viernes, diciembre 23, 2016

¿SE VIENEN LOS RUSOS?




En el notable blog mexicano "El Mundo según Yorch" se ha recordado muy oportunamente esta película de 1966 -"The Russians are coming, the Russians are coming!", que en nuestros cines se dio como "Se vienen los rusos". La dirigió Norman Jewison, que al años siguiente alcanzaría la fama con "En el  Calor de la Noche", y cuenta la historia -recuérdese que en plena guerra fría- de un submarino soviético que encalla en una pequeña isla cercana a al costa de Nueva Inglaterra, no lejos de Cape Cod, tradicional centro de veraneo. El capitán, encarnado por Alan Arkin, busca que se le suministre un bote a motor suficientemente poderoso como para librar a la nave de su atasco  y cae de improviso a la casa de un escritor (Carl Reiner) y su mujer (Eve Marie Saint). Pero en el pueblo corre la versión de que los soviéticos han invadido los EE.UU. y se expande la paranoia. Lo demás queda a cargo del lector curioso que baje la cinta.

¿Y a qué viene a cuento la película? Ocurre que, según Obama, Hillary, y buena parte del periodismo canónico, las elecciones no las perdió la candidata demócrata, ni su padrino el presidente saliente, sino que las ganaron...los rusos. The Russians are coming, the Russians are coming!.  Con el mayor aparato de seguridad del mundo, los EE.UU., al modo de cualquier republiqueta hamacada en los trópicos, han sido hackeados por el Oso putiniano. Ya, desde esta cola del dragón donde se escribe este blog, la circunstancia de que la ruling class norteamericana se queje por influencia externa en elecciones, suena un poco patética. ¿Nunca se influyó, desde el Departamento de Estado, la CIA, la DEA o la sigla USA que se prefiera sobre elección alguna en el mundo? Medice, cura te ipsum, en todo caso. Por otra parte, las "desprolijidades" de Hillary con su correo electrónico mientras fue Secretaria de Estado ocurrieron efectivamente; otra cosa es que el FBI haya llegado a concluir, muy cerca del acto eleccionario, que no revestían mérito para una persecución penal.  Cuando se lee un artículo como el publicado el 12 de diciembre pasado en The New York Times, bajo la firma de Paul Krugman, titulado "The tainted election" ("Una elección viciada"), el observador desapasionado concluye que una ola de aturullamiento, delirio y desnorteo afecta a buena parte de la intelligentsia norteamericana. Krugman dice que el acto no fue viciado por un  mal recuento de los votos. No, "but the result was nonetheless illegitimate in important ways" -pero el resultado fue, sin embargo, ilegítimo de varias y significativas maneras". ¿Cuáles? Responde Krugman: "the victor was rejected by the public" -el vencedor fue rechazado por el público". Suponiendo que con "the public" se refiere a algunas manifestaciones en varias ciudades de EE.UU. donde hubo gente que exhibía carteles con la leyenda "Trump no es mi presidente", he aquí un argumento para Cristina y Hebe de Bonafini: "¡Macri no es mi presidente!" grita "el público"; "¡subite el helicóptero ya, oligarca!", corea el mismo anónimo colectivo; "no sé si llega a cortar el pan dulce en Navidad", anuncia un Maradona destituyente e ilegitimador. Nunca lo supuse a Paul a esa altura o, más bien, nunca creí que Cris, Hebe y Dieguito pudiesen empardar al premio Nobel en criterio -bien castigado quedó mi antipatriótico escepticismo.  Más Krugman: "and won the Electoral College only thanks to foreign intervention and grotesquely innapropiate, partisan behavior on the part of domestic law enforcement" -y ganó en el Colegio Electoral gracias a la intervención extranjera y al grotesco, inapropiado y partidista comportamiento de los organismos de seguridad nacional".   Así triunfó trampeando  por izquierda el "candidato siberiano", como el mismo Krugman lo había bautizado unos meses antes; el ruso-trumpismo como nueva faz del eterno complot.   A esta altura, para ser piadosos con Paul, cabe recordar a María Elena: "no es lo mismo ser profundo que haberse venido abajo". Y se vino en banda nomás: no le queda otra que darse una vueltita por aquí, no sé bien si para dar o tomar clases con Luisito D'Elía.

En vísperas del 19 de diciembre, cuando estaban a punto de reunirse los colegios electorales de cada estado de la Unión, se recogieron por aquí las exhortaciones a que los electores republicanos se convirtiesen en tránsfugas -faithless-y votasen otros candidatos.   Estúpida propuesta: el cemento del edificio norteamericano es su particular democracia y el sueño de que gracias al sistema económico consustancial con aquella, cada generación estará, a lo menos, un escalón de bienestar por encima de la precedente. Esto último es lo que está en crisis para buena parte de la sociedad. ¿El remedio puede consistir en serruchar además la otra columna? ¿No advierten el peligro de atacar una creencia basal, de abrir la unidad sellada de la identificación colectiva? Los founding fathers no eran "demócratas" -in illo tempore, la palabra  equivalía a "terrorista". Basta leer a Madison en "El Federalista": la fórmula debe ser  la "república representativa". Esto es, una minoría esclarecida debía pasar por el tamiz de su prudencia y sosiego la grita, en aquel tiempo fundacional, de una mayoría de pequeños granjeros endeudados, que querían moratoria hipotecaria e inflación licuante de la deuda, cuando ellos habían sido carne de cañón de los ejércitos de la independencia. Mano maestra y ojo avizor, el monárquico y centralista Hamilton puso su talento en el diseño de los cerrojos convenientes al we the people: representación, Senado, prerrogativa presidencial -a partir de elección indirecta- y, más tarde, con el correligionario Marshall, revisión judicial de las leyes. La representación, lo no democrático de la democracia, y el control judicial de constitucionalidad por un cuerpo exiguo y contramayoritario, fueron las bases de la "democracia" que, como en su tiempo los atenienses, la ruling class norteamericana convirtió en juguete de exportación y norma ideal aplicable al resto del mundo. El american dream del norteamericano profundo está hoy suspendido sine die y la clase política autorreferencial llegó a su máximo proponiendo para la Casa Blanca a la socia femenina del matrimonio Kirchner de Arkansas, Hillary, apoyada casi sin tapujos por el establishment republicano clásico. Perdieron por cachetada feroz aplicada por un empresario de la construcción que supo oír mejor que los mediáticamente consagrados la rabia sorda del obrero que cabalga en un andamio. Y entonces ese "partido único de los políticos" donde se compinchaban burros demócratas con elefantes republicanos entró en delirio, ensoñó con colegios electorales de tránsfugas, le echó la culpa a los rusos del resultado, inventó la posverdad  -esto es, sólo nuestra mentira puede oficiar como verdadera- y atacó en su raíz la originalidad norteamericana, que es su creencia en la particular forma de democracia que practica, y que ella remite en última instancia al preambular we the people.  People, les recordaron a los votantes, es simplemente un plural de  person, y person sólo puede manifestarse a través de nuestros constructos mediáticos: white trash, red neck, homophobic, turba deplorable, abstenerse.  Y tenerlo presente: the Russians are coming!





No hay comentarios.: