miércoles, marzo 17, 2004

Un libro de Claudio Fantini sobre Juan Pablo II: "Infalible y Absoluto". Dos páginas rescatables, lo demás, un centón de artículos que se repiten: variaciones sobre un mismo enfoque. De todos modos, es interesante y acertado su planteo principal: durante los veinticinco años de su reinado la Iglesia perdió fieles y, al mismo tiempo, la figura del papa alcanzó un vigor y una notoriedad inusitados. Un actor que supo construirse su papel monocrático a la perfección. Lo interesante es esta asimetría entre el desarrollo de la cabeza de la de la Iglesia, enaltecida en baños de multitud y de acercamiento a los más jóvenes, y un catolicismo que, en términos estadísticos, retrocede. Juan Pablo II vio hundirse la religión secular soviética y contribuyó en buena parte a ello. Trató de establecer puentes hacia el mundo anglicano, luterano y ortodoxo, con suerte varia. Revisó, con cierta tardanza, la condena de Galileo y manifestó una actitud de perdonar y solicitar el perdón por lo pasado como, quizás, ninguna otra religión ha hecho en el siglo pasado (y antes hay pocos ejemplos). Pero el Islam es la religión triunfante de la segunda mitad del siglo XX y quizás de éste. Y el protestantismo, bajo forma multiplicada de nuevas sectas, es la amenaza más grave a la hegemonía del catolicismo en Latinoamérica. ¿Culpa del papa?

No lo parece. Pero lo cierto es que la Iglesia Católica no tiene una postura definida frente al Islam militante, no lo reconoce todavía en su horizonte inmediato y, en cuanto a nuestro continente, ha dado por descontada su supremacía, sin avizorar competencia.

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