lunes, enero 30, 2006

APUNTES SOBRE LA ENCÍCLICA

por Luis María Bandieri

A propósito de la encíclica de Benedicto XVI, Deus caritas est, y como contribución a su estudio, aporto rápidamente lo que sigue, a simple título personal. Los griegos tenían –como recuerda el texto papal- tres palabras para referirse al amor: eros, philía, agapé. La referencia más intensa estaba en las dos primeras. Eros valía por el impulso o fuerza original del mundo. Es impulso sagrado hacia cualquier objeto digno de apego; la más antigua de las fuerzas divinas, que rige, como dice Sófocles en “Antígona”, a los mortales y a los inmortales. En la expresión se refleja la ambivalencia del espíritu griego antiguo entre el impulso oscuro y la claridad ordenada, entre Dionisos y Apolo, que Nietzsche supo poner de manifiesto. En algunos textos de Platón, como el Fedro, eros es un impulso ascendente, del hombre hacia lo divino. Philía abarcaba también un abanico de significados, pero principalmente es un amor desinteresado hacia el otro, hacia el amigo, el ciudadano o polites, la polis, la patria. Aquí la voluntad domina la pasión, presente en eros. En la esfera de lo público, alude a la amistad política o concordia, esto es, a la concurrencia cordial (de los corazones) en la deliberación y decisión sobre lo que a todos interesa. Sin concordia previa, todo a-cuerdo resulta imposición –cosa olvidada a designio en nuestras democracias actuales y que Julián Marías señaló con agudeza en uno de sus últimos textos.

Los primeros traductores de la Biblia del hebreo al griego tuvieron una tarea difícil para verter las expresiones ahavá (ampliamente, amor, amistad, simpatía –ver Lázaro Schallman, “Diccionario de Hebraísmos”, ed. Israel, Bs. As. 1952/5712), en la cual sólo el contexto puede dar el sentido y alcance, y jésed (favor, gracia, benevolencia, misericordia), también compleja, referida más bien a la fidelidad como noción clave, que se espera de cualquier miembro de una comunidad respecto a otro miembro. En la elección de su pueblo por parte de Yavé había un acto de ahavá, que debía ser retribuido por el pueblo en términos de jésed, antes que por rituales (“misericordia quiero y no sacrificios”, Oseas, VI,6). Y el jésed debía extenderse al trato de los miembros del pueblo entre sí. Como eros podía alcanzar una connotación carnal, y la philía se mantiene exclusivamente en el plano humano, los traductores prefirieron agapé, que iba a tomar una dimensión tan especial en el Nuevo Testamento, bajo la versión latina de caritas, en lo cual la encíclica se extiende tan larga como profundamente.

Agapé, según el diccionario griego, vale como acoger amicalmente, tratar con cariño, estar satisfecho, amar, querer y, específicamente, se refiere a las comidas fraternas de los primeros cristianos. Agapésis es afección y agapétikos, quien resulta tierno y afectuoso. En la tradición judía hacía referencia a los banquetes sagrados, a las ofrendas y a las obligaciones hacia los pobres y desvalidos. La aparente sustitución del amor por la caridad levantó la crítica de reducir la noble pasión por una actitud desvitalizada. Entre otras, es la postura de Nietzsche que el texto pontifical examina.

Podría anotarse que el amor (bhaktí) como entrega está presente también en el hinduismo (así., p. ej., en el canto XVIII de la Bhagavad Gita). En el Islam, en cambio, y salvo entre los sufis, el comportamiento del hombre frente a Allah es el de alabanza debida, no importa que sea con amor o sin él, mientras se manifieste con fe.

Quizás uno de los testimonios más importantes acerca del amor y del amor al prójimo, en el siglo XX, haya sido dejado por Simone Weil (especialmente en los trabajos recopilados en “Espera de Dios”, Attente de Dieu, hay trad. en ed. Sudamericana, Bs. As., 1954). Para ella, el amor al prójimo es amor que desciende de Dios hacia el hombre. Es anterior al que sube del hombre hacia Dios. Dios se precipita –dice- en el alma más miserable para, a través de ella, mirar y escuchar a los desgraciados. Donde los desgraciados son amados, Dios está presente. Los miserables no son –dice- ocasión de amar a Dios, pretexto para ello. Deben ser amados con un amor personal. Para ella, expresiones como amar al prójimo en Dios o por Dios resultan engañosas y equívocas.

”En el verdadero amor, no somos nosotros los que amamos a los desdichados en Dios sino Dios en nosotros el que ama a los desdichados. Cuando estamos en la desgracia, es Dios en nosotros quien ama a aquellos que nos quieren bien. La compasión y la gratitud descienden de Dios, y cuando se encuentran en una mirada, Dios está presente en el punto en que las miradas se encuentran. El desgraciado y el otro se aman a partir de Dios, a través de Dios, pero no por amor a Dios, sino por amor del uno por el otro. Esto tiene algo de imposible. Por eso no se realiza sino por Dios”. Esta comunidad de destinos animada por la caridad, signo viviente del amor de Dios en el mundo, puede cambiarlo. Ahí está un nudo de la reflexión papal. Otro nudo reside en que la vía agapística no da lugar a ninguna elección política (como pretendía, p. ej. el clericalismo militante de la “teología de la liberación” el siglo pasado). La política, que tiende a la concordia, a la philía entre ciudadanos, no está para cambiar el mundo ni corregirlo conforme un ideal ni, menos aún, para clausurar la historia en la realización de una utopía celeste y permanente. La política trabaja con los hombres y las cosas tales como son en este mundo sublunar y, buscando la “vida buena” colectiva, tiende a colocar lo necesario en el horizonte de lo posible. Si he entendido bien, el mensaje procura que no confundamos los fines ni enredemos los medios: cada uno de nosotros tiente de penetrar en el misterio de la agapé; en la vida pública, como comunidades, intentemos recomponer la philía.-

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