sábado, marzo 14, 2020

EL MIEDO NO ES SONSO...SALVO EL DE LA DIRIGENCIA









                                                                             






El miedo, junto con la agresividad,  el hambre y el sexo, es una de las pulsiones fundamentales del bicho humano -según Karl Lorenz. Fenómeno primordial de la existencia, resulta la más elemental de las emociones. Pone en evidencia la condición inacabada y menesterosa de la vida humana, nuestra natural inseguridad ontológica. Junto con el deseo y el poder -afirma el gran psiquiatra Guillermo Vidal- constituye uno de los titanes del alma humana.  Hobbes, que según su propia confesión vivió bajo el miedo intelectual, afirmaba que el temor -la aversión a sufrir un daño-, en sus dos formas del temor ante la muerte y el temor del futuro, lleva al hombre a buscar la protección del poder político, a cambio de rendirle obediencia, aunque esta relación no elimina nunca el temor, en la medida de que la violencia permanece latente en el corazón de cada sociedad.  El miedo, pues, no es sonso, pero se vuelve estado peligroso cuando anida en quienes están a cargo de la conducción política de una sociedad, Esto último es lo que me parece está ocurriendo a raíz de la pandemia de coronavirus y el Covid-19.

El miedo a las epidemias, pestes, plagas y demás malaventuras de salud, está inscripto en la memoria de la especie. El miedo se agrava porque, en esos casos, el causante y transmisor es invisible. Lo que suele dar lugar al fenómeno colectivo de buscar chivos expiatorios con rostro humano, a quienes atribuirles la responsabilidad de la propagación del mal. Alessandro Manzoni, en la Storia della Colonna Infame,  describió la persecución, durante la peste que asoló la Lombardía en 1630, a los "untores", que supuestamente difundían la plaga distribuyendo apósitos con  ungüentos o polvos malignos. Muchos terminaron en el patíbulo. Este tipo de reacciones, descriptas hace más de un siglo por Gustavo Le Bon, se reflejó ahora en las diatribas a los chinos de los supermercados recogidas por los medios.

A falta de poder echarle la culpa a alguien del Covid-19, los gobernantes intentan -tarde- ponerse al frente de una guerra al virus, que naturalmente ganará el virus, inmune a los discursos y a las campañas de marketing, y muy capaz de trasponer barreras y fronteras. No habiendo por ahora vacuna o medicamento que sea efectivo contra el coronavirus, lo mejor que puede hacerse es reforzar hasta el límite de lo posible el sistema sanitario para asistir a los infectados, y multiplicar las medidas de prevención. En otras palabras, reducir los daños mientras se espera, de acuerdo con la experiencia acumulada, que la curva de la enfermedad llegue a su máximo, se amesete  y luego decrezca. Esto implica una disciplina social y un ejercicio de la responsabilidad cívica inusuales entre nosotros. Pero aquí funciona aquello de que el miedo no es sonso y todos y cada uno comenzamos a contribuir a la obtención un bien común, la salus publica, deponiendo el individualismo feroz que desparrama la ideología del tiempo. Salus que alcanza aquí su doble significado, de salud y de salvación. Los gobiernos no se adelantaron en eso a los ciudadanos, sino que han ido a la zaga del sentido común de multiplicar el lavado de manos. Los gobiernos, el nuestro incluido, ejercen mediante mandatos de cuarentena, aislamiento, internación y otras compulsiones, su aparente soberanía. Soberano es el que decide sobre el estado de excepción, enseñaba Carl Schmitt. No cabe duda que el Covid-19 plantea un estado de excepción casi planetario. Pero el soberano no es ni el presidente, ni el rey, ni el primer ministro. La que se manifiesta soberana en el caso es la Naturaleza, que ha dado lugar a la nueva manifestación viral, detrás de la cual corren con miedo los conductores políticos, y todos nosotros a la zaga. El SARS-COV-2, nombre científico de nuestro virus, es un pariente del SARS que emergió en Asia en 2003. Un coronavirus, a través de la mutación y de la recombinación genética, se ha mostrado más apto que otros virus e hizo acto de presencia en el 2020. Después vino el murciélago, el ignoto animal intermediario y el paciente humano 0 en Wu Han. Si a ustedes  gustan  de los conjuracionismos, ese proceso previo se dio en un laboratorio norteamericano, trasladándose a China por la delegación del ejército de los EE.UU.  que participó de los Juegos Mundiales Militares celebrados en octubre de 2019...en Wuhan. O, de la otra banda, en un laboratorio chino de alta bioseguridad, nivel P4 (el más alto del ramo), especializado en cepas virales, inaugurado el 23 de febrero de 2017 con la presencia del primer ministro francés Bernard Cazeneuve (Francia contribuyó a la obra) sito en...Wuhan.  Sea como fuere, lo cierto es que la soberana de la pandemia es la denostada y aún negada Naturaleza, a veces inclusive caricaturizada, como hace Santa Greta. Nuestros gobernantes, a ese respecto, resultan sus meros partiquinos. En estos casos, además de la prevención, no viene mal rezar.

No hay comentarios.: