domingo, junio 27, 2010


UNA NOTA AL PIE PARA ALBERTO BUELA







Alberto Buela, experto en armas de construcción masiva, ha lanzado al ciberespacio un misil titulado “Iglesia, una visión profana”. Tuvo la inmensa gentileza de pedirme algo así como un estudio introductorio. Pero el pensamiento de Buela, y su peculiar estilo para expresarlo, no necesitan de interposiciones. Por eso, me voy a permitir sólo una apostilla, una nota al pie del notable aporte de Alberto. Él se llama a sí mismo arkeguéta, uno que esta siempre principiando, porque conoce bien los principios, pero, nos dice también la expresión, uno que es un fundador. Alberto quiere echar los fundamentos de una comprensión del mundo desde la ecúmene iberoamericana, por encima tanto de un pensamiento meramente epigonal o del bodoque ideológico o de las simplificaciones nac&pop. Un camino alto y difícil, que sigue por la huella de una tradición cuya principal figura podría ser Nimio de Anquín.

Esta ecúmene íberoamericana se edifica con la argamasa del catolicismo romano, recibido en versión pretridentina de la hueste que se fue desparramando por nuestro continente. La “invención de América”-para usar la expresión del mexicano Edmundo O’Gorman- es un proceso que nace con las últimas luces del siglo XV y se va fraguando con diversas proporciones de lo indígena, en sus variopintas expresiones, de lo hispánico y europeo, de lo africano, y de lo que llega luego del Mediterráneo oriental y del lejano Este asiático, hasta terminar en un producto original y único. No es una ensaladera multicultural, donde todo se confunde pero nunca se sintetiza, y donde cada grupo, tomando sus deseos por realidades, porque cree en la realidad de sus deseos, los reivindica como derechos absolutos a “su” identidad. No es tampoco un sincretismo de gabinete, donde las particularidades que conformaron aquel producto original y único deban quedar inhumanamente aniquiladas en nombre de un resultado supuestamente puro. Por otra parte, en ese producto original que es Iberoamérica, o América Románica, como otros la llaman, todos los elementos que contribuyeron a su formación resultan también originarios. No hay posibilidad de jactarse de autoctonías más valiosas que otras. (Los mitos de la autoctonía, por otra parte, han sido bien estudiados respecto de los atenienses, por ejemplo, como fundamento de su hegemonía sobre las demás póleis griegas). Incluso, los hallazgos de los restos más antiguos del hombre en América muestran que sus marcadores genéticos no coinciden con los de los pueblos indígenas llamados “originarios”, cuyas semejanzas, en cambio, con lo yakut siberianos son bien conocidas. La originalidad de América, entonces, estaría en el constante carácter alóctono –y no autóctono- de sus poblaciones.

La otra originalidad destacable, sobre la que Buela insiste, es que la diversidad de componentes se transformó en unidad compleja, no uniforme ni monocolor, por acción de aquel catolicismo de impostación medieval que nos vino del otro lado del charco. Podemos usar, respecto de este aglutinador, las imágenes del cemento o, si se quiere, del agente catalítico que aceleró la síntesis de los diversos elementos, permaneciendo él mismo inalterado. Por eso, anota nuestro Alberto, los europeos pueden, en su crisis, remontarse a la paganía, a griegos, latinos, celtas o godos, y encontrar allí mensajes válidos, porque el cristianismo llegó a una Europa que ya estaba histórica y culturalmente conformada. El americano, en cambio, no puede remontarse culturalmente más atrás del catolicismo, en términos de su identidad cultural. Un catolicismo asumido vitalmente, ínsito en la forma mentis iberoamericana, más allá de la práctica e, incluso, de la creencia efectiva. El iberoamericano, sea que crea, que dude o que no crea, vive sobre un subsuelo cultural católico.

Entonces, cuando nuestro Alberto observa que en los grandes centros del llamado Occidente se comienza a describir a la Iglesia Católica como una asociación ilícita que, bajo pretexto de difundir la buena nueva se orienta a promover y practicar la pederastia, teniendo como cabeza a quien preside de blanco el Vaticano, se cabrea con buenas razones, porque, como iberoamericano, esa campaña le está serruchando su piso cultural. Aparece aquí un laico preocupado, que piensa desde nuestra ecúmene, y reacciona no como reflejo clerical –al contrario, Buela observa la tibieza defensiva de los circuitos propiamente clericales en el caso- ni siquiera como rebote de un creyente. Es la respuesta desde el núcleo duro de nuestra peculiaridad iberoamericana, que pretende desenmascarar los intereses que se entrelazan detrás de la campaña difamatoria.

La Iglesia romana se titula universal, católica, pero, en disonancia con el crepúsculo de la modernidad, no es una fuerza globalizadora; antes bien, aparece como un obstáculo, un katéjon, a la uniformización planetaria de la globalización. Ello ocurre incluso más allá y hasta en contra de los discursos de muchos de sus voceros. Estas confusiones se observan, por ejemplo, en lo relativo a la religiosidad substituta, propia del signo globalizante, que es la ideología de los “derechos humanos”. La globalización del derecho es una empresa destructiva del jus de raíz romana, porque todo derecho es tópico, esto es, se modela en un tópos, en un lugar y bajo una modulación determinadas La Humanidad como sujeto de derecho no existe o, mejor, como decía Proudhon, quien la invoca quiere engañar. Los “derechos humanos” sólo pueden proclamarse globalmente a condición de admitir el derecho a descreer de su universalidad. Existen derechos esenciales del hombre[1], asociados a su naturaleza y a la naturaleza de las cosas, pero en todos lados se manifiestan y modulan diversamente. Pero, fuera de estas trampas y equívocos, confusamente adoptados, la Iglesia romana aparece como una rémora obstaculizadora al proceso general de la globalización, de la uniformización monocolor del mundo, cuya intención final es reconducir forzadamente el necesario pluriverso cultural, político y jurídico a un uni-verso, a un solo centro de dirección.

De allí que el campo de choque con la Iglesia se dé, principalmente, allí donde la globalización plantea la uniformización pansexualista, que representa la muerte del eros, la paideia, la familia y el terruño, cercenados en sus bases antropológicas y biológicas, para las que se propicia una pura y simple mutación. Los matrimonios homógamos y las fecundaciones heterólogas, el útero en los avisos de alquiler, la madre single porque el padre resulta figura anacrónica e inútil, la adopción por parejas homosexuales, con cruces de semen donado y óvulos comprados, y lo erótico reducido a masturbación asistida, son apenas ejemplos de esta revolución globalizadora en marcha implacable. El viejo dicho español afirmaba que no le puede negar un cigarrillo a un pobre y un polvo a una mujer. Reformulado al día de hoy, diríamos que no le puede negar a nadie una donación anónima de esperma, aunque sí un cigarrillo, por eso de la salud. Alguien ha resumido este pansexualismo diciendo que en él todo está permitido, siempre que se haga debidamente protegido de dos enfermedades: del SIDA, para lo que sirve el condón, y del embarazo, para lo que sirven aborteros cada vez más refinados.

El único tabú que resta es la pederastia, y allí estamos todos de acuerdo, en tren de mantener algo. Pero sospecho, tras la lectura del alegato de Buela, que se considera un mal la pederastia porque se supone que es un pecado y un delito propiamente clerical. Si no se considerase así, seguramente que encontraríamos numerosos y poéticos propugnadores de ella, como adorno existencial de la progresía. Pero hoy sirve para descalificar moralmente a la Iglesia, para “ensuciar la sotana blanca”, como dice Buela. Es obvio que ninguna de estas afirmaciones pretende justificar o cubrir a los pederastas existentes en el seno de la Santa Madre, como bien deja en claro Alberto. Pero se trata de advertir claramente cuáles son las intencionalidades de la campaña. No se combate a los pederastas que están en la Iglesia; se combate a la Iglesia, rémora obstaculizadora de la homogeneización global, porque tiene pederastas.

Uno de las devastaciones que esta campaña bien montada está produciendo es la destrucción de la paideia, que la Iglesia había heredado del mundo clásico. La paideia era el modelo educativo griego, que los romanos tradujeron como humanitas. La humanitas romana, al contrario de la “Humanidad” globalizadora, era una fuente creadora de diversidad. Entre las humanitates que se desarrollaron en el mundo, una fue la humanitas iberoamericana, que trajo de la mano a estas tierras aquel catolicismo basal. Uno de sus máximos representantes se llamó Garcilaso de la Vega Inca. Cada humanitas, en el prodigio de su diversidad, iba configurando un paideuma, un contenido esencial de cada ecúmene cultural, que la enseñanza, la paideia, transmitía, a través de una relación especial de autoridad intergeneracional entre enseñante y enseñado. La Iglesia fue la heredera de la paideia y de la humanitas clásica. Hoy aquella relación especial ha entrado en el cono de la sospecha. La enseñanza toma distancia, aleja al maestro del estudiante y pronto la relación cara a cara se sustituirá con la de telecomando y pantalla. La paideia es una antigualla o, quizás, tapadera de perversiones.

No sé si estas notas resumen e interpretan acabadamente la riqueza del planteo bueliano. Abra en confianza la puerta y enriquézcase directamente el lector.


Luis María Bandieri




[1] ) Ya los juristas romanos indicaban que hombre, homo, incluía al hombre y a la mujer, como expresión universalizadora. El varón propiamente dicho se manifestaba con el vocablo vir.

martes, junio 22, 2010


CERONETTIANA





En su introducción a la traducción del texto atribuido al rey Salomón, dice Guido Ceronetti: "la lectura en clave erótica del "Cantar de los Cantares" es la más segura, pero no tiene sentido si el lecho de los quereres no queda iluminado con una pequeña lámpara por la que, a través de esos amores transparentes, alumbre el Escondido".


El absconditus que alumbra y deslumbra.

Y DIOS CREÓ EL EROTISMO





La bipolaridad hombre/mujer, presente en cualquier texto sagrado, es un símbolo luminoso de la divinidad creadora. El paraíso tiene un hombre y una mujer paseándose. Y Dios con ellos. De paso, por eso no es cosa fácil en este mundo, ya expulsos del jardín del Edén, reconstruir la pareja humana.

martes, junio 15, 2010


LA PULPO





Homenaje a la pelota del fulbo que yo conocí, aunque crudo y patadura como fui. Le dediqué un cuento en "El Gol de Dios". Moriré sin pegar con cara externa de pie derecho a la Jabulani (pelota oficial de Sudáfrica 2010.

MACHADIANA




Para ubicarnos un poco en tanto desnorteo, y entre la oferta de caminos que no llevan a ninguna parte, encuentro esta copla, que dedico a nuestra clase polìtica:


"Camino que no es camino

De más está que se emprenda

Porque más nos descarría

Cuanto más lejos nos lleva"


Es de "La Lola se Va a los Puertos", y la escribió uno de sus coautores, Manuel Machado. El otro, claro, fue Antonio. Como contestó malignamente Borges a un periodista español progre que le preguntó su opinión sobre Machado: "Ah, sí, Manuel, gran poeta. ¿Tenía un hermano que también escribía versos, no?"


Camino que no es camino es aquél por donde cotidianamente nos encaminamos.



viernes, junio 11, 2010



MATRIMONIO HOMOSEXUAL: EL ÚLTIMO JUEGO DE LEVIATÁN








Establecer por ley que matrimonio incluye la unión de dos personas del mismo sexo, es una interesante aplicación del viejo principio hobbesiano: auctoritas, non veritas, facit legem. La ley contradice la biología e introduce una mutación antropológica. Pero es ley, dura lex. A continuación, desde Sudáfrica, un comentario sobre el tema, proveniente de un distinguido miembro de Hinchadas Unidas Argentinas:




Lo que está decadente es el matrimonio. Sólo dos "colectivos" se ocupan con preferencia de él: los obispos y los homosexuales. Los demás, muzarela. Pocos entran y el que puede se raja. Considero la propuesta del matrimonio homosexual como una caída de nivel de los uránicos (busque en el mataburros). Más aún: como una gronchada impropia de la estética gay, tan destacada ella. Manucho Mujica Láinez no pensó nunca en casarse con ninguno de sus "sobrinitos" ni Ana de Alvear, su mujer, entrar en himeneo con alguna de las señoritas con las que se abandonaba a sus prácticas sáficas (imagine u otra vez al mataburros). Amplío la prueba histórica: de Platón a Michel Foucault, pasando por Leonardo da Vinci, a ningún homoerótico (observe la fineza) se le ocurrió casarse con manflorón de su mismo sexo. Se casaron con mujeres, cuando se casaron y, si no, solterearon. Un día vino Roberto Piazza y dijo que quería casarse de blanco. El doctor Gil Lavedra se puso a leer la constitución y encontró que lo discriminaban al Robertito. Y los diputados acudieron a su conciencia, que es aquello de que menos disponen. Lilita hizo su número de gataflora y salió el engendro que salió, que pasará también la aduana del Senado. En fin, la decadencia gay resulta ya manifiesta (y el matrimonio será la bíblica maldición que ahora los castigará). Ellos también oirán a su parej@ decirles: "preferís el fútbol antes que a mí; preferís a los amigotes antes que a mí; preferís el diario antes que a mí" y no podrán contestar que sí.


domingo, junio 06, 2010



¿MATARÍAMOS AL MANDARÍN?



Para cuestiones de plata, nada como Balzac. Reproduzco aquí un viejo comentario

El 18 de agosto de 1850 fue registrada oficialmente en la municipalidad de Boulogne-sur-Mer la muerte, ocurrida la tarde del día anterior, de un tal José de San Martín, que fuera brigadier del ejército argentino, capitán general de la república de Chile y generalísimo de las armas peruanas. El mismo día, en París, rue Fortunée, moría un tal Honorato de Balzac, que fuera bachiller en derecho, imprentero, editor, plantador de ananaes, importador de rulemanes para ferrocarriles desde Ucrania, explotador de una mina improbable en Cerdeña, siempre fracasado en estas empresas y, además, escritor magnífico. El militar argentino, de setenta y dos años, murió, según se nos cuenta, diciéndole a su hija que sentía la fatiga de la muerte y llamando a su yerno. El escritor francés, de cincuenta y un años, en su agonía, según la leyenda, pidió por el doctor Bianchon, el único médico que podría salvarlo. El doctor Bianchon, el amigo de Eugenio Rastignac y de Luciano de Rubempré, era el médico de la “Comedia Humana”, un puro producto de la fantasía literaria del propio moribundo. No paran en esta anécdota los aspectos novelescos de la muerte de don Honorato. Su esposa, la condesa ucraniana Eva Hamska -con la que se había casado unos meses antes- mientras el escritor agonizaba en su cuarto, mantenía en otro aposento un romance con un escultor amigo de la familia.

Balzac había nacido en Tours el 20 de mayo de 1799. En unos días se cumplirá el bicentenario. El padre se apellidaba, en realidad, Balssa. Tiempo antes, alguien de la familia había sido condenado y ejecutado, cubriendo el nombre de oprobio. Papá Balssa, entonces, se cambia en Balzac, con una partícula nobiliaria “de” antepuesta, para mayor honra y pompa de la nueva versión. Según parece, así se habría llamado una amante de Enrique IV. Más tarde, Honorato afirmará fuera de toda duda descender de los Balzac d’Entragues. Durante su niñez, Honorato, desatendido por su madre, fue internado como pupilo en un colegio de disciplina de hierro. Allí sufrió continuos castigos; el más duro consistía en mantenerlo largas horas en un cuartujo oscuro, casi una celda. En aquel encierro, y para escapar al temor del aislamiento, el pequeño Honorato aprendió a construir mundos fantásticos y viajar a ellos a voluntad. A partir de allí, su imaginación extraordinaria y exasperada no habría de abandonarlo jamás. Fue echado del colegio por practicar sobre un crucifijo, junto con un compañero, un ceremonial calificado de sacrílego (justamente él, que declarará más tarde escribir bajo los auspicios de “dos verdades eternas”: la Religión y la Monarquía). De algún modo acaba su liceo, va a estudiar derecho a París, y se emplea en una notaría, de donde extraerá conocimientos de la vida leguleya y las maniobras con hipotecas. En 1819, decide instalarse en una buhardilla para dedicarse a ser escritor. Tardará un decenio, durante el cual produce de todo: novelas, cuentos, ensayos, folletines, artículos periodísticos, generalmente impublicables, hasta alcanzar a los treinta y un años su primer éxito fulminante con “La Piel de Zapa”. Ya es como lo modelará Rodin, en la estatua que se encuentra en el boulevard Raspail: una gran cabeza melenuda, con ojos resplandecientes bajo las cejas espesas, sobre lo que se adivina un cuerpo cuadrado y petizo.

En su obra magnífica e inmensa, que llamó “La Comedia Humana”, aparecen las tres fuerzas que, a juicio del gordo Honorato, gobiernan el mundo y empujan al hombre en sus peripecias cotidianas: el dinero, el sexo y el poder. A él, pese a las ventas multiplicadas de sus obras, solía faltarle el primero, hasta el punto de tener que ocultarse de sus acreedores (agravando el punto, sostenía que, para salir de un problema monetario, era necesario endeudarse aún más, cosa nefasta para los particulares y sólo practicable por los gobiernos, según el FMI). El segundo, el sexo, lo atraía vivamente, aunque limitado por el inmenso trabajo de creación de su mundos ficticios; en este punto, amor y literatura se limitaban mutuamente como en una condena mitológica: si, según su propia confesión, comenzó a escribir para conquistar mujeres, debió postergar o perder muchas oportunidades amatorias por la esclavitud de la noria literaria. El poder, en fin, nunca lo tuvo, pero advirtió sus mecanismo modernos (los mass media, las altas finanzas, la corrupción) y llegó a describir con gran penetración los manejos de los poderosos ocultos (lo que hoy llamamos mafias). Engels se entusiasmó y lo llamó el “primer escritor marxista”. Pero el gordo Honorato no era ni un revolucionario ni menos un progre. Describió una sociedad muy parecida a la nuestra, impulsada por la ambición de la trepada social y la obtención de riqueza a cualquier precio, a través de la especulación bursátil o inmobiliaria, la usura o el casamiento afortunado. Despreciaba ese mundo -de allí su reivindicación solitaria del Trono y el Altar pour épater le bourgeois- pero era escéptico en cuanto a poder trastornarlo de raíz, así como también respecto a que las cosas pudiesen cambiar demasiado si llegaban al poder quienes querían, exaltadamente, voltear a los que lo ejercían. Admiraba las personalidades napoleónicas y estaba, por eso, vacunado contra el jacobinismo. No comulgó en lo absoluto con una deidad de su tiempo: el progreso. El gordo intuyó que detrás de esa palabra prometedora había un equívoco, como lo vemos hoy muy claro, cuando literalmente estamos muriendo de tanto progreso, que deja fuera de sus beneficios a cada vez más personas

Este escritor inmenso suele tener, a lo largo de su obra impresionante, ciertos desfallecimientos: errores, olvidos, párrafos de folletín. Flaubert, con su habitual maldad, escribía a su amiga Luisa Colet: “¡qué hombre habría sido Balzac, de haber sabido escribir! “. A su turno, Baudelaire observaba, sin embargo, que en Balzac hasta las porteras resultan ingeniosas. Y esas perlas han quedado allí, como para que el lector voraz las encuentre y las goce.


Aparece el mandarín

Entrar en las páginas de don Honorato de Balzac puede ser ya un placer para pocos y una tortura para la mayoría. Porque el gordo Balzac, como cualquiera sabe, destacaba en la descripción de tipos y costumbres. Eso mismo que hoy hace la cámara de cine o de tevé, por medio de un lenguaje de planos, acercamientos y detalles que, casi siempre, pasan inadvertidos al ojo desnudo. Por lo tanto, en el mundo del vídeoclip, las descripciones del Gordo pesan, se sienten y resienten a los amantes del mundo sin esfuerzo de la imagen. Cierto, hay todavía gente, como este cronista, que paladean esas parrafadas como alguien puede, y es su derecho, deleitarse con un Big Mac. Después de este comienzo, parecería que el Gordo nada tiene que decirle al mundo de Soros y Bill Gates. Sin embargo, nos lo imaginamos con los ojos ávidos, envuelto en su bata de entrecasa, la cafetera a mano, mirando la televisión (después de haber desenchufado el teléfono y robado la chapa municipal, a fin de evitar que le echen mano sus tradicionales enemigos, los acreedores) y diciéndose: “este futuro yo ya lo escribí”.

