miércoles, septiembre 06, 2006

LUCHANDO HASTA EL ÚLTIMO LIBANÉS....

Por Luis María Bandieri

La llamada“guerra del Líbano” o, mejor, “guerra en el Líbano”, abre interrogantes y crea perplejidades. No me he de concentrar en los antecedentes, circunstancias y desenvolvimiento de la lucha que tiene por escenario principal, más que como protagonista, al país de los cedros. Como el trabajo está dirigido al público en general, principia –de todos modos- por una síntesis de los hechos y sus protagonistas, a los fines de situar al lector. Pero las preguntas intentan ir un poco más allá. La conflagración a que asistimos ¿puede llamarse guerra? ¿Quiénes son los actores de esta forma de lucha? ¿Qué se disputa y cómo, en consecuencia, se transforma la configuración del mundo? ¿Cuáles son los dínamos que impulsan a los bandos en pugna? ¿Hay alguna manera de componer este conflicto?


El escenario

En el Líbano convivieron islámicos sunitas y chiítas, drusos, cristianos maronitas, melquitas, caldeos y ortodoxos. En las tierras de la antigua Fenicia, al borde del Mediterráneo oriental, se estableció un punto de equiproximidad, podría decirse, entre ambas orillas de la cuenca, entre Oriente y Occidente. También fue el Líbano, la tierra del cedro, campo habitual de batallas más ajenas que propias. Allí transcurrió, cuando el territorio estaba bajo dominio del imperio otomano, uno de los teatros de operaciones de la Primera Guerra Mundial. Como protectorado francés, durante la Segunda Guerra Mundial, soportó el enfrentamiento de los bandos de la metrópoli -la Francia degaullista contra el gobierno de Vichy- apoyados, a su vez, por ingleses y alemanes. Desde la segunda posguerra hasta 1970, aproximadamente, gozó de sus años bellos, postulándose para el rango de Suiza levantina. Era una vidriera cosmopolita del mundo árabe, famosa por sus oportunidades de negocio y la convivencia de etnias y religiones. Lo que le otorgaba ese carácter singular de gozne entre las orillas orientales y las occidentales del Mediterráneo era la preponderancia de las colectividades cristianas. En la década del 70 del siglo pasado comenzaron los problemas que hoy estallan en bombardeos, destrucción, muerte y expulsión de pobladores.

De una diáspora a la otra

En 1948, para clausurar la diáspora judía, se estableció el Estado de Israel, al precio de inaugurar la diáspora palestina. Como había ocurrido ya en la primera posguerra, y se reiteraba ahora en la segunda, se trazaron mapas desde gabinetes, sin cuidarse de quiénes quedaban a la intemperie. Lo que para los judíos es el aniversario de su independencia, resulta para los palestinos el recuerdo de la Naqba, del gran desastre: vencidos por las armas, desalojados de su tierra. El grueso de la diáspora palestina se instaló en campamentos de refugiados en territorio jordano. Y allí comenzó otra relación difícil. La Organización para la Liberación Palestina, que agrupaba a estos expulsados trashumantes, estaba dirigida, a principios de la década del 70, por un movimiento clandestino, al-Fatah, cuyo líder era Yasser Arafat. Había otros movimientos menores, aún más radicalizados. El método elegido para combatir a lo que consideraban el usurpador israelí fue el arma más eficaz y barata al alcance del débil: el terrorismo. No era, por otra parte, algo novedoso en la región. Los palestinos, antes de que las Naciones Unidas decidieran el reparto de sus tierras entre dos Estados, árabe e israelí, habían combatido a británicos y colonos judíos mediante bandas de guerrilleros, los fedayines[1], que bajaban de las montañas para atacar los kibutzim o tender emboscadas en los caminos. En 1929, se registra una masacre de judíos en Hebrón, por parte de turbas fanatizadas. Del lado judío, cuyos militantes traían consigo la experiencia europea sobre guerra partisana y revolucionaria, se cuentan las bandas terroristas Irgun (liderada por el futuro primer ministro de Israel, Menahem Begin) y Stern, conocida en hebreo como Lekhi[2]. En 1946, volaron el hotel “Rey David”, en Jerusalén, cuartel general británico, dejando doscientos cadáveres entre los escombros. El mismo año, protagonizaron la matanza de árabes en la aldea de Deir Yassin. En 1948, asesinaron al conde Folke Bernadotte, mediador de las Naciones Unidas, y al coronel francés Sérot, que lo acompañaba. Sobre las crueldades de la época se pueden confeccionar sendas “tablas de sangre”, para uno y otro bando, que despiertan a quien pretenda un examen desapasionado, respecto de estas víctimas cruzadas, lo que Cioran llamó una “piedad sin ilusiones”.

El principio del fin del Líbano

En 1970, luego de una serie de ataques terroristas palestinos, especialmente de piratería aérea, de gran repercusión mundial, y de un intento de asesinar al rey Hussein, atribuido a las mismas organizaciones, el ejército jordano, tras combates que dejaron miles de víctimas –el “septiembre negro” palestino- arrasó los campos de refugiados y los expulsó. Su nueva peregrinación terminó en el sur del Líbano. Allí se clausuró el brillante provenir libanés y quedó roto su precario equilibrio político entre los miembros de las diversas confesiones religiosas. Las milicias de los cristianos maronitas –especialmente la Falange[3]- comenzaron a tener continuos choques con los fedayines. Estos, a la vez, atacaban con cohetes el norte de Israel y, al mismo tiempo, se desplegaban las tropas sirias con el pretexto de defender a los creyentes islámicos. Con el pretexto de la seguridad de sus fronteras y de represalias a los ataques, Israel alimentaba su sueño expansivo de “Gran Israel” avanzando desde el sur sobre los valles libaneses y, simétricamente, los sirios se entusiasmaban desde el norte con bajar hacia una “Gran Siria”. En el medio, fedayines, falangistas y drusos coexistían entre continuas escaramuzas.

En 1972, una subsidiaria clandestina de la OLP –“Septiembre Negro”- ocupa la villa olímpica de Munich y asesina a deportistas israelíes en un operativo destinado originariamente a canjear rehenes por prisioneros palestinos. Las represalias militares no se hicieron esperar, así como los “asesinatos selectivos” por mano del Mossad, en Europa y en Asia. El ataque terrorista había sido extremo y la represión talional no se fijó límite alguno, eligiendo entre sus objetivos también la población civil. A su vez, los fedayines lanzaron, en respuesta, cohetes sobre poblaciones israelíes. Nada de lo que hoy vive el desdichado Líbano es nuevo.

En 1978, mediante la “Operación Litani”[4], el ejército israelí (llamado en su país Tsahal[5]), siempre en nombre de la seguridad de sus ciudadanos, invadió el sur del Líbano, encontrando apoyo en las milicias cristianas y drusas. Una resolución de la ONU ordenó a Israel retirar su tropas y estableció la Fuerza de Interposición de las Naciones Unidas en el Líbano (FINUL), para custodiar una “línea azul” entre ambos países[6]. Cuatro de sus miembros murieron hace poco en un bombardeo del invasor israelí.

En 1982, “Operación Paz en Galilea”. Cien mil soldados al mando de Ariel Árik Sharon, un general con grandes condiciones de liderazgo, cruzan la frontera en una blitzkrieg que los llevaría hasta Beirut. En los bombardeos sobre los campos de adiestramiento palestinos se utilizaron el fósforo y el napalm, que no ahorraron víctimas civiles. Árik –hoy simbólicamente mantenido en vida vegetativa, superando ya las sobrevidas artificiales de Franco o Tito- se acreditó allí como especialmente feroz. Un notable reportaje de la época, firmado por Oriana Fallaci, lo ponía de manifiesto. El presidente electo del Líbano, el falangista Bashir Gemayel[7], fue asesinado, al parecer por un agente sirio. Las milicias cristianas, flanqueadas por las fuerzas israelíes, atacaron dos campos de refugiados –Sabra y Chatila- dejando un saldo que, según las fuentes, varía entre los 400 y los 4000 civiles palestinos sacrificados. En diciembre de 1982, la Asamblea de la ONU declaró que allí se produjo un genocidio. Debe destacarse que, a diferencia del momento actual, los EE.UU., entonces bajo