viernes, agosto 14, 2009



LA REVOLUCIÓN SERÁ CHIC O NO SERÁ




El artículo de Mauricio Crippa en Il Foglio, cuya versión les ofrezco más abajo, subraya una evidencia: para ser un buen revolucionario, uno que se destaque del pelotón, hay que resultar bastante snob. Atrás, en montón, cortejo anónimo, incauto y confianzudo, puede trotar la chusma nunca sagrada que habrá de ser ofrecida sin remordimiento en los altares de diosa Revolución. Pero adelante, que marche un tipo de mundo, mejor si linajudo, cachorro de bacán.


Ernesto Guevara de la Serna, como ha recordado muy bien y documentadamente Enrique Díaz Araujo[1], era de cepa aristocrática. Por los Guevara estaba emparentado con un virrey de México, don Pedro de Castro y Figueroa; por los Lynch con los Pueyrredón (y con José Hernández, por lo tanto) y por la rama materna, los de la Serna, con José de la Serna e Hinojosa, último virrey del Perú. Transcurrió el Che su infancia y adolescencia entre las copetudas familias de Alta Gracia y su círculo de visitantes. En los links del Hotel Sierras habrá aprendido a manejar los palos de golf, considerándose ya un chico mal de familia bien. Tendría ocasión de volverlos a tomar junto con el doctor Fidel Castro Ruz en 1961, época de las fotos que ilustran estas líneas, tomadas por otro no cualquiera, Alberto Korda (Alberto Díaz Gutiérrez), autor de la foto del Che como “Guerrillero Heroico” que hoy circula en todas las chucherías del mundo capitalista.


Desde luego que nuestros viejos revolucionarios sufren idéntica compulsión a considerarse y ser considerados entre los happy few. No basta, claro, con haber descubierto que los negocios son la continuación de la revolución por otros medios. Negocios por izquierda hace cualquier lumpenburgués. Por eso, en algunos casos se inventan abolengos y hasta un viejo “fusil de la Argentina” que hoy ya no ejerce de tal, olvidando su decoroso origen de clase media, romancea con antepasados terratenientes. Pero no alcanza. Tampoco es suficiente con ostentar lo comprado por “deme dos” en Rodeo Drive. D’Elia y Pérsico ni siquiera dan un perfil de sans culottes. Y encima viene el bolivariano con esa monserga del golf como deporte de burgueses y de flojos, y que el mejor campo con hoyos es el de maíz (con retenciones). Muchachos de los 60/70, a no aflojar: la revolución será chic o no será.

Luis María Bandieri





EL VIEJO HUGO COMBATE LOS GREEN Y LA SUBLIMACIÓN DEL VIAGRA

Maurizio Crippa-Il Foglio Cotidiano, 13 de agosto de 2009.-


Las revoluciones, aún las bolivarianas, resultan mercadería muy delicada como para que las manejen jornaleros de miras estrechas y limitada visión del mundo. Para quien lo haya olvidado, bastaría una mirada a aquellas fantásticas instantáneas en blanco y negro –el blanco y negro de Alberto Korda, no de un paparazzi cualquiera- del Che Guevara en uniforme de monte –lo sublime en punto a transgresión- en el lujurioso green de Villareal, en La Habana, mientras se arriesga en un encuentro con Fidel Castro, al que se le había metido en la cabeza, de puro fanfarrón que siempre ha sido, desafiar al enviado del gobierno norteamericano y quería ponerse en forma.

La revolución es materia para el comportamiento aristocrático, y es necesario saber desenvolverse a gusto tanto el club house como en la Sierra Maestra. Se puede abolir cualquier diferencia social, excepto aquella entre quien maneja los palos y el que tan sólo puede oficiar de caddie. El golf resulta esencial para la lucha de clases, como, y aún más que los misiles de Jruschov, como y aún más que el encendedor sin el cual el mejor Partagás resulta una inútil hoja muerta. Y puesto que la revolución, como la herrumbre, no para nunca, un par de años atrás el hermano Raúl, apenas recogida la llave del comando que se le resbalara de la mano al Líder Máximo, aterrizó sorpresivamente, en helicóptero, junto al Argentario Golf Resort de Puerto Hércules, con el tiempo justo para un cocktail cubano (pero preparado como Dios manda y los capitalistas saben hacerlo) e interesarse sobre cómo se organiza un paraíso de dieciocho hoyos para turistas de divisa fuerte.

Esta sí que es límpida conciencia de clase. En vez, sólo a un bolivariano ordinario como Hugo Chávez, uno que respecto a la visión revolucionaria es como un pucho de toscano frente a un Montecristo, le puede venir en mente la banalidad de que el golf es un “deporte burgués”.

Y ha impuesto por decreto, como con mala uva suelen hacer los dictadores, la clausura inmediata de dos campos de golf, los dos primeros de una larga lista de proscripciones de hoyos y pelotitas. “Para levantar viviendas populares”, justificó. Una simpleza a ras del piso de caudillo aldeano. “Sólo un pequeño burgués puede jugar al golf”, ha tronado el presidente de Venezuela, demostrando con ello su escasa capacidad de aplicación del materialismo histórico y provocando las fáciles ironías de los oficinistas que ganan sus pesitos en Foggy Bottom[2], a las espera del viernes para largarse a los green de Virginia. “Se pasó de rosca”, han comentado con sorna. Va sin decir que a un patán mas apto para el arado que para el club, un verdadero dandy de la cordillera como el doctor Guevara no lo habría usado ni siquiera como caddie. A cortar caña de por vida.


De todos modos, en su baja astucia bertoldesca, el viejo Hugo algún rasgo del espíritu del tiempo ha intuido. Quizás no está del todo equivocado en convertir al golf en el nuevo enemigo del proletariado. Pero no porque sea el símbolo de la riqueza exclusiva y excluyente, de los odiosos yanquis repletos de dólares y, por lo tanto, de un refinado placer para exhibir al pueblo apenas conquistado el poder. Tampoco resulta ya un símbolo de la vida bella y de la perdición en Palm Spring, el campo de juego apto para intrigas entre altos funcionarios y sotanas que tanto le gustaba a monseñor Marcinkus. El golf se ha convertido hoy en el mercado global de un nicho de consumo. Resulta el status symbol para la vejez de una clase social que, allá en su juventud, fue influyente. El deporte envidiado de jóvenes, para poderlo practicar finalmente ya viejos, por Marbella y sus contornos, al llegar a los ochenta. Si el sexo es la sublimación del tennis, el golf es, después de todo, la sublimación del viagra. Una gran aldea global de vacaciones, una vuelta al mundo de campos y hoyos de Tailandia a California. (Y si hay una cosa que le da vueltas en la cabeza al consumidor del nicho, es descubrir que poniendo plata en él, puede adjudicarse un lugar en un club global donde aspirar a satisfacer la misma pasión exclusiva de un corredor de seguros jubilado de Carolina del Sur). Véase esa costa desde Marbella a Gibraltar, llena de green hechos en serie, con comodidades en hoteles de cuatro estrellas hechos en serie. Y donde se puede comprar por una suma abordable una propiedad “sobre el hoyo 9” o el 14. Sale por la mañana y ya comienza a tirar pelotitas. En la práctica, va uno de allí sólo para ir al cardiólogo. En la nueva lucha de clases, el golf, es, en suma, el distintivo y el galardón de quien logró –cuando aún se podía- hacerse una buena asignación de retiro por capitalización. O que tiene las jubilaciones de los grandes ejecutivos, de los médicos, de los odontólogos. Guevara les habría escupido encima el resto de su Montecristo. Él sí era un verdadero revolucionario.-



[1] ) “Ernesto Guevara de la Serna, aristócrata, aventurero y comunista”, ed. del Verbo Encarnado, San Rafael Mendoza, 2008
[2] ) Antiguo barrio de Washington DC. Allí se encuentran la oficinas del Departamento de Estado y por eso la referencia del texto.

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