domingo, marzo 25, 2007

NERUDIANA

El marxismo mundial, parafraseando sin querer a Maurras, ha pensado que se trata de una injusta muerte natural. Hubieran preferido las imágenes clásicas de su propaganda: el poeta en la mazmorra inquisitorial, el intelectual progresista frente al pelotón. Como Neruda finó de muerte vulgar, llegaron a sostener que, igual a ciertas madrecitas del tango, lo mataron los disgustos. Trataron de decirnos que, también en su caso, “la sangre fue escondida /detrás de las raíces fue lavada /y negada”. Que le apuraron la muerte con su golpe de mano, “triangulares guardias con escopeta”. Por ahí corren, todavía, las crónicas gemebundas, la infraliteratura de circunstancias, la mentira apuntalada con la cita, el triste inventario de la “sentina de escombros” que es nuestro periodismo.

Pese a sus malas razones, sin embargo, alguna razón cabía a su desencanto. Hay casi una burla trágica en que este hombre, eterno venteador de la sangre –la sangre de los otros- la de España, la de Stalingrado, la de nuestros unitarios –“puñales, carcajadas de mazorca/sobre el martirio.../Argentina robada a culatazos/...cabalgada por agrios capataces”-; en que ese hombre, editor de sufrimientos y hemorragias, muriese entre pócimas e inyecciones, entre el olor de “la infernal belladona/ y el arcangelical ruibarbo”. En la consternación marxista hay como una tardía presentación de cuentas: tanto galardón, tanta propaganda, tan ancha vía para la existencia fácil, requerían, como contraprestación, un sacrificio final, teatrero y perdurable para la estupidez pública. A Neruda lo habían cebado para el martirio y se les murió en la cama.

Alguien dirá: “pese a todo, era un gran poeta”. Depende de lo que se entienda por un gran poeta o, simplemente, por un poeta. Si éste es un traductor de lo bello en el plano de lo sensitivo, de lo emocional, a un lenguaje rítmico, entonces de esos hay –como dijo un escritor de nuestra lengua- cuatro mil en cada esquina. Neruda estaba a la cabeza de esos cuatro mil. Pero si lo bello es algo más que lo lindo, si la belleza de las cosas no se alcanza por el tumultos de los sentidos sino a través de la inteligencia ordenada por el amor –intelletto d’amore, lo llamó el Dante: inteligencia iluminada por la gracia, dijo nuestro Ernesto Palacio-, entonces Neruda no fue un gran poeta, ni siquiera un poeta, sino un antipoeta. Porque engañó a la inteligencia con la sensibilidad, y usó de ese juego de ilusionismo, no siquiera en un errado intento estético, sino a sabiendas, como pabellón para encubrir el contrabando panfletario. La razón última de su poesía –distorsionada “razón de amor”- fue el triunfo del proletariado a través del Partido, ”esta cordillera infinita, /esta germinal primavera, /este armamento de los pobres”. Hizo de la poesía una “ancilla marxisticae” una fregona ilustre del comunismo internacional. Por eso fue un antipoeta: porque encarnó la poesía que destruye y renegó de la poesía que promete, que bien había distinguido José Antonio. Lo demás, palabras. Palabras bien enhebradas, hábito poetizante capaz de engendrar las famosas odas industriales, tanto a Lenín, como a los calcetines, como a las papas fritas. Claro que todo este proceso de negación de la poesía no se dio de golpe. Los romanos tenían un aforismo que viene al caso: nemo repente fuit turpissimus. Nadie se ha vuelto malvado de repente. La verdad puede voltear del caballo, como a San Pablo en el camino a Damasco. Nadie –salvo en la leyenda- vende su alma al diablo, pero se suele perderla de a poco. Esto explica que, de los versos emocionalmente válidos de antaño, haya concluido en la casi estupidez de “Incitación al Nixonicidio”.

Suele deseársele a los muertos que descansen en paz. Sin hacer una excepción con Neruda, deseamos que, en la paz soviética que proclamó en sus versos, que le valió fama, dinero, honores, viajes y congresos; en esa paz dudoda con olor a “azufre y cuerno”, descanse en paz, si puede.

1º de noviembre de 1973 “CABILDO”

No hay comentarios.: