miércoles, julio 16, 2014

RETOMANDO EL VIEJO ASUNTO DE LA DEUDA
 
 
BYE BYE BARING (VII)

 

                                                                
                                                                        Norberto de la Riestra
 

Caído Rosas, la Baring (privada ya de Alexander, el primer barón de Ashburton, fallecido en 1848, habiendo quedado sus hermanos Thomas y Henry al frente de la casa), envía a Buenos a un mayor retirado, Ferdinand White, para informarse sobre el terreno de las consecuencias que, para el pago del empréstito, tendría la caída del antiguo encargado de las relaciones exteriores de la Confederación, ahora desterrado en la Gran Bretaña. Debe tenerse en cuenta que la cotización en Londres de los bonos era del 20% antes de la misi¢n Falconnet, habiendo crecido desde allí hasta poco más del 70%, a la época del viaje del nuevo enviado, sin haberla afectado la caída de Rosas, lo que demostraba en los bonholders un optimismo que la casa de Bishopsgate Street nro. 8 estaba lejos de compartir. White ha dejado un diario de su misión, bien reflejado en la obra de Fitte, con interesantes apreciaciones sobre los acontecimientos políticos ocurridos en nuestro país desde mayo de 1852, en que arriba, hasta abril de 1853, en que se embarca de vuelta para Inglaterra.

 

El acontecimiento principal ocurrido durante la gesti¢n de White es la revolución del 11 de septiembre de 1852, cuya consecuencia sería  la división del país entre en el Estado de Buenos Aires y la Confederación Argentina. El empréstito había sido contraído por la provincia de Buenos Aires, dando en garantía sus rentas y tierras públicas. Convertido luego, al establecerse la presidencia unitaria según la Constituci¢n de 1826, en deuda nacional, sus servicios se interrumpen en 1828 por imposibilidad de pago de la provincia, desaparecida la autoridad nacional. Y es la provincia, con su gobernador encargado de las relaciones exteriores de la Confederación  (confederaci¢n "empírica", como gustaba decir Julio Irazusta, plasmada en pactos), la que, con fondos propios, encara los módicos pagos resultantes del convenio con Mr. Falconnet, interrumpidos a partir de Caseros. La cuestión principal, para el acreedor, pues, resultaba quién se haría en definitiva de la deuda.

 

Las tratativas de White

 

A fines de mayo de 1852, White se reúne en Montevideo con el doctor de la Peña, ministro de Relaciones Exteriores de Urquiza, por entonces a punto de ser designado, en el Acuerdo de San Nicolás, Director Provisorio de la Confederación Argentina. White le pasa a de la Peña un estado de la deuda a ese momento, que montaba, según el acreedor, a £ 2.335.410, es decir, a casi tres veces y media lo efectivamente recibido. De la Peña le manifestó que, habiendo sido gastado el empréstito en la pasada guerra con el Brasil, se haría cargo de él la nación; precavidamente, agregó que de no ser viable ese expediente, la provincia de Buenos Aires quedaba siempre obligada "por su honor y por los términos del empréstito", es decir, por la garantía de sus renta y tierras. Alrededor de de la Peña se movía un personaje -ya recomendado a White en Río de Janeiro por Henry Southern, ex embajador de la Corona en Buenos Aires, a la sazón representante ante la Corte del Brasil- llamado Francisco Casiano Beláustegui. Según Ferns, este hombre era un aventurero y hasta se lo tachaba de proxeneta, oficio este último con el que, por su esmero, se habría ganado la confianza y estimación de Southern. Beláustegui, a modo de condecoración, le mostró a White las pruebas epistolares de sus gestiones ante Rosas para lograr el pago del empréstito, frente a las cuales el Restaurador había mostrado su sorpresa ante la circunstancia de que un argentino fuese el abogado oficioso de los bonoleros. Ahora, le susurraba el influyente a White, que cada vez le tomaba mayor recelo, un arreglo definitivo estaba mucho más próximo. A condición de reconocerle un fee de punto sobre todas las sumas a cobrar después del ajuste definitivo de cuentas, y ser designado agente de la Baring en Buenos Aires, en lugar de la firma norteamericana Zimmermann y Frazier, que se desempeñaba en tal carácter hasta ese momento. En junio de 1852 White es recibido por Urquiza en Palermo, siéndole presentado por el gobernador Vicente L¢pez. Cuando el entrerriano oyó que se hablaba de una deuda "nacional", apretó los labios y no pronunció palabra hasta el fin de la entrevista. A White no le costó demasiado entender que la Confederación estaba muy lejos de querer pagar la deuda, exclusiva de los porteños, a juicio del Director Provisorio. En esa entrevista, quedó, pues, perdido para siempre ese punto sobre el saldo y la calidad de agente de los Baring con que Beláustegui ensoñaba beneficiarse. Pero Beláustegui tenía el optimismo propio de todo vendedor de humo, y aunque White, evidentemente, ya no le creía palabra, afirmaba que el negocio andaba sobre ruedas, que Urquiza al final iba a influir a favor del acuerdo, que todo estaría resuelto para los primeros días de septiembre y anunciaba las primeras remesas llegando a Londres hacia febrero del otro año.

