martes, octubre 09, 2018

El "caso" Kavanaugh



El magistrado que acaba de jurar su ingreso a SCOTUS, la Corte Suprema de los EE.UU., tuvo que sortear una suerte de "Santa Alianza" del periodismo inflamado en su contra. Los denunciantes sistemáticos de la "posverdad" se dedicaron a pergeñar fanáticamente fake news a su respecto. El periodismo argentino fue un manso eco de la prensa de Jeff Bezos y Carlos Slim.

En primer lugar, la aptitud personal y profesional para su puesto no fue cuestionada por nadie, ni siquiera por los demócratas. La American Bar Association le otorgó la puntuación más alta. Escuché a una periodista argentina afirmar que la nominación de Kavanaugh resultaba, simplemente, de ser "amigo" de Trump.

En segundo lugar, la credibilidad de la denunciante fue demolida en el Senado. En su interrogatorio se requirió interviniese una fiscal  especializada en casos de abuso, y su conclusión fue que el testimonio  presentaba tantas imprecisiones que no era aceptable. Las cuatro personas ofrecidas por la denunciante como testigos (entre ellas un amigo suyo) negaron haber estado en esa fiesta y presenciado el  supuesto ataque. Uno de los testigos reconoció en una carta que ni antes ni después del supuesto hecho supo o presenció alguna forma de conducta impropia en Kavanaugh. Ninguna de estas importantes circunstancias fue puesta de manifiesto. Sólo vimos sollozar a la denunciante. Cuando Kavanaugh respondió con vehemencia, un paneo de las mujeres que se encontraban a su espalda, dando muestras de congoja, fue en cierto programa presentado como rechazo a sus palabras. Eran los  miembros de la familia del juez, y algunas colegas.

En tercer lugar, la denuncia fue presentada cuando había concluido el período en que podían presentarse impugnaciones -con amplia cobertura de prensa- e, incluso, cuando ya había concluido el interrogatorio senatorial. Kavanaugh se desempeñaba como integrante de un  tribunal federal de gran importancia, con repercusión de sus fallos en la prensa,  por lo que los reparos pudieron presentarse incluso antes de su nominación, pero nada se dijo. La denunciante, una doctora en psicología, manifestó que ella no sabía cómo hacerlo ni a quién dirigirse, y por eso habló tardíamente. Poco creíble, otra vez.

En cuarto lugar, el 14 de septiembre, sesenta y cinco mujeres que coincidieron con él en la high school de Reckville, Maryland, donde estudiara, señalaron en carta al Senado que en ese lapso, y en los treinta y cinco años posteriores en que tuvieron ocasión de mantener vínculos con él, "he  has always treated women with decency and respect...he has always been a good person". El 29 de septiembre, sus más antiguos compañeros, hombre y mujeres, elevaron al Senado una nota en los mismos términos, donde afirmaron que "he is a man of honour, integrity and compassion". Tampoco he visto que estos antecedentes, que constan en la página web de la Comisión del Senado, hayan sido referidos por el periodismo.

En quinto lugar, se ha invocado que el plazo de una semana dado al FBI para investigar el caso era exiguo. Debe tenerse en cuenta que un aspirante a juez federal, con más razón si la vacante a ocupar está en SCOTUS, es sometido por el FBI a una prolija investigación una vez presentado entre los potential nominees.  La investigación estaba hecha en profundidad mucho antes. La última semana sólo sirvió para ratificar lo que ya se sabía: no había nada en su contra.

"Empoderamiento", MeToo, una declaración como prueba plenaria y una sentencia a cargo de la prensa. Todo eso estuvo en juego contra un vulnerable: blanco, católico, proveniente de una universidad de la Ivy League, voto decisivo para echar abajo, quizás, aquel fallo Roe vs. Wade. ¿Qué a los diecisiete años le gustaba beber, cerveza en este caso? Mmmm. Entonces, un instrumento que debió ser para la defensa de la integridad de la mujer se convierte en arma de destrucción. Kavanaugh llegó herido al juramento y su familia también.


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