viernes, agosto 30, 2013

KEEP  YOUR  HANDS OFF  GKC!



Con las mejores intenciones del mundo, seguramente, la American Chesterton Society ha conseguido que se ponga en marcha el rodaje eclesial destinado a promover la beatificación de Gilbert Keith Chesterton. El obispo de Northampton, Peter John Haworth Doyle ha autorizado el inicio de la fase diocesana del proceso. Varias sociedades chestertonianas de otros puntos del globo apoyan la iniciativa. Se descuenta que el papa Francisco estará de corazón con esta causa. Me permito una solitaria disidencia: dejen al gran gordo en su laica inmortalidad y no vayan calculando una super hornacina a su medida. A este maestro de la paradoja, probablemente, le encontrarían  el mérito milagroso de haber curado a algún temulento con sólo ponerse un ejemplar de Manalive sobre su cabeza, o de haber apartado del tabaco a algún candidato clavado al enfisema recitando dos estrofas de Lepanto. Su condena como herejías insanables del vegetarianismo, de Tolstoi, de llevar sandalias y comer tomates crudos sin aliño, habrían de ocultarse púdicamente. Oraciones de mediocre factura se elevarían incesantes en su nombre, santurronas recensiones edulcorarían sus obras  y  diestros hagiógrafos nos alejarían del chimenterío que Ada Jones, la esposa de Cecil, sembró acerca de sus relaciones con su propia mujer, Frances, la que lo sacó de las juergas de Fleet Street para encerrarlo en Beaconsfield. Ya no podremos elucubrar cuáles de sus obras fueron mejores, si las que escribió en aquella fase de disipación o las de su retiro. Ni tampoco correspondería agregar que la ortodoxia de Ortodoxia, cuando pensaba en que podía aceptarse la autoridad de la Iglesia sin aceptar la autoridad de Roma, dejando en sombras la sede de la autoridad dogmática que tuviese a su cargo promulgar el símbolo de la fe, reuniendo así en un mismo haz a cantidad de gente que en otros tiempos se excomulgaban entre sí (anglicanos, católicos romanos, ortodoxos griegos y rusos, etc.) resultó a la postre más profética que otros escritos posteriores.  Dejemos en paz a este niño grande, a este extraordinario y profundo Don Fulgencio que gustaba de habitar en el mundo de los  geniecillos, los duendes y las hadas, fairyland, elfland, donde todo puede suceder y nada es previsible. O que escribió "la espada es la que proporciona belleza a las cosas; es la espada la que ha hecho novelesco al mundo", mientras salía a la calle con su bastón estoque nunca desenfundado. Ni nos estaría permitido ya decir que el father Brown era tan mal detective como buen apologeta, y que para las tardes de lluvia nos quedamos con las historias del ex  católico y espiritista Arthur Conan Doyle. Gideon Fell, el alter ego que le proporcionó John Dickson Carr, parecido en el físico pero sólo hasta ahí, planteaba por su lado magníficos misterios para resolverlos con miserables raciocinios. Mucha cerveza, mucho malbec y mucho escocés ha pasado bajo los puentes desde entonces. Quieta non movere. No practiquen, fans, con el pobre Gilbert un asesinato por entusiasmo. Si insisten, estoy dispuesto a crear un sindicato de advocati diaboli cuya presidencia pondré a cargo de Miguel Ángel Pierri, al que le da el physique du rôle.

PS: A todo evento, y subsidiariamente, opongo como artículo de previo y especial pronunciamiento que, primero, tengan las agallas de hacer santo  a Dom Pérignon.

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