martes, mayo 24, 2016

Los Dictatus Papae de un cierto Monseñor





Monseñor Marcelo Sánchez Sorondo


Hombre de fe y de genio, el monje Hildebrando Aldobrandeschi, el hijo de un carpintero, llegó en 1073 al papado por aclamación popular, sin intervención del emperador, adoptando el nombre de Gregorio VII. Hildebrando se sentía apoyado por la plebe y el bajo clero, especialmente por el perteneciente a las órdenes monásticas, de donde provenía -era un benedictino formado en Cluny. Señala la opresión de los nobles y del alto clero -en gran parte surgido de la nobleza- y, en textos vibrantes, como sus cartas al obispo de Metz, lanza la acusación a los señores feudales de haber llegado al poder "por medio del orgullo, las rapiñas, la perfidia, el homicidio y todos los delitos, ayudados por el demonio, príncipe de este mundo". Había que establecer la superioridad del papa hacia adentro de la Iglesia y hacia afuera en los enfrentamientos con el poder político, del emperador para abajo. Si bien distinguía entre el orden temporal y el espiritual, la ciudad del hombre casi desaparecía bajo el peso excluyente de la ciudad de Dios: el reino era una emanación de la Iglesia, encabezada por el papa o, cuando menos, debía estar bajo  estricto control de aquélla.  El núcleo de su argumentación se remontaba a la idea del vicariato divino. Cristo eligió a Pedro como su sucesor, ordenándole que apacentara a su rebaño, entregándole las llaves del reino de  los cielos y el poder de atar y desatar en las alturas lo que atase o desatase en la tierra. De allí la potestad de los sucesores de Pedro  de decidir y juzgar tanto en las cosas espirituales como en las seculares, esto es, a los príncipes, mediante el instrumento de la excomunión , que desliga a los súbditos de la observancia del juramento de fidelidad, con cuyo ejercicio, por cierto, el mundo feudal de entonces podía caer en la más completa anarquía.


Gregorio VII


En 1075  comienzan a circular sus Dictatus Papae, conjunto de 27 proposiciones que resumen su teología política. De ellos surge que el pontífice romano es el único universal por derecho; que por los méritos de San Pedro se convierte en indudablemente en santo una vez ordenado canónicamente; que la Iglesia no pudo no podrá  jamás equivocarse en cuestión alguna y quien no concuerda con sus enseñanzas no puede ser considerado católico. El papa puede, según las necesidades del tiempo, dictar nuevas leyes, deponer a los emperadores y dispensar a los súbditos del juramento de fidelidad. Todos los príncipes han de besar los pies del papa y sólo él puede llevar las insignias imperiales; todo ello junto con otras afirmaciones que leídas hoy, casi un milenio después, no dejan de producirnos sorpresa. De todos modos, su programa fue seguido por sus sucesores, sin gran éxito hasta Inocencio III, que subió al trono pontificio en 1198 y fue el primero que se autotituló "vicario de Cristo" y ya no de Pedro. Señalemos de paso que al mismo tiempo se fue ahondando la fosa entre la Iglesia de Occidente y la Iglesia de Oriente. Pero saltemos ahora a nuestro tiempo.
 
Monseñor Marcelo Sánchez Sorondo, canciller de la Pontificia Academia de Ciencias, que reside en Roma desde 1971, se abajó a nuestros pagos para ultimar detalles sobre una cumbre de jueces a realizarse en el Vaticano el 3  y 4 de junio próximos, a la que concurrirán buen número de magistrados federales, encabezados por el presidente de la Corte Suprema de Justicia, Ricardo Lorenzetti. El objetivo es "empoderarlos para que tomen conciencia de su misión frente a los desafíos de la globalización de la indiferencia". Prometo ocuparme en otro post de este "empoderamiento" en ciernes. Desde ya me declaro escéptico respecto de cualquier "empoderamiento"  a una judicatura como la nuestra de competencia federal penal, así como los ministros de la Corte, manifiestos discípulos del Viejo Vizcacha y en las que algunos integrantes, además, exhiben de tanto en tanto destellos asnales.
 
Me interesan ahora otros pronunciamientos de monseñor Marcelo. Recordaré, de paso, que su padre, Marcelo también de nombre, fue un argentino ejemplar, a quien conocí y acompañé en algunas empresas políticas allá en mi juventud, y que, con las críticas y reparos que la vida de cualquiera que se juegue en el reñidero de la vida pública necesariamente carga, dio lustre a su nombre y decoro a nuestro país.  Marcelo hijo ha expresado arzobispal indignación -con velada referencia a Lilita Carrió, pero extensiva a todo lo que pise nuestro suelo- respecto de que algunas personas critiquen al papa Francisco "porque no se debe criticar a Pedro. Y tanto menos los que se dicen católicos y de comunión diaria...es una cosa terrible, porque el papa es Pedro..-no hay que criticar al papa, sobre todo cuando uno es católico...es un escándalo que no apoyen al papa. No sólo que no estén en contra, sino que no lo apoyen totalmente...aquí hay realmente ombliguismo...una especie de egocentrismo...una falta de horizonte que realmente espanta".
 
Me parece que el ilustrísimo canciller se ha dado una vuelta por acá  no sólo para pegarles una felpeada a los críticos de Francisco, sino también para vomitar evangélicamente sobre aquellos flojos catotibios que no lo defienden eficientemente, como sí lo hacen con fervor  Elisabetta Piqué, Gustavo Vera y el apóstol Rubin del multimedio odiado por los K.   Veo, quizás por viejo y escéptico -skeptikós es, literalmente, el que mira alrededor- que algunos curiales del fuero federal irán también por este sendero de conversión, incluidos ciertos ateos devotos y votantes del engendro "F.A.L." sobre el aborto -quizás hasta el mismo renunciante Oyarbide se ofrezca como una danzante Salomé para ir a besar el santo y trajinado calzado. Está bien: supongo que pertenece a los deberes pastorales del ilustrísimo canciller extender la misericordia a ese segmento.   Pero estos nuevos "Dictatus Papae" para el subdesarrollo sudaca del Río de la Plata que ha traído don Marcelo, con condenas para críticos y para tibios; esta especie de obediencia perinde ac cadaver -como un cadáver- que con eco ignaciano postula; esta idea subyacente de la obediencia ciega, ¿no va todo ello, eminencia, contra el mandato de "¡hagan lío!". ¿Cómo puedo hacer  lío -suponiendo que a mi edad me de por ahí- en un orden cerrado?  Cioran decía, respecto de "Du Pape", la obra de Joseph de Maistre, que fue tan ditirámbica como elogio, tan masiva como apología, que Pío VII intuyó el peligro que encerraba: el de un asesinato por entusiasmo. Espero que los "Dictatus Bonaerensis" del ilustre canciller no produzcan esos extremos.    

 
 
La penitencia de Canosa: Enrique IV ante Gregorio VII
 

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