domingo, julio 23, 2017

LA CORTINA DE NOPAL








El  3 de julio pasado falleció el pintor, escultor, grabador, fotógrafo y escritor mexicano José Luis Cuevas, nacido en 1934. Sé que no digo mucho al lector argentino, salvo  -quizás- al especializado  en las artes plásticas. Tampoco  este cronista bloguero  cuenta con  esa especialización. Quiero destacar, en cambio, un rasgo de este artista ya ido que considero muy importante: su  impugnación  de una escuela artística, el muralismo mexicano, que aunque había producido obras de excepcional valor,  con la carga ideológica  comunista de buena parte sus cultores  y con la pareja facilidad de la mano abierta del sostén estatal para aquellos,  había entrado en la decrepitud de un arte oficial y oficialista, “revolucionario” de proclama y “popular” por imposición.

En 1951, el jovencísimo Cuevas escribe un certero panfleto, bajo el título de la “La Cortina de Nopal”. Eran tiempos de la guerra fría, cuando se hablaba de una “cortina de hierro” que circundaba el espacio soviético y, también, de una “cortina de bambú” que encerraba el mundo maoísta. En México,  sostenía Cuevas, se vive en el arte tras una “cortina de nopal” –el nopal es lo que aquí llamamos la tuna.  





David Alfaro Siqueiros,  ese Sileno subtropical, capitoste de la corriente muralista, famoso además por haber  fracasado en su intento, ordenado por Stalin, de liquidar al  desterrado León Trotsky, había sentenciado para uso de futuros artistas: “no hay más ruta que la nuestra”. 





 No se me escapa que toda nueva orientación en arte acusa a la  hasta entonces existente de no ser acabadamente artística, hasta llegar a nuestro punto actual en que destruida la base y asiento de todo arte, hemos llegado al tiempo  de las meras “intervenciones” (donde León Ferrari ha descollado); pero esta es otra historia y, quizás, otro post. Volviendo a Cuevas, que habrá de encabezar la “generación de la ruptura”,  da en el blanco  con su denuncia, escrita bajo la  crónica satírica de un joven artista que debe resignarse, siguiendo la “única ruta” establecida tras las espinas del cerco de tuna,  a producir maquinalmente mamarrachos murales revolucionarios y comunoides,  para recibir el correspondiente estipendio gubernativo.

El muralismo mexicano nació en el primer cuarto del siglo pasado con la finalidad de instruir visualmente al pueblo sobre una interpretación  de la historia mexicana que,  como se afirma en el excelente blog “El Mundo según Yorch”, intentaba mostrar “la imposible continuidad  entre época prehispánica-independencia-liberales-revolución-PRI”,  de acuerdo con la inspiración del gran educador que José Vasconcelos. Una Biblia mural de la mexicanidad que, pasado su apogeo, terminó siendo una fábrica de adefesios reiterativos.  Sus figuras, especialmente en la obra de  Siqueiros y Diego Rivera,  se fueron asentando en la ideología del marxismo que tiñó la reivindicación nacionalista e indigenista de lucha de clases  con final feliz para  el  PRI, hasta establecerse como dogma oficial monocolor  financiado con los dineros públicos saqueados desde la nomenklatura gobernante. 







Octavio Paz, que llamó a ese Estado mexicano  “el ogro filantrópico”, señalaba su “repugnancia moral” frente al “arte comprometido”, que simplemente era arte oficial y literatura de propaganda.  De los grandes muralistas, Paz rescata a José Clemente Orozco, precisamente por su carencia de ideología y su expresión, ante la revolución “institucionalizada” y gobernante, de  desilusión, sarcasmo y búsqueda. Cuevas también rescatará la figura de Orozco y la de su maestro, Rufino Tamayo, que lo impulsó a hacer algo diferente. Recíprocamente, Paz señaló en un poema, con referencia a Cuevas, que “desde el fondo del tiempo, desde el fondo del niño, cada día, José Luis dibuja nuestra herida".

México, como otros tantos países de nuestra ecúmene hispanoamericana, incluido el nuestro,  ha vivido también, desde el punto de vista político y cultural, tras una “cortina de nopal”.  Ahora fue la cortina del TLCAN, Tratado de Libre Comercio de la América del Norte. Veintitrés años después de su firma,   se comprueba que a cambio de una industria de maquiladora, que representa nula inversión real, destrozó su mundo agrícola,  y obligó a casi tres millones de compatriotas a intentar la entrada a los EE.UU. a como diera lugar. El “beneficio” de esta sangría demográfica consistía en las remesa de los emigrados. Vasto programa “revolucionario” al que Donald Trump, que propicia la revisión del convenio, quiere ponerle fin. Ofrenda  inesperada  que viene del norte del Río Bravo para la recuperación de las raíces permanentes del México hispanoamericano.




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