Porque, en verdad, él vivió y describió algo parecido: un mundillo global regido casi exclusivamente por la ecuación costo/beneficio, donde se desenvuelve una carrera hacia la riqueza con pocos elegidos y muchísimos tronados. Eran los tiempos, entre dos revoluciones (1830-1848), de Luis Felipe, el Orléans, el “rey burgués”. Tocqueville, algo horrorizado, comparó el gobierno de entonces a una sociedad anónima corruptora que sobornaba a sus electores ofreciéndoles logros materiales. Esos logros, justamente, que Balzac nunca pudo alcanzar, en su carácter de deudor consuetudinario y desprolijo, tapado de pagarés vencidos e impagos -hoy habría reventado todas las tarjetas. El Gordo, entonces, se hizo reaccionario, juró por la Religión y la Monarquía contra el dominio del Burgués enriquecido, puso un busto de Napoleón sobre el escritorio y, no pudiendo triunfar en ese mundillo, se dedicó a contarlo (tan bien, que un alemán de Tréveris morocho y barbudo, que respondía por Carlos Marx, devoró y anotó todas sus novelas). Así nació la serie de “La Comedia Humana”. En ella, por ejemplo, aparecen los muchachos jóvenes, venidos de la provincia, que quieren “llegar”. La vía no era entonces el master en Marketing Estratégico sino, por ejemplo, el braguetazo. Ahí va caminando por las calles de París, con su ropa lustrosa, Eugenio Rastignac, un poco más de veinte años, estudiante de Derecho, rumbo a la pensión de la señora Vauquer, mientras espera el giro de mil quinientos francos (precio de la ruina de su madre y su hermana), que lo sacará del pozo y lo lanzará al gran mundo, al de la revista “Caras”, para que nos entendamos. Al lado de Eugenio, su amigo Bianchon, estudiante de Medicina, que sueña con volver a su pueblo con el título bajo el brazo, como un triunfador de las viejas Pitman. Eugenio le plantea a su amigo qué haría en el caso de que pudiera enriquecerse matando, por medio de su voluntad, sin consecuencias y sin moverse de donde está, a un mandarín en la China. La hipótesis parece que no tuviera sentido: un asesinato a distancia, por un “movimiento de cabeza”, cae fuera de los recursos ordinarios del bicho humano, sea en tiempos de Balzac como ahora. Por otra parte, ya no deben quedar mandarines en China, y habría que colocar en su lugar, para evocar la misma riqueza fabulosa que la imaginación occidental de principios del siglo XIX les prestaba, a un banquero de Hong Kong. Porque la riqueza, súbita y enorme, es la cuestión de Rastignac, la cuestión de Balzac y, para qué negarlo, también la cuestión de todos nosotros. La idea de ganar dinero, mucho dinero, a cualquier precio, “a como dé lugar”, según dicen los mexicanos. Rastignac planteaba a su amigo, pues, que haría si pudiese ganar dinero por medio de un crimen perfecto, impune y casi sin cortejo de remordimientos e inconvenientes por el estilo, sobre un personaje remoto, exótico y, quizás por ello, odioso. ¿El hambre de riqueza es tan irrefrenable que un hombre no vacilaría en matar a un desconocido, sin consecuencias punitorias para él, a cambio de recibir la fortuna soñada? La pregunta que plantea Rastignac no está pasada de moda y -creo- vale también en el mundo de Internet.

Es curioso que Rastignac-Balzac atribuya el dilema a Rousseau. Parece que un chansonnier de la época, Luis Protat, fue el autor de la confusión. (Observe el lector que cuando este tipo de cuestiones morales se ponen en canciones populares, es que la cosa está ya muy avanzada). Se ha descubierto que la fuente es el vizconde de Chateaubriand (1768-1848), en el “Genio del Cristianismo”. Y vaya uno a saber cuál fue, a su turno, la fuente del vizconde. Lo cierto es que tanto el vizconde como el Gordo sospechaban que el europeo de su tiempo no vacilaría en matar al mandarín, a cambio de la fortuna. ¿Y el de hoy? ¿El lucro continúa siendo el combustible esencial de nuestar vida? La respuesta la dejo al lector. Y me animo a plantearle una pregunta complementaria: ¿se preocuparía el hombre de hoy -como el buen vizconde, como el insondable Gordo-, estando en juego la riqueza, por el valor de la vida de un hombre cualquiera, chino o lo que fuese?

Más sobre el mandarín

Partí para unas vacaciones ligero de equipaje intelectual. A los pocos días, entre bruma y llovizna, me atacó la crisis de abstinencia. Contra mi costumbre, comencé a comprar el diario.
Por higiene, lo abandoné y decidí volver al vicio impune del libro, aunque respetando mi voto veraniego de no pisar una librería. Así, al pasar por un quiosco de diarios (a cuya lectura había renunciado) descubrí un pilón en oferta a peso por tomo y allí, a la vista, esperándome, un libro de José María Eça de Queiroz. El grueso del tomito lo ocupa un cuento, “El Mandarín”, que el gran portugués escribió en 1879, cuando revistaba como cónsul de su país en Bristol, Inglaterra. Esta historia del mandarín reitera la cuestión que propone Rastignac a un amigo en la novela de Honorato de Balzac titulada Père Goriot, publicada en 1834. Transcribiré la cuestión tal como se la plantea el Diablo en persona al protagonista del cuento del portugués:

“En las profundidades de la China existe un mandarín más rico que todos los reyes de quienes hablan la leyenda o la Historia. Nada conoces de él, ni su nombre, ni su rostro, ni la seda con que se viste. Para que tu heredes sus caudales infinitos, basta que hagas sonar esa campanilla que se halla a tu lado, sobre un libro. El apenas emitirá un suspiro en los confines de Mongolia. Entonces se convertirá en un cadáver y tendrás a tus pies más oro del que puede soñar la ambición de un avaro. Tú, que me lees y eres un mortal, ¿harás sonar la campanilla?”

Eça de Queiroz recoge, pues, un texto de Balzac. Balzac, a su vez, afirma que el dilema moral chinesco lo recoge de Rousseau. Ya conté que la atribución balzaciana a Rousseau es errónea, y proviene de una canción de un parolier famoso en la época, Luis Protat, que le endilgaba al ginebrino el destrato hacia la vida del mandarín. El dilema se encuentra en “El Genio del Cristianismo”, del vizconde Chateaubriand (1768-1848), un poco mayor que el gordo Honorato. Esta obra, piedra basal del romanticismo, y donde el genio de la religión cristiana, dibujado con trazos propios por el buen vizconde, se presenta como lo opuesto a la Ilustración y el enciclopedismo, apareció en 1802, poco tiempo después que Chateaubriand regresara del destierro, al amparo de la reconciliación proclamada por Bonaparte. Para Chateaubriand, el apólogo acerca de dar muerte a un hombre en China y heredar su fortuna en Europa, prueba que la conciencia existe, y que no resulta simplemente del mero temor al castigo. A pesar de las facilidades de matar a distancia a alguien tan exótico y remoto para un europeo de entonces como un chino en China -nos está diciendo el vizconde-, y a pesar de los consoladores millones recibidos, la conciencia remorderá. Y si hay conciencia, concluye con cierto apresuramiento, debemos dar por sentado que el alma es inmortal. Ahora recordemos las fechas. En 1802, Chateaubriand utiliza el apólogo del mandarín para justificar que la conciencia no es silenciable, aunque nuestro acto no traiga aparejado castigo, y sí beneficios. En 1834, Balzac retoma el apólogo, pero ahora aplicándolo a la riqueza, la cuestión de su tiempo: ¿seríamos capaces de matar, sin riesgo, a cambio de la fortuna? Un letrista del momento había puesto el mismo dilema en una canción popular. En 1879, Eça de Queiroz ahonda en la huella balzaciana, porque adquirir la riqueza por cualquier medio seguía siendo el tema de su tiempo. Y aunque también el protagonista de su cuento sufre remordimientos de conciencia, de los cuales pretende escapar por diversísimos medios, y que ensombrecen su dicha de potentado, se muere pensando que si el resto de nosotros hubiese tenido su oportunidad de enriquecerse a costa del último aliento de un chino lejano, no habría quedado mandarín sano en el Celeste Imperio.
Más tarde, Richard Matheson rcoge el tema en un cuento -Button, button- , publicado en Play Boy en 1970, donde se une en el final la historia balzaciana con "La Pata del Mono".
La pregunta del Diablo al personaje del portugués sigue siendo actualísima y merece navegar por Internet. Si oprimiendo un botón, sin temor a responsabilidades o castigos, pudiéramos hacernos con la fortuna del presidente del directorio del más grande banco de Hong Kong, o la de Georges Soros, o la Bill Gates, a cambio de que estos personajes pasaran dulcemente al otro barrio ¿nos privaríamos de ese pequeño apretón? ¿La conciencia, a principios del siglo XXI, seguirá siendo esa señorona insobornable que nos contaba el vizconde de Chateaubriand al despuntar el siglo XVIII? No hay como las lecturas de vacaciones para plantearse las cosas profundas.-





sábado, junio 05, 2010


QUIEBRA FINANCIERA GLOBAL: ¿Quién será el pagador en última instancia?



Volver después de seis meses de hibernación tiene el problema -seamos pedantuelos- de l'embarras du choix: ¿qué elegir entre tanto material a la vista? A puro pálpito, elijo hablar de lo que más cuenta en el "reino de la cantidad", o sea la platita



Un estudio de Grail Research y Lux Research, para la Harvard Business Review, señala que el dinero invertido por los gobiernos de todo el orbe en rescates bancarios, para apalancar el sistema financiero, y en planes de estímulo para obras públicas equivale a 13 billones de dólares (billones norteamericanos, miles de millones), lo que representa casi el 22% del PB mundial y equivale a una deuda per capita de cada habitante del globo de 2.000 dólares. (Para más datos, la cifra iguala el PBI de los EE.UU.)



Tomemos con pinzas estas cifras (estamos curados de espanto con nuestro INDEC) pero, de todos modos, vayan anotando esta suma -que representa el estado provisorio de la deuda financiera global- en el debe de sus cuentas personales, porque alguien va a tener que pagar este plan para la salvación de la burbuja financiera global... y ya se sabe quiénes son los pagadores en última instancia: we, the people.

El actual Nomos de la Tierra, en situación de crujido, se propuso a partir de la Seguinda Guerra Mundial, y con especial inflexión desde los 70 del siglo pasado, cuando se generaliza la ideología de los human rights como baremo
del comportamiento polìtico global, desenvolver una institucionalización democrática desde arriba hacia abajo, desde lo global a lo local.

Reflexionemos un instante en que no nos encontramos inmersos en un mundo con instituciones globales medianamente fiables y compuesto, en alguna parte, por “países serios”, que se preocupan por aislar a unos cuantos failed states (países fallidos), ingobernables en el campo político e inviables en el campo económico y financiero.

Tenemos una suerte de constitución cosmopolítica universal, cuyo pilar es la Declaración Universal de los Derechos Humanos efectuada por la ONU en 1948, más la serie de tratados internacionales, muchos de ellos incorporados con jerarquía constitucional pro el art. 75, inc. 22 de nuestra Constitución, a partir de la reforma de 1994.

Tenemos una globalización judicial Corte Penal Internacional, Tratado de Roma; Corte Internacional de Justicia de La Haya, Corte Europea de Derechos Humanos cuya competencia llega hasta los Urales y tenemos una Corte Interamericana de Derechos Humanos con competencia continental. Tenemos la OMC, el CIADI y muchas más instituciones globales con "derrame" local, que omito. Pero vivimos globalmente en una excepcionalidad permanente y en una guerra civil generalizada, donde rige la enemistad absoluta y se puede destruir al enemigo a como dé lugar, sin importar los daños colaterales. No quiero abundar trayendo a colación el episodio de la llamada "Flota de la LIbertad" en el intento de romper el bloqueo de Gaza.


Es curioso que cierto países sean calificados como failed states, como políticamente ingobernables y económica y financieramente inviables, cuando presenciamos una falencia financiera global y un desgarro profundo de la red institucional planetaria que ha venido tendiéndose desde fines del siglo XX.


No más grondoneo sobre "países serios" y de los otros, lo que no quita que nosotros nos esforcemos en agregar a aquel colapso general nuestro propio extravío. Que ya es decir.-