MARIO GRANERO: IN MEMORIAM
Estoy leyendo por Internet las impresiones que nos ha dejado el último viaje de nuestro amigo Mario Granero, y encuentro en todas justeza y profundidad. Agrego la mía al simple título de levantar el recuerdo del Gordo y, al mismo tiempo, aliviar la pena que nos deja. Cuando le dimos tierra, este viernes, se me ocurrió que, a partir de su tránsito, el Cielo se ha convertido en un lugar más organizado. Allí andará Mario poniendo orden, preparando banquetes en forma y encargando –mientras nos espera- cajas del buen vino de nuestra tierra, apto para alegrar el alma. Desde que lo conocí, asocié a Mario a un duende céltico, amigo de arreglar problemas de los otros recurriendo, caballerescamente, a su misteriosa e infinita agenda que, una vez que nuestro amigable gnomo decidió mudarse al otro barrio, nadie más podrá utilizar. ¡Cuántos le debemos ese contacto preciso e imprescindible, ofrecido si cálculo ni ventaja, con ese don superior e inapreciable que le era propio! Y al lado del duende, había un pacificador nato. En un país cruzado de odios cabezudos, que en la ultimísima versión se remontan, por lo menos, treinta años atrás, el Gordo daba el ejemplo superior de la concordia y la amistad política. En su velorio y en su entierro se han cruzado enemigos, deponiendo momentáneamente el hacha de guerra. Cada vez que en el futuro pensemos en la ineludible concordia, en la necesaria amistad y en el apaciguador olvido, pongamos por delante el recuerdo de nuestro buen duende que, sin renunciar a ninguna convicción, supo siempre hacer del vivir un convivir. Si hay una palabra que define su conducta es convivialidad. No es fácil ni la palabra ni ponerla en acto. Sin pretensión pedante, añado que el Gordo tiene un aparcero en la literatura y en la ópera. Es la figura de capitán John Falstaff, a quien Shakespeare dedicó dos obras –“Enrique IV” y “Las Alegres Comadres de Windsor”- y Verdi una inmensa ópera de la vejez. Fasltaff es el soldado sobreviviente de la merry England, de la Inglaterra alegre de antes del cisma. La derrota de los ideales comunes ha convertido a este guerrero en un jocundo frecuentador de las tabernas, en el perseguidor de las muchachas fáciles, en un poeta efímero de las noches de juerga. Fue el Gordo nuestro Falstaff. ¡Qué capitán se perdió nuestra buena causa, Mario Granero, y cuántos soldados dispersos compartimos contigo tan sólo las copas y las vagas horas, porque el incierto destino así lo dispuso! En el lugar donde el azar no rige, Mario estará disponiendo la bienvenida.-
Luis María Bandieri
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