domingo, noviembre 24, 2013

IGLESIA Y OPIO

 



Un neurólogo francés, Jean-Pierre Changeux, en su obra "Du vrai, du beau, du bien" -"Lo verdadero, lo bello, lo bueno"-, donde se declara ateo, escribe que las creencias religiosas "llevan consigo paz interior y comodidad, estimulando en nuestro imaginario sistemas de recompensas que gatillan transmisores y moduladores como la dopamina y los opiáceos". Sería una demostración científica de la naturaleza opiácea de la religión. Marx, en su "Contribución a la Crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel" afirmó aquello de que "la religión es el opio del pueblo". Y seguía: "la eliminación de la religión como ilusoria felicidad del pueblo, es la condición para su felicidad real". La famosa frase debe entenderse -creo- en el sentido de que así como la high class encontraba su paraíso artificial en la droga, concretamente los opiáceos, el proletario tenía un sucedáneo para los mismo fines: las promesas ultraterrenas de la religión.  Changeux, a quien el opio parece interesar mucho, cree poder demostrar "científicamente" que la creencia religiosa despierta neurotransmisores que estimulan reacciones placenteras y de recompensa, semejantes a las que producen los opiáceos. En su libro, asigna el mismo efecto a ciertas composiciones musicales "emotivamente cargadas". "La música -dice- tiene pues un potente efecto  sobre el sistema de recompensas". Es muy probable, y podría decirse, en ese caso, que todos nos drogamos cada tanto un poco. De ser así, hay que destacar que la calidad de la droga suministrada por Gregorio VII o Wolfgang Amadeus Mozart, supera en muchísimo la del mayor cartel de nuestro tiempo.

 

1 comentario:

Occam dijo...

Entiendo yo, desde la más genuina ignorancia, que las drogas químicas apuntan a excitar ciertas áreas cerebrales que producen placer, saltándose todo el proceso intermedio que podríamos definir como "contenido" o "substancia" o "motivo" de ese placer. Es decir, ocasionan placer pero sin que éste se encuentre fundamentado en nada más que el mero consumo de la droga. Sería algo así como sentir saciedad sin haber comido (al respecto, decía Diógenes el Perro que ojalá él pudiera saciar el apetito con sólo frotarse la panza, en alusión a la masturbación, y de masturbaciones después de todo hablamos...).
Para el mundo moderno, que vive apurado, que quiere leer siempre la última página de la novela, o que una película se transforme en un video-clip, ese "atajo" hacia los centros de placer, obviando el preludio, el desarrollo y los avatares del proceso, resulta sumamente atractivo. Claro está, el mundo moderno no tiene tiempo ni para Gregorio VII ni para Mozart. O tal vez, ya más nietzscheanamente, se haya operado una inversión drástica de todos los valores y lo que antes era placentero ya no lo es más.
Para los extremo-orientales el placer puede también derivarse del fin de un gran esfuerzo o un gran sacrificio. Y en gran medida, el ejercicio físico también libera ciertas hormonas funcionales al placer. Este segundo aspecto, vendría a ser el "activo" (mientras que el de la música es el "contemplativo"). Claro está, ha habido drogas que también potenciaban los citados dos aspectos: tanto el furor rojo de los Berkserker o Ulfhednar nórdicos como la amanita muscaria o las hojas de laurel para los griegos o el soma para los iranios e indos, por citar sólo algunos de los tantísimos ejemplos.

Un cordial saludo. Como siempre un placer leerlo.