lunes, septiembre 09, 2013

LA PAZ DE LOS VALIENTES




El 15 de agosto pasado, a los 88 años, en París  VIIème, según se dice en la misma residencia y dormitorio donde dejó este mundo Voltaire -y la dirección es, justamente, en Quai Voltaire-, muy cerca de una joven marquesa y con una copa de champagne en la mano, se fue ad patres un gran abogado y casi diría un gran fumista del derecho, Jacques Vergès. Toda su vida es un relato romanceado, y quizás estas mismas noticias sobre su muerte, una bella morte, como dirían en Italia, contenga también su cuota de fantasía. Nacido en Thailandia, por entonces llamada Siam, en 1925 -aunque algunos dicen antes- de los amoríos de un cónsul francés con una institutriz vietnamita, muy joven se alistó en las Fuerzas Francesas Libres encabezadas por el general De Gaulle. Hacia el fin de la guerra ingresa en el partido comunista francés y años después comienza su colaboración con el FLN argelino. En 1957 rompe con el comunismo soviético y se encolumna con los grupos maoístas. Más tarde es  defensor en Argel de los partidarios del FLN juzgados por actos terroristas -imposible olvidar aquí "La Batalla de Argel", la gran película de Gillo Pontecorvo que la extrema izquierda y la extrema derecha de los 60 argentinos no dejó de admirar. Vergès encara una provocatoria "defensa de ruptura". No es una defensa técnica, ni acude a los argumentos humanitarios respecto de la tortura. Es un proceso político,  donde se juzgan conductas políticas, que requieren argumentos políticos. El nudo retórico es la ilegitimidad del tribunal. Argelia no es Francia, los magistrados franceses carecen allí de jurisdicción y, en realidad, los papeles deberían cambiarse, y los togados pasar del estrado al banquillo.  No se podrá ganar la causa, ya que la sentencia estaba escrita de un principio, pero sí se puede ganar tiempo, trasladar el caso fuera de los muros del tribunal, resonarlo por el mundo y poder, así, forzar una vía política a la conmutación, la amnistía o el indulto.

Vergès, en su obra "Estrategia Judicial en los Procesos Políticos"  (Anagrama, 2009), plagada de referencias maximalistas bolcheviques, sintetiza así la retórica de ruptura:

"La distinción fundamental que determina el estilo del proceso penal es la actitud del acusado frente al orden público. Si lo acepta, el proceso es posible y constituye un diálogo entre el acusado que se explica y el juez cuyos valores son respetados. Si lo rechaza, el aparato judicial se desintegra, es el proceso de ruptura".

Transcribo de un muy interesante trabajo del  abogado español José Vicente Rubio Eire, http://www.elderecho.com/www-elderecho-com/retorica-penal-Jacques-Veres_11_582805002.html, las referencias que siguen, con algunas observaciones y conclusiones propias.

La estrategia de ruptura  tiene su origen, según Vergès, en la carta de Lenin de 19 de enero de 1905 a Elena Stasova y a otros camaradas en prisión en Moscú, que Willard recoge en su libro "Défense accuse: de Babeuf à Dimitrov" (1938).Según Lenin el planteamiento que debía seguirse en la defensa de Elena Stasova y sus camaradas debía de ser el siguiente: (I) no reconocer el derecho del tribunal a juzgar a los acusados y por ende proceder a boicotearla; (II) no participar en los procedimientos judiciales y a tal fin utilizar la figura del abogado con el exclusivo fin de explicar que el Tribunal carece de jurisdicción, siendo éste el argumento único que debe de esgrimirse en el juicio; (III) utilizar por último el juicio como medio de agitación. Se trata de cambiar la polaridad de la situación: como sugiere el título de Willard, la defensa acusa, sobre una base de planteos políticos y sólo  en subsidio de argumentación propiamente jurídica. Desde este punto de vista, se pueden encontrar antecedentes remotos al consejo leninista. Vergès pone como ejemplos de procesos donde predominó la estrategia de la ruptura: el de Sócrates, el de Luis XVI y el juicio de Leipzig de Georgi Dimitrov, acusado del incendio del Reichstag en 1933 y absuelto finalmente por un tribunal alemán.

El reverso de esta estrategia de ruptura, es la estrategia de connivencia. De acuerdo con Vergès: la connivencia hace que en el proceso se compartan entre el acusado y los magistrados destinados a juzgarle los fines políticos del sistema judicial y del poder político; esto es, hay una aceptación del marco referencial y, de consiguiente, un enfoque sobre la argumentación exculpatoria de base jurídica.  Por el contrario "la ruptura" defiende los objetivos políticos del acusado, desafiando al mismo tiempo el sistema judicial; esto es, una denuncia de ilegitimidad del marco de referencia jurídico-político.
 
Estos dos acercamientos entre el justiciable y la justicia (la ruptura o la connivencia) reflejan la existencia o la falta de un acuerdo subyacente y tácito entre el sistema judicial y el acusado: "el proceso tiene como función arreglar las contradicciones entre los individuos y las sociedades con el acuerdo, o al menos la aquiescencia, de los propios acusados".

Dado que el éxito del juicio depende de dicha aquiescencia por el acusado, Vergès argumenta que el acusado puede decir "No" a la autoridad del sistema judicial frustrando el fin del proceso. Por el contrario, lo que normalmente sucede es que el acusado, que no es conciente de que se necesita de su aquiescencia, acaba diciendo "Sí" en contra de su voluntad. Vergès llama a dicho consentimiento otorgado en contra de la voluntad del acusado como una "falsa connivencia" o una "ruptura no reconocida". A ello agrega  Vergès rescata el concepto de "agitación", tan utilizado en el mundo bolchevique, para darle un nuevo enfoque mientras lo adapta al procedimiento judicial.

Según Vergès, la defensa nunca tiene que olvidar que los tribunales están constituidos por aquellos que ocupan el poder, para obtener a través de la práctica judicial un fin político. El sistema judicial es un organismo inherentemente político porque sirve a los intereses del Estado. Esta acción la ejercitan no solamente los fiscales sino también la judicatura [1]. Desde este planteamiento Vergès estima que el acusado debe exponer en el proceso la causa política subyacente, tanto más cuanto que es la propia política la que determina la legitimidad del tribunal que va a enjuiciarle.

La defensa política, según Vergès, debe establecerse  en torno a tres puntos: el entusiasmo revolucionario; una apelación al derecho internacional  y una llamada a la opinión pública.
 
Esta línea fue la de la defensa judicial de los argelinos insurgentes contra Francia.  Vergès manifestó luego, refiriéndose a dichos juicios: "Era consciente de que la condena de los acusados estaba programada dentro del marco estrecho del proceso, pero esta relación de fuerza podía cambiar si entraba en juego la opinión pública internacional. Por lo tanto consideré el pretorio como un campo de batalla que tendría que hacerse público, a fin de que pudiese luchar en situación de igualdad con los jueces".

El caso más paradigmático, en el que se da origen y en el que se provoca la denominada estrategia de la ruptura, es el del juicio a la terrorista argelina Yamila Bohuired, que era acusada de participar en el atentado acaecido el 26 de enero de 1957, con el saldo de cuatro muertos y cuarenta heridos, y también de almacenar material explosivo para fines terroristas.

Siguiendo el relato del proceso en las propias palabras de Vergès, cuando a él se le asigna el caso en 1957, la primera noticia que tiene de su cliente es que está detenida en un hospital de Argelia y que estaba sufriendo allí mismo, en la propia cama del hospital, torturas por parte de los paracaidistas franceses.Sin embargo, no se le permite un contacto inmediato con su cliente, teniendo que esperar hasta más de siete días, a partir de su puesta a disposición judicial, para poder entrevistarse por primera vez con ella.

Con estos antecedentes se inicia un proceso, en el cual, según Vergés, el diálogo entre la defensa y los jueces deviene imposible. Para los jueces, Yamila no era más que una asesina, como ellos mismos la denominaban, y el mismo Vergès no era más que un traidor a la patria francesa por defender a una terrorista argelina. Por lo tanto, Vergès se percata que ni los jueces eran capaces de comprenderles, ni tampoco los abogados de la defensa y los acusados, eran capaces de ponerse en su lugar y de comprender su manera de razonar. El juicio se convierte en palabras de Vergès en un "mitin" por asesinato por parte del Tribunal.

Vergès pone el siguiente ejemplo sobre el imposible diálogo entre la acusada y los magistrados. El juez decía: "Usted es francesa" y la acusada respondía: "no, soy argelina"; el juez decía: "usted está acusada de formar parte de una organización para delinquir", y la acusada respondía: "yo soy miembro de una organización de resistencia"; El juez decía: "usted ha cometido un asesinato" y la acusada respondía: "he ejecutado a un traidor". Y así hasta el infinito.

A esta situación, hay que unir el hecho de que Jean- Baptise Biaggi, quien apoyaba políticamente a los colonos franceses de Argelia,  comunicó a Vergès que los ultras habían realizado un pacto, quince días antes de celebrarse el juicio, con el Ministro Residente de Francia, Robert Lacoste, para que Yamila fuese ejecutada.

Es en ese momento, en el que según Vergès, nace la necesidad de realizar "una defensa de ruptura", donde el objetivo no es por lo tanto el de convencer a los magistrados que iban a decidir el caso, como aconsejaban realizar los abogados de izquierda, sino por el contrario, el objetivo es el de provocar incidentes y escándalos en la sala de vistas que hiciesen que se hablase del juicio en Paris en Londres o en Bruselas.

Uno de los medios de los que se vale Vergès en dicha estrategia, es el de convertir al acusado en acusador a través de la impugnación de la legitimidad del Tribunal para poder juzgar los hechos. Esta contestación, le permite a Vergès al mismo tiempo, presentar a Yamila frente a la opinión pública internacional como el verdadero rostro de la revolución argelina.

Esta estrategia acabó dando sus frutos, si bien no en sede judicial, donde dicho proceso terminó con cinco condenas a muerte, entre ellas la de la propia Yamila, sino en sede política.Tras haber convertido Vergès el caso de  Yamila en un asunto de interés internacional, se pidió por parte de la defensa la gracia al Presidente de la República Francesa. Dicha petición fue sostenida en el momento de su presentación por un gran número de personalidades internacionales, entre ellos: Nehru, el rey de Jordania, 76 diputados ingleses y Ho Chi Minh.

Esta campaña judicial-mediática acabó dando sus frutos, y finalmente el presidente René Coty acordó dicha gracia permutando la condena a muerte por una condena perpetua de trabajos forzados. La condena tampoco será cumplida en su integridad, pues los Acuerdos de Évian de 1962, que pusieron fin a la Guerra de Argelia, incorporaron una serie de medidas de amnistía muy amplias de las que se beneficia la propia Yamila, convertida luego en la primera esposa de Vergès.

Podemos concluir que a efectos prácticos lo que Vergès denomina estrategia de ruptura consistió en lograr que la opinión pública internacional se interesara por sus juicios, simpatizase con sus defendidos; mientras que él mismo alargaba lo máximo posible los procedimientos judiciales hasta que se produjese un cambio político -que sus propios juicios también impulsaban-, que beneficiase a sus clientes en forma de perdón.

El propio Vergès se ufanaba en vida de la efectividad de esta estrategia durante los juicios de Argelia, diciendo que había asistido a decenas personas sin que ninguna de ellas hubiese sido al final ejecutada.

Una evolución de la dualidad entre la ruptura y la connivencia, es la transformación en lo que se conoció posteriormente como la Estrategia del Abogado del Diablo, en la cual Vergès opone al acusado (como individuo) contra el sistema judicial, que lo presenta como manifestación del mal absoluto. La Estrategia del Abogado del Diablo obtuvo su máxima expresión en la defensa que Vergès realizó de  Klaus Barbie.

Klaus Barbie, alemán de origen, se había integrado en 1935 en la Gestapo, siendo trasladado en 1942 a Lyon como jefe local de la Gestapo, ciudad donde se ganó su apodo de "el carnicero de Lyon". Entre los crímenes más graves por los que se le acusaba se encontraba la captura de 44 niños judíos de un orfanato en Izieu y su deportación a Auschwitz; la captura, tortura y posterior muerte de Jean Moulin, el miembro de la Resistencia francesa de más alto rango jamás detenido por los nazis; la deportación de un discutido pero ingente numero de personas a Auschwitz, entre ellas el envío el 11 de agosto de 1944 de un último convoy de deportados con 650 franceses.

Lo primero a destacar en el caso de Barbie es que hay que reconocerle a Vergès la valentía de haber asumido en solitario una defensa que pocos letrados querrían tomar. Cuando Vergès llegó a Lyon en febrero de 1983, la defensa la estaba llevando el letrado Alain de la Servette, presidente del Colegio de Abogados de Lyon, junto con su asistente, Robert Boyer, antiguo sacerdote jesuita. Esta defensa estaba resultando muy incómoda a de la Servette: por un lado, estaba recibiendo amenazas de muerte por defender a Barbie, y por otro los círculos católicos veían con  desagrado  que un antiguo sacerdote defendiese a un criminal de guerra nazi, pues podría interpretarse de que era la propia Iglesia la que asumía dicha defensa. Así que al poco tiempo de unirse Vergès al equipo de defensa, de la Servette se excusó de continuar con el trabajo y renunció al encargo, dejando solo a Vergès con la tarea de la defensa.

Así pues, Vergès inicia la defensa en un proceso en el que se sienta él solitariamente en los estrados para defender al acusado, mientras que enfrente, en la acusación, participan de forma conjunta cerca de 40 letrados.

El día del alegato final (1º de julio de 1987) Vergès se hace acompañar por dos letrados amigos suyos: Me Jean-Martin Mbella, congolés, y Me Nabil Bouaïta, argelino.Es más, al no querer hacer comparecer voluntariamente ante la sala al acusado, Vergès provoca decididamente que todas las miradas en la sala no se dirijan contra Barbie, sino contra el equipo de abogados que lo defienden. Se crea así la paradoja escénica de ver como un mestizo franco-vietnamita (Vergès); un negro (Mbella) y un magrebí (Bouaïta) son acusados de crímenes ligados al nazismo por un océano amplio de abogados de  raza blanca.

En su alegato final, y tras las vicisitudes propias de la práctica de la prueba de un juicio de estas características, Vergès da un golpe de timón a todo lo que había sido hasta ese momento el proceso penal. De nuevo Vergès realiza una defensa de contrastes, queriendo cambiar en todo momento su posición de acusado a acusador; así y a pesar de que Barbie es presentado por la acusación como un monstruo fanático que ha adoptado una ideología racista y represora, Vergès no entra en ese debate, es más le da la vuelta al planteamiento haciendo él mismo un homenaje a las víctimas del racismo, del antisemitismo, del infanticidio y de los franceses muertos en la resistencia. El planteamiento dialectico que utiliza para darle la vuelta a la posición procesal, es el de intentar traspasar al defendido virtudes y honores propios del abogado que realiza su defensa.Vergès había participado en la guerra junto con De Gaulle, alistándose en las fuerzas de la Francia Libre cuando todavía era menor de edad, y combatiendo en África, en Italia y en la propia Francia. Posteriormente y tras la guerra, como hemos visto, él mismo fue uno de los abogados más activos en la defensa de las causas anticolonialistas, hasta el punto de que sus defensas vehementes le habían costado una sanción de suspensión como abogado por un año por parte del Colegio de Abogados de Paris. Bajo dichas circunstancias, él más que ningún otro reclama su derecho inalienable a hablar en el juicio a favor de la resistencia francesa, pues él mismo formó parte de tal resistencia, y de las víctimas del racismo, pues él mismo, también, en nombre del pueblo argelino había sufrido por dichas causas.Este cambio de posición en el campo de batalla procesal, le permite argumentar con mayor libertad. Así se plantea la siguiente cuestión: ¿Qué delitos se le imputan a Barbie: crímenes de guerra o crímenes contra la humanidad? Si son crímenes de guerra -dado que bajo los mismos el general de Gaulle había presentado la acusación contra Barbie en 1944, y bajo los mismos había sido juzgado en rebeldía en Francia y condenado- dichos delitos estarían prescritos. Si por el contrario son crímenes contra la humanidad, como ahora lo estaba planteando la acusación, no estarían dichos crímenes prescritos. Y aquí surge la cuestión:¿Es correcto aplicar unas leyes penales creadas para los Juicios de Nuremberg con carácter retroactivo al momento en que fueron promulgadas?. ¿Es posible sancionar con leyes modernas comportamientos que eran legalmente correctos en el momento en que se cometieron?.
Y aquí, en este punto, utiliza la técnica que algunos psicólogos llaman de "retrochoque cultural", en el sentido de que los puntos negativos de una cultura solamente se perciben por las personas externas a la misma.En el juicio de Barbie se están juzgando unos crímenes cometidos por soldados de otro pueblo distinto del francés, el alemán, en un periodo histórico en el que la sociedad alemana estaba embebida de forma mayoritaria por una ideología concreta, el nacional socialismo. Así los franceses juzgan de acuerdo con sus valores que esa ideología no es sólo incorrecta sino criminal, y la sancionan condenando a sus figuras más importantes de acuerdo con una normativa externa a la del pueblo alemán y que ha sido promulgada con posterioridad a la caída del régimen nazi.

¿Y qué sucede con Francia, podría estar ocurriendo lo mismo sin que sus ciudadanos se diesen cuenta?. En este punto, Vergès, le da la palabra a sus compañeros de estrados para que ellos mismos en el alegato final le recuerden al jurado, y por extensión a toda la sociedad francesa que está siguiendo el juicio a través de los medios de comunicación, que en Francia si bien no prendió la llama el fascismo, sí que prendió la llama del colonialismo, y que crímenes similares a los cometidos por los nazis fueron cometidos por los franceses en sus colonias africanas en el mismo momento en que tomaba el poder Hitler en Alemania, más concretamente en la construcción del ferrocarril en el Congo; y aún después de haber terminado la Segunda Guerra Mundial, en la represión en Madagascar en 1947 y durante la guerra de Argelia [2].

Si se aplicaba la categoría de crímenes contra la humanidad a los hechos que se le imputaban a Barbie, se debería utilizar el mismo criterio contra los crímenes y abusos cometidos por los franceses durante su época colonial, pues según Vergès "los horrores no se sitúan siempre en un único campo".
Lo que ha sucedido, de acuerdo con Vergès, es que estamos ante una justica de los vencedores, que son los que han detenido a Barbie y que son los que han preparado el caso contra él. Así, si se utiliza la noción de crímenes contra la humanidad, sin extender su campo de actuación a todo el planeta, sino como "un arma orientada hacia el pasado", puede convertirse en un tipo de "avión de bombardeo", en "un arma de propaganda donde el vencedor se atribuye todos los valores humanos, y se los niega a su vecino, para prolongar su victoria sobre los vecinos".

La Humanidad no puede alegarse solamente "a favor del hombre blanco europeo o americano", sino a favor de todos los ciudadanos del planeta, y como en la práctica no sucede así no puede aplicarse la figura penal de "crímenes contra la humanidad". Este razonamiento según Vergès le quita todo valor a las leyes de Nuremberg, que solamente tuvieron su valor para el tribunal de excepción que en dicho momento histórico se constituyó, bajo las presión de unas circunstancias históricas concretas, que en el momento del juicio de Barbie ya no existían. Éste es el planteamiento de partida y que expone en el primer día de su alegato final. En el segundo día, y ya habiendo cambiado el paso a la acusación, Vergès, inicia una exposición sobre todas las irregularidades que en materia de instrucción y de prueba se habían producido durante el procedimiento y que a su parecer hacían inconsistentes las evidencias sobre las que se sostenía la acusación (la desaparición durante varios meses del  expediente de la secretaria del juzgado, la existencia de un telex incriminador que según la defensa era un fotomontaje, la incorrecta trasferencia de Barbie de Bolivia a Francia). Todo lo cual, le lleva a calificar irónicamente a este proceso como de un "procedimiento mágico". Completa su argumentación, recordando que Barbie tenía en el momento de cometer los hechos la legalidad francesa a su favor. Por lo que adosarle a Barbie la responsabilidad de organizar viajes de deportación de personas, equivaldría a adosarle hoy en día la responsabilidad a un comisario por las imperfecciones de todo el sistema penal en vigor. El razonamiento con el que resumió su exposición es que las violaciones de los principios legales son, como poco, potencialmente tan serias como los crímenes contra la humanidad por los que era acusado Barbie. Dos equivocaciones no podían dar como consecuencia un acierto. Este planteamiento, durante la primera sesión del alegato final, tuvo un inmediato efecto trastornante, especialmente en la acusación. Los fiscales y abogados de la acusación no pudieron escuchar pacíficamente el alegato de Vergès y el de sus colegas, e interrumpieron constantemente su discurso para mostrar su disconformidad, pidiendo que se les concediese un turno de palabra final cuando hubiese terminado sus conclusiones. A pesar de la oposición de la defensa, los Magistrados responsables, accedieron a dicha petición y permitieron que en este juicio la última palabra la tuviese la acusación y no la defensa. Finalmente Barbie fue condenado  por crímenes contra la humanidad y sentenciado a cadena perpetua, falleciendo en prisión cuatro años después.

Por su participación en esta defensa, Vergès fue llamado por la prensa "el abogado del diablo". Vergès hizo suyo dicho apodo pero dándole un sentido diferente al usado por la prensa. Según Vergès, él mismo era consciente que no podía ganar este caso, pero al aceptar la defensa quiso usarla para otro fin complementario. En el proceso canónico, el advocatus diaboli es la persona que se opone a la declaración de santidad del que se quiere ascender a los altares. Según Vergès, él mismo se quería oponer a que el sistema francés se santificase por medio de la causa contra Barbie haciendo olvidar sus propios crímenes coloniales.

Francia dio grandes abogados de causas difíciles y perdidas: Tixier de Vignancourt en la defensa del general Salan o Jacques Isorni en la de Robert Brasillach, por ejemplo. Vergès tiene el mèrito de haberse destacado en esta retórica de la ruptura y en el enrostramiento de cierta hipocresía de los "buenos" en el juicio a los crímenes de los "malos",  destinada a rehacerse una buena conciencia y a justificar sus propias demasías, aspectos demasiado actuales como para que me detenga por ahora en ellos.

Me interesa destacar un episodio que Jacques Vergès cuenta en su autobiografía ("De mon propre aveu"), aplicable a nuestra guerra civil de los 60/70, y al encuentro que puede darse entre quienes combatieron en uno u otro lado de la trinchera. En un restaurante, Vergès está almorzando con una amiga, cuando advierte la mirada de un hombre que lo escruta fija y obstinadamente hasta la molestia. El hombre se pode de pie, se aproxima a la mesa de Vergès y le pregunta:

-¿Conoce el Hotel de Rives?

-Sí, es un hotel en Ginebra donde me alojé hace más de cincuenta años

-Y el Squale, ¿lo conoce?

-Sí, era mi restaurante favorito. Pero, ¿por qué me pregunta todos eso?

-Porque yo tenía que matarlo -respondió calmosamente el hombre

-¿Y por qué no lo hizo?

-Porque nunca lo encontré solo

-¿Lamenta no haberlo hecho?

-Al contrario

_¿Por qué?

-Porque la mirada que se echa a un antiguo enemigo es, sin comparación posible, más objetiva que la visión deformante que se tiene de él en el ardor de la acción. Ayer, yo fui de los que gritaban "¡Muerte!" cuando usted salía del tribunal, en Argel. Hoy, mis amigos y yo lo estimamos en mucho.

-Han hecho la paz -murmuró irónicamente la amiga

-Sí, pero no cualquier paz

-¿Cuál, entonces? -preguntó ella, sorprendida. Y Vergès concluyó:

-La paz de los valientes



Notas


[1] "La société est une société de brutalités où certains dominant d'autres, et le droit est fait pour mantener cette situation. C'est une question d'ordre public". Jacques Vergès, Alain de la Morandais, "Avocat du diable, avocat du Dieu", Paris Presses de la Renaissance, 2001, pág. 201. Esta obra es una conversación entre Vergés y el sacerdote católico Alain de la Morandais, estructurada sobre los siete pecados capitales. Ha sido el propio Alain de la Morandais quien celebró el funeral de Jacques Vergès el pasado 20 de agosto en la Iglesia de Santo Tomás de Aquino en Paris (VIIème).
[2] Bajo la administración colonial francesa, en 1921, la Société de Construction des Batignolles inició la construcción del Chemin de Fer Congo-Océan, para atravesando la selva, comunicar entre sí las ciudades del Congo Francés de Mbinda y Brazzaville, y también con la ciudad portuaria de Pointe Noire. En los trabajos de construcción de dicho ferrocarril se utilizó mano de obra forzada traída del Chad y de la República Centroafricana. Se estima que en la construcción  murieron alrededor de 17.000 personas por causas ligadas a accidentes de trabajo y a las enfermedades tropicales, especialmente por la malaria. En referencia a la revuelta Malgache que acaeció en Madagascar entre 1947 y 1948. Las cifras de los fallecidos entre la población autóctona por la posterior represión francesa varía según las fuentes. El Estado Mayor francés dio la cifra de 89.000 muertos, aunque hay historiadores que aumentan dicho número hasta más del doble.

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