lunes, agosto 29, 2011





PENSAMIENTOS SUELTOS -DISJECTA MEMBRA- DE UN PIANTAVOTOS











No debí superar el luto y llanto del 14 de agosto porque no alimenté demasiadas ilusiones sobre ese trance electoral. Mi opinión, si cuenta, ya está dicha en el post anterior. Pero no resistí la tentación de apuntar unas notas dispersas sobre acontecimientos posteriores vinculados a la votación que abrió un triunfo anonadante al cristinato.


La jueza electoral Chuchi Servini de Cubría abrió una urna y encontró, muy distinto al 0 anotado en el telegrama, 22 votos para Ricardito Alfonsín. "Una picardía", comentó. Una anécdota porteña, si se quiere. Una simpática travesura de un presidente de mesa encandilado por la figura de la ciudadana que ejerce el Ejecutivo. Que lo diga, Randazzo...en fin, para eso está. Pero que lo diga una jueza sorprende. El art. 138 del Código Electoral Nacional establece una pena de seis meses a cuatro años a quien falsifique formularios electorales, como el telegrama del caso o el certificado contenido en la urna. Alguien dirá que la doctora Servini decidió cubrir con un manto de Noé la falta de un oficialista entusiasta: peccata minuta. Pero otras veces, en cambio, se ha alzado por delitos electorales menores como una Némesis republicana. Recuerdo que ante su juzgado defendí a una ciudadana imputada de no concurrir a sus obligaciones como presidente de mesa (seis meses a dos años, art. 132 del mismo cuerpo legal). La saña de la jueza por conseguir víctimas para sacrificar en el altar de la pureza electoral era evidente y con trabajo se consiguió un sobreseimiento porque no había constancia cierta de la entrega de la notificación. Pero el argumento serviniano fue, en todo momento, que la República, las instituciones y la Justicia -o cieguita de la Plaza Lavalle inmortalizada por Yrurtia- exigían castigos ejemplares o el cumplimiento, en todo caso, y destilando alguna benignidad, de un pensum o trabajo comunitario sustitutivo de la pena física. La misma jueza, recuérdese, fue la que creó una sanción imaginaria de no poder sufragar el 23 de octubre a quienes omitieran hacerlo el fatídico 14 de agosto.


A más, el juez electoral con jurisdicción bonaerense, Manuel Blanco, reunido con dirigentes que acudían para señalarle irregularidades, convino en que muchas de ellas surgían de los mismos telegramas, pero que, en su caso, no iba a proceder a apertura alguna. Entre otras cosas, porque no correpondía que un precandidato, que voto más voto menos hubiera pasado las pruebas de las PASO para llegar a la condición de candidato propiamente dicho, comenzara a observar las cifras de los precandidatos de las otras agrupaciones. No era una contienda entre partidos, sino una serie de internas separadas. La brillantez del argumento me exime de comentarios, y la ovejuna aceptación por sus oyentes de la opo me libra así de emitir un juicio sobre ellos mismos.

En ambos jueces se observa el mismo desprecio al "soberano" que en los boinas rojas del "fraude patriótico" -pero no son Benito Villanueva ni Alberto Barceló, y a veces dudo de que alcancen siquiera el nivel de un Ruggierito. Con que a un solo ciudadano lo priven de emitir a ciencia y conciencia el sufragio -con el clásico "ya votó"- el dogma básico de la democracia se cae al subsuelo. Los cuentaganados de las encuestas y sondeos pueden aducir que un cambio de dos o tres puntos porcentuales no oscurece la "diáfana jornada" (y en su dimensión cuantitativa tienen razón, exigua pero razón al fin). Pero un juez no, muchachos. A ustedes les dieron la jurisdicción electoral para que, con la vara de la ley, impidan que aquel desprecio ocurra. Si no saben, no quieren o no pueden hacerlo, el camino no es guiñar el ojito y con sonrisita de comisura hablar de "picardías", sino irse a casa. Don Julián Sancerni Jiménez no habría caído tan bajo.


Por fin -¡no podía faltar!-, el doctor Lorenzetti, presi de la Corte -tribunal de última instancia de los eventuales reclamos electorales- , se dedicó a echar paños tibios, solicitar que no haya inquietud, y anotar que sólo fueron algunos errores. (Al doctor Lorenzetti le gusta filosofar a grandes rasgos, frente a los micrófonos, sobre cuestiones acerca de las cuales eventualmente su tribunal tendría que pronunciarse, lo que funciona a modo de simpática advertencia: "muchachos, sobre esto jamás habrá un fallo"). Morales Solá, en su columna de "La Nación", haciendo doctrina de tribuna, dijo que fue una intervención para calmar los ánimos. Los escribas del cursor siguen adorando a esta Corte, la mejor de la historia, etc., como el último baluarte de la ciudad. Lorenzetti, por abajo incluso de sus jueces de grado, es el mismo superjuez que instaba oficiosamente a la ciudadanía a votar sí o sí en las internas. Sufragio universal, secreto, obligatorio...e igual. Ocurre que todos los votos son iguales, pero algunos más iguales que otros, contándose los unos en telegramas y certificados y dejando a los otros sepultos en las urnas intactas.

Así estamos, en nuestra pasmosa posdemocracia plebiscitaria.

Nada nuevo bajo el sol:

"A mí el juez me tomó entre ojos
en la última votación:
me le había hecho el remolón
y no me arrimé ese día,
y el dijo que yo servía
a los de la esposición.

Y ansí sufrí ese castigo
tal vez por culpas ajenas;
que sean malas o sean güenas
las listas, siempre me escondo:
yo soy un gaucho redondo
y esas cosas no me enllenan".-
Martín Fierro












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