domingo, octubre 16, 2016

SOBRE EL NOBEL DE LITERATURA


No opinaré sobre el Nobel de literatura a Bob Dylan, porque aunque pertenece a mi generación, su canto me fue ajeno. Si ahora intento escuchar blowin' in the wind, encuentro una letra poética y una voz de rallador, y sé que esta síntesis es parcial e injusta. La poesía cantada es tan poesía como la vertida sobre el papel (lo dice un amante de la ópera) y el bardo es tan escritor como el que usaba la pluma y hoy el cursor. François Villon puede seguir emocionándonos. Sólo me atrevo a señalar, quizás en un rapto nacionalista y jingoísta, que por los mismos motivos invocados por la academia sueca, puede concluirse que no sólo le negaron un Nobel a nuestro Jorge Luis Borges, sino también a María Elena Walsh y Atapahualpa Yupanqui. De todos modos, no todo el mundo está de acuerdo, como corresponde. Anoto especialmente la crítica de Natalie Kon-Yu, que no tengo la menor idea acerca de quién es, pero que en The Guardian del viernes pasado escribe "Bob Dylan's Nobel isn´t radical. He's another white male writer". Añade en el texto que tras 115 años el Nobel sólo ha sido discernido a 14 mujeres. El eterno descontento del eterno femenino...? Uno póstumo a María Elena, por favor.
ACERCA DE LA POBREZA -primera entrega


                          "La sopa de los pobres" Reinaldo Giudici -Museo Nacional de Bellas Artes



Ya me he referido en esta página al acuciante problema de la pobreza. Si el lector pincha en el índice al costado, en la voz "pobreza" encontrará el texto de mi intervención en una mesa redonda al respecto, que tuvo lugar hace casi tres años.

Lo que sostuve en esa ocasión fue, ante todo, una clarificación de términos. Llamamos “pobre” -decía-  al que a duras penas dispone de lo suficiente para cubrir sus necesidades básicas. Llamamos “indigente” al que carece de momento de los medios para cubrir sus necesidades básicas, pero que puede aún ser rescatado de esa situación por un empleo o por un socorro conveniente. Llamamos “miseria” al estado o condición de quienes no pueden satisfacer sus necesidades vitales. Las dos primeras, tradicionalmente, han sido entendidas como situaciones que pueden ser paliadas, mejoradas e, incluso, de las que se puede salir. La última es un estado o condición que se extiende a un conjunto amplio de personas y que tiende a prolongarse en el tiempo, bajo la forma de exclusión del vínculo social, de des-afiliación de la sociedad. Planteé entonces  que, en la posmodernidad, tanto en la Argentina como en el resto de Iberoamérica y en buena parte del mundo, existe una deriva constante, predominantemente estructural, no coyuntural, de las formas situacionales de la pobreza y de la indigencia hacia el estado o condición de la miseria, con fines de control social y manipulación política, y que el modo de gestionar la miseria a que se echa mano para evitar una hecatombe, es la reducción de los miserables a una forma remozada de la esclavitud. 

Voy a volver sobre esto, ahora que las estadísticas se han recuperado en buena parte y que de ellas resulta que el tercio de la población (32,2%)  está por debajo de la línea de la pobreza y, dentro de ese conjunto, la quinta parte (6,2%) es indigente. Casi la mitad de los niños (47,4%) son pobres: buena parte de los niños son pobres y buena parte de los pobres son niños. Mientras tanto menudean los discursos, tanto de los economistas, como de los políticos, como de la Iglesia. Todos ellos señalan aciertos parciales, pero el conjunto es disonante y creo, aunque alguno pueda calificar de petulancia mi planteo, que el triple error que también resulta de aquéllos planteos tiende a perpetuar el problema en términos de franca incomprensión y, también, de inocultable manipulación. Me limitaré a señalar, en varias entregas, a partir de esta inicial, dónde un observador, como este bloguero, advierte, desde su libertad íntima y su independencia práctica, radican las equivocaciones particulares que llevan a un fracaso general frente al problema, aunque se proceda con las mejores intenciones.

El problema de la pobreza, tomando esta palabra en sus sentido más amplio y abarcador, es, por lo menos, atacable desde tres dimensiones.

Empezando por el nivel inferior, es un problema  técnico, de equilibrio económico y rendimiento productivo, que atañe al crecimiento y no a la distribución. Aquí, la pobreza, la indigencia y la miseria son variables estadísticas, muy importantes como indicadores, pero nulas en cuanto remedios. Las estadísticas, cuando no son simples percentiles manipulados, permiten plantearse las preguntas, pero son incapaces de suministrar ninguna respuesta.

En una dimensión superior, es un problema político. que plantea una cuestión de justicia: una formulación equitativa en cuanto a la distribución de la riqueza común. El igualitarismo hipertrofiado, los eslóganes politiqueros sobre "guerra a la pobreza" -que como toda guerra lanzada contra una abstracción resulta máscara de cualquier aprovechamiento- y el programa subnormal de "pobreza cero" -"delito cero", "mal cero" y otras intoxicaciones y cegueras- están destinados al fracaso y la mantener la manipulación clientelar de masas de compatriotas reducidos a la precariedad como carne dispuesta para ser crucificada en el asador electoral.

En fin, también puede plantearse como un problema moral y religioso. Aquí aparecen las invocaciones al "escándalo de la pobreza" (Benedicto XVI) y a la "opción preferencial por los pobres" (Puebla, 1979). Si los pobres son la imagen del "pueblo de Dios", si el mensaje de redención se encarna en ellos, si la riqueza y el dinero son "la sangre del pobre", como proclamaba magníficamente Léon Bloy, entonces -lo mismo que los políticos, pero por razones más altas- los pobres deben quedar  estancados en su condición de pobres, salvo que quisiéramos hipócritamente borrar su imagen que cuestiona en su sufrimiento la opulencia de quienes, desde el lodo del pecado, desconocen el sacrificio redentor.

La cuestión, en términos de verdad efectiva, es que pobreza e indigencia van dejando de ser situaciones medidas estadísticamente a las que se les puede proponer vías de mejoramiento, para convertirse en estados permanentes e irremediables de precariedad. "Precario", si interrogamos a la palabra, viene del verbo latíno precari, suplicar. El reducido a la precariedad sólo puede suplicar, de la incierta voluntad del otro, un alivio momentáneo a su condición. Sólo puede venderse a la ayuda; en otras palabras, esclavizarse.

¿Cómo salir de esta condición, que fuerzas poderosas pretenden mantener en su provecho o direcciones generosas pero equivocadas tienden a cristalizar?



sábado, octubre 15, 2016

LA CULTURA DEL "ENCUENTRO" O DE LAS TRAMPAS DEL IDIOMA




"Encuentro", según el diccionario de la lengua:

  • Acto de coincidir en un punto dos o  más cosas, por lo común chocando una con otra
  • Acto de encontrarse o hallarse dos o más personas
  • Oposición, contradicción
  • Acción y efecto de topetar los carneros y otros animales

Mil...Choque, por lo general inesperado, de las tropas combatientes con sus enemigos

Etimología: del latín popular, sermo vulgaris, in contra

"Cultura del encuentro". Bien elegido...

martes, octubre 11, 2016

EL SEXO, TRUMP, CLINTON Y OTROS AMENOS DEVANEOS



 


Este blog no se priva de nada. Nuestra última fresca entrega de este feriadito del 10 de octubre estará dedicado al sexo. Todo comenzó con la elección norteamericana y el debate  Clinton-Trump, que en segunda edición derivó a la pelea de conventillo: un Trump en pijama y una Hillary con ruleros, cruzándose chismes venéreos.  Y este jocundo material sicalíptico cruzado por el fantasmón de lo políticamente correcto y socialmente establecido, que resulta más inquisitorial y fulminatorio que lo que alcanzan mis recuerdos de niñito católico en aquellos años de Pío XII pontífice y María Goretti santificada como ejemplo para las jovencitas de aquel tiempo.
 
Un excursus sobre el segundo debate. Si tengo que atender a lo que se dice por aquí, y a lo que se recolecta de fuente externa, ya que esta vez me he movido con referencias,  no sólo Hillary tumbó al rijoso Donald y sus comentarios de ducha de club de suburbio, sino que casi resultaría inútil desenvolver un tercer debate y hasta la elección de noviembre, porque la suerte ya está echada y Trump por los suelos, parecer compartido -dicen-hasta por los más fieles y observantes seguidores del GOP. "Bájese, Donald, y déjele lugar a Pence" sería el grito de todos los que tienen al elefante como ícono. ¿Será que a Trump, excluidas las mujeres, los negros, los latinos, los blancos y anglosajones del partido del burro, sólo le quedarían los del Ku Klux Klan para votarlo? -extraña vuelta de tuerca, ya que los republicanos, desde Abraham Lincoln, fueron siempre antiesclavistas.  CNN y YOUGov, sobre todo la primera, señalaban que el triunfo de Hillary había sido masacrante. Salvo el focus group de Frank Luntz, en la CBS, uno de esos encuestadores reconocidos, aunque republicano, que en el primer encuentro había encontrado que Hillary crushed Donald,  ahora vio a Trump triunfar. Ya sabemos que los debates, antes que cambiar convicciones, refuerzan las previas del votante. Y que una histérica campaña de descalificación -como la que sufriera el "no" en Colombia-puede producir un resultado contrario en el elector, que además callará su decisión ante la pregunta del encuestador, porque no quiere ser automáticamente adscripto al bando de los villanos. Sea como fuere, me parece que Trump en calzoncillos salió con vida del debate, y que la moneda aún está en el aire. [post scriptum del 11 de octubre: al final vi el debate, porque esto de ser bloguero es como un sacerdocio: créanme, pasados los quince minutos de conventillo, Trump estuvo mejor ubicado y observé a Hillary algo nerviosa y mezclando cuestiones  dichas a toda velocidad. La retirada de la plana mayor republicana, especialmente la defección de Paul Ryan, me parece -paradojalmente- que obedece más que al temor de que Trump pierda, al miedo de que Trump pueda, efectivamente, ganar, lo que sería el final de los mandarines del GOP]

Los debates de candidatos, tan ensalzados aquí que hasta se tramita un proyecto de ley para hacerlos obligatorios, están alcanzando un nivel 0 del pensamiento en el país que los estableció y exaltó. Quizás vayamos a copiar ese avance aquí en nuestro próximo futuro.
 
Volvamos al sexo. Nelson Castro se escandalizaba, en TN, porque Donald atacaba al sesgo a su contrincante, trayendo a colación cuestiones de desarreglar sábanas atinentes a Bill, su esposo. Creo que Castro  pasa por alto que Hillary y Bill, como he dicho en otro post, son una sociedad política, cuya mayoría societaria corresponde ahora al partner femenino.   Los llamo los Kirchner de Arkansas, y no es un sarcasmo. Lo que encaja con uno, cabe al otro, y viceversa.
 
Siendo este blogger un buen hombre justo, para empardarle a los comentarios de mingitorio de Trump, exhumé este viejo artículo, creo que del 2004, publicado en "La Nueva Provincia" de Bahía Blanca, donde se hace referencia al instrumental de Bill y se rastrean las bases puritanas de estos cruces de acusaciones de fornicio en la arena política norteamericana.
 



CLINTON: SEXUALMENTE INCORRECTO

 

Hace muchos años, cuando este cronista transcurría el secundario, sesteando sobre algún fragmento complicado de Tácito o Suetonio, uno se preguntaba cómo podía funcionar aquel admirable Imperio Romano, con emperadores que, según esos sesudos historiadores, ocupaban más su tiempo en increíbles cachondeos que en las labores propias del gobierno. Aquella pregunta, sumergida en la corriente del tiempo, asoma ahora con un principio de respuesta, iluminada por las tribulaciones que sufre nuestro actual imperator mundi, Bill Clinton, a causa de un resonante braguetagate. Sabemos incluso mucho más acerca de la entrepierna de nuestro dominus orbis, sus adyacencias y concomitancias, que lo que nos transmitieron de los de su tiempo aquellos chismosos cronicones romanos. Merced a la memoria visual y habilidad comparativa de Paula Jones, se conoce que el apéndice viril del princeps, en erección, tiende a la forma de un mango de paraguas acostado. Una curiosidad: esta angulación anómala del pene se denomina en la literatura médica síndrome de La Peyronie. Cuenta la leyenda que François Gigot de La Peyronie, médico personal de Luis XIV, la descubrió durante un examen de las reales partes pudendas. La pequeña diferencia reside en que, entonces, el asunto se redujo a cuchicheos entre los nobles de la corte del Rey Sol; en el caso de nuestro divus augustus, ni siquiera podrá vanagloriarse en su círculo íntimo de manifestar un síndrome históricamente conspicuo: lo deberá exhibir oportuna y democráticamente ante el tribunal donde se ventila la causa de Paula Jones y, ¿por qué no?, quizás también ante la prensa acreditada, Chiche Gelblung incluído. De acuerdo con Mónica Lewinsky, apoyada en el punto por Jennifer Flowers y por la misma Paula Jones, el pacificator muestra cierta preferencia por la felación, actividad cuyo detalle. a fuerza de prensa, y debidamente matizado, claro está, ha debido saltar, en los EE.UU., de las páginas especializadas del Informe Kinsey al manual del alumno de primaria.

 

Todo esto ocurre en la primera y única superpotencia del mundo globalizado, cuando los indicadores económicos, según los augures y arúspices más notorios, se muestran en extremo favorables, la popularidad del Caesar bate records de permanencia en la opinión pública y, a mayor abundamiento, se prepara a darle una nueva y buena tunda al hostis diabolicus Saddam, que se permite algún rezongo desde  Babilonia, en el limes imperial.

 

Por cierto, otros presidentes de los EE.UU., en tiempos más difíciles, pusieron de manifiesto ecuaciones personales entre lo político y lo amatorio más brillantes que la que muestra Clinton. Para ceñirnos a los surgidos de las filas de su propio partido, el demócrata, baste recordar a Franklin Delano Roosevelt, que debió hacer frente a millones de obreros desocupados tras la Gran Depresión, a granjeros con las tierras a punto de ser rematadas por los bancos que, como en Kansas, izaban la bandera roja y saqueaban los drugstores, y a otras formas de parecida desesperación social. Roosevelt -que mantenía una querida conocida en todos los mentideros de Washington- puso en marcha el New Deal, con un sistema de seguridad y asistencia social cuyas últimas trazas borró, justamente, la política clintoniana. Va sin decir que las aventurillas amatorias de Clinton no pueden -aún- parangonarse con las de John F. Kennedy, que en la mejor línea del sueño americano mantuvo un romance con Marilyn Monroe (los Kennedy, en cuestiones tocantes al desarreglo de colchas, se comportaron  como eternos niños mal de familia bien). Si prestamos oídos a las chicas que pasaron por su cama, Bill echa mano al personal subalterno para conseguirse mujeres subalternas y su mejor recurso de tenorio consiste en soltarse los pantalones. Para “las cosas del querer”, talvez no sea más que un cultivador de sandías de Arkansas con el inmejorable valor agregado de la púrpura imperial.
 
Pero no se critica hoy a Clinton por razones de estética o de buen gusto. La enemiga contra los hábitos galantes del actual presidente de los EE.UU. tiene, en buena parte, raíces religiosas. Los EE.UU. conforman una nación donde lo religioso permea casi todas las actividades y corrientes de pensamiento; en puridad, y aunque parezca asombroso a la observación superficial, resulta tan difícil hallar una esfera propiamente “laica” en la vida norteamericana, es decir, un ámbito donde lo religioso esté definitivamente neutralizado, como encontrarlo en el área de los países de confesión islámica. La religión en los EE.UU. parte de dos pilares históricos fundamentales: el puritanismo calvinista de los padres fundadores y el entusiasmo cuáquero y wesleyano. El componente puritano, como estudió Max Weber en una obra famosa, contribuyó a motorizar el éxito del capitalismo en los EE.UU. y en el mundo. El puritanismo, según Weber, propiciaba el trabajo duro y continuado, corporal y espiritual, como medio ascético (ascesis=ejercicio) para combatir la unclean life, la vida impura, especialmente en la esfera sexual. El comercio sexual, durante el matrimonio, y sólo dentro de él, sólo es lícito para la procreación, siguiendo en este punto una cierta lectura de los evangelios, de ciertas epístolas paulinas y de su desarrollo en los textos agustinianos. Weber comenta:

“Contra la tentación sexual, como contra la duda o la angustia religiosa, se prescriben distintos remedios: dieta sobria, régimen vegetariano, baños fríos; pero, sobre todo, esta máxima: trabaja duramente en tu profesión”. Receta de transmisión weberiana que quizás sirva en adelante a nuestro Bill. [agregado actual: también a Donald]

 
Al lado de este tradicional componente puritano, que sigue, en buena parte, regulando, por lo menos en apariencia,  el desempeño de los personajes destacados de la vida norteamericana, esfuma los límites y biombos entre la vida pública y la vida privada, pretendiendo que ambas se reflejen recíproca y constantemente, e invita a las confesiones en vivo y en directo cuando algún desajuste se ha producido entre ambos planos, entra en juego, en el caso de Clinton, un componente actual de gran efecto amplificador. Se trata de la “videología de la transparencia”, ínsita a los medios de comunicación y, sobre todo, al medium electrónico por excelencia: la televisión. En diversas ocasiones, he sostenido que existe una grave confusión entre publicidad de los actos de gobierno -condición sine qua non para que exista un sistema republicano- y transparencia de los actos de las personas famosas, funcionarios o no.  El imperativo dela transparencia, no escrito en ningún texto constitucional, resulta de la videología clandestina de los medios electrónicos: para ellos, todo debe ser transparente, menos el lugar desde donde esa transparencia emana, es decir, los medios mismos. La transparencia cumple una función de disimulación: oculta el poder informal e irresponsable en que el medio electrónico se sitúa y de que goza, a expensas de los mecanismos de poder institucionales. Como anota bien Milan Kundera, en la transparencia se han encontrado sin problemas la burocracia movida por la razón de Estado, y los medios de comunicación, bajo la misma finalidad de violación perpetua y constante de la intimidad del otro. Los métodos para alcanzar tal fin resultan, en ambos casos, más o menos los mismos: “pinchar” los teléfonos, grabaciones clandestinas, cámaras ocultas, sobornos y premios a la delación pública. Todo ello se justifica bajo el “derecho a la información”, considerado como el primero de los derechos humanos, y abrogatorio de todos los demás. “Derecho a la información”: privilegio de allanar de cualquier modo la vida privada del otro para exhibirla y negociarla como una mercancía mediática. La alianza de puritanismo y transparencia ha resultado terrible en el caso de Clinton y sus amoríos furtivos en la trastienda del poder imperial.

La intimidad arrebatada al poderoso resulta hoy un manjar mediático, y por lo tanto una mercadería bien pagada. Con las revelaciones, resurge la condena puritana, como en los tiempos que se suponían superados y abominados del maccarthysmo o del código Hays, y a la vez, en una asociación que hubiese complacido mucho a Weber, se redondea un buen negocio. Se consagra la indiferenciación entre lo público y lo privado, suplantando la decisión política por el juicio moral obtenido a través de encuestas. Ernst Kantorowicz dejó un precioso trabajo sobre la noción medieval de los dos cuerpos en la persona del rey: uno es el cuerpo político, público, supraindividual, donde se concentra la dignidad y responsabilidad del cargo; otro, el cuerpo físico, privado, individual, igual al de cualquier otro. La destrucción del cuerpo público y político por obra de la ideología de la transparencia mediática elimina la dignidad como atributo de las funciones,  desliga la responsabilidad política del cargo ejercido y suprime la res publica como esfera del ejercicio de la libertad ciudadana (se “participa” a través de la opinión estadística sobre la impresión moral que los actos del individuo a cargo del gobierno producen en el público mediático). Al reducirse lo público al escrutinio puritano sobre la intimidad de las vidas privadas, los medios establecen y confirman constantemente estándares acerca de lo políticamente correcto, sobre el pensamiento -único- correcto y, también sobre lo sexualmente correcto. Por un lado, se produce la necrosis de la vida republicana; por otro se impide la privacidad individual, sometiéndola a la transparencia. Un nuevo totalitarismo light se va difundiendo por el planeta, sin que Amnesty tome nota, llevado cada vez más lejos por buenos muchachos de la prensa con cámaras y grabadores aparentes y ocultos, enriquecido por el afán de notoriedad de quienes revolotean a cualquier título cerca de la fama y del poder, bajo el magno justificativo del “derecho a la información” y a mayor lucro de los oligopolios del ramo, cuyos directivos cuentan ganancias, pero -literalmente- no saben lo que hacen.
 
Así las cosas, hasta la bragueta de Clinton puede resultar punto de arranque de una reflexión provechosa. Salutem plurimam, Imperator.

 

 
Me disculpo con mis eventuales lectores por las ilustraciones, donde no aparece ninguna sex symbol de este momento, ni del estilo predilecto de Bill o Donald. Cada uno camina en la caravana de su tiempo... 
 

lunes, octubre 10, 2016

EL PUEBLO: FEOS, SUCIOS Y MALOS



El pueblo anda de capa caída. Tan celebrado, incensado, magnificado, solemnizado y cacareado a cada rato, inscripto aere perennius en los instrumentos constitucionales de casi todo el planeta, que lo coronan "soberano"; cantado, poetado, arropado en toda lengua con acierto vario, símil de la voz de Dios, resulta que de repente se nos ha vuelto un chico insoportable, mocoso malcriado, gamberro insolente, pendejo capaz de desastrosas travesuras y al que resulta imperativo darle un sosegate. ¿Qué es eso del voto del Brexit, contrario a los pronósticos oraculares? ¿Cómo se entiende que hayan votado un día en el Gran Buenos Aires al Macri antipueblo antes que al dúo Scioli-Aníbal, plebeyos de laya; que hayan preferido las corruptelas peperas a la simpatía de Podemos y sus seductores/as podemitas; que hayan barrido electoralmente en elecciones municipales a los petistas que lo invocaban a la sombra tutelar de Lula; que se estén inclinando por la "Alternativa por Alemania" y, en fin,  para rematarla, hayan votado por el "No" en Colombia, contra la comunidad internacional, el Papa, los suecos del Nobel, la prensa mundial e tutti quanti?  Los "expertos", como hongos después de la lluvia, surgen para condenar esa entelequia, ese ente de razón, ese animal tan fantástico como el hipociervo escolástico, que sólo trae problemas, cuando existen tantos equipos técnicos con pericia para resolverlos sin necesidad de abrirle a la bestia su jaula neoconstitucional.  Algunas expresiones de esta experticia ("La Nación" 6/X/16, tomado de "The New York Times" Amanda Taub y Max Fischer ), puestas bajo un copete en que se denunciaban los instrumentos de consulta popular como un mal atajo, imposición de un relato, altamente riesgosos y transformables en arma suicida: 

  • "Creen muchos politólogos que las herramientas plebiscitarias son conflictivas y peligrosas"
  •  ¿Son una buena idea los referéndums? "Casi nunca...oscilan entre lo inútil y lo peligroso" Michael Marsh. Trinity College, Dublin,
  • "Los estudios demuestran que más que prestarle un servicio a la democracia, la subvierten"
  •  "Es una herramienta engañosa"
  •  "En vez de resolver un problema, los referendums generan problemas nuevos"
  •  "Creer que una decisión alcanzada en determinado momento  por una mayoría  es necesariamente democrática es una perversión del término", escribió Kenneth Rogoff, profesor de Economía de Harvard tras el Brexit. "Esto no es una democracia -agregó- esto es la ruleta rusa de las repúblicas".

Con razón se preguntaba Roberto Starke, que de comunicación política sabe lo suyo, (cartas de lectores de "La Nación", 9 de octubre): "¿se habría escrito la misma nota si el resultado del referéndum hubiese sido el sí?". Por cierto, en ese caso el pueblo habría recibido un fervoroso voto de confianza en su capacidad de  acierto colectivo.  

Entre nosotros, Juan Gabriel Tokatlian, respecto del plebiscito colombiano, se quejaba de que el presidente Santos lo hubiera convocado cuando  "no tenía obligación política ni jurídica, ni nacional ni internacional" de hacerlo.  ¿Cómo despachar este juicio apodíctico cunado el tratado tenía 297 folios y comprometía una plan de gobierno y directivas políticas para los próximos años, tramadas entre el equipo de Santos y el equipo de Timochenko, sin otra participación ciudadana?

Con sonrisita pícara, nuestra canciller Malcorra deslizó en un programa periodístico: "voy a decir algo políticamente incorrecto: los referéndums no solucionan nada". Que una funcionaria cuyas declaraciones nunca han sacado los pies del plato políticamente correctísimo y totalmente inane, se haya permitido este pecadillo, señala, más bien, que este repudio de los instrumentos de participación política más o menos directa ya está cargado en el programa declamativo de la videología planetaria.  

A LA DEMOCRACIA SE LE HA PERDIDO EL PUEBLO

Como vengo machacando desde hace tiempo, a la democracia se le ha perdido el pueblo y nadie sabe dónde está. Más aún, estamos atravesando un estadio de posdemocracia, bajo el signo del Estado Constitucional, del derecho a tener derechos en la medida del deseo, de la protección de toda minoría que sepa victimizarse adecuadamente, del hundimiento de lo común y del bien que en común puede perseguirse en la realización plena del proyecto biográfico individual, a como dé lugar. El "pueblo" aquí esta de más, y se sospecha que no existe. Un suplemento a "Así habló Zaratustra" debería consignar que, así como Dios ha muerto, el pueblo también ha pasado al otro barrio.  Por cierto, si el pueblo se nos fue "en un redepente", la democracia no tiene cabida.

Lo curioso es que, al mismo tiempo, se habla de democracia todo el día y a toda hora.  Esa palabra fetiche no se cae de la boca de ningún personaje que asome a la pantalla del televisor. “Democratizamos” el fútbol y lo hicimos para todos y todas. “Democratizamos” la vetusta definición del matrimonio y lo volvimos “igualitario” para todos y también para todas.  Mujeres marchan en Rosario exigiendo el aborto libre como  uso democrático del propio cuerpo, Políticos, intelectuales, juristas, cantantes, deportistas, ONG’s de todo pelaje y delincuentes presuntos o confesos resultan los partiquinos de este gran espectáculo, reiterándose casi los mismos día a día, con mayor o menor audiencia, por el amplio espectro de los medios. La palabra “democracia” suena allí insistentemente. Pero, el pueblo, como preguntó allá en los comienzos el síndico  Leyva, ¿dónde está? De otro modo, ¿puede haber democracia cuando se le ha perdido el rastro al pueblo?  

Echar un poco de claridad en esta fundamental cuestión es difícil. Porque de tanto repetir y aplicar a cualquier cosa las palabras “democracia” y “pueblo”, su sentido profundo se ha extraviado. Y esto no sucede solamente aquí, en nuestro país. El gran horizonte histórico en el que nuestra peripecia histórica se ha venido desarrollando, que es la modernidad, se ha ido agotellando y miramos al mundo como por los caños de una escopeta. El rasgo definitorio de este crepúsculo de la modernidad es una pérdida general de sentido y consistencia de la vida histórica y de una razón trascendente del mundo. Como en toda situación crítica, nos movemos en la incertidumbre, sin saber bien qué hacer porque no sabemos bien qué pensar, ya que vacilan no sólo las ideas que tenemos sino –como decía Ortega y Gasset- las creencias que somos. En tales momentos, no sirve simplemente gargarizar con buenas intenciones palabras como “democracia”, “separación de poderes” o “control constitucional”, sino examinar en profundidad, aquí y ahora,  qué ha quedado de ellas, qué es lo recuperable y qué lo que ha quedado definitivamente en el camino.

Comencemos este breve recorrido por la noción de “pueblo”. Vamos a dejar de lado las acepciones del pueblo como entidad metafísica (el “pueblo de Dios”, que en el lenguaje eclesiástico de nuestro tiempo,  como testimonio de la Redención, está conformado por los pobres, con raíces en el pauperismo de los profetas de Israel) o creación romántica (el “espíritu del pueblo”). De este modo, tenemos ante todo una significación de “pueblo” asociada a una comunidad histórica y cultural, que reconoce una continuidad, un “nosotros”  en el tiempo, esto es, una tradición con raíces persistentes que lo diferencia  e identifica con respecto a otros pueblos, a los que reconoce como tales (los pueblos se expresan en plural, ajenos a lo global monocolor). Otra acepción de “pueblo”, que suele prestarse a la manipulación ideológica, es la del conjunto de los trabajadores, los pobres, los desheredados. La plebe, la “chusma sagrada” de Almafuerte, contrapuesta a los poderosos que manejan las palancas del mando.   Aquí hay un “nosotros” que se opone a un “ellos”, los que no son pueblo, y tal conflicto tiñe este significado de un componente político, aunque más asociado a su retórica que a su práctica. La tercera acepción, que es la que aquí interesa, es la del  pueblo en sentido propiamente político, al que se le atribuye en casi todas las constituciones existentes, incluida la nuestra, el carácter de “soberano”.   En este sentido, el que más asemeja al demos o al populus del mundo antiguo, el pueblo es la misma sociedad política y, más específicamente, en ella, los que no ejercen ninguna función orgánica o magistratura estatal, los que no gobiernan o participan del gobierno de algún modo.  Es el cuerpo cívico, no entendido como simple padrón electoral,  elenco de todos aquellos que están habilitados como electores para votar por quienes se postulen como candidatos a magistraturas públicas. Más precisamente, lo consideraremos como el conjunto de hombres y mujeres libres que se dan entre sí el trato de ciudadanos y que pueden debatir y decidir también libremente sobre los asuntos públicos. El pueblo así considerado es, con el gobierno,  la única presencia real en la política: no hay política sin pueblo ni hay pueblo sin  política, así como no hay orden político sin gobierno. Ninguna forma política ha podido prescindir del pueblo, porque su existencia es condición de la existencia de aquélla y, recíprocamente, por medio de ella es que el pueblo adviene a la dimensión superior donde puede hallar la realización de la vida buena. El pueblo político confirma al pueblo-comunidad y encauza las reivindicaciones del pueblo-plebe. El pueblo político configura la “cosa común”, la respublica, que no es de pertenencia estatal, ni tampoco la cosa nostra de los amigos del poder. La cosa de todos no pertenece a nadie en particular y requiere la buena y plena deliberación sobre sus asuntos, para obtener una acción adecuada en vistas del bien común, esto es, el que no podríamos alcanzar particularmente y es común a las partes y al todo. De acuerdo con un antiguo aforismo romano, lo que a todos afecta debe ser tratado por todos.

Este pueblo político es lo que se ha perdido en nuestro tiempo y nadie sabe dónde está. El que puede aparecer, a veces, cuando se le abre una hendija participativa, en plebiscitos y referéndums, cuando se le plantea la posibilidad de responder por sí o por no a alguna pregunta decisiva sobre la cosa común. ¿Qué esta respuesta puede ser manipulada?  Desde luego, toda decisión política puede, y de hecho es casi siempre, manipulada.  Nadie ha demostrado, hasta ahora, que una consulta popular sea más manipulable que la decisión tomada por una camarilla de la "casta" política.  Old Nick, el viejo Maquiavelo, que la sabía lunga, afirmó que, aunque ambos pudieran equivocarse,  el pueblo puede ser más prudente y constante que un príncipe (o que cualquier esclarecido núcleo dirigente) para elegir sobre quién está mejor capacitado para el mando u optar entre los grandes lineamientos que un orden político necesita para persistir.


APARECE EL LIDERAZGO POPULISTA

¿Populismo, entonces? El populismo no es como aseguran las homilías del constitucionalismo y sus repetidores periodísticos subsidiarios, una degeneración de los buenos usos constitucionales. El populismo es la reacción anunciada ante los cadáveres exquisitos del constitucionalismo clásico: representación política como panacea; separación “geográfica” e inútil de “poderes”; poder constituyente confiado a un clero contramayoritario de juristas que operan como “guardianes de Platón” –cuando no son manipulados directamente desde los ejecutivos, como el Tribunal Constitucional venezolano. A esto el neoconstitucionalismo ha agregado el superderecho cosmopolítico global, la “gobernanza”, mando de expertos sin contaminación politiquera, desparramado por todo el planeta, y asegurado, si llega el caso, por fuerzas de intervención “humanitaria”. Allí aparece entonces  el líder populista y planta bandera. En ambos casos, el pueblo ausente, pero sufriente.   

Los líderes populistas asumen, pues, como monócratas, la íntegra representación del pueblo, en general a partir de una crisis de la ficción que encierra la representación política partidocrática como forma indirecta de "gobierno por el pueblo". La representación congresista o parlamentaria es lo no democrático de la democracia. La hiperrepresentación populista, que se presenta como su opuesto, lleva el elemento representativo a su punto extremo.

Se advierte cuál es el círculo vicioso hispanoamericano actual: democracias demoliberales, donde el pueblo “gobierna” bajo el engaño de la representación partidocrática (como el “puntofijismo venezolano hasta 1999), y populismos donde el pueblo “gobierna” bajo el engaño de la representación absoluta en la persona del líder.  En ambos casos,  ello ha sido posible por la desaparición del pueblo, entendido, como dijimos más arriba, por los que no gobiernan.  Quienes lo integran pueden no ser prósperos, pero deben ser libres, en situación de ciudadanía, como sus antepasados los politái griegos o los cives romanos. O los que los hermanos Reyes trajeron caminando desde Berisso y Ensenada un 17 de octubre de 1945. Hoy no existe el “pueblo”, ni siquiera la “masa”.  En el extremo del subjetivismo, los neoconstitucionalistas nos dicen que las sociedades civiles son un adunamiento de biografías, de proyectos individuales, de constelaciones singulares de deseos que se traducen en reivindicación de derechos. Existen “redes sociales” de contacto virtual, en la medida de coincidencia de intereses entre estos proyectos individuales, que deben maximizarse.  Y tenemos una explosión de minorías organizadas y demandantes: homosexuales, barras bravas, veganos, y toda una indefinida serie de particularidades más o menos estructuradas, entre las que se destaca el “partido único de los políticos”, los “sospechosos de siempre” que se turnan en los programas del ramo. A la seudo democracia liberal y a la seudo democracia populista se les ha perdido el pueblo y no saben dónde está.  Tampoco quieren saberlo, en verdad. Les basta con los agregados clientelistas que sucesivamente han ido componiendo, a costa de la pérdida de la libertad; en otras palabras, de la reducción a la esclavitud de una parte importante de la población, mediante el congelamiento en la marginalización y el mantenimiento mínimo con planes sociales de reparto, sin los cuales sucumbirían. Nuestras dirigencias políticas, los jueces de los tribunales supremos, las capas superiores empresariales, quizás  sin saberlo, comparten con el viejo Aristóteles la idea de que hay algunos que nacieron para obedecer. Y mantienen así a aquellos marginales, condenados a no poder salir de tal condición,  hasta el momento de arrearlos a las liturgias o a las votaciones. Con una ventaja suplementaria: al resto del pueblo, al que todavía puede considerarse libre, se lo atemoriza –en esta “posdemocracia” que nos ha tocado en suerte- con que, si no soporta las exacciones y demasías de las nomenklaturas y sus grupos favorecidos, se les soltará la bestia enjaulada: la plebe esclava que barrería con todo si no se le asegura su subsistencia. De hecho, para que se la tenga bien presente, esta amenaza se concreta continuamente a cuentagotas de delincuencia desorbitada, batallas campales en los estadios, piquetes de enmascarados que anuncian lo que podría pasar alguna Gran Noche, etc.

Bajarse de este ciclo de caídas y recaídas requeriría una reinvención de la democracia, para hacerla realmente participativa de abajo hacia arriba y de la periferia local al nudo central de poder. Exigiría el hallazgo  de formas eficaces de oponer contrapoderes al poder. En lo inmediato, a través de formas negativas, impedientes, tribunicias al modo romano, plantearse cómo limitar y recortar el poder activo, que tiende a ser omímodo y vitalicio, del cabecilla populista. No es con la separación "geográfica" de poderes, que nunca funcionó entre nosotros, ni ha podido expresarse en un mecanismo continuado de pesos y contrapesos; ni con el recurso a los "guardianes platónicos" en que se convierten los jueces constitucionales. Liquidados por sus extravíos los contrapoderes tradicionales -fuerzas armadas, Iglesia-. pulverizada la mediación de los partidos políticos, sólo aparecen entre nosotros las grandes movilizaciones como obstáculos efímeros, pero que apuntan a una participación que no encuentra otros canales expresivos.  Todo ello sostenido por una renovación de raíz de los conceptos jurídico-políticos repetidos como mantras inútiles, por un posconstitucionalismo que supere las viejas recetas de un derecho de matriz subjetivista y contractualista. 

                                    
 

 

 

 



































































































 




 
 

 

 

 

 

 
 

 

 

 

 
 

 
 

martes, octubre 04, 2016

LA REFORMA DE LOS CUENTOS O QUÉ ABURRIDOS SON LOS PROGRES NEW AGE



 
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sábado, octubre 01, 2016

UN SÁBADO MÁS, Y LO QUE TRAE




Un recuerdo de Cartagena de Indias
 



Un sábado lluvioso hacia su cierre que invita a dejar apenas un rasgo en el blog. Un instrumento que, como puede ver el fugaz lector, va creciendo cuanto más se adentra su cronista en el mundo de la jubilación. En otro sentido que el de la ley recientemente dictada, es una "reparación histórica". A lo nuestro:  sin necesidad de citar las fuentes, que son notorias, me referiré a las desgraciadas declaraciones de nuestra canciller, Susana Malcorra, acerca de las elecciones norteamericanas. Ya en el asunto de Malvinas tanto la canciller como su segundo, y el presidente, por su lado, cometieron una serie de chambonadas que han dejado oportunidad abierta a las gargarizaciones del Congreso -que hasta por la voz de alguien que, por lo menos, ha fatigado los libros y las definiciones, como Elisa Carrió, aún quiere llamarse entre nosotros "Parlamento". La declaración conjunta con la cancillería británica es el modelo de lo que no debió hacerse: vamos a conversar sobre lo que a la otra parte, y a los falklanders -ellos gustan llamarse a sí mismos así, y no kelpers- , interesa, sin anotar ningún punto que pudiera interesarnos a la contraparte, es de decir, a nosotros.  La sospecha entra a despertarse cuando aparecen noticias como esta sobre descubrimientos de reservas de petróleo y gas en la cuenca malvinera. Sobre todo cuando esas reservas están distribuidas en toda la cuenca, sin necesidad, por nuestra parte, de solicitar una participación en lo que pudiera ocurrir en el sector que no dominamos. Soy partidario de continuar con el veto legal a contratar con empresas que actúen en la zona vedada, porque se trata de una controspinta   eficaz para que aquéllas  busquen oportunidades en el territorio marítimo más vasto que podemos ofrecerles, sin necesidad de figurar como socios menores y minus habens. Ese miniembargo, por otra parte,  no afecta humanitariamente a una población cuyo ingreso anual per cápita es el triple que el nuestro.

Volviendo a las elecciones norteamericanas, nuestra canciller, con su corazón partido entre sus deberes como funcionaria y su carrera a la secretaría general de la ONU -esta última tentación es la que prevalece en sus actos- hizo buena letra y política "correcta" señalando que Hillary está más  cerca de las posiciones del oficialismo que Trump. Ciertamente que esto no mueve el amperímetro en el Norte ni impedirá a varios argentinos que conozco  en los EE.UU. poner su voto a Donald -otros que también conozco lo harán por los demócratas- pero me pregunto: ¿qué ganamos nosotros con jugar a ese resultado? ¿Creen verdaderamente que Hillary presidente les abrirá las puertas del cielo? ¿Piensan en ella como un ángel de la paz, como ocurrió ocho años atrás, cuando a un recién nimbado Obama lo hicieron Nobel? Recuerden a Hillary secretaria de Estado celebrando con risas y evocando a Julio César, el linchamiento del viejo amigo Gadafi: we came, we saw, he died. Quizás Susana Malcorra, como buena argentina que es, se ha sentido atraída por un fenómeno político que nosotros ya hemos vivido varias veces: la sociedad política  marital.  Perón/Evita; Perón/Isabelita; Néstor/Cristina. Bill&Hillary son una SA política en la que el 51%, ahora, está en manos de Hillary: los Kirchner de Arkansas a la caza del poder en USA.

No sólo los peronistas: los argentinos todos somos incorregibles. Colombia celebra mañana un plebiscito sobre la "paz" tejida en La Habana entre las FARC y el presidente Santos, de dudoso óleo. Primero se firmó la paz, con una puesta teatral de acólitos vestidos de blanco. Nuestro presidente también fungió como testigo y valedor. El tratado: un centón de 297 páginas que, claro, nadie leyó. maquinado de modo oblicuo: Santos hizo lobby en los EE.UU. para que aflojara el embargo sobre Cuba a fin de que los cubanos aceptaran el respetable papel de huéspedes de las negociaciones; el Vaticano acudió a la cita porque tiene una debilidad  con los Castro y los revolucionarios venidos a menos;  hasta un gurú, Ravi Shankar,  interpuso sus efluvios espirituales, meditando con Timochenko y la cúpula de las FARC,  para lograr el ansiado cierre  ver aquí. Presentarlo luego de firmado a un plebiscito es invertir el orden lógico, jurídico y político del instituto: después de la celebración y el coro mediático, votar por el "no", para la opinión mundial motorizada por la videología corriente, es como salir disfrazado de Herodes el día del Niño. Para más inri del "soberano" pueblo colombiano, variaron las reglas de juego, le quitaron posibilidad de expresión al voto en blanco y a la abstención y con un 13% afirmativo se considerará aprobado. Me explico: el Congreso colombiano fijó para este plebiscito un umbral mínimo de votos favorables para la aprobación del acuerdo: el 13% del censo. Es decir, para que la aprobación del acuerdo sea válida deberán votar «sí» al menos 4.536.992 de los 34.899.945 ciudadanos llamados a votar en el país o en el exterior. Esto supone un extraño cambio de criterio con respecto a la normativa anterior, ya que en las leyes de 1994 y 2015, en lugar de un umbral de votos favorables, se fijaba una participación mínima total en la consulta, que era de un 50% del censo.

La frutilla del postre la puso -¡cómo no!- un argentino: nuestro papa Bergoglio. En Tiflis, capital de Georgia, quizás un poco amoscado por el rechazo del clero ortodoxo de asistir a las celebraciones, como había anunciado la prensa vaticana, afirmó: "el presidente Santos está arriesgando todo por la paz, pero hay otra parte que está arriesgando todo para continuar la guerra y los que están con la guerra hieren el alma". Después de esta alocución, ¿qué católico podría ahora votar "no", hiriendo así a sabiendas la entraña pontifical? Los papas  siempre han intervenido en cuestiones políticas consideradas trascendentales, porque afectaban principios dogmáticos -indisolubilidad del matrimonio, aborto, enseñanza religiosa, etc. Pero aquí el pronunciamiento no tiene que ver, por lo menos en cuanto mi entendimiento alcanza a ver, con una cuestión dogmática, sino con la decisión política más adecuada respecto del cese de un conflicto armado interno, que lleva más de treinta años, entre gobiernos todos ellos de legalidad constitucional y una guerrilla  que comenzó con un tinte ideológico y se convirtió luego en uno de los más grandes cárteles narcoarmados de nuestro continente. La voz del papa, como la de cualquier dignatario religioso, vale aquí en función del halo de prestigio que puede rodear a su persona, pero no puede tener ninguna connotación de autoridad religiosa en cuanto tal. En este caso, ambos aspectos son muy difíciles de separar, y cabe la sospecha de que quien lo pronunció juegue en ambos tableros. Más cuando el papa agregó que cuando el acuerdo esté blindado por el plebiscito y por el reconocimiento mundial, entonces, y solo entonces, viajará a Colombia "para enseñar la paz". El regalo de su visita, y la enseñanza consiguiente, tiene como condición que se vote "sí". Sé perfectamente que la distinción entre Dios y César nunca se ha alcanzado a dar claramente. Sólo en el antiguo mundo pagano lo divino y lo cesáreo  estaban inconfundidos. A partir del cristianismo, las cosas de Dios comenzaron a pesar sobre las cosas de César, porque era preciso que César diera a Dios, lo que a Dios se debía, ya que el César era también de Dios. Sólo el laicismo de la civilización moderna occidental consiguió en buena parte impedir o limitar aquel peso, de modo variable según el devenir histórico de cada sociedad y la religión dominante.  La diferencia se observa hoy en Europa ante la oleada del Islam. De todos modos, no es que religión (lo que designamos vulgarmente con esa palabra) y política (misma aclaración) no resulten, para nuestra ecúmene, teóricamente separables, sino que en la práctica, siendo los campos que cubren ambas muy amplios y encontrándose en casi la mayor parte de las manifestaciones de nuestra vida, siempre hay oportunidad, en distinto grado que va de los fuerte a lo débil, de relación y roce. También da lugar a formas sociopáticas de relación. De una parte, persecución de las manifestaciones religiosas públicas; por ejemplo, quitar de edificios imágenes, nombres o emblemas religiosos; impedir el uso personal de símbolos confesionales, solemnizar un acto con una bendición o prédica, etc. De otra, por ejemplo, la enfermedad del clericalismo, por la que el clero o una parte de él, por ejemplo, se cree misionalmente obligado a  enseñar al pueblo a hacer la revolución y lograr su liberación -la "teología de la liberación", la revolución y la violencia. Me permito señalar que el actual pontífice, en sus definiciones respecto al conflicto colombiano, incurre en un clericalismo que, bajo formas más atenuadas, aparece también respecto de nosotros, sus compatriotas. Haya paz en Colombia como aquí y el Altísimo nos tenga a todos de su mano.