 

Lo único que estuvo resuelto en septiembre fue la revoluci¢n del día 11 contra Urquiza. White debió convertirse en un observador de los sucesos, forzado a esperar que las cosas se aclarasen, y convirtiéndose, de paso, en hooligan de Buenos Aires en su disputa política con la Confederaci¢n. Mientras tanto, él y su secretario hacían cuentas. Las rentas genuinas de Buenos Aires alcanzaban, a ese momento, a $ 3.250.000 anuales. La deuda total de la provincia, a $ 29.964.950. Un tercio de ella, $ 11.777.050, equivalentes (al cambio de 4 a 1) a las £ 2.355.410, correspondían al saldo del empréstito. El servicio de esa deuda insumiría aproximadamente, según los diligentes cálculos de White, la cuarta parte de los ingresos públicos. La situación, pues, no era brillante.

 

De todos modos, White se entrevistó con el nuevo "gobernador propietario" de Buenos Aires, don Valentín Alsina. Iba acompañado de Mr. Zimmermann, aquél a quien el afanoso Beláustegui quería sustituir. La conversación fue cortés, pero las posibilidades de arreglo eran, por el momento, en plena guerra entre Buenos Aires y la Confederación, muy lejanas. Lo único que obtuvo fue la seguridad de que la provincia, en la medida de sus capacidades, haría frente a su compromiso, y que se retomarían los pagos de cinco mil pesos mensuales del arreglo Falconnet. White, observador de nuestras luchas civiles e investigador de nuestros presupuestos, había llegado al fin de su misión, con el íntimo convencimiento de que sólo de una Buenos Aires pacificada y dedicada a desarrollar sus riquezas naturales podía pagar la deuda pendiente. Se embarcó, pues, el antiguo colonial de Bombay, para informar a sus principales de Londres que nada se podía hacer por el momento. Al tocar puerto en Montevideo el vapor que lo llevaba, lo abordó su compatriota don Samuel Lafone, que unos años antes protagonizara un curioso episodio de aplicación del Tratado de 1825, en el caso de matrimonios de mixta religión, por su casamiento con una dama argentina de apellido Quevedo. Lafone, dedicado al comercio exportador de cueros por cuenta de una firma de Liverpool, tenía su propio plan para hacer honor al empréstito, consistente en: a) abono del millón de libras inicial con los recursos propios del gobierno; b) el saldo, de un millón y medio acumulados por mora, se abonaría con una concesión de tierras no menor a dos mil leguas cuadradas, de las cuales, aconsejaba, la mitad convendría venderla a su vez a colonos alemanes, para hacer subir inmediatamente el valor de la mitad restante. Fue el último proyecto que White agregó a su abultada cartera de documentos de viajero que vuelve, en términos de tango, con la frente algo marchita.

 

Buenos Aires y la Confederación

 

Los bonholders están que trinan ante las noticias aportadas. Pero la política exterior inglesa, siguiendo el rumbo de "espléndido aislamiento" señalado por lord Palmerston, tan admirado por Rosas desde Burgess Farm, es de no inmiscuirse por las armas en los malos negocios de sus súbditos. Posición apoyada por el Times desde su línea editorial, y por la casa Baring, que no en vano posee una parte del famoso periódico. Además, la situación es algo curiosa: se sabe que si alguien está en condiciones de pagar, es  Buenos Aires; sin embargo el Foreign Office apoya al gobierno de Paraná , sede de la Confederación y no reconoce al Estado de Buenos Aires. Juan Bautista Alberdi, en nombre de Paraná , quería acelerar la inversión brit nica en la Confederación, especialmente la ferroviaria, a través de su amigo Wheelwright, mientras se autorizaba a Buschental a organizar en Europa una compañía para financiar el tendido de la línea Rosario-Córdoba. El Estado de Buenos Aires, mientras tanto, advertía que podía autosostenerse con sus exportaciones agrícolas, de ganado en pie, y las rentas de la aduana. La Confederación no podía pensar, aunque contase con una cabeza tan sólida como la de Mariano Fragueiro, que se plante¢ la cuestión, en procurar por sí sola el capital necesario a su desarrollo. Sí lo podían pensar, y de hecho lo hicieron, los porteños. Así nació en 1853 el Ferrocarril Oeste, en cuya sociedad se codeaban argentinos con ingleses afincados, que tuvo principio de ejecución con un buen negocio sobre las tierras destinadas a la traza y su momento de gloria cuando, en 1857, "La Porteña", con su cartelito "Voy a Chile", pitó en su primera salida desde donde hoy está  el Teatro Col¢n, para recorrer diez kil¢metros de "camino de hierro" colocados por 160 obreros ingleses contratados al efecto.
 
 
                                       La Porteña y la Estación del Parque (hoy Teatro Colón)
 
Quizás ese fue el momento clave para lograr lo que un tal Carlos Marx estaba entonces entreviendo desde la biblioteca del British Museum, en la Inglaterra victoriana: la acumulaci¢n "primitiva" de capital, función propia de la clase capitalista, para su reproducción volcada en un desarrollo autónomo. Buenos Aires habría podido hacerlo, en ese momento, sin recurrir a los onerosos empréstitos extranjeros, a los cuales estaba, en cambio, obligada fatalmente la Confederación.

