domingo, abril 19, 2020

EL OGRO TERAPÉUTICO




                                                             




Octavio Paz retrató al Estado mexicano con los rasgos de un ogro filantrópico. Un ser mitad humano y mitad monstruo que gusta presentarse como omnipotente.  A la vez, pretende que se piense que ama a sus súbditos sin pedirles nada a cambio. Todo lo que reparte – que ha sacado previamente al resto.- debe entenderse resultado de su filantropía, y sólo cabe desde el llano darle las gracias por lo recibido. Como se ve, en todas partes han medrado ogros filantrópicos, no sólo en tierras mexicanas. Con la pandemia del Covid-19 se advierte que muchos gobernantes aspiran a convertirse en ogros terapéuticos. Los únicos –proclaman- que pueden torcerle el brazo al “enemigo invisible” de la plaga, minimizar sus efectos y asegurar a sus tributarios los cuidados de la salud, el pan y el cobijo hasta que llegue el día en que el coronavirus sea sólo un recuerdo. Los ogros de todos los tiempos y latitudes han suplementado sus ordenanzas, donde la voluntad surte el efecto de razón, con el parecer de expertos.  Hasta hace muy poco, fueron los economistas. Ahora, son los médicos y los investigadores en cuestiones de salud. Está muy bien este resalto de quienes se afirman  en la brecha de la práctica y  arriesgan sus vidas, además de transmitir su experiencia. También la de quienes en el laboratorio van a la caza del causante del morbo y descifran su genoma o buscan el medicamento adecuado.  Pero aquí el ogro ve la oportunidad de apoyarse en los pilares de la ciencia. Y se nos presenta a la ciencia como sinfónica, es decir, como una voz acorde y unánime que sustenta los edictos del ogro. Pero la ciencia no es sinfónica. Es polifónica, con muchas voces diferentes y simultáneas. Y hasta cacofónica muchas veces. Está bien que así sea, porque la ciencia es un tejido incesante, una tela de Penélope hecha de hipótesis y refutaciones. Pero el político que se apoya en la ciencia –esto es, en una hipótesis de ella que erige en axioma- puede llevarnos a un desastre, cuando no a una tragedia. Vivimos con el ogro bajo una política transformada en terapia. Una terapia política que roguemos no llegue malamente a la sala intensiva.

El teje y desteje de sugerencias y mandatos contradictorios que vemos a lo largo de estos días se explica porque el científico ve de dónde el virus viene, pero por ahora apenas vislumbra adónde va.  El virus, mientras no contemos con una vacuna o remedio adecuado, irá hasta donde pueda. Mientras tanto, no nos asombremos si en febrero el barbijo no era necesario para circular por la calle y hoy es mandatorio. Tenemos controlada la pandemia, pero no sabemos cuántos  contagios hay porque no tenemos los tests suficientes y desconocemos el porcentaje de pacientes asintomáticos. El ogro terapéutico  no se resigna a estas necesarias incertidumbres. Quiere mostrar cómo ama a sus vasallos y acude, entonces, para reforzar su voluntad, al brazo armado del derecho. El gobierno de la CABA propone que a partir del lunes 20 de abril ninguna persona mayor de 70 años podrá salir de su casa sin un previo permiso con cuentagotas que deberá solicitar al 147. A este típico bando  del ogro, Eugenio Semino, brillante Defensor de la Tercera Edad, replicó que quienes transitamos por la edad del veto de salida lo que tememos más que a  la muerte, que en definitiva resulta nuestro humano destino inscripto desde que nacemos, es a perder la disposición sobre nosotros mismos, a ser convertidos en floreros que se mudan de un lugar a otro de la casa para terminar arrumbados en el cuartito del fondo.   Y agregó que  el precepto considera al viejo como un subnormal absoluto, incapaz de criterios de buen sentido y de propio cuidado, cuando aquél es la memoria de la especie y lleva consigo la experiencia de otras pestes (parálisis infantil -1956-; gripe asiática -1957/58-; gripe de Hong Kong -1968/70-; cólera (1992); gripe A -2009-, etc).  Nuestro presidente apoyó la medida proyectada por el jefe de gobierno de la CABA porque, dijo, “eso lo hace el Estado porque conoce lo que pasa”. Y agregó: “es un modo de cuidarnos; el Estado los está cuidando”.  El ogro benigno nos está mirando y debemos ser sus buenos pupilos.  

Pero para el ogro no todo es cuestión de confinar carcamales. También debe ocuparse de qué hace la gente en el aislamiento. Más específicamente, de qué ocurre en materia de relaciones sexuales confinadas.  El ministerio de Salud recomienda para el caso mantener a todo trance la distancia social y recurrir a videollamadas, sexo virtual o sexting. El “venéreo duelo” de que hablaba Góngora ha quedado reducido a maniobra solitaria ante la pantalla. El Presidente –no podía faltar- aconsejó: “háganle caso”.  En relación con los ancianos insumisos que no acepten el encierro a partir del lunes, se desechó una primera idea de aplicarles una multa cuando pillados en falta, y prevaleció la de someterlos a trabajos comunitarios. ¿Podría ser, quizás, visto el consejo de Salud y teniendo en cuenta la posible sobrecarga, que cumplieran esas tareas como operadores en un call center erótico?  El incorregible Ogro Terapéutico atiende las necesidades y deseos de todos y todas.-
























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