Si tomó partido a favor del Brexit, fue porque estaba convencido de la necesidad de restaurar una soberanía nacional y una ética comunitaria que la UE es incapaz, no ya de crear, sino ni tan siquiera de plantearse como posibilidad. No hay ética comunitaria sin conciencia del nosotros y sin una vivencia clara de la copertenencia que es, en sí misma, una virtud política. Animaba a resistirse a la imposición foránea de leyes que pretenden modificar nuestro estilo de vida. La nación, la soberanía del pueblo y el amor tradicional a la belleza de lo nuestro (todo eso que sustenta el sentido común) son las únicas fuentes de confianza en caso de urgencia.

Veía en el Brexit la posibilidad de refundar los lazos horizontales de copertenencia y el apego a la Corona entre las naciones que forman el Reino Unido.

El conservadurismo de Scruton, quizás por la preponderancia del amor a la belleza, es propositivo, ajeno a esa obsesión por el declive que se ha apoderado de no pocos conservadores continentales, en particular franceses. Un conservador lacrimoso no es más conservador, lo que tiene es problemas de visión.

Roger Scruton fue también compositor aficionado. Además de un par de óperas, escribió las canciones que ha agrupado con el título genérico de Three Lorca Songs. En ellas pone música a la Casida de la rosa, la Canción del jinete y a la Despedida. En su último cumpleaños, el 27 del pasado mayo, la soprano Emily Van Evera le cantó las tres. La más emotiva, como es fácil de entender, fue Despedida, cuya melodía acompañó a Scruton durante los últimos meses de su vida. Despidámonos, pues, de él con los versos de la Despedida de Lorca:

Si muero,

dejad el balcón abierto.

El niño come naranjas.

(Desde mi balcón lo veo).

El segador siega el trigo.

(Desde mi balcón lo siento).

¡Si muero,

dejad el balcón abierto!