 
Frank Parish, el hijo de Woodbine, había sido designado vicecónsul ingl‚s ante el Estado de Buenos Aires, modesto cargo que mostraba bien a las claras la voluntad de no reconocimiento. Los informes de Parish a lord Clarendon, titular del Foreing Office, reflejan la preocupación de este funcionario porque el presupuesto 1854/55 del nuevo estado destinase el 4% a obras públicas, antes que al pago de la "justa deuda" contraída con los bonholders en 1824. La política del gobierno británico tendía a presionar al gobierno de Buenos Aires a unirse a la Confederación, y no proseguir por el camino trazado. La Baring mandó a un nuevo representante, James Giro, a fines de 1853. Giro y Parish hicieron causa común. El ministro de Hacienda, Juan Bautista de la Peña, propuso pagar las casi £ 2.800.000 a que montaba entonces la deuda del empréstito con una quita de un 25%, a raz¢n de œ 60.000 anuales, y cesando el curso de los intereses. Ello fue objeto de rechazo por parte del enviado. Una tratativa igual y paralela celebrada por Adolfo Van Praet en Londres llegó  a igual resultado nulo. En 1855, Norberto de la Riestra [1], nuevo ministro de Hacienda, hace aprobar por la Legislatura una ley que establece la duplicación -$ 10.000- de la cantidad mensual que se giraba a la Baring por el acuerdo Falconnet. Giro y Parish toman este gesto como una maniobra para apaciguar a los bonholders, ocultando la voluntad de no pagarles jamás. Giro hace publicar en la prensa las cláusulas originarias del empréstito, y obtiene el repudio de la opinión pública. Se opone, en nombre de los acreedores, a ventas de tierras públicas, debiendo Parish legalizar su protesta, ya que no encontró escribano en Buenos Aires dispuesto a hacerlo. En realidad, el gobierno de Buenos Aires quería llegar a un acuerdo satisfactorio, pero Giro era propenso a embrollar las cosas. Una carta altisonante dirigida al gobernador de la provincia le fue dada por no recibida y obligado a retirarla. Decidió entonces embarcarse para Londres, mientras el gobierno anunciaba que sólo trataría directamente con la casa Baring. Mientras tanto, en 1856, se hacía cargo de representación de la reina Victoria ante el gobierno de Paraná   Mr. W.D. Christie. Christie era partidario, y lo manifestó abiertamente, de presionar a Buenos Aires para que cesase su actitud "anómala", e incluso escribi¢ a Lord Clarendon sobre la necesidad de una demostración naval frente a los díscolos porteños. Alberdi, en carta a Urquiza dirigida desde París en diciembre de 1857, teoriza sobre la absoluta necesidad para la Confederación de que Buenos Aires sea obligada a pagar sin remisiones ni quitas, ya que dedicarla a cubrir la deuda le quitaría dinero que de otro modo destinaría "para anarquizar al país".

 

El arreglo de la Riestra

 

Pero el gobierno de Buenos Aires ya había decidido consolidar su crédito en Londres. Propuso pagar el capital de £ 1.000.000 en cuotas anuales que arancarían de £ 35.000 en 1857 hasta alcanzar la suma de œ 65.000 en 1860, y así hasta su definitiva cancelación. La deuda por intereses atrasados, consolidada en £ 1.641.000 se pagaría con bonos, luego llamados "bonos diferidos", que redituarían un interés anual del 1%  de 1861 a 1865, del 2% desde 1866 a 1870 y del 3% desde 1871 hasta su total rescate. Los tenedores de bonos estuvieron de acuerdo, ya que el arreglo se acercaba bastante a su propia propuesta. La legislatura de Buenos Aires lo hizo ley en octubre de 1857.

 

Luego de la crisis de 1890, el gobierno de Luis Sáenz Peña tuvo que negociar, a través de su embajador Luis L. Domínguez, algunos reajustes con el Comité de Tenedores, entonces presidida por lord Rothschild, a raíz de la crisis de la Baring por aquellos años. Como se diría hoy, se reestructuraron pagos de diversos empréstitos, comprendido el de 1824, y el de los intereses. Hay que anotar, además, que la ley 206, de 1866, puso a cargo de la nación, desde 1867, el empréstito inglés de 1824.

 

El rescate definitivo del empréstito se produjo en 1901. Según el clásico cálculo de Pedro Agote, se pagó, por los $ 5.000.000, pactados, y $ 2.800.000 realmente recibidos, un total de $ 23.734.766, o sea ocho veces más en setenta y siete años. Milagros del interés compuesto.-

 

[1] Antes de asumir el ministerio, era socio de la firma Nicholson, Green & Co, de Liverpool. adonde se había dirigido de joven por su disidencia con el gobierno de Juan Manuel de Rosas. Ni siquiera este antecedente tranquilizó a Giro y Parish, que lo sospechaban partidario de repudiar la deuda.

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