martes, agosto 16, 2016

EL ABUELITO DE LA REVOLUCIÓN CUMPLIÓ AÑOS





Fidel sopló las velitas de sus noventa: un abuelito en jogging y guardapolvo blanco, rodeado de otros abuelitos, en el teatro Karl Marx de La Habana -la edad no da para celebraciones al aire libre- donde una compañía infantil ponía en escena una simpática obra: "La Colmenita", recomendada por UNICEF. ¡Y le regalaron un puro de 90 metros!  Todos se rieron: no estaba obligado a fumarlo, claro está.

Este hombre de la barba cana y la mirada ya un poco extraviada, presidió el lanzamiento, en 1962, de una declaración de guerra continental,  que debía desarrollarse bajo la modalidad de la guerra revolucionaria (febrero de 1962, Declaración de La Habana, convertir Latinoamérica en una gran Sierra Maestra). La lucha revolucionaria estaba impulsada desde Moscú y su vector era Cuba. Se trataba de un escenario secundario, un episodio de arrabal del enfrentamiento global entre los EE.UU. y sus aliados y la URSS y sus aliados, donde los dos grandes contrincantes no podían venirse a las manos directamente: era la mutua destrucción asegurada.

En Hispanoamérica, Iberoamérica, Latinoamérica, Indoamérica, América Románica o como prefiera el lector, el único santuario libre de enfrentamientos fue México: "en el único lugar donde no intentamos promover la revolución fue en México. En el resto, sin excepción, lo intentamos" (palabras del nonagenario y valetudinario de las velitas. del 5 de julio de 1998).

En 1966 se reúne en La Habana la "Primera Conferencia de Solidaridad con los Pueblos de Asia, África y América Latina", más conocida como la Tricontinental, para organizar la lucha armada en los escenarios secundarios. En 1967 el órgano específico para nuestra ecúmene, la OLAS (Organización Latinoamericana de Solidaridad), donde estuvimos representados por John William Cooke. Su declaración final se expresa por la "lucha armada", "la guerra de guerrillas como genuina expresión" de aquélla, en el marco de la "guerra revolucionaria" y culmina: "el proceso violento hacia el comunismo es inevitable y exige la existencia de un mando unificado político y militar como garantía de su éxito". El mando unificado al comandante; el mando a Fidel: "llegó el comandante mandó parar", como decía la rumba de época.

Era obvio que una operación de guerra revolucionaria de carácter continental vía Cuba iba a levantar una respuesta contrainsurgente también continental, vía la doctrina dela "seguridad hemisférica". En 1975, en Santiago, Argentina, Brasil; Bolivia, Chile, Paraguay y Uruguay cierran el "Plan Cóndor", con un diseño de "guerra de baja intensidad". Todos los jugadores están en la cancha: íncipit tragedia; mejor, la tragedia ya había comenzado diez años antes.

Lo patético es ver ahora al abuelito con las velitas, consumiendo obritas infantiles -lo patético de un líder, sobre todo cuando chorrea sangre, es no morirse a tiempo y sobrevivirse momificado. Muerte, sangre, destrucción, quedaron como saldo. No me refiero sólo a civiles inermes, a militares y policías, sino también a una generación de combatientes que, en algún momento, creyó que estaban cambiando el mundo, tomando "el cielo por asalto", según la frase que Marx desliza en su correspondencia a propósito de los comuneros de París (1). Vicente Massot ha escrito un texto muy esclarecedor al respecto.

En 1997, un grupo de historiadores presidido por Stéphane Courtois publicó "El Libro Negro del Comunismo", sobre el costo humano de su revolución: cien millones de muertos: "el mayor, el más sanguinario sistema criminal de la historia". El abuelito tuvo en él su contribución no pequeña. Pasará a la historia, por lo menos a la crónica actual, como una especie de Bolívar del siglo XX, admirado por el puer aeternus latinoamericano, inmune porque si mató fue con buenas intenciones -marxistas absolviendo las buenas intenciones es una inconsecuencia y una humorada- y solazándose, como un ogro domesticado y vegano, con el teatro infantil.-














(1) Marx la toma, a su vez, del romanticismo alemán y antes Hölderlin la usó para referirse a los titanes que asaltaban el Olimpo, y antes de ese antes Cervantes la puso en boca del Quijote (Segunda parte, cap. VIII) y antes aún puede relacionarse con Mateo 11,12: "el reino de los cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan", que a su vez debe tener otras fuentes que se me escapan 

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