jueves, enero 19, 2006

En el "Réseau Voltaire" aparece un artículo del general ruso Leonid Ivashov, que fuera Jefe del Estado Mayor del ejército de su país. Dice allí que el terrorismo internacional no existe. Es un artificio instrumentado por las grandes potencias (léase EE.UU. y UK) para mantener y afianzar su poder sobre el resto. A contrario, lo que sí existió, existe y puede seguir existiendo es el terrorismo nacional, esto es, el del partisano que lucha por su tierra. Una interpretación complotista, en nuestro Kali Yuga, resulta siempre bienvenida, por lo menos en cuanto se aparta de las explicaciones convencionales de la "videología" o, por lo menos, las pone en apuros. Sin embargo, el complotismo, como le oí decir alguna vez a Aníbal D'Angelo, resulta la sociología de los pobres. Explica cuestiones complejas y oscuras bajo una luz simple y levanta adhesiones porque las cosas, superficialmente consideradas, funcionan como si -als ob- los conjurados de un colegio invisible las hubiesen predispuesto de esa manera. Parafraseando a mi amigo D'Angelo, diría que es una sociología de y para pobres de espíritu, porque en las innumerables manipulaciones de que somos objeto, el recurso a imaginar un complot también forma parte del arsenal de los manipuladores, con la ventaja de que resulta muy del gusto de los manipulados.
Por cierto, podemos atribuir el 11/9 al sector neocon del actual gobierno de los EE.UU. El ocultamiento o travestimiento de los hechos -el avión supuestamente dirigido contra el Pentágono, p. ej.-, la existencia de informes de inteligencia premonitorios que fueron desechados, los negocios de vieja data de la familia Bush con la familia de Bin Laden, etc., son piezas que, más o menos encajadas unas en las otras, parecen resolver el rompecabezas. Sin embargo, lo más probable es que un antiguo socio, y también una hechura de los servicios de inteligencia norteamericanos, como Bin Laden, se haya emancipado de sus antiguos patrocinadores y haya comenzado una proficua carrera por su cuenta. Y que el Pentágono prefiera la historia del avión estrellado a reconocer otra forma de ataque que lo mostraría aún más vulnerable. (Recuerdo que la propia CNN lo atribuyó de entrada al impacto de un coche bomba). Nuestro general ruso tendría que explicar en su esquema al terrorismo checheno (salvo que lo reconozca como la reacción de un pueblo oprimido). De todos modos, en las afirmaciones del ruso hay un elemento compartible, a condición de introducirlo en un análisis de mayor alcance. En efecto, destruido luego de la Segunda Guerra Mundial el jus publicum europaeum se transformaron radicalmente las condiciones del jus ad bellum y del jus in bello, del derecho a la guerra y del derecho en la guerra. Quedaron suprimidas las guerras, salvo las que pudieran librar por sí o por mano interpósita las grandes potencias y toda regla para enmarcar el enfrentamiento quedó derogada. Transcurrimos desde entonces los episodios de una guerra civil internacional cada vez con mayor encono, en patética escalada hacia la enemistad absoluta. La primera fase de este proceso fue la inmediatamente siguiente al final de la Segunda Guerra y duró hasta el fin de la "guerra fría". Las dos superpotencias dominantes, los EE.UU y la URSS libraban por procura pequeñas y dolorosas guerras civiles en los márgenes de sus respectivas zonas de influencia. Nuestra propia guerra civil terrorismo vs. torturismo resulta un episodio de este proceso, aunque hoy se la pinte como persecución insana y unilateral de militares malvados a perejiles idealistas. La segunda fase aparece a fines de los años setenta y puede calificarse una "privatización" del terrorismo. Los grupos armados comienzan un proceso de autofinanciación a partir de actividades ilegales y hasta algunas legales - secuestros extorsivos, impuestos revolucionarios, narcotráfico, empresas pantalla, etc. Se trata de una "economía de guerra civil extendida" con actores como el IRA. ETA, la OLP, Hamas, FARC, etc. La última fase, en los 90, se relaciona con la globalización y mundialización rampantes, y da lugar a un terrorismo global y a una consiguiente economía global del terrorismo que se calcula mueve hoy unos mil quinientos miles de millones de dólares al año, esto es, el 5% de la economía mundial (ver Loretta Naoleoni, "La Nuova Economia del Terrorismo", Marco Tropea editore, 2004). Al Qaeda resulta emblemática de esta etapa. Al lado de la economía del "turbocapitalismo" global, entrelazándose con él, funciona una economía del "turboterrorismo" global, con idénticos engranajes: lavado de dinero, contrabando, narcotráfico, actividades lícitas gestionadas por empresas pantalla del terrorismo, ayudas humanitarias, etc. Quizás ya sea imposible que una funcione separada de la otra, lo que explica que no prosperen los instrumentos decisivos del bloqueo económico a las fuentes de ingreso del terrorismo y que un financista como Bin Laden continúe haciendo circular sus millones bajo el amparo de la gran burbuja financiera planetaria. El Occidente golpeado por el terrorismo es el mayor proveedor de armas y el mayor consumidor de drogas del planeta, y son sus circuitos financieros los que reciclan, en definitiva, el dinero de la economía terrorista global. Una y otra economía continuarán su abrazo inextricable y atroz hasta la mutua destrucción. Se parece a un complot, pero no lo es. Simplemente, resulta producto de la obscenidad de nuestro tiempo.

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