miércoles, diciembre 19, 2018

¿ADÓNDE VA EL BRASIL?

Reproduzco sin comentario alguno este texto del que a partir del 1º de enero próximo será el nuevo canciller del Brasil. Quizás pueda servir para que el lector del blog pueda darse una respuesta a la pregunta del título. Y preguntarse, de paso, hacia adónde vamos nosotros...


Brasil en el barco de Ulises
 
 
 
 


(Preparé este texto hace unos cuatro meses, para una publicación que no se concretó, pero creo que todavía puede ser pertinente al debate sobre los rumbos de Brasil ante los horizontes que se abren con la elección de Jair Bolsonaro.)

En medio de las reflexiones sobre la inserción internacional de Brasil hay una cuestión adormecida, una pregunta incómoda, pero que necesita ser hecha - incluso porque a veces una pregunta puede ser más valiosa que muchas respuestas: ¿Brasil pertenece a Occidente?

En una perspectiva tradicional de los estudios de relaciones internacionales, formar parte de Occidente significaba, hasta hace algún tiempo, formar parte de un bloque geopolítico comandado por Estados Unidos, en una posición un poco clientelista que causaba aversión a un país con vocación de política exterior independiente como el Brasil. Afortunadamente esa perspectiva fue superada gradualmente después del final de la Guerra Fría, pero dejó tras de sí una cierta cautela en relación al concepto de Occidente, como si éste evocase necesariamente una relación centro-periferia incompatible con nuestra autopercepción.

 Más recientemente, sospechábamos que Occidente estuviera en inevitable decadencia, en un escenario donde el futuro pertenecía a Asia, a China, a la India, a los países francamente no occidentales, y así resistíamos decirnos francamente occidentales para no apostar al caballo débil. Hoy no se habla ya tanto de esa emergencia de un mundo post-occidental. Supongo que la razón de ese súbito silencio se encuentra en la reacción exacerbada de los formadores de opinión a la figura de Donald Trump. Continuar propagando la idea de un mundo ya no regido por Occidente alimentaria, en la visión del establishment, las pretensiones de Trump de revertir ese cuadro, de contraponerse al poder de China y restaurar la centralidad de una América great again. El establishment anti-Trump intenta hoy difundir la imagen de que está todo bien, todo normal, de que el único problema de Occidente es el propio Trump, intentando ocultar algo que hasta ayer parecía obvio: la enorme pérdida de poder relativo - económico, diplomático y militar- de los occidentales en favor de los no occidentales a lo largo de las últimas dos décadas, principalmente durante el gobierno de Obama. La elite político-económica internacional -incluso en Estados Unidos- quería que el presidente de Estados Unidos fuera un afable gestor del declive, pues esa declinación está en la esencia del globalismo supranacional al que esa elite se adhiere, y no un restaurador del poderío americano y occidental. Viéndose confrontados por un líder que no está dispuesto a ceder el mando del mundo, procuran ahora mostrar que las amenazas a ese comando son puramente imaginarias.

También se debe recordar que, históricamente, el perfil internacional de Brasil siempre fue bastante dialéctico, el perfil de un país que buscaba formar parte de todo y colocar su traza en todas las geometrías, en un conjunto de pertenencias no excluyentes que, según algunos, representa la esencia de nuestra nacionalidad y de nuestra política exterior. No queremos estar fuera de ningún grupo y por lo tanto no podríamos tener una identidad exclusiva que nos alijara de otros escenarios y de otras áreas de actuación. En esta hipótesis, al admitir ser parte de Occidente, estaríamos automáticamente diciendo que no formamos parte del no-Occidente, y eso nos cerraría ciertas avenidas que queremos mantener abiertas, aunque, por el mismo motivo, no queramos tampoco decir explícitamente que no pertenecemos a Occidente.

Igualmente se podría argumentar que no somos de Occidente porque, en cierta visión, Occidente se confunde con los países ricos, con el "Primer Mundo", y siendo pobres necesariamente no podríamos ser occidentales. Curiosamente, la idea de convertirse en miembro del Primer Mundo nunca ha atraído nuestra política exterior. Este impulso permaneció durante mucho tiempo como un legado maldito de la era Collor, como si fuera un pecado querer convertirse en un país próspero y poderoso, como si fuera un absurdo tener objetivos ambiciosos y voluntariamente debiéramos condenarnos a un eterno "en desarrollo" donde el estado de desarrollo nunca se alcanza, un flagelo de Sísifo auto-impuesto o una suerte de voto de pobreza diplomático. Hoy abandonamos afortunadamente ese voto y pedimos adhesión a la OCDE, tradicional club de Occidente desarrollado (el Occidente en su dimensión económica, que incluye también algunos países asiáticos), una gran e importante innovación de la actual gestión de la política exterior brasileña. Pero la adhesión a la OCDE no significa todavía asumir nuestra alma occidental.

Brasil también resiste calificarse como occidental por el hecho de que nunca quiso asociarse a la llamada "alianza atlántica", ni siquiera explotar esa posibilidad-incluso poseyendo, con sus 7.000 kilómetros de costa, el más largo litoral atlántico. Ante esta concepción militar o securitaria de Occidente, estructurado fundamentalmente como la alianza euroamericana que se oponía al bloque soviético, Brasil siempre prefirió mantenerse distante, admitiendo tener afinidades con el bloque occidental pero sin posicionarse decididamente en el conflicto Este-Oeste, creyendo que eso sería limitante y arriesgado, y que tendríamos más que ganar preservando nuestras ambigüedades.

Por otra parte, tal vez persista en nuestra actitud frente a la idea de Occidente un rancio antimonárquico. En cierto modo, en nuestro inconsciente histórico, Occidente es Europa y Europa es todavía aquel conjunto de casas reales con las que nuestra casa imperial se relacionaba y se correspondía como parte de la misma familia. La instauración de la república en 1889 hizo anatema cualquier tipo de lazos de ese tipo, cortó una línea de identidad auténtica y la sustituyó a la fuerza por una fraternidad americanista un poco artificial. (En esto como en tantas cosas -por ejemplo, al intercambiar la cruz de la Orden de Cristo en el centro de la bandera por el lema que consagra otro orden, en este caso positivista- la proclamación de la república fue un duro golpe simbólico sobre el Brasil profundo. Lo bueno es que, a lo largo del tiempo, el espíritu conciliador brasileño apagó ese trauma y reató algunas antiguas líneas, tanto que hasta hoy, al vestir la camiseta de la selección brasileña, cargamos en el pecho, sin darnos cuenta, la vieja cruz de la bandera imperial, la misma cruz de las carabelas, la misma de los bandeirantes y de los caballeros templarios.)

La suma de esos miedos, rupturas, tergiversaciones y rechazos no nos permite aún una respuesta clara sobre nuestra occidentalidad. Aparentemente, optamos siempre por definiciones de Occidente que nos excluyen, para no tener el trabajo de investigar nuestra propia identidad y a partir de ella -no a partir de criterios ajenos- definir esa pertenencia. Si por varias razones tenemos tanta dificultad en reconocernos como occidentales, tampoco estamos preparados para pronunciar claramente un "no" a Occidente. Nos resistimos a cerrar detrás de nosotros la puerta de la casa occidental y quedarnos fuera de algo que vagamente percibimos como nuestro. Se encuentra tal vez aquí la semilla de otra respuesta, por la intuición de una identidad mucho más profunda que las consideraciones geopolíticas, económicas o étnicas de las que hablamos arriba.

II.

 Hay que recomponer el problema de Occidente. Si la duda existencial en cuanto a ser o no ser Occidente siempre ha sido una cuestión espinosa para los brasileños, hoy lo es también para aquellos que siempre se consideraron indiscutiblemente occidentales, los europeos y los norteamericanos del norte. La pertenencia a Occidente dejó de ser obvia para los occidentales. Reprogramada por el marxismo cultural, la mentalidad de europeos y norteamericanos pasó por rechazar su propia herencia cultural e histórica, identificando a Occidente exclusivamente con los males del colonialismo, del racismo, del imperialismo. La mayoría de los europeos y los "liberales" norteamericanos, incluyendo evidentemente la elite intelectual, pasaron a sentir a Occidente no más como una experiencia multisecular arraigada en las cien mil carreteras de la historia, sino apenas como una opción moderna y aséptica por lo que llaman la "democracia liberal". Entrevén apenas un Occidente caracterizado por “valores” y no por una cultura, no por el gigantesco y magnífico tejido de mitos y sentimientos que comenzó tal vez todavía antes de los griego, tal vez en Creta, a donde Zeus, transformado en Tauro, llevó a la princesa Europa (y es curioso, a propósito, mirar la escuálida representación de Europa montada en Zeus-Tauro en la escultura colocada frente al Consejo de la Unión Europea en Bruselas, obra extremadamente representativa de una civilización que no se aferra a sí misma, una Europa sin rostro y hueca sobre un toro igualmente hueco y esbelto). Nada de mitos, nada de historias, sólo "valores" abstractos, los famosos "valores democráticos" nunca suficientemente definidos (pues examinar valores para intentar definirlos ya es un poco cuestionarlos). Por otra parte, si la búsqueda de definiciones a partir del examen lógico de los conceptos es marca fundamental del pensamiento occidental, la elevación de los "valores" al nivel de lo indiscutible atestigua cuánto el Occidente actual se aparta de sus propias tradiciones intelectuales. Lo cierto es que Occidente no nació con la Guerra Fría. Hay que ir mucho más lejos para poder discutir lo que está en juego. En las antiguas tradiciones paganas de Europa, quedaba siempre en el Oeste la tierra de la felicidad, las islas afortunadas, los Campos Elíseos de donde sopla el viento Zéfiro que alegra a los hombres, el jardín de los pomos de oro (el jardín de las Hespérides, donde el griego hesper corresponde al latin vesper, la tarde, la dirección de la puesta de sol, Occidente, de la misma raíz del germánico west de donde proviene a través de los visigodos el portugués oeste). Aquí se puede señalar una diferencia determinante entre los paganismos europeos (griego, germano, celta) y los del oriente antiguo, pues para estos últimos la dirección más sagrada siempre fue el nacimiento, el Oriente. En cierto modo, el Occidente nació con los griegos no sólo por la fundación de todas las tradiciones culturales que se conocen, sino también por ser el primer pueblo que conscientemente identificó lo sagrado, el numinoso, al menos en parte, con la dirección del sol poniente. Bajo el riesgo de generalizar barbaramente las complejas cuestiones de la arqueoastronomía y de la arquitectura religiosa antigua, se puede decir que los griegos hicieron un giro de 180 en dirección de lo sagrado, y con eso redireccionaron la historia.

El giro de la dirección sagrada de este a oeste guarda relación con el fundamental cambio en la vivencia del tiempo que diferencia a los griegos de las civilizaciones medio-orientales. La primacía simbólica del este tiende a colocar el centro de gravedad de una cultura en el pasado, en el origen del día eternamente repetido; la primacía del oeste desplaza el centro hacia el futuro, el destino del sol siempre buscado y nunca alcanzado. Con el giro, nace el sentimiento histórico. Al arrojarse al mar los griegos se lanzan también al tiempo. La historia como sensación de estar dentro de una marcha hacia lo desconocido y de poder influenciarla, la expectativa permanente de lo nuevo por oposición al "eterno retorno": se trata aquí también de una invención griega. Los griegos no crearon sólo la palabra "historia" y la narrativa histórica, trajeron al mundo el propio contenido de ese concepto. Como en tantos otros ejemplos, la palabra griega aquí es creadora e instauradora de una realidad, y no simplemente designadora. La historia, por lo tanto, es una idea esencialmente occidental y el Occidente es esencialmente histórico, una milenaria epopeya dialéctica donde se contraponen, conviven y se recombinan el Ser y el Tiempo. No por casualidad los grandes proyectos de aniquilación o superación de Occidente -el marxismo y su actual reconfiguración en el globalismo- predican y desean el fin de la historia.
(El Occidente también es esencialmente histórico gracias a sus raíces bíblicas. La Biblia es básicamente la historia de la salvación, en una estructura dramática donde todo se relaciona con todo y donde la relación del hombre con Dios se ejerce en la historia, en el tiempo: he aquí la gran innovación del judaísmo que transforma la divinidad en algo histórico y la historia en algo divino. Esa concepción se traspone desde el inicio al cristianismo pero viene siendo olvidada en nuestra pobre visión de mundo contemporánea donde todo es compartimentado, donde la política y la fe no se tocan, donde nada se relaciona con nada y donde el tiempo deja de ser la palpitante vivencia del destino para tornarse apenas en conteo de minutos. Como dice san Agustín, prefigurando la moderna cosmología, el mundo fue creado con el tiempo, no había tiempo antes de la creación. En cierta forma, el tiempo-vivido como historia- es la creación misma, por lo que la historia tiene origen divino, y así el proyecto del fin la historia constituye un gran ataque contra la divinidad creadora.)

La fe cristiana da continuidad a esa reorientación de la simbología sagrada hacia el oeste. A diferencia de la mayoría de los templos paganos, orientados hacia el naciente, la mayoría de las iglesias cristianas se construyen frente al poniente. El giro occidental se manifiesta igualmente en el culto a María: a la hora del atardecer los católicos cantan en alabanza a la Virgen, identificada con la estrella vespertina, o sea, el planeta Venus que brilla poco encima del horizonte occidental en la puesta del sol, a Stella Maris que indica a la humanidad navegante el camino de Cristo.

El anhelo inextinguible de los griegos por el mar los conducía necesariamente hacia el oeste a partir de su canto en el mediterráneo oriental. Una leyenda cuenta que Ulises, muchos años después de regresar a Ítaca y reencontrarse con Penélope, decidió lanzarse nuevamente a la pasión del mar, llamó a los amigos y se aventuró hacia el Océano más allá de las columnas de Hércules, llegando a fundar, en el extremo oeste del continente, la ciudad que llamó Ulissipo, nombre que más tarde se convirtió en Ulissipona, Lissipona, Lisboa. Fernando Pessoa recuerda esta leyenda fundacional de la lusitanidad y asevera: "el mito es la nada que es todo". Ulises o no, los portugueses han heredado este deseo Occidental y Brasil es el fruto. Somos el extremo occidente de aquella "occidental playa lusitana". ¿Somos otras cosas también? Ciertamente. Pero sin el origen no somos nada, un ser cortado de su origen no es ser, apenas subsiste. Si el mito es la nada que es todo, los brasileños somos griegos por canon, somos hijos de las Lusíadas y nietos de la Odisea, herederos legítimos del milagro griego, romano, europeo, ibérico, occidental.///////////////////// (Cabe aquí una nota sobre Donald Trump y Europa. No sé si el presidente Trump leyó a Homero, me imagino que sí, pero de todos modos el Occidente que él concibe tiene lugar para Homero, a diferencia del Occidente derivado de la crítica cultural y del marxismo de la escuela de Frankfurt, al contrario también de Occidente de los "valores liberales" de algunos estadistas europeos. La dialéctica de la Ilustración de Adorno y Horckheimer, texto fundamental del marxismo cultural, en gran parte es un intento de deconstruir y condenar a la Odisea como una celebración del machismo y del colonialismo. Y con la Odisea, tiran todo a la basura, Platón, Aristóteles, San Pablo, San Agustín, toda la cultura y tradición e historia, todos los reyes y hechos y pueblos y batallas, todo para ellos no pasa de un engaño burgués. ¿Cuántas de nuestras instituciones occidentales dichas liberales caen, sin darse cuenta, en esa autoconcepción suicida? ¿Los estadistas europeos leyeron a Adorno y Horckheimer? Aunque no los hayan leído, parecen seguir inconscientemente su camino. Trump desafía a los europeos a reanudar con su historia, sus héroes, sus orígenes, a cerrar los libros de la Escuela de Frankfurt y reabrir las epopeyas - por eso tantos europeos lo detestan, algunos otros lo admiran.)

Muchos hoy ven en el nacionalismo, en el sentimiento nacional, peligros horribles y se alejan atemorizados. ¿Hay peligro? Claro que sí. Siempre hay peligro en ser lo que se es. Pero la alternativa es no ser nada, es reducirse a un esquema políticamente correcto, un estado sin nación, un país sin pueblo. Dice Hölderlin: Wo aber Gefahr ist, wächst da Rettiende auch, "Pero allí donde hay peligro, allí también surge lo que salva." ¿Estamos entrando en un mundo más peligroso? Sí, afortunadamente. En Brasil como en todo Occidente, nuestras raíces demandan esa aventura. Abandonemos nuestra zona de confort como Ulises cuando salió de su jubilación en Ítaca para fundar la epopeya atlántica y afrontar nuestra complicada occidentalidad.

Un Brasil desprendido de Occidente es un Brasil artificial, superficial, un Brasil de plástico. Guimarães Rosa, entre otros, cultivó la mística de un Brasil profundo y necesariamente ligado a los manantiales europeos, el gran sertão como una inmensa Iberia, lo cultivó y lo reinventó en su lengua laberíntica y en las extrañas correspondencias que hacen las figuras del viejo mundo resurgir en nuestra vastedad. Ariano Suassuna con su Pedra do Reino buscó el sueño de una monarquía cabocla vinculada a las profundidades del tiempo mítico. A lo largo de la historia brasileña, sólo los nacionalismos más superficiales y caricaturescos (como el de Policarpo Cuaresma en Lima Barreto) rechazaron la herencia occidental./////////////////////////// Las otras herencias, como la amerindia, la africana, la japonesa o la libanesa, no deberían ser vistas como algo que nos desconecta de la herencia occidental, sino como parte de un destino que la potencia. Es preferible hablar de aventura occidental, más que de herencia, pues la "herencia" trae una connotación estática, de algo a ser simplemente gestionado, mientras que la "aventura" nos lanza en el ámbito de la vida en permanente creación, de algo generado, un proceso orgánico en el que confluyen todos los linajes. Brasil y las Américas en general representan, quizás, no un mero accidente, sino la clave esencial de esta aventura.

De hecho, el "proyecto América" del que Brasil forma parte surge en el inicio de la civilización occidental, nuevamente en el canto de Homero, cuando los héroes primero empujaron sus quillas hasta el mar salado y tocaron las olas divinas, néas men pámproton erýssamen eis hayla dian (Odisea, IV, 577). El impulso occidental no nace en la ganancia de riqueza, sino en el deseo de aventura y trascendencia, de la aventura como trascendencia y viceversa, de rumbear hacia lo sagrado a través de lo desconocido que en sí mismo es sagrado, pues el océano que esconde las islas afortunadas es también lo que las proporciona y revela. Por eso el mar y la navegación constituyen uno de los más poderosos símbolos ancestrales de Occidente, una civilización marítima por vocación inextricable.//////////// Decir que Occidente está basado en la democracia hasta puede ser correcto, pero es muy incompleto. El Occidente está basado en Homero y en todo lo que vino después, y un aspecto de esa tradición es la democracia, creación del genio griego no por casualidad, sino como congénere de las otras creaciones. La democracia es esencial para el occidente de hoy porque forma parte de aquella esencia original que irrumpió con los griegos y que produjo, junto a la democracia, también la filosofía, la ciencia, las artes, la teología cristiana, el derecho, la propia lengua griega que todavía hablamos todos los días cuando decimos por ejemplo "lógica" o "misterio" y sin la cual la vida del espíritu sería imposible - todo ello fruto del mismo impulso de asombro y libertad. No podemos, o no debemos, quedarnos sólo con la democracia y tirar todo el resto, toda la cultura occidental íntimamente vivida a través de veinte y tantos siglos, pues el sentimiento democrático es sólo parte de una pasión y de una novela mucho más grande.
(No cabe abordar aquí la apremiante cuestión relativa a la capacidad de otras civilizaciones para la democracia. El orden liberal global presupone, en principio, la capacidad universal para la democracia, y en ese punto yo, personalmente, estoy de acuerdo. El problema es que el mismo orden liberal no vive de acuerdo con ese principio, podemos discutirlo en otro momento.)

En suma, por más que se debata si Brasil pertenece plenamente a Occidente en una concepción político-diplomática, es innegable que pertenece a Occidente, de manera íntima e ineludible, en el plano cultural-simbólico. La concepción de Occidente como un conjunto de "valores" debería estar incrustada en la concepción cultural-simbólica, porque no se sostiene sola. Hay que reasignar a Occidente en el terreno cultural-simbólico, fertilizando el terreno político-diplomático, cuya actual aridez, al lado de una confianza excesiva en "valores" asépticos, no permite sostenernos en el curso de esta aventura ancestral.

El Occidente es como un barco de Ulises abandonado en la playa (o, para nosotros brasileños, una balsa de Ulises, retomando el título de la novela de Viana Moog), un barco que tal vez todavía podamos empujar de vuelta al divino mar salado, eis hála dían.

Ernesto Araújo, Canciller de Brasil desde el 1 - 1 -2019.

 

lunes, diciembre 10, 2018

BREVE APUNTE SOBRE LOS CHALECOS AMARILLOS







 

 

 

Chalecos amarillos por París. Los veía en los noticiarios de la televisión y por esos esquinazos de la memoria, que abundan cuando se avanza en la edad, me acordé de una novela que leí de adolescente: “Cirios Amarillos por París”, escrita por Bruce Marshall, un escocés que vivió mucho tiempo en Francia. Hoy olvidado, Marshall perteneció a esa generación de novelistas británicos que, como Waugh, Greene o, más tarde, Burgess, vieron a su país y a Europa  entre las dos guerras bajo la luz de una cultura católica ya desaparecida.  La novela, tal como la recuerdo, se desliza sobre la disolución de la Tercera República, hundida más que por las armas alemanas por su propia  insubstancialidad.  Su autor la subtituló: “un canto fúnebre”. Chalecos amarillos por París, un funeral. Un funeral  de los igualmente insubstanciales ídolos mediáticos de nuestro tiempo:  “democracia”, “consenso”, “globalización”, “multiculturalismo”, “el derecho a tener derechos”,    el indefinido empuje del deseo de que cada individuo lleve al máximo posible su “proyecto biográfico” con prescindencia de todos los demás. La videología posmoderna se manifiesta contra toda noción de pueblo o bien común, exaltando la agitación disociativa  de minorías  reclamantes (sexuales, étnicas, de hábitos alimentarios, etc.)  que dicen obrar en nombre de la Humanidad. Lo que ha salido a la calle en París y en muchas otras ciudades de Francia, sin adscripción ni a partidos políticos ni a sindicatos, sólo bajo la bandera tricolor y con la prenda que es  obligatorio  llevar por todos los conductores franceses, para “llamar la atención” en caso de sufrir averías o accidentes, se recluta en la clase media trabajadora, en el  cruce de lo urbano y lo rural, que no tiene representación política porque se la han birlado tanto las siglas partidarias como las sindicales, y que ha caído en la cuenta que se lo despelleja para pagar las luces de la globalización, la buena conciencia de la acogida inmigratoria sin cortapisas, los negociados de las burocracias gubernamentales y de las dirigencias empresariales compinchadas. Pueblo  que se manifiesta los sábados porque los días de la semana trabaja. Han intuido que, bajo el palabrerío de las continuas jaculatorias a los ídolos seculares pronunciadas por los medios, ellos son la ofrenda  propiciatoria para ser sacrificada en los altares de los dioses de este tiempo, nacidos de “la cópula  necrófila del Capitalismo con el espectro del Marxismo” (Massimo Cacciari). Los dioses del Nuevo Orden Mundial, del capitalismo financiero global posterior a la caída del imperio soviético, que incorpora las larvas del marxismo leninismo en descomposición.  Y así como este culto cuenta con un alto clero que cierra decisiones planetarias que nos afectarán a todos, conchaba también un bajo clero donde el antiguo intelectual orgánico funge ahora como funcionario de la industria cultural.  Una vieja humorada del siglo pasado  fijaba la diferencia entre el capitalismo y el comunismo de este modo: el capitalismo es la explotación del hombre por el hombre y el comunismo todo lo contrario. El turbocapitalismo financiero  actual no explota al hombre: maneja abstractamente la creación continua y acumulativa  del gran dinero, dentro de una burbuja donde ya no se necesita al hombre, un ser anacrónico destinado a ser transhumanísticamente superado.  

Los chalecos amarillos reaccionan a ese estado de cosas  fuera de los partidos políticos y de los sindicatos. Los partidos políticos franceses tradicionales ya se habían manifestado  en crisis cuando las elecciones que llevaron a Macron a la presidencia: la decisión final se tomó entre dos candidatos fuera de aquellos.  Macron ya no puede usar la máscara de outsider y por eso se convierte en blanco de la protesta, que de todos modos va más allá de su persona.  Los chalecos amarillos se sienten objeto de una triple exclusión en su propio país: una exclusión política, una exclusión social, una exclusión cultural ¿Los chalecos amarillos, entonces, son una manifestación populista? Sí, a condición de no entender el “populismo” como lo deforma habitualmente la caja de resonancia mediática. Me he referido otras veces en profundidad al tema, y a eso me remito. Pero basten algunas precisiones. Ningún populista se llama populista a sí mismo. La expresión es un insulto –equivalente a “fascista”-, esto es, un arma arrojadiza contra el enemigo. Lo que llaman “populismo” es una mentalidad y un estilo reactivo frente a la incapacidad de las clases políticas –liberales o socialdemócratas- de gestionar  la brecha entre sus promesas y la “máquina de daños” de la globalización.  Mientras la clase política, que ya no puede administrar el desencanto, presenta los problemas como soluciones y embarulla todas las respuestas, el populismo  -que no es una ideología, y que como mentalidad y estilo puede declinarse en modos muy diversos en ámbitos culturales distintos- plantea las preguntas correctas y precisas. Otra cosa es que en la prueba de gobierno acierte con las respuestas y pueda sortear las trampas que les han dejado tendidas.  Lo que une a los populismos es la reivindicación del pueblo, esto es, del conjunto de hombres y mujeres libres que sienten integrar una unidad, en grado de decidir sobre un destino común. Una unidad, no un conglomerado cuyo solo punto de convergencia es la camiseta de un seleccionado. Esa unidad define al pueblo, en primer lugar como ethnos, esto es, como un conjunto relativamente homogéneo, dentro de diversidades de origen, que guarda referencia una patria común, que mira hacia los muertos y que se proyecta hacia los hijos. En segundo lugar como populus, noción romana del sujeto político, que exige participación de acuerdo con una vieja regla jurídica: quod omnes tangit, ab omnibus approbetur, lo que a todos atañe, por todos debe ser aprobado; para ello, quienes integran el cuerpo político de un pueblo deben estar –no importa si en prosperidad o no- en condiciones de ciudadanía, esto es, no sujetos a la esclavitud  de depender para una subsistencia en el límite de sus necesidades, del favor de un plan asistencial dispensado por burocracias políticas y “sociales” interesadas en mantenerlos como masa de carne en tránsito para fines electorales. Por último, como plebe, aquellos que viven en la pobreza, pero no en la marginalidad, que conservan la condición ciudadana  e impulsan la dinámica social, en el sentido de que siempre estará presente la noción relativa la pobreza, lo que no significa que siempre deban ser los mismos.

La Argentina ofrece un buen ejemplo de lo que venimos de decir.  Los partidos políticos, entre nosotros están desguazados de sus contenidos particulares y transformados –como en casi todo el resto del mundo- en empresas de captación del voto del consumidor (ciudadano) hacia la imagen de un producto (candidato) cuya venta se promociona por los mensajes del marketing político, que se sirve como principal materia prima de las encuestas y tiene como objetivo maximizar los beneficios a través del acceso al control de la caja de los dineros públicos. La reforma constitucional de 1994, muy influida por la supervivencia partidocrática, estableció la elección presidencial considerándose el territorio nacional como distrito único (art. 94), con lo que el presidente se elige en los grandes centros urbanos. Esto es, en el Gran Buenos Aires, CABA, Rosario y Córdoba. Y especialmente en el primer caso, el  partido de La Matanza, con dos millones de habitantes, cuyo tercer cordón, a  medida que uno se aleja de la ruta 3,  es la zona de mayor vulnerabilidad social, sin agua potable, cloacas, acceso a transporte público, servicios educativos y de salud, etc.  Allí se asienta la mayor marginalidad, dependiente en su subsistencia de los favores clientelares o del mundo vertiginoso del delito.  En mayor o menor medida, en nuestra era democrática, todos los gobiernos han pretendido el  manejo de esa masa  privada de la condición ciudadana,  esclavizada y cristalizada en tal dependencia, con el fin de llegar y mantenerse en el poder. Todos los gobiernos democráticos han sido, pues, “populistas” en el sentido de la vulgata mediática actual (el “populismo” de Juan Domingo Perón o Getulio Vargas en los años 40 ó 50 del siglo pasado, como el de Andrew Jackson en los EE.UU en el primer tercio del siglo XIX, son fenómenos distintos del populismo actual, tanto en las causas que los generaron como en las soluciones que propusieron). Ese seudopopulismo –en realidad democracia liberal mixturada con  recetas socialdemócratas- terminó dando lugar durante el gobierno de Cristina Kirchner y en algunas manifestaciones en el actual, a una reacción populista real en el sentido actual del término que hemos señalado más arriba: clase media tomando la calle silenciosamente, de manera pacífica y casi espontánea, convocada a través de las redes sociales, expresando su fastidio y rechazo a una clase política autorreferencial que se perpetúa por el clientelismo de los marginales,  que la persigue con impuestos y que la desintegra con la “revolución de los deseos” a través de la ideología de los derechos humanos. Cuyo abstracto sujeto es el lejano, cualquiera que integre el género humano: nadie, en suma.  En las elecciones del 2015, esa clase media populista dio vuelta las urnas, y otorgó el triunfo a Mauricio Macri, que ha gobernado contra ella, esto es, contra su base electoral. Como durante el kirchnerato y el cristinato, las dirigencias que manejan las masas esclavizadas suelen desplegarlas en marchas, piquetes, enmascarados con palos, saqueos aquí y allá,  efectos de demostración en los “barrios ricos”, etc. Es un medio de control social que ejercen, bajo la complicidad oficial,  gobernadores, intendentes, dirigentes “sociales”, “piqueteros del Papa”, etc. para evitar un estallido populista de la clase media productiva y trabajadora, sobre la que se ha ejercido mayormente el ajuste y la convocatoria a la austeridad: miren que si protestan de modo egoísta podemos soltar la jauría para que  compense  su  miseria entrando a saco en la “gran noche”.  Es curioso que el peronismo, tanto en su versión “racional” como en la patológica del cristinismo, sea hasta ahora la más eficaz sopapa para evitar la eventual marea populista.

¿Chalecos amarillos por Buenos Aires? Los expertos gargarizan ante los medios que no es posible. El peronismo –este peronismo sin pasado que llena su mochila con los requechos ideológicos del más vacuo progresismo- mide votos conurbanos. Pero, ¿quién sabe cuándo, y por qué motivo aparentemente menor  (un impuesto sobre los combustible en Francia, por ejemplo) la reacción que está recorriendo buena parte del mundo habrá de encarnarse y tomar la calle entre nosotros?

 

 

martes, octubre 09, 2018

El "caso" Kavanaugh



El magistrado que acaba de jurar su ingreso a SCOTUS, la Corte Suprema de los EE.UU., tuvo que sortear una suerte de "Santa Alianza" del periodismo inflamado en su contra. Los denunciantes sistemáticos de la "posverdad" se dedicaron a pergeñar fanáticamente fake news a su respecto. El periodismo argentino fue un manso eco de la prensa de Jeff Bezos y Carlos Slim.

En primer lugar, la aptitud personal y profesional para su puesto no fue cuestionada por nadie, ni siquiera por los demócratas. La American Bar Association le otorgó la puntuación más alta. Escuché a una periodista argentina afirmar que la nominación de Kavanaugh resultaba, simplemente, de ser "amigo" de Trump.

En segundo lugar, la credibilidad de la denunciante fue demolida en el Senado. En su interrogatorio se requirió interviniese una fiscal  especializada en casos de abuso, y su conclusión fue que el testimonio  presentaba tantas imprecisiones que no era aceptable. Las cuatro personas ofrecidas por la denunciante como testigos (entre ellas un amigo suyo) negaron haber estado en esa fiesta y presenciado el  supuesto ataque. Uno de los testigos reconoció en una carta que ni antes ni después del supuesto hecho supo o presenció alguna forma de conducta impropia en Kavanaugh. Ninguna de estas importantes circunstancias fue puesta de manifiesto. Sólo vimos sollozar a la denunciante. Cuando Kavanaugh respondió con vehemencia, un paneo de las mujeres que se encontraban a su espalda, dando muestras de congoja, fue en cierto programa presentado como rechazo a sus palabras. Eran los  miembros de la familia del juez, y algunas colegas.

En tercer lugar, la denuncia fue presentada cuando había concluido el período en que podían presentarse impugnaciones -con amplia cobertura de prensa- e, incluso, cuando ya había concluido el interrogatorio senatorial. Kavanaugh se desempeñaba como integrante de un  tribunal federal de gran importancia, con repercusión de sus fallos en la prensa,  por lo que los reparos pudieron presentarse incluso antes de su nominación, pero nada se dijo. La denunciante, una doctora en psicología, manifestó que ella no sabía cómo hacerlo ni a quién dirigirse, y por eso habló tardíamente. Poco creíble, otra vez.

En cuarto lugar, el 14 de septiembre, sesenta y cinco mujeres que coincidieron con él en la high school de Reckville, Maryland, donde estudiara, señalaron en carta al Senado que en ese lapso, y en los treinta y cinco años posteriores en que tuvieron ocasión de mantener vínculos con él, "he  has always treated women with decency and respect...he has always been a good person". El 29 de septiembre, sus más antiguos compañeros, hombre y mujeres, elevaron al Senado una nota en los mismos términos, donde afirmaron que "he is a man of honour, integrity and compassion". Tampoco he visto que estos antecedentes, que constan en la página web de la Comisión del Senado, hayan sido referidos por el periodismo.

En quinto lugar, se ha invocado que el plazo de una semana dado al FBI para investigar el caso era exiguo. Debe tenerse en cuenta que un aspirante a juez federal, con más razón si la vacante a ocupar está en SCOTUS, es sometido por el FBI a una prolija investigación una vez presentado entre los potential nominees.  La investigación estaba hecha en profundidad mucho antes. La última semana sólo sirvió para ratificar lo que ya se sabía: no había nada en su contra.

"Empoderamiento", MeToo, una declaración como prueba plenaria y una sentencia a cargo de la prensa. Todo eso estuvo en juego contra un vulnerable: blanco, católico, proveniente de una universidad de la Ivy League, voto decisivo para echar abajo, quizás, aquel fallo Roe vs. Wade. ¿Qué a los diecisiete años le gustaba beber, cerveza en este caso? Mmmm. Entonces, un instrumento que debió ser para la defensa de la integridad de la mujer se convierte en arma de destrucción. Kavanaugh llegó herido al juramento y su familia también.


CÓMO OBTENER 50 MILLONES DE VOTOS CON UN CELULAR










Sin dinero, sin equipo de comunicación -filmó sus últimas aparciones nacionales con celular-, sin tiempo de TV ni radio, sin estructura partidaria, sin empresa ni experto en marketing alguno, sin alianzas partidarias de envergadura y contra todas las encuestas y los medios; como si fuera poco, un atentado político lo elimina de la campaña activa durante las últimas tres semanas, Jair Bolsonaro arrasó con el 46 % de los votos e hizo relucir todo lo que tocó. 

Los candidatos a gobernadores indicados por el líder de la derecha que no eran parte de sus listas (el mínimo partido que aloja al capitán no presentó candidatos de gobierno estadual) ganaron o revirtieron las encuestas al momento de declarar el apoyo a Bolsonaro, quedando primeros para disputar el segundo turno.  

Solamente 8 de los 54 senadores en disputa fueron reelegidos. Las figuras locales del PT fueron derrotados en todo el país. Los políticos que buscaban refugiarse en el “foro privilegiado” de las cámaras fueron expulsados ipso facto

La revolución brasileña entró en las instituciones representativas de la República Nova. 
La canarinha va al segundo turno con 50 millones de votos a su favor.





(Iba a escribir un post sobre el triunfo en las elecciones brasileñas de Jair Bolsonaro, pero preferí transcribir, del blog O Mito (El Mito) -www.bolsomitoamlat.blogspot.com- el breve e incisivo texto anterior. Más allá del personaje Bolsonaro, aflora un  proceso, con manifestaciones sísmicas, que recorrre la sociedad brasileña y encarna en buena parte de su juventud, de hartazgo de la clase política, de la partidocracia sin partidos pero con uniones transitorias  alrededor de personajes exaltados por el marketing; de conformación, bajo el pabellón de "democracia" de un complejo político-empresarial signado por el saqueo de los dineros públicos; de la imposición de lo "correcto"  por parte de minorías del tipo LGBT; de la ruptura con lo profundo, indisponible y trascendente. Populismo reactivo, si se quiere, cuyo surgimiento entre nosotros el kirchnerismo con su ideología de volido corto pero uña rapaz (Cristina puesta bajo la protección del sindicato de ex presidentes beneficiarios en su momento del Foro de São Paulo), el peronismo raciocinante con su búsqueda de centrismo deshidratado y el macrismo (al que el populismo de clase media llevó a la Rosada en 2015) entregado a la cópula entre revolución cultural y cobijo tutelar de los "mercados", ha impedido manifestarse hasta ahora. La llaman "a revolução canarinha". A tener en cuenta).

NB:  "Canarinha" es el apelativo de la camiseta amarilla de la selección brasileña

domingo, septiembre 09, 2018

NOTAS DISPERSAS EN EL TURBIÓN DE LA CRISIS

Tormenta o crisis



Dicen que no es crisis sino tormenta. Una tormenta, en todo caso,  como la bufera, la borrasca dantesca, "che mai non resta", que no tiene aspecto de cesar jamás. Una crisis, literalmente,  es una situación límite signada por la incertidumbre: no se sabe cómo terminará el enfermo, si sano o finado. No se sabe bien qué hacer porque no se sabe bien qué pensar. Es el momento del gran político, porque es también el kairós, la coyuntura oportuna para la decisión que permita retomar la certeza. Ayer, el pillaje revolucionario del kirchnerato nos condujo al borde de un símilchavismo. Hoy, los equipos de la gobernanza improvisan diariamente para postergar el default a fuerza de tomar deuda sobre la deuda. Quiera el incierto destino que no estemos ante dos caminos que se bifurcan para encontrarse a la postre: la senda directa y la senda tortuosa hacia el mismo final, Venezuela y el plebiscito de los pies que colapsa sus fronteras y retrata su fracaso.



Los "mercados"



Los "mercados" mandan. Corremos detrás de ellos, preguntándonos -o preguntándose más bien los que tienen a su  cargo la conducción del país- qué querrán al momento siguiente los dichosos "mercados", superiores sin rostro que orientan la única verdad del día a día. Estos superiores desconocidos asumen una personalidad desconcertante. El director del Banco Central, Luis Toto Caputo, suele afirmar cosas como estas: "no hay que perderle el respeto a los mercados", "los mercados dudan", "estamos dando certidumbre a los mercados", "los mercados se mueven en manada y a veces exageran", "el mercado entendió el mensaje" (por ahora); "los mercados son optimistas" (pero nadie sabe cuánto les durará), etc. A veces, casi se eleva una jeremiada: "¿Qué más quieren los mercados", se preguntaban ayer en el Gobierno; ninguna respuesta convence", informó "La Nación" del 30/08.  Esta antropomorfización de los mercados nos deja tan en ayunas como antes, aunque venga de alguien, como el Toto, que se ve que de mercados la sabe lunga. Quizás eche alguna luz sobre el asunto Ferdinand Braudel,  para el que el mercado es algo anterior y distinto al capitalismo, y con mayor razón al turbocapitalismo financiero actual. Distinguía  Braudel varios niveles de la actividad económica, entendida como satisfacción de nuestras necesidades con recursos escasos. Resumiendo la postura braudeliana, podríamos decir que la vida económica, en el sentido más amplio y clásico del saber sobre la organización de la vida doméstica que asegura la subsistencia de una comunidad, se da en dos pisos. Una planta baja que llama nuestro autor la zona de la vida material, que engloba lo que se produce y se consume ordinariamente, la infraestructura del espacio (habitaciones, transporte, el diseño de las ciudades), la cantidad y distribución demográfica, etc. Este aspecto es opaco y difuso, pero imprescindible. El  piso superior, que surge necesariamente del primero, es
la zona de intercambio, esto es, el asiento de los mercados. Estos mercados aparecen provistos de propiedades específicas como son su "transparencia", su regularidad y, sin presumir de una autorregulación por "mano invisible", una capacidad de equilibrar la oferta y la demanda por medio de la competencia.  Se manifiestan estos intercambios mercantiles en las ferias y mercados particulares que encontramos en todas la ciudades y pueblos, que van desarrollando instrumentos como bolsas de mercancías y valores financieros, cual la letra de cambio, etc. Estos mercados son visibles y palpables: lugares de encuentro entre la oferta de los vendedores y la demanda de los compradores, con la finalidad de intercambio, sirviéndose de la moneda a tal efecto. Una de sus principales características sería su capacidad de expansión, enlazándose así territorialmente los diversos asientos mercantiles.  Braudel señala que tales mercados son anteriores al capitalismo, que se monta históricamente sobre ellos. De modo más interesante aún señala que el capitalismo no significa un piso adicional, sino un mecanismo de acumulación de poder, encaramado sobre los mercados -estos últimos pueden concebirse sin el capitalismo, pero el capitalismo sólo puede surgir a partir del intercambio mercantil- y  con el resultado de transformarlos negativamente: el capitalismo sería, en puridad, antimercado.
Contentémonos, por ahora, con la separación entre capitalismo y mercado, y la existencia previa del último sobre el primero.  Cuándo Toto se refiere a "los mercados", ¿de qué está hablando? Juan Carlos de Pablo  suele decir que los mercados no existen, los seres humanos sí. Y  que es un error asignarles vida propia, ya que las decisiones no las toman entidades abstractas sino seres humanos concretos. Entonces, cuando Toto y Nico y el mismo Mauricio elevan preces a los mercados, mientras Cristina, el gordo D'Elía y el diputado Del Caño los cubren de denuestos, no se entiende bien de qué hablan. No es con referencia al mercado de  los panaderos, o de los productores frutihortícolas del Alto Valle o de los servicios de reparación de electrodomésticos. El mismo chiquitaje que compra dólares en las casas de cambio, es un mercadito insignificante -por más que se lo hipertrofie en los noticiarios- incluible en el primer piso braudeliano. Aquellos sufrientes rezadores y terribles imprecadores se refieren, más bien, al "mercado" de la finanza global.  Y estos últimos ¿no tienen rostro? Sí, y vamos a transcribir el retrato que hace de ellos alguien que los conoce muy bien: Guillermo Calvo, economista argentino de larga trayectoria en la finanza internacional, profesor en la Universidad de Columbia, NY ("La Nación", suplemento económico, 2/09/18) Preguntado cómo podríamos recobrar la credibilidad ante los inversores globales, contestó: "eso es muy difícil, porque no depende de nosotros sino del mercado".  ¿Y quiénes son "el mercado"? "Al muchachito que está del otro lado manejando un fondo no sólo le interesa qué es lo que la Argentina hará, sino lo que van a hacer los otros muchachitos que están en las diferentes mesas de dinero. Hay una situación de profecía autocumplida. Ellos piensan que el muchachito de al lado va a salirse de los bonos argentinos. La Argentina no debería tener problema, pero si otros muchachitos no están invirtiendo, entonces sí va a tener un problema y va a tener que entrar en moratoria. Es ahí cuando todos se salen y ahí está el problema".


Gracias, profesor Calvo. Ahora sé quiénes son los mercados que a veces dudan, actúan en manada, exageran o no sabemos por  dónde van a disparar: unos muchachitos más o menos esnifados que sueltan la adrenalina enfocados en su computadora pensando qué es lo que van a hacer otros muchachitos más o menos esnifados como el primero.  Ahora entendí, y estoy mucho más tranquilo...


viernes, junio 08, 2018

RESISTENCIA "RADICAL CHIC"



Otra incursión en los hábitos del "radical chic":
 

En la primavera de 1944 en el París ocupado, los intelectuales que después serían lumbreras de la Rive Gauche se entretenían con juergas que duraban toda la noche y a las que daban el nombre de “fiestas”. Además de los imprescindibles, Sartre y Beauvoir, a veces hacían acto de presencia artistas famosos, como Picasso, acompañado de Maar. Beauvoir describió las "fiestas" en La force, como saturnales de un erotismo contenido. Por cierto que ella había sido expulsada recientemente del colegio en el que trabajaba de maestra por “incitación al libertinaje menor”, que en su caso significaba, por seducir a una de sus estudiantes, Nathalie Sorokin, cuya madre se quejó a las autoridades. Pero ya se sabe que hay pedofilias y pedofilias. Pocos meses después Beauvoir comenzó a presentar una serie de programas sobre la historia del music-hall en Radio Vichy. Pero volvamos a las "fiestas". Allí se iba, sobre todo, a beber. A beber hasta emborracharse, que era lo glamuroso. “El alcohol nos hacía perder la contención. Nadie objetaba nada contra la embriaguez y, de hecho, algunos la consideraban una obligación. Leiris, entre otros, se aplicaba con gran celo y unos admirables resultados”. “Poníamos discos –añade Beauvoir-, bebíamos y pronto comenzábamos a ir de aquí para allá por toda la casa, aturdidos”. Como el toque de queda duraba hasta las siete de la mañana, las fiestas se prolongaban hasta esta hora. “Comenzamos a organizarlas sólo para pasarlo bien, no tenían nada que ver con reuniones editoriales ilegales ni con nada semejante”, confesó posteriormente Sartre. La noche del Día D, la del desembarco en Normandía, la fiesta se celebraba en casa de Charles Dullin, director del Théâtre de la Cité. Entre los asistentes se encontraban Sartre y Beauvoir, Camus y María Casares (que animaban las fiestas con sus pasodobles), Michel y Louise Leiris y Raymond Queneau.

 

Fuente: Alan Riding, Y siguió la fiesta.  Riding,  un periodista británico nacido en Brasil que vivió muchos años en México, como corresponsal de Reuters. retirado, se dedicó al ensayo sobre temas históricos y culturales.  

 

martes, junio 05, 2018

LA MUERTE DE UN SUDISTA



No podía dejar este blog  de recordar a Tom Wolfe, que se fue al otro barrio hace muy poco, a los 88 años, y al que hace años dedicamos otra entrada, que puede encontrar el lector en nuestro índice.  Su nombre se asocia al "nuevo periodismo" o a su primera novela, "La Hoguera de las Vanidades", que Brian de Palma llevó al cine. Me gusta recordarlo, sobre todo, porque se burló desafiante del mainstream cultural de su época en los EE.UU. Esto es, se tomó en solfa, arrancándole su máscara hipócrita, a la progresía. "Radical chic", "izquierda caviar", "izquierda exquisita", fueron los sobrenombres perdurables que puso a los left-wing intellectuals de su época. Un intelectual -decía- es alguien que sabe sobre algún asunto, pero que públicamente  habla de otra cosa.  Esa "otra cosa"  es cualquier tópico de la agenda bien pensante: contra las guerras; a favor del aborto free; lagrimeos sobre la pobreza; veneración del guerrillero y de su boina estrellada, etc. "Cuando Noam Chomsky comenzó a denunciar públicamente la guerra de Vietnam ¡zas! se convirtió en un intelectual". Uno de sus blancos preferidos fue Norman Mailer, enfermo hasta la médula de importancia personal.  Se lamentaba de no haber sido "suficientemente mezquino" con Mailer.
Observaba Wolfe con penetración a esos personajes  que nadaban en la impostura y el simulacro, en lo que él llamó la "statúsfera". Un mundo snob, donde los ricos se disfrazaban de homeless del  Bronx, y los diseñadores creaban a partir de allí una moda suntuosamente indigente. Reaccionario, Wolfe se trajeaba con ternos blancos y zapatos al tono, en una postura dandista que no habría disgustado a Barbey d'Aurevilly. Su pieza maestra, en la descripción de inmensa minoría concentrada revolucionariamente en su yo -llamó a los 70 "the Me decade"- resalta su crónica "That Party at Lenny's". Aquella fiesta en lo de Lenny -el eximio director y compositor Leonard Bernstein- transcurrió en el dúplex de trece habitaciones donde moraba el músico, y su pretexto fue recaudar fondos para los Panteras Negras que estaban en la cárcel. Puro "radical chic" los concurrentes: músicos, coreógrafos, actores, escritores. Y Donald Cox, el líder los Panthers, con algunos de sus muchachos. Una sofisticada señora bien comenta con una notita trémula en  la voz: "¡nunca había visto una Pantera! ¡Es la primera vez!". Circulan los canapés de roquefort con nuez, "¡mmmmmmmm!" deslizan los bienudos  y los forajidos.  Entronizado en un sillón preside Bernstein, con su mujer, Felicia, acodada a su lado.  "La fantasía de los revolucionarios que viven al límite, circula como adrenalina por el dúplex de Lenny".

Wolfe también tuvo una mirada ácida hacia el "realismo mágico" latinoamericano.  Acerca de Gabo García Máquez enarbolaba la frase trinchante de nuestro Borges: "a Cien Años de Soledad le sobran cincuenta". Y en un reportaje, hace unos años, definió lo políticamente correcto como "marxismo desinfectado".

Era nieto de un soldado confederado y lo coloco entre los "sudistas" -a los que Maurice Bardèche dedicó un libro muy certero- y su mentalidad, derrotada, pero perdurable, de tradición, apego a la tierra, coraje.  Tan fuerte aún que se obstinan en querer bajar a Robert E. Lee de su monumento ecuestre en Charlottesville.-

viernes, mayo 25, 2018

CEMENTERIO PRIVADO


 

 

Quien recorra el índice de este blog encontrará que tiene su cementerio privado, que habitan amigos idos o autores que ya fueron, pero que han dejado en este cronista una impresión indeleble.   En ese camposanto particular, como decía Quevedo, “escucho con mis ojos a los muertos”, y los despido sin dejar de frecuentarlos.  Ahora le toca, con algo de atraso, porque falleció a los 78 años el pasado 27 de marzo, a Clément Rosset, filósofo francés, normalien,  con un aspecto algo hirsuto de Diógenes urbano. Su afirmación fundamental es que lo real es lo real.  Proposición tautológica cuya profundidad nuestro autor defendió a lo largo de su carrera intelectual y que, como señala. “constituye, para la filosofía y la opinión más comunes, un asunto de mofa general, una especie de enorme error básico reservado sólo a los espíritus obtusos e incapaces de un mínimo de reflexión”. Hay un núcleo trágico en aceptar la realidad de lo real, y por lo tanto buena parte de la reflexión filosófica parte de la desconfianza hacia lo real, esto  es, de lo que Rosset  llama “principio de realidad insuficiente”. Se construyen así “dobles” de lo real, para esconderlo y negar el elemento trágico ínsito a aquélla.  Y entonces se oscila entre dos extremos. El que reconoce la realidad de lo real queda afectado por ella: “es el ser que puede saber lo que en no puede saber; el que en principio puede lo que en puridad no puede; el que es capaz de enfrentar lo que no es capaz de afrontar”.   Pero si rechaza o intenta gambetear la realidad de lo real por la carga que conlleva, cae en un peligro mayor, en el peor de los peligros. Aparecen los espejismos de todo tipo para esconder lo que en la realidad hay de crudo e intolerable. Surgen dimensiones utópicas, mezclando exigencias y radicalización, en un intento de cambiar “de” mundo  -“otro mundo es posible”- generalmente bajo el lema de cambiar “el” mundo.  Aquí Rosset expresa su vena escéptica, en la línea de Montaigne y de Schopenhauer, al que dedicó un penetrante trabajo: “Schopenhauer, filosofo del absurdo”.  Escéptico, literalmente, en el sentido de  quien mira-a-su-alrededor, sopesa y reflexiona sobre lo que ve, aunque odie las conclusiones a las que llegue. La “democracia de los derechos del hombre” o las condenas por “inhumanidad” caerán bajo su mirada implacable. “Nadie ha podido definir qué  resulta, de parte de un hombre, humano o inhumano, por la buena razón de que todo de lo que un hombre es capaz  es también necesariamente humano, como lo enuncia un verso célebre de Terencio: hombre soy y nada de lo humano me es ajeno”[1].  “Después de todo –agrega- los crímenes y horrores cometidos cotidianamente por la humanidad son de todos modos crímenes y horrores, ya se los considere como “inhumanos” (lo que en el fondo es más tranquilizador) o como “humanos” (lo que es probablemente más cierto, pero también más inquietante”.  “Nada es más temible –señala- que el amor a la humanidad en general, que resulta casi siempre en amar a todo el mundo detestando al mismo tiempo a  cada persona en particular”.  Y remata: “los crímenes de los que se indignan los moralistas son casi siempre obra de personas más moralistas todavía”.  Desde luego, el intento de mejorar o remediar lo que nos rodea es menos vistoso, y ciertamente más difícil, que tirar el único mundo que tenemos a la papelera de reciclaje y anunciar la génesis de otro nuevo y perfecto, construido en el taller de las ideologías.  La realidad, solía decir nuestro filósofo, desconcierta por su “intolerable simplicidad”.- 

 




[1] ) De paso, recordemos que Terencio era nacido esclavo en Cartago, emancipado en Roma bajo la protección de Escipión y muerto en Gracia, adonde había ido a buscar  nuevas fuentes de inspiración en los maestros teatrales helénicos.  San Agustín recuerda que  cuando aquellos versos del “homo sum…” se declamaban en   Roma, el anfiteatro clamaba y rompía en aplausos.
 

domingo, mayo 06, 2018

El Descarrío del Derecho


 



En este blog me he referido antes a un jurista español, Alejandro Nieto García, catedrático que a los 85 años publicó su "Testimonio de un Jurista  (1930-2017)", con sabrosos párrafos que compartiré con el ocasional lector, por su pertinencia y clara aplicación a la "verdad efectiva" de nuestra vida jurídicopolítica.

Ya en un libro anterior. "La Organización del Desgobierno" (1984) -y pido al curioso que se detenga un momento en este concepto, o contraconcepto, si se quiere, de "desgobierno", al que nuestro autor dedicó buena parte de sus reflexiones y advertencias-; pues, bien, allí me topé con esta sentencia que me vino al recuerdo mientras veía a Nicolás Dujovne y Toto Caputo sermonearme desde la pantalla con ese manojo de optimismo que evocaba una viejísima canción picaresca; "tout va très bien, madame la Marquise". El dictum de Nieto reza:

"En las áreas del poder no se piensa, se improvisa"

Vayamos ahora a las memorias de Nieto. Advierte nuestro autor: 

“La edad me ha enseñado a percatarme de mi insignificancia personal, de la vaciedad de los pretendidos grandes descubrimientos, de la retórica de los gestos heroicos que terminan siendo patéticos, de la falsedad de las grandes verdades, de la vulnerabilidad de los dogmas tenidos por intangibles y de la fugacidad de las cosas humanas”.  Y ubica su rol  en el escenario del derecho público de su país: “como un outsider, como un enfant terrible haya sido un signo de mi inmadurez propia o de larvada soberbia. Algo que, por lo demás nunca me ha preocupado y menos ahora cuando ya tengo el pie en el estribo para el último viaje, que he de hacer inevitablemente las maletas” .

Recuerda su paso por la enseñanza universitaria y dice que en ella:“perdí mi fe en la completitud de las normas y en la perfección tendencial del ordenamiento jurídico. A golpe de experiencias y de tertulias enriquecedoras me percaté de cual era la verdadera función del derecho estatal, de la incoherencia interna y relacional de las leyes, de la falsedad de los conceptos dogmáticos construidos con pretensiones científicas, y en fin, de la inviabilidad de un sistema estable”.

Su experiencia en la Complutense de Madrid la resume en este párrafo cervantino: “mausoleo de todas las vanidades, panteón de todas las celebridades, espejo de todas las universidades hispánicas, cumbre de la ciencia, cifra del saber, meta de ambiciones, fábrica de influencias, tesoro de subvenciones, reserva de mezquindades, sentina donde desaguan las cloacas del universo académico”.

No menor anatema le cabe al espectáculo de la famosa "Transición" del franquismo a la democracia: “sueldos espléndidos autoestablecidos, instalaciones y automóviles fastuosos, aumento de funcionarios clientelares, inversiones disparatadas y, en suma, desgobierno, caos y corrupción tanto en los ayuntamientos como en la diputaciones provinciales y comunidades autónomas. Aeropuertos sin aviones, trenes sin vías y vías sin trenes, centros culturales y deportivos en cada esquina, congresos inútiles, viajes sin sentido y subvenciones sin cuenta y sin destino conocido”.

Y una consecuencia bien conocida entre nosotros, de ciudadano reducido a puer aeternus": “los ciudadanos en definitiva adoptan actitudes de menores de edad que acuden al Padre Estado para que les arregle todos sus problemas, incluso aquellos que sean buscado ellos mismos. Son frívolos e irresponsables y cuando llega un incidente lloran y exigen sin pensar que ellos son quienes lo han provocado. No tienen en cuenta los riesgos de la vida moderna, que arrostran impávidos pero luego reclaman por los daños producidos. Consumen drogas y exigen ser tratados en un centro público. Practican el botellón y toman estupefacientes en fiestas multitudinarias y luego pretenden ser indemnizados a costa del dinero público si sucede un incidente; y con la misma frivolidad adolescente participan en un encierro popular taurino y se quejan de que un toro les haya lesionado. Mientras que yo tengo que soportar esas protestas y exigencias y de paso costearlas como contribuyente.”.

La corrupción está ahí, desde luego: "fenómeno que le ha preocupado siempre, no es tanto el hecho mismo de la corrupción como la indiferencia hacia ella, que es, a la postre, lo que mejor la fomenta” pues “el calamar de la corrupción se ha envuelto en una nube de tinta tan espesa que ya nadie sabe- y los que lo saben se cuidan mucho de decirlo- qué es lo que ha pasado (y sobre todo, por qué), qué está pasando ahora y en qué parará todo esto”.

No puede dejar de lado el mundo de los tribunales.  Comprueba que; “vivimos en una sociedad pleitista dentro de una economía cuyo sector más importante es el papel, la tinta y sus sucedáneos electrónicos. De las leyes vive mas gente que del turismo o del automóvil”.

La confianza en la Justicia se derrumba porque  “desde el punto de vista legal, la imprevisibilidad de los resultados, el caos normativo y las contradicciones jurisprudenciales siempre dejan abierta la posibilidad de obtener una sentencia favorable aun en los asuntos más descabellados”.

En el Derecho actual conviven “el avión y la diligencia. Es una vivienda en la que no se tiran los muebles viejos. Un mundo de anacronismos cotidianos, en el que lo útil y lo inútil se dan la mano y casi nada funciona racionalmente”.

Redondea: “El Derecho es hoy más incierto que nunca, las leyes no son fiables y menos aún los jueces, impávidos creadores de una jurisprudencia contradictoria; mientras que la doctrina ya no tiene energías para ordenar este caos y ni siquiera ánimos para intentarlo”, lo que desemboca en “unas leyes deleznables, una jurisprudencia desacreditada y una doctrina timorata”.

Agrega: “El Derecho cristalizado en una ley formal se va desfigurando en el curso de su realización por obra de los intermediarios que lo ejecutan y cumplen. Y por otro lado, el texto de la ley se enturbia cuando se integra en un ordenamiento jurídico compuesto de elementos heterogéneos: hacia abajo, los reglamentos, las instrucciones, el complejo universo del soft law; y hacia arriba, la constitución, el Derecho comunitario y el globalizado”. Los jueces, señala, “están practicando con absoluta naturalidad un Derecho sin ley, que últimamente nos ha venido del Derecho anglosajón (…) las sentencias dictadas no al amparo de una ley sino por la simple consideración de que la resolución impugnada no es racional, o razonable o proporcional”. Además: : “hoy los abogados (y jueces) cuentan con un repertorio en internet, que les proporciona, sin más trabajo que apretar cuatro teclas, la argumentación precisa y bien fundamentada en que pueden basar sus escritos forenses cualquiera que sea la posición que pretendan adoptar”. El fundamento exprés, vía cut and paste, que "fundamenta" cientos de fojas judiciales.

Mucho podría añadirse, y en buena parte de las entradas de este blog lo he hecho, acerca de las parecidas calderadas que hierven en nuestro mundo jurídico, más graves aún que las aquí traídas a consideración en la letra del catedrático español. Pero bueno es saber que afuera también se cuecen parecidas habas.