miércoles, noviembre 30, 2016

Y EN ESO SE FUE FIDEL






Mientras el rey emérito Juan Carlos I firma el gran libro de condolencias en La Habana y nuestra doña Susana cancillera hace lo mismo con pucheritos de compunción global y correctìsima, Ignacio Ruiz Quintano, en "ABC", larga el suelto que transcribo a continuación, donde descuella el recuerdo del eximio Guillermo Cabrera Infante, cuya imagen preside el post, ese genial corrector de la manida frase de lord Acton, "el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente", convertida tropicalmente en "el joder corrompe y el joder absoluto corrompe absolutamente". Digamos, de paso, que la presencia española en la isla para la lágrima laxante sobre los restos jurásicos de la Revolución tiene sentido. Los empresarios españoles hace tiempo, como ejemplifica la línea hotelera Meliá, redondean negocios en Cuba, especializados en el diseño de ese mundo turístico vedado al pueblo nativo, donde un oceanógrafo podía ser el que buscando una propina te tendiera la tumbona bajo el sol playero. La cosa venía ya del tiempo de Franco, que nunca rompió con los hijos transatlánticos de la última y añorada colonia que mantuvieron las Españas, para con una isla donde tampoco prendieron demasiado los rencores y nostalgias de los pueblos originarios. Más aún: Fidel decretó duelo por tres días cuando pasó al otro mundo el hijo dilecto de El Ferrol. Los Castro y los Ruz son de ascendencia gallega, y el rasgo jacobeo nunca se olvida de un lado u otro del charco. Más todavía: cuando Felipe González era presidente de gobierno, don Manuel Fraga Iribarne, presidente de la Xunta de Galicia, invitó al Fidel gallegófilo y lo agasajó por tres días, al cabo de los cuales el barbudo condescendió a  saludar al socialista González. Otro renglón importante que justifica la visita del monarca emérito, sobre el que pasaré  un manto de Noé de púdica cobertura, son las comisiones y mordidas que los negocios con la isla dejaban de un lado u otro, pero....de mortuis nihil nisi bonum.  Sigo sin entender qué ganancia para nosotros  resulta de la asistencia de Malcorra, ya que lo único que recuerdo es que buena parte del rescate de los Born quedó en la isla y que, en contraparte, les perdonamos una deuda de algunos pocos miles de milloncetes de dólares que venía de arrastre desde unos tractores que les mandamos cuando Gelbard era ministro del tercer gobierno de Juan Domingo Perón.

Va, ya sin interposiciones,  el texto prometido:


La indignidad mundial que supone el tratamiento mediático de la “castroentiritis” es la obra maestra de la socialdemocracia (muy herida por la ruina de Obama y los Clinton): cultura de izquierdas, política de centro y economía de derechas.

Para los cuatro interesados en la locura de la libertad recomiendo, sobre castrismo, dos libros, trepidantes de humor (negro) y de amor (blanco) “a los cubanos sin Cuba, que son todos”: “Mea Cuba”, de Cabrera Infante, que resumió el castrismo inaugural en un rizoma ideológico (“el comunismo es el fascismo del pobre”), y “Del clarín escuchad el silencio”, de Pardo Lazo, que resume el castrismo crepuscular en una carencia crónica de libertad que, contrario, dice, a lo que despotrican los infantilismos de izquierda, consiste en una costra de burocracia aburrida, de represión rutinaria, de esclerosis moral, de catatonia institucional, de apatía y anomia innatas: "de no saber ni nombrar qué coño es lo que nos pasa".

Nuestro siglo XX no acabará hasta que no enterremos a Fidel Castro y en Cuba sea legal bailarle encima una rumba de cajón, qué vacilón… Por mi parte ya no espero nada, ni siquiera la ausencia. Cuba será libre. Yo nunca lo fui.
Su muerte, profetizó, será táctil: el amén cubano de extremaunción le llegará con puntitos apretados sobre su piel verde oliva –tatuaje textil–, cosquillita castrólica de las manos mujeres del cardenal: Monseñor Jaime lo ama. Y los feligreses aman al monseñor con una felicidad falaz, de traducción trucada y sonrisita soez. “J’aime”. Jaime.

Y este fogonazo de magnesio: “El caballo estaba atado a un coche en divisas convertibles de la Oficina del Historiador. Asumí que me había elegido a mí como testigo para morir menos solo. Sobre nuestras cabezas, la pancarta ideológi-comercial de un Fidel Castro anciano le sonreía ahora más picarón a los curiosos. La sorna no podía ser más helocuente, con hache himpronunciable: “¿ya lo vieron, cabroncitos? ¡yo sí que sobreviví!”

martes, noviembre 29, 2016

ALGUNAS HISTORIAS DE ESPÌAS





El discreto encanto de las historias de espías. John Le Carré, Eric Ambler, páginas devoradas que están en algún lugar de la biblioteca, pidiendo un safari para convertirse otra vez en blanco de lecturas. Los espías reales, que remiten a Mata Hari. Una historia real de espías que pide un gran novelista es la de África de las Heras y Felisberto Hernández. Hernández fue uno de los escritores más notables y extraños del Uruguay. Bicho raro más insólito que Onetti, por ejemplo, que vivía en la cama. Fue un pianista al parecer muy ducho en su arte, que tocó en pueblos y tugurios de la Argentina y de la Banda Oriental para sobrevivir malamente. Escribió cuentos fantásticos que asombran por su trama y el peculiar lenguaje del autor -dicen que influyó en Julio Cortázar.  Murió a los sesenta dos años, en 1964, con una obesidad deforme producida o agravada por su última enfermedad, una suerte de leucemia. No pudieron pasar su cadáver por la puerta y lo sacaron por una ventana. El féretro era una mala caja de pino. Ya en el cementerio, varias de estos cajones identificados sus ocupantes con su nombre en tiza, quedaron apilados, mientras los sepultureros trataban de ahondar la fosa para Felisberto, que había sido mal calculada. Se largó entonces una  lluvia rabiosa que borró las precarias anotaciones. No se pudo identificar ya cuál caja contenía sus restos, o los hombres de la pala no se preocuparon mucho por averiguarlo; lo cierto es que dónde reposa sólo es conocido por Dios.

Si esto no le parecido al lector suficientemente fantástico, agregaremos que se casó con una espía soviética, sin saber que lo era. Fue, creo, en su único viaje a Francia, con una beca que apenas le permitía sobrevivir, bajo la protección de su amigo el poeta Jules Supervielle.  Allí, corriendo el año 1947, en el Pen Club de París,  le presentaron a una atractiva morena, de acento andaluz,  María Luisa de nombre, aparentemente modista de alta costura. Felisberto, ya divorciado dos veces, se enamoró de ella. Se casaron en el Uruguay. Ella era África de las Heras, hija de un general español, educada en un colegio de monjas y espía reclutada por la entonces NKVD -luego KGB- con la misión de introducirse en Montevideo. Su nombre de guerra, o por lo menos uno de los tantos que usó en su carrera, era "Patria". Patria, que alcanzó el grado de coronela del Ejército Rojo, era una experta en comunicaciones. Felisberto, ese bohemio, además anticomunista notorio, era la fachada ideal, y además estaba relacionada con los círculos sociales e intelectuales de donde extraer e introducir información.  Había sido parachutada en Ucrania, durante la Segunda Guerra, detrás de las líneas alemanas, para transmitir datos. Luego había estado en México, tratando de introducirse en el círculo íntimo de León Trotsky, para facilitar el camino de su ejecución -que más tarde concretaría Alfaro Siqueiros con el auxilio de Ramón Mercader. El matrimonio duró poco. Ella culminó su misión y se separó de Felisberto. Volvió a casarse con un italiano que también espiaba para Stalin y que moriría casi al mismo tiempo que nuestro escritor. Regresó a la Unión Soviética, se jubiló como heroína y en el cementerio donde reposa una escultura la recuerda.   Como en un cuento.

Otra novela ejemplar con espías reales.  Cambiamos el escenario. Estamos en Chile. El cubano Luis Fernández de Oña, casado y con familia en la isla, oficial del Departamento América de Cuba, al que nos referimos en el post anterior, recibe órdenes de festejar a la hija mayor de Salvador Allende, Beatriz, familiarmente conocida como Tati, la confidente de su padre. El cubano se casó con ella por obediencia debida. Pasó a ser secretario privado y jefe de la seguridad del presidente chileno, prácticamente cercado por los servicios cubanos. Caído Allende, el matrimonio viaja a Cuba y allí Fernández de Oña revela a su mujer su verdadera condición y, finalizada la tarea encomendada,  vuelve con su primera familia. La desdichada Tati se suicidó con la pistola de su esposo putativo (algunos afirman que la ejecutaron). Poco tiempo después, su hermana se suicidó también arrojándose desde uno de los últimos pisos del hotel Riviera. Aires de tragedia alrededor del incansable espionaje cubano.


domingo, noviembre 27, 2016

FIDEL: LA DEFUNCIÓN DE UN MUERTO




En twiter, declaraciones de famosos, avisos fúnebres, esquelas diplomáticas, gargarizaciones por los medios, nos participan a cada rato de la defunción de alguien muerto hace unos cuantos años ya: Fidel Castro Ruz, comandante supremo de la Revolución Cubana.  Fui un adolescente de la era de la Revolución, casi estuve a punto de entusiasmarme con ella, pero confieso que nunca me convenció ese proceso, ni tampoco su jefe. Errores que uno comete, seguramente, y lo acompañan toda la vida. Nunca admiré al Che o a Fidel, nunca fui de izquierdas ni progre; ni siquiera peronista he sido. Ya sé: una declaración de fracaso, porque tampoco fui liberal ni neoliberal, y creo que el más grande gobernante que nuestro país haya tenido, habiéndolo comprendido en todo el calado de su personalidad histórica y modalidad cultural, fue don Juan Manuel de Rosas. Comprenderá el lector que estas coordenadas no conducen a reunir muchas simpatías. Pero también entenderá por qué escribo este post aburrido hasta el hartazgo de tanta pavada, enorme sandez  y tamaña cursilería que sobre los restos de Fidel se descarga por minuto. "Se cierra una etapa histórica y se abre otra", anuncian por doquier, principiando por nuestra canciller, a la que no hay pokemón de lugar común que se le escape. Nadie dice qué se cierra y qué se abre, pero la expresión permite salir del aprieto con aire de suficiencia.

Voy a resumir algunos puntos que desde largo tengo anotados sobre la "mística de la Revolución".

Cuba no tuvo ningún progreso significativo a partir de la Revolución. Tenía ya envidiables desenvolvimientos del punto de vista económico, social y educativo. Había prostitutas, corruptos, ricos y pobres, como hoy, y talvez menos, en cuanto a los últimos, que hoy. Jineteras hubo, hay y habrá, mal que le pese a un cierto prohibicionismo. Cierto que existía un triángulo turístico importantísimo entre Las Vegas, Miami y La Habana, por donde transitaron "Lucky" Luciano, Meyer Lanski o Vito Genovese, jefes mafiosos.   También había un desarrollo fenomenal de la música, el cine y el espectáculo: el Babalú donde triunfaron Xavier Cugat y Desi Arnaz; el famoso "Tropicana"; Amelita Vargas y Blanquita Amaro, actrices y bailarinas que triunfaron en Buenos Aires. La escolaridad tenía muy altos niveles. El Colegio de Belén, de los jesuitas, formó a Fidel y a Raúl y, más tarde, las aulas de la Facultad de Derecho de La Habana vieron pasar al futuro  Big Brother. La arquitectura cubana marcaba tendencias hacia el futuro modernismo latinoamericano.  Recibía Cuba inmigración  e inversiones norteamericanas y europeas y también exportaba empresas locales a los EE.UU.  Era un mundo brillante y animado, con problemas bajo la superficie que podían irse componiendo razonablemente.

El problema era político. Fulgencio Batista, un ex sargento, asumido el poder por segunda vez en 1952, se convirtió en un dictador, con prisiones arbitrarias y torturas a opositores. Fulgencio, que en 1933 había encabezado una "Rebelión de los Sargentos" que destituyó al dictador de la época, Gerardo Machado, se convirtió en jefe de las fuerzas armadas y presidente informal del país. Fue apoyado entonces por el partido Comunista, al que legalizó en 1938 (ver Hugh Thomas, "Cuba o los Caminos de la Libertad"). Cuando en los 50 retomó el poder, se había aparentemente apartado de sus aliados rojos. Pero en 1956 (3 de julio, revista "Bohemia"), una voz clara y valiente afirmó: "qué derecho moral tiene el señor Batista para hablar sobre comunismo, cuando fue candidato presidencial del Partido Comunista en las elecciones de 1940,  cuando sus eslóganes electorales se presentaban bajo la hoz y el martillo y cuando buena parte de sus actuales ministros y colaboradores  confidenciales son miembros importantes del Partido Comunista". La voz denunciante era de un tal...Fidel Castro.

Porque Fidel no arrancó como comunista; más bien, lo hizo como enemigo del socialismo. Hasta casi un año después de tomar el poder, declaraba (abril de 1959, "New York Times": "no estoy de acuerdo con el comunismo. Somos democráticos. Estamos contra todo tipo de dictaduras. Por eso, estamos contra el comunismo"). El comunista, el que había leído sobre marxismo, era el hermanito, Raúl. El que pacta con los EE.UU. El que abre una hendija a los negocios capitalistas. El que comprende que la Revolución es un tortuoso y áspero camino hacia la "cópula necrófila" con el gran dinero. La vida te da sorpresas, sorpresas te da la vida ¡Ay Dios!, cantaba un panameño...

Como John Reed con la Revolución   Rusa en 1917 (con su famoso libro reportaje "Diez días que Conmovieron al Mundo"), fue un periodista norteamericano, Herbert Matthews,  el que catapultó a Fidel para instalarlo ante la opinión mundial, con un reportaje publicado en "New York Times" cuando aún estaba en Sierra Maestra, donde se lo presentaba como "radical, democrático y, por ello, anticomunista". Esta  pifia informativa le valió que el nuevo régimen le otorgara una medalla como héroe de la prensa de Sierra Maestra. Fidel, en un rapto sincero, dijo al condecorarlo que sin su ayuda y la del "New York Times", "la revolución en Cuba no habría acontecido"

Seis meses después de llegar al poder, Fidel y el Che iniciaron su contrarrevolución de signo marxista-leninista. Los viejos camaradas fueron encarcelados (como Huber Matos, que pasó veinte años en prisión) o ejecutados bajo forma de un accidente (como Camilo Cienfuegos). Menudearon los fusilamientos sumarios y la torturas. Comenzó un masivo exilio ("cuando salí de Cuba/dejé enterrado mi corazón", cantaba Celia Cruz). Castro profesó su nuevo credo de esta manera:

"Juré ante un retrato del viejo camarada  Stalin no descansar hasta haber aniquilado a estos pulpos capitalistas".


No voy a hacer aquí un recuento de las muertes provocadas tanto en su país, como en el resto de Hispanoamérica, como en África, por la acción del hombre ya fósil que está pasando a la inmortalidad del siglo,   Stéphane Courtois, un investigador venido de la izquierda, en su "Libro Negro del Comunismo", editado en el octogésimo aniversario de la Revolución Rusa, proveyó esa estadística y señaló que todos los regímenes comunistas han "erigido el crimen de masas en verdadero sistema de gobierno", de 1917 en adelante. Desde Cuba, bajo el mando de Fidel y del Che, en 1964 comenzó  la acción guerrillera y terrorista en nuestro país, que dejó un saldo de miles de muertos, una generación tronchada, dolor por doquier, una respuesta contrainsurgente que no pudo esquivar la criminalidad, un derrumbe por vía judicial del edificio clásico de las garantías penales, una vampirización constante de los muertos que pesa aún sobre las generaciones posteriores a la lucha armada, y otros males que sería fatigoso enumerar. Todos los demás países de nuestra ecúmene iberoamericana, salvo México, sufrieron la misma plaga. Sin embargo, ante  las cenizas del hombre que llevó adelante esa empresa sangrienta y fallida, alguien que no presidía ya su Estado, van a inclinarse reverentes dignatarios venidos de diversos  países, en hipócrita condolencia. Nuestro gobierno enviará a la canciller, para poner los ojos en blanco ante los despojos de quien, entonces al frente omnímodo de su Estado, desde 1964, cuando gobernaba Arturo Illia, ordenó el despliegue de elementos guerrilleros en las zonas selváticas de Córdoba, Salta, Tucumán, Santiago del Estero y Jujuy, que fueron puestas bajo la dirección de Jorge Masetti, el "comandante Segundo" -se aguardaba al "comandante Primero", esto es, el Che-, instructor principal y comisario político de esos grupos fue el oficial cubano Hermes Peña, que se destacaba por imponer una disciplina de hierro -fusiló a elementos díscolos de la propia tropa-, mató el primer gendarme caído frente a la guerrilla, Juan Adolfo Romero, y finalmente fue muerto en combate, enterrado en el monte y sus restos descubiertos poco ha, siendo exhumados y trasladados a Cuba, donde recibió tratamiento de héroe.  Las acciones continuarían intermitentemente hasta 1989 -ataque al cuartel de La Tablada. Y el peso de la dirección estratégica de esta guerra revolucionaría estuvo a cargo del Departamento América, dependiente del Comité Central del Partido Comunista cubano, dirigido por Manuel Piñera, alias "comandante Barbarroja", casado con Marta Harnecker, cuyo manual de vulgarización marxista fue algo así como el "¡Upa!" donde hicieron sus primeros pininos nuestros antiguos combatientes irregulares.


¿Qué quedó de aquella revolución barbuda? Promesas de negocio concertadas con el viejo hermano sobreviviente, que los 86  intenta, como los Kim. que continúe la dinastía ("que no acabó la diversión/murió el Comandante y mandó seguir"), cuando el ya no esté, con su hijo Alejandro, su hija Mariela o su yerno, el general Luis Alberto Rodríguez López-Calleja, padre de sus dos nietitos. Y como fiel discípulo, acude a las exequias el hombre venido desde la última colonia que conquistó Cuba: Nicolás Maduro de Venezuela. Del joven y arrogante Fidel al rumbero Nicolás que confunde en acto fallido "peces" con "penes".  Pidámosle prestada a Carlos Marx la frase que repiten todos los que nunca le han pasado la vista a "El Dieciocho de Brumario de Luis Napoleón": la revolución se inicia como tragedia y se repite como farsa. De la Sierra a la urna lagrimeada;  del guerrillero al bufón. Y para los muertos, torturados y humillados en el medio siglo intermedio, para todos los "daños colaterales", el silencio plomizo de los que han decidido que es más diplomático no acordarse.

En fin, un presidente electo, casi el único a contracorriente, tuiteó apenas difunto el ícono caribeño: "Castro is dead!". Está muerto. Terminado. Acabado. La Revolución bajo el pie forense de una necropsia.-

sábado, noviembre 26, 2016

VERSITOS DE CARAMELO PARA EL OGRITO MALEFACTOR



A Maduro, en Venezuela, nadie lo quiere. Fuera de la vieja Nueva Granada, tampoco obtiene demasiado apoyo, salvo una bendición del Papa, que bien podría entenderse también como una extremaunción. Pero la porción de ejército que lo apoya, la "nueva clase" del régimen bolivariano y la dispersión opositora, le permiten sobrevivir respirando a flor de agua. Un bálsamo de Fierabrás para esta alma contrita que baila la rumba para no salir corriendo fue, para su reciente cumpleaños, el poema que las pantallas estatales le dedicaran, de parte de PDVSA:

Al presidente obrero en su día

 

Diestro conductor en tiempos tan duros

Timonel que nos lleva a puerto seguro.

Hombre de pueblo llamado Nicolás.

Obrero leal con visión de futuro.

 

Patriota que lleva luz en lo oscuro.

Revolucionario que derriba viejos muros.

Hijo de Chávez y líder capaz.

¡Feliz cumpleaños, presidente Maduro!

[Felicitación de la empresa petrolera PDVSA al presidente NIcolás Maduro en su 54 cumpleaños, 23 de noviembre de 2016]

Para el país que produjo a Rómulo Gallegos y Arturo Uslar Pietri, la elegía al ogrito malefactor -en la foto, recibiendo inspiración de Sai Baba- no parece de antología. Me rectifico: sí, de antología de la asnería y el lameculismo.

EL ELEFANTE DE LOS INGRESOS EXPLICA ALGUNAS COSAS



 
 
El gráfico anterior pertenece al economista serbio Bruno Milanovic. radicado en los EE.UU.  El eje vertical representa el crecimiento de la renta real acumulada, a partir de 1980. El eje de las abscisas los porcentuales de ingresos globales. Surge de allí quiénes ganaron y quiénes perdieron con la globalización.  Crecieron los ingresos de una "nueva" clase media, elevada desde la pobreza, fundamentalmente del Extremo Oriente, pudiendo añadirse, en parte, el caso brasileño. Perdieron -fase descendente del lomo del elefante- las clases medias relativamente establecidas -Unión Europea, Norteamérica; en gran parte, el caso argentino. La trompa del elefante es el crecimiento sideral de los ingresos de los grandes ricos, convertidos en más ricos aún.

 
 

 
Transcribo unos párrafos muy sugerentes de Milanovic, escritos antes de triunfo de Donald Trump:
 
"Supongamos que las conquistas de la clase media asiática y el estancamiento de los ingresos de la clase media de los países ricos están relacionados de alguna manera - ya sea a través del comercio, que deprime los salarios o empuja a los trabajadores poco cualificados al paro, o a través de la deslocalización hacia economías de bajos salarios - y que por lo tanto, la satisfacción que implican las noticias de cambios positivos a nivel mundial, desaparece. La gente puede aceptar la falta de crecimiento de los ingresos por una causa noble o una razón tan abstracta que no sepa como evitarlo. Pero si la causa es relativamente concreta y si las pérdidas están vinculadas a las ganancias de otros, incluso si esos "otros" son menos pudientes, los trabajadores con salarios estancados suelen estar menos dispuestos a aceptar su sino (...) Esta insatisfacción, si se traduce en un descarrilamiento de la globalización mediante un mayor proteccionismo, nuevas políticas anti-inmigración, controles de capital, o varias condiciones enervantes como cuotas de "producción nacional", podría frenar el crecimiento de los ingresos de los pobres y las clases medias en Asia. Tal respuesta populista en Occidente - evidente en Europa en UKIP, Frente Nacional francés, Alternativ für Deutschland, el Movimiento Cinco Estrellas, o los Verdaderos Finlandeses - surge directamente de la frustración de la clase media europea".
 
Y añade:
 
"Los populistas advierten a los votantes descontentos que las tendencias económicas observadas durante las últimas tres décadas son sólo la primera ola de mano de obra barata procedente de Asia enfrentada en competencia directa con los trabajadores en el mundo rico, y que están por llegar más olas de los países más pobres de Asia y África. El estancamiento de los ingresos de la clase media en Occidente puede durar otros cinco décadas o más. Todo ello pone en cuestión tanto la sostenibilidad de la democracia en estas condiciones como la sostenibilidad de la globalización. Si la globalización descarrila, las clases medias de Occidente pueden escapar momentáneamente a la presión inmediata de la competencia asiática más barata. Pero los costes a largo plazo para ellos y sus países, para no hablar de los pobres de Asia y África, será alto. Por lo tanto, los intereses y el poder político de las clases medias en los países ricos las empujan a un conflicto directo con los intereses de los pobres en todo el mundo.  Estas clases de "perdedores de la globalización", particularmente en los Estados Unidos, han tenido poca voz o influencia política, y tal vez por eso la reacción contra la globalización no ha tenido tanto eco. Han tenido poco que decir porque los ricos controlan el proceso político. Los ricos se han beneficiado enormemente de la globalización y tienen gran interés en que continúe. Pero aunque su monopolio del poder político ha permitido la continuación de la globalización, también ha vaciado de sentido a las democracias nacionales y transformado a muchos países  en cuasi-plutocracias. Así que la elección parece estar entre plutocracia y  globalización o  populismo y frenar la globalización".
 
Como se ve, estamos ante un muy probable punto de no retorno de la globalización, cuando la apelación a sus efectos benéficos ya no resulta, palpablemente, sostenible, y la reiteración de sus eslóganes se convierte en nafta para el fuego conflictógeno. Esas clases medias burladas, por otra parte, son los verdaderos dínamos de cualquier recuperación económica -no los negocios financieros de Soros, para ponerle un nombre a los happy few trepados en la trompa del elefante. Quienes se encuentran en la zona de exclusión, encarcelados en el freezer de la indigencia, resultan, paradójicamente, la plebe o lumpen a la que la ruling class mundial acude como elemento de control de la rebeldía de las clases medias, amenazándolas con soltarlas en una Gran Noche reivindicativa. En ese panorama, la apelación al pauperismo de los ebionim de Israel, que campea en los instrumentos vaticanos, movido sin duda por un impulso agapístico, yerra el análisis y coincide en mantener el encierro esclavístico de la indigencia, ahora revestida de un carácter redentor.  
 
Esas clase medias burladas votaron a Mauricio Macri para la presidencia, pero el gobierno, hasta ahora, ha quedado bloqueado a dos puntas: por los "movimientos sociales", que con un hábil sistema de alianzas consiguen el maná de susbsistencia a costa del endeudamiento fiscal creciente, y por las apelaciones, casi como un mantra, a la recuperación que habrá de producirse a través de los instrumentos globalizadores del "volcarse al mundo". Las clases medias, un nuevo actor político-social cuya "conciencia" (para decirlo en términos caros al marxismo tradicional) va creciendo paulatinamente, sienten por doquier que gobierna una casta política  que permite a los super ricos seguir escalando puestos en la trompa del paquidermo, mientras hace beneficencia electoral con la masa excluida, reducida a esclavitud, con fondos estraídos del esfuerzo de los sectores medios, a los que se esquilma doblemente con la presión fiscal incesante y con el mensaje espiritual de que deben purgar su egoísmo.  
 
Vivimos tiempos interesantes, indudablemente.-
 

miércoles, noviembre 16, 2016

ABOUT TRUMP? SAY NO MORE, FAM




Marine Le Pen pidió "ne pas racialiser" la elección de Trump. Tiene razón, ante todo pensando en Francia, donde el vocablo tiene su dimensión particular. Pero la "racialización" está en el orden del día del periodismo vernáculo, cuando cesan las meditaciones profundas sobre el seleccionado.  Con este post cierro mis notas sobre Trump y el trumpismo porque entre comentaristas y politólogos, ambas layas con apenas  dos o tres rudimentales consignas repicándoles constantemente en la calota craneana, he alcanzado un cierto nivel de tedio. Cualquiera se da cuenta que  no es principalmente racial sino ante todo  social la línea de corte del conflicto, pero ocurre en una sociedad donde, bajo el vínculo unitivo de la constitución, cada grupo étnico tiende al cocoon,  a encerrase en su propia cápsula, con un tacto de codos muy limitado con los integrantes de otros grupos, mantenido bajo el lenguaje políticamente correcto. No el melting pot,  reflejado en aquella vieja película  "¿Sabes quién viene a cenar?", con Spencer Tracy -que moriría dos semanas después del rodaje- y Sidney Poitier.  La discriminación positiva, la reivindicación permanente y expansiva de derechos de las minorías,  a través de un proceso  de mayor intervencionismos del gobierno central y de un proceso interpretativo judicial de la constitución -de allí la reacción "originalista" -desequilibró aquel tinglado de una democracia diferencialista de comunidades de base predominantemente étnica. Especialmente, cuando la minoría más desprotegida es una que no cuenta como tal: la del blanco, gordo (excluido Michael Moore), heterosexual, patriota tomada a la chacota, condenada al silencio porque si habla rompe los tabúes de lo correcto, traicionada por la dirigencia política, en especial la republicana y empobrecida en un  deslizamiento que no revierte para ella.  Pero no toda la  white trash ha votado a Donald, aunque buena parte, ni todo el black people a Hillary, aunque el grueso, ni todo el latin people -cubanos por ejemplo- a la fórmula demócrata.  La constitución norteamericana, en la mente de Hamilton, nace con tres cerrojos al gobierno popular -el peligro electoral de los granjeros empobrecidos que querían condonación hipotecaria y seguir con la inflación de los continentals- que son la presidencia, el Senado y la revisión judicial de las leyes que más tarde Marshall pone a punto. A partir de allí  se maneja la metáfora mecánica de los checks and balances, fórmula inexportable y de geometría variable. Woodrow Wilson, que fue profesor de derecho constitucional, siendo representante, sostuvo que el núcleo del gobierno norteamericano era "congresional", esto es, residía en el Capitolio. Cambió de idea cuando fue presidente y se quejó amargamente de que la Corte Suprema funcionara como una "convención constituyente en sesión permanente".  Los checks and balances están ahí y tomarán su particular impostación durante el gobierno de Trump. Cuando Obama creía que no iba a pasar el filtro de la Corte su Obamacare, desde México se mandó un discurso tomado de la escuela crítica -la del profesor Mark Tushnet, con quien recuerdo haber tomado unas buenas copas en un congreso en Natal, divagando sobre el tema- donde abominó de la facultad de la revisión judicial, juicio que cambió al elogio opuesto cuando triunfó con el voto ondulante del presidente conservador del alto tribunal. Hay quien grita  que Trump no podrá cumplir sus promesas (Obama no pudo cerrar Guantánamo, me parece), pero la cuestión no está ahí. Trump le ganó a lo que la prensa y la mostacilla intelectual dice que hay que pensar -y votar-; ahí está su revolución o como quiera el lector llamarla, cualquiera sea su suerte política. Mientras tanto, ha surgido un antitrumpismo periodístico y de un bajo clero académico que, bajo la bandera del antipopulismo, manifiesta un rechazo esnob, si no guarango, por el sufragio universal. Para criticar el sufragio universal, muchachos, tienen que tener la estatura de un Charles Maurras. Si no, mejor se callan.

domingo, noviembre 13, 2016

SOBRE LAS MINORÍAS, EL NARCISISMO, EL PUEBLO Y EL COMÚN

 
 

 



Siguen sin entender. Los supuestos expertos en "sentir crecer la hierba" de las tendencias de las masas continúan con el retornelo del antitrumpismo, por malas razones. Incluso echan mano de lo que Leo Strauss bautizó como reductio ad hitlerum: Trump es una especie de versión Queens del cabo de bigote breve nacido en Braunau am Inn y, como él, trae un mensaje irreversible de odio y muerte. Traten de ver por encima del cerco de su corral. Las manifestaciones en los grandes centros urbanos -por ejemplo, en Unión Square, en Nueva York- donde señalan que Donald "no es nuestro presidente", ¿provienen de una grieta que produjo Trump con su prédica? ¿No se les ocurre que esa grieta estaba de antes y ahora, simplemente, ha salido a la luz?  





Pónganse en el caso de un deplorable blanco, busarda cervezófila y reflujo eructable,  rutinario heterosexual que se ríe con ganas de las guarradas sobre el pussy, de clase media venida a menos por la caída constante del poder adquisitivo de su salario, que en el jardincito de su casa suburbana tiene la bandera de las barras y estrellas, por algún lado unas armas en forma destinadas a quien quiera penetrar en su inviolable recinto  y, en un cajón del armario, un birrete de vet. "Resulta que había una rabia más profunda en la América blanca y rural de lo que yo creía", tuitea ahora, repentinamente avivado, Paul Krugman, premio Nobel de Economía. Los ocho años de Obama, como los ocho años de Bush el joven antes, no cerraron fosos, sino que ahondaron trincheras. Y el mundo jurídico del derecho global -el que conozco y por eso hablo de él- contribuyó a esa tarea constante de pala y excavadora. La sociedad no existe -lo dijo Margaret Thatcher y, al revés de los "asombrados" de ahora, sabía muy bien lo que decía-; el pueblo es un mito urbano para uso de líderes desagradables; lo común cuyo bien debemos procurar entre todos  es una fantasía medieval en la que ya ni los curas creen. Lo que existe es una constelación de biografías, de proyectos individuales que deben ser  realizados al máximo, con la carta de triunfo de los derechos. Los jueces que dicen lo que la constitución verdaderamente dice, están ahí para poner el brazo armado del derecho a disposición del deseo de cada uno. Pero no de cualquier "cada uno": hay que pertenecer a una minoría, a una de esas minorías "discretas y aisladas" -4a. nota al pie del Justice Stone en United States v. Carolene Products - o quizás difusas, que deben ser alzadas mediante medidas discriminatorias de acción positiva: LGBT, veganos, pro choice,  coleccionistas de iguanas de compañía. El gordito aquél ¿es minoría discreta o aislada protegible? ¿tiene derecho a un proyecto biográfico más allá de ver deportes en la tele? ¿Cotiza en algún club de swingers? ¿Afirma el derecho a la fecundación asistida heteróloga? ¿Repudia la segunda enmienda? Negativo, no da el perfil. El gordito de los regüeldos siesteros vale, para decirlo en nuestros términos, como número de CUIT o CUIL: ese es el único rasgo identificatorio que de él interesa. Porque el panzón rupestre, en su carácter de mayoría disimulada en la espiral de silencio -mayoría siempre "ocasional" aunque él haya votado siempre lo mismo-  tiene que contribuir a que los demás, los minoritarios de las discrete and insular minorities puedan cumplir acabadamente con los proyectos biográficos que encapsulan sus deseos. Por lo menos, debajo de su baseball cap el gordito  ha empezado a ver las cosas así; se siente el paganini, el que tiene "formarse" con las cuentas de otros  siempre sin que nadie le lleve el apunte a él. Percibe, sea votante del elefante o del burro o de ninguno de ellos, que las dirigencias partidarias endogámicas, autorreferenciales y hasta incestuosas han contribuido a que los ricos se hagan cada vez más ricos, las minorías cada vez más demandantes y que a él le han desdibujado hasta la desaparición el american dream: con su propio esfuerzo, cada generación avanzará unos escalones sobre la anterior.

Insisto -lo he escrito y dicho muchas veces ya- que la raíz de estas situaciones se encuentra, cuando se lo enfoca desde el punto de vista jurídico-político, en la conformación de un sistema cuyo centro aparente es el "individuo soberano", dotado del derecho originario, en tanto miembro de la especie a reclamar derechos sin tener en cuenta ni la naturaleza de las cosas, ni el Derecho ni la Política, a la medida de su deseo, que se constituye en el único dínamo y el único límite de sus reivindicaciones. No hay ya sociedad sino un adunado de Narcisos reclamantes en busca de la realización de sus proyectos biográficos individuales, donde al cabo se encuentra un incesante "siempre más". No hay Derecho, sustituido por una totalitarización de la subjetividad, por "mi" derecho", distribuyéndose estos derechos como armas virtuales para la contienda entre minorías a ver cuál de ellas, y hasta qué punto, puede alzarse con el premio de la consagración por el legislador o el juez constitucional de su reclamo sin fin. No existe ya lo "común", ese descubrimiento de Atenas que se convierte en "público", cosa de todos, "res publica", en el mundo romano. El reclamo individual o de minorías se dirige contra el Estado, que en la constitución cosmopolítica global se convierte en el servus servorum del individuo -aparentemente- "soberano", bajo la mirada atenta de los órganos supranacionales del derecho global.  No existe ya el pueblo, al que los romanos atribuían la maiestas en el orden jurídico-político. Curiosamente, el "pueblo" considerado en abstracto, sigue teóricamente siendo el soberano según los textos constitucionales de los cuatro rumbos (parece que we the people  se ha despertado en USA de su sueño más que secular, como un fastidioso Rip van Winkle), pero sucesivamente fue despojado de esa corona por la clase política seudo representativa y la "democracia constitucional"  de las cortes constitucionales. La referencia común hoy a una superstición estadística, la "gente", a partir de cuyos percentiles se fabrican y manipulan "consensos" para cada conflicto en particular, con una última instancia en los tribunales constitucionales como "fórum de la razón pública", los que a modo de nuevo clero ungirán sus decisiones con el óleo de los principios cosmopolíticos tallados en los tratados posmodernos de derechos humanos.


8 de noviembre 2012 -cacerolazo en Buenos Aires y el interior

El pueblo, ah, esa abstracción. Loris Zanatta, a partir de sus estudios sin duda valiosos sobre el peronismo, ofrece una contraposición entre una especie de muñeco retórico, el populismo -muñeco construido con retazos en buena parte reales y verificables-, por un lado, y por otro una visión beatífica e irreal de las democracias liberales, con su "idea ilustrada de la modernidad", esto es, según nuestro autor, "una idea basada en el individuo, en la razón y en la heterogeneidad fisiológica de las sociedades humanas".  Esta figura opuesta a la anterior no se funda en ningún dato real y verificable; es una  sugestión de paraíso que en nada se parece a la verdad efectiva de las cosas en el mundo real. La civilización liberal, pues, se encuentra cercada por la barbarie populista; más aún, una quinta columna amenaza a aquel paraíso -no hay paraíso sin serpiente- desde adentro de sus murallas. Zanatta la emprende contra la noción del pueblo como sujeto jurídico-político, y lo declara una abstracción. Lo que ocurre es que su descripción del pueblo mezcla a designio diversas, muy variadas y hasta opuestas caracterizaciones del término, para concluir en su irrealidad. El "pueblo"  termina siendo un significante sin significado que cada populismo se inventa, que a su vez corresponde a una comunidad territorial y cultural, de la que resulta aquél custodio de sus virtudes, de naturaleza homogénea y monolítica, fácilmente representable por el líder y, en definitiva, un mito que permite en el siglo XXI replantear un organicismo comunitario que mucho se parece a un fascismo más desestructurado.

Voy a repetirme en este punto, que considero de suma importancia aclarar. El pueblo, del punto de vista jurídico-político, no es una abstracción. Muy al contrario, resulta, junto con "gobierno", una "presencia real" en un campo donde menudean los conceptos abstractos, tales como Estado, libertad, bienestar, etc.  Vamos a dejar de lado, ante todo,  las acepciones del pueblo como entidad metafísica (el “pueblo de Dios”) o creación romántica (el “espíritu del pueblo”). De este modo, tenemos ante todo una significación de “pueblo” asociada a una comunidad histórica y cultural, que reconoce una continuidad, un “nosotros”  en el tiempo, esto es, una tradición con raíces persistentes que lo diferencia  e identifica con respecto a otros pueblos, a los que reconoce como tales, siendo que esa diferenciación no resulta de por sí beligerante.  Otra acepción de “pueblo”, que suele prestarse a la manipulación ideológica, es la del conjunto de los trabajadores, los pobres, los desheredados. La plebe, la “chusma sagrada” de Almafuerte, contrapuesta a los poderosos que manejan las palancas del mando. Aquí hay un “nosotros” que se opone a un “ellos”, los que no son pueblo, y tal conflicto tiñe este significado de un componente político, aunque más asociado a su retórica que a su práctica. La tercera acepción, que es la que aquí interesa, es la del  pueblo en sentido propiamente político, al que se le atribuye en casi todas las constituciones existentes, incluida la nuestra, el carácter de “soberano” virtual.   En este sentido, el que más asemeja al demos o al populus del mundo antiguo, el pueblo es la misma sociedad política y, más específicamente, en ella, los que no gobiernan ni participan del gobierno de algún modo. Es el cuerpo cívico, no entendido como simple padrón electoral,  elenco de todos aquellos que están habilitados como electores para votar por quienes se postulen como candidatos a magistraturas públicas. Más precisamente, lo consideraremos como el conjunto de hombres y mujeres libres que se dan entre sí el trato de ciudadanos y que pueden debatir y decidir también libremente sobre los asuntos públicos. El pueblo así considerado es la única presencia real en la política: no hay política sin pueblo ni hay pueblo sin  política. Ninguna forma política ha podido prescindir del pueblo, porque su existencia es condición de la existencia de aquélla y, recíprocamente, por medio de ella es que el pueblo adviene a la dimensión superior donde puede hallar la realización de la vida buena. El pueblo político confirma al pueblo-comunidad y encauza las reivindicaciones del pueblo-plebe. El pueblo político configura la “cosa común”, la respublica, que no es de pertenencia estatal, ni tampoco la cosa nostra de los amigos del poder. La cosa de todos no pertenece a nadie en particular y requiere la buena y plena deliberación sobre sus asuntos, para obtener una acción adecuada en vistas del bien común, esto es, el que no podríamos alcanzar particularmente y es común a las partes y al todo. De acuerdo con un antiguo aforismo romano, lo que a todos afecta debe ser tratado por todos. En este tiempo de manipulaciones múltiples, el último recurso del pueblo es el voto. No ya en el sentido positivo de elección, sino, como ya lo había visto Ostrogorski en los albores del siglo XX, como medio de intimidación social contra la clase política: lo que ha ocurrido últimamente en la Argentina, Inglaterra, Colombia y los EE.UU. Aquel pueblo político es lo que se ha perdido en nuestro tiempo y nadie sabe dónde está, aunque a veces hace sentir su voz intimidatoria.

La desaparición del pueblo político da la razón a quienes  señalan  que nuestra  era no sólo puede caracterizarse como posmoderna, posmetafísica y poscristiana, sino también como posdemocrática.-

 

 

 

viernes, noviembre 11, 2016

EL VOTANTE DE TRUMP (según Hughes, del "ABC")




 
                                            
 
 
 
 
 
 

Se mentía con ganas, más allá de lo imaginable, mucho más allá del ridículo y del absurdo, en los periódicos, en los carteles, a pie, a caballo, en coche. Todo el mundo se había puesto manos a la obra. A ver quién decía mentiras más inauditas. Pronto no quedó verdad alguna en la ciudad.

         Céline  

 
Ha prosperado el estereotipo del votante trumpiano blanco, paleto e ignorante. “Los blancos sin estudios”. Blanco, sin estudios, heterosexual y gordo es casi lo peor que se puede ser en la vida. Se insiste tanto que a veces parece que se está queriendo decir algo más, como si sus votos fueran de menos calidad. Lo dicen con retintín: “Mira, toman crack mientras escuchan música de banjo y planean votar a Trump”. Aquí no he leído a los mismos analistas incidir en la naturaleza rural del voto socialista, por poner un ejemplo. O en el voto interior, rural, inamovible de los nacionalistas. El voto es voto, y ya.

 

Pero incluso ese perfil puede que tampoco sea del todo preciso. Del votante de Trump se sabe bastante, y también que algo va evolucionando. Por ejemplo, ayer daban un dato sobre el incremento en apoyo femenino. Ya no está tan lejos Hillary. Y en mujeres blancas ganaba Trump.

 

El votante de Trump cree mayoritariamente que EUU está peor que hace cincuenta años. Es nostálgico. Camille Paglia decía que Trump tenía el “bling” Sinatra. Realmente, los 50 y 60 son una idelogía. La nostalgia por la Edad de Oro (Trump es oro) podría ser un horizonte político. Además, es un votante que cree que la próxima generación estará objetivamente peor; esto es, pesimista. Muy lejos de la idea de progreso, su votante tipo ve la historia como un tobogán y Estados Unidos como una decadencia.

 

Es inferior al 10% la población que piensa en la diversidad como algo negativo. Va con el país. Sí es cierto que los votantes de Trump tenían, al menos en verano, un porcentaje más acusado de personas inclinadas a desear el especial “escrutinio o vigilancia” de los musulmanes. También eran mayoritarios entre quienes consideraban la inmigración como un problema nacional, y eran menos optimistas sobre los efectos de los tratados comerciales. Eso aumentó mucho en el 2015. Esos rasgos existen, es verdad. Pero el perfil del votante guarda alguna sorpresa. Por ejemplo, Hillary es más fuerte en votantes de rentas bajas. Con una diferencia casi del doble. Esto no se suele destacar como algo negativo, lo que sí sucede con Trump. Este tipo de sesgos son continuos.

 

Con datos de esta semana: el votante de Trump es mayor en el Medio Oeste y el Sur, varón, blanco, pero no pobre. Tiene más ingresos que el de Hillary, que se impone en los segmentos más bajos. El 60% de los votantes con ingresos menores son clintonianos. Trump tiene más entre los niveles más altos.

 

Hillary se impone en el voto urbano, casi un 60%; no se alejan mucho en el suburbano, pero Trump se impone en el rural con un 55% del total.

 

A Trump le votan más los padres y madres, más las mujeres casadas, mientras que las solteras se inclinan por Hillary.

 

Trump se impone mayoritariamente entre los protestantes, con un 52% (38% Hillary, 10% el resto de candidatos), y Hillary en el mundo de los no religiosos. Un 60% de las personas que no creen en Dios votará a Hillary (como no podía ser de otra manera).

 

Tampoco hay grandísimas diferencias en la edad.

 

En cuanto a los estudios. Aquí se asoma otro matiz. Con High School se impone Trump. También en la categoría de “some College”. Clinton en “College degree or more”: 47% ella, 39% Trump, pero tampoco son diferencias tan grandes como las de otros ámbitos. Hillary triunfa 3 contra 1 en doctorados (y esto no sorprende).

 

El votante de Trump ve más la tele. 35 horas a la semana.

 

Por tanto: votante blanco, varón, nostálgico, pesimista, probablemente gordo y con el mando a distancia en la barriga, de ingresos medios más altos, del Medio Oeste o del Sur, de entorno rural, con estudios medios, convicciones religiosas, y más probablemente entre los protestantes. A un ser así, ¿le podemos entender del todo? ¿Y juzgarle con nuestra miopía y criterio hispano?

 

El entorno rural se trata en España de un modo asombroso. Se tiene interiorizado el éxodo, como si fuera una situación de paso, y no se menciona la importancia de lo rural como plano filosófico, y como comunidad. ¿Por qué lo rural no puede ser sujeto político?

 

Hemos conocido reportajes sobre el incremento en consumo de drogas y el descenso en el nivel de vida de la población blanca. No se me ocurre una razón más legítima para reaccionar políticamente. Uno de los legados de Obama ha sido dejar candente la cuestión racial. Se hace raro escuchar la segmentación racial de los mensajes. Un “logro” de Obama, el Black Lives Matter. Pero sobre ello, en un mundo complejo, sobre la raza, debería haber otras cosas. Los expertos hablan del lugar, del grado de conexión con lo global como aspecto principal.

 

Serían personas en las que se darían dos circunstancias: una visión distinta, más marcadamente nostálgica de la vida política y social (una visión concreta del pasado); y los efectos, también más marcados de la globalización (un presente intenso).

 

Es decir, que el votante de Trump no es la raza. Es algo más. Es una manera distinta de entender el pasado, de sufrir el presente (la crisis) y de enfrentarse a un futuro en el que no cree.

Es un hombre blanco y un eje temporal completo.

 

Juzgar a estas personas con el instrumental español se hace arriesgado. Así puede suceder que los mismos que toleran el nacionalismo en España hablen con asco del posible nacionalismo trumpiano. O que unos votantes no más pobres que los de Hillary, y con estudios medios, hayan sido simplificados desde el principio como “blancos sin estudios”. Rasgo que, por cierto, no se resalta de ningún otro grupo étnico; y en cuya insistencia se demuestra un democratismo entre ligerísimo y sórdido.

 

A veces, y considerando que Trump es también una reacción a la Prensa y los Medios , este menosprecio al votante parece una excusa, una disculpa, como si dijeran: “Mantenemos aún nuestra influencia, pero es gente que no lee”. No somos nosotros, son ellos.

 

El votante de Trump, de todos modos, mañana puede que ya sea otra cosa. No un caso clínico necesitado de explicación, sino un gran movimiento nacional.


                                        
 
 

MAVERICK  JUGÓ LA CARTA DE TRIUNFO



"Maverick" fue una serie norteamericana de los años 60, protagonizada por James Garner. Bret Maverick era un tahúr que se destacaba en el proceloso póker del Viejo Oeste. La palabra se aplicaba al animal, generalmente un ternero, sin marca y criado guacho. Por extensión, denomina al sujeto que gusta hacer las cosas a su manera, por fuera de la manada, a su aire. Se originó en un tal Sam Maverick, un tejano que dejaba su reses sin marcar, orejanas, allá por mediados del siglo XIX. A raíz de la serie, en el muy especial póker abierto popularizado por la televisión se llama "maverick" a recibir dos carta Q y J, en la primera mano.

En los EE.UU. apareció un maverick confiado en sus naipes que se alzó con la presidencia ganándosela a los dueños del garito.  Se  llama Trump, que justamente, en inglés, tiene como primera acepción carta de triunfo.

Trump le ganó a la globalización como forma "natural" del Nomos del planeta, bajo un orden mundial que tiende a un mando unificado y, a la vez, anónimo: los "mercados" gestionados por la expertocracia. Le ganó a la mordaza de lo políticamente correcto. Le ganó a una clase política endogámica, en especial al establishment de  su propio partido. Le ganó a la sociedad político-conyugal de Bill y Hillary, los Kirchner de Arkansas. Reivindicó el sentido jurídico-político de "pueblo" frente a la coalición de minorías demandantes -la herencia de Obama es una Norteamérica desintegrada mucho más de lo que ya estaba. Ganó proclamando no estar a favor -por convicción o cálculo, poco importa- de los "valores multiculturales": LGBT, ideología de género, aborto como bandera política, etc. Reivindicó a la clase media laboriosa y empobrecida, frente a una política "socialdemócrata" trazada por los que estás muy alto  para repartir dádivas de supervivencia a los que están muy abajo, pagadas por los del medio. Puede ser que fracase en poco tiempo, pero una cosa es él y otra el fenómeno profundo que supo interpretar  y será perdurable en el tiempo y en la extensión, mostrando que el llamado "populismo" es reactivo a la crisis terminal de la democracia liberal, el constitucionalismo clásico y su ortopedia neoconstitucional. Lo lamento por Macri que se dejó llevar por los "bienpensantes" de su circulito rojo; lo lamento por Susana Malcorra, que mentalmente actúa como secretaria general virtual de la ONU y no sólo apostó por Hillary sino que la consuela después; lo lamento por Martincito Lousteau, un embajador que se juega...mal, como en la 125 y cada vez que se necesitaba pensamiento y no cháchara; lo lamento por los políticos argentinos que viajaron a Washington para participar de la apoteosis de Hillary I y lo único que pudieron hacer es asaltar el freeshop: lo lamento por las "presstitutes", como la llaman los trumpianos, mercenarias formadoras de opinión que, después de denostarlo de todas las maneras posibles, ahora no saben cómo dar la voltereta salvadora; lo lamento por las empresas de sondeo y marketing político, que no intentan medir sino manipular y acaban atragantándose con su propia mentira; lo lamento por todos ellos y muchos más pero, "me endiosa el pecho inexplicable un júbilo secreto" cuando los veo quejarse y gimotear, ¡qué quieren que les diga...!



La canción de la serie "Maverick" empezaba con algo así:

Who is the tall dark stranger there? /Maverick is the name

Quién es aquél tipo alto y extraño allá/Maverick se llama

Y seguía con lo de "my old pappy", que el protagonista repetía siempre, antes de dar su final golpe naestro:

"My  old pappy always told me your fate is in your hand
Luck don't have a thing to do with how you play the game
Maverick didn't come here to lose
No one recalls the first hand, they all know who won the last"

Mi viejo siempre me decía que el destino estaba en mi mano
La suerte tiene poco que ver con la manera de jugar el juego
Maverick no vino aquí a perder
Nadie recuerda  la primera mano, todos saben quién venció al final 

En 2011, en la fiesta de corresponsales de la Casa Blanca, un cómico animador de la fiesta y el presidente Obama metido también  a graciosito le tomaron el pelo a otro invitado, que había anunciado su intención de postularse a la presidencia. El invitado era Donald Trump y los exhorto a buscar en la red el episodio -visto hoy es patético- y mirarle la cara al actual POTUS (president of the United States), who won the last.  Con aquella canción de fondo debería asumir Donald el próximo 20 de enero.