domingo, mayo 02, 2004

Hace treinta años, el 1º de mayo de 1974, Perón echó a los Montoneros de la Plaza de Mayo, adonde él mismo -recordemos- los había llevado, como «juventud maravillosa» integrante de las «formaciones especiales». Desde luego, esto de atraer primero y sacrificar después es un recurso propio del político. La cuestión es que le salga bien y, hay que reconocerlo, a Perón no le fue bien en la empresa, ya que ahondó absolutamente la guerra civil y condujo, por cierto, al Proceso, que -en el campo represivo- lo que hizo fue sistematizar y «racionalizar», si puede decirse así, la violencia brutal, inorgánica y subterránea de Lopecito, Julio Yessi y cierto sector sindical, para contener el torrente terrorista y guerrillero. Los argentinos pagamos muy caro, en sangre, el precio de traer un viejo zorro desubicado a poner orden en un gallinero que le quedaba grande. Por otra parte, el gran elogio a los sindicalistas llegaba tarde y mal. En 1969 Perón hizo matar a Vandor, su gran obstáculo, y el katéjon que impedía que llegaran directamente a las manos los dos bandos. Hombre con su contradicción y su corrupción, el «burócrata» Vandor quería un peronismo laborista, con los mejores candidatos a la cabeza (Bramuglia o Matera, p. ej.), creciendo lejos del Gran Irresponsable (así lo llamé en aquel tiempo, y en eso, por menos, no me equivoqué). Vandor era el «progresista» que pretendía que el capitalismo argentino se colocase en la línea del crecimiento europeo de los Treinta Gloriosos. Ongaro era el «reaccionario» que creía en una revolución evangélica de los pobres, los humillados y los ofendidos. Él era sincero e ingenuo, pero Cooke, antes, y Rodolfo Walsh, después, fueron también sinceros, pero para nada ingenuos. La cuestión es que nos embarcamos en una revolución con un «partido armado» que se fijaba como objetivo destruir al «partido militar», en nombre del escándalo de la pobreza, cuando era pobre uno de cada diez argentinos y desempleado también uno de cada diez. Hoy, al cabo de esa revolución, es pobre uno de cada tres y uno de cada cuatro está desempleado definitivamente. Balance terrible de nuestra estupidez.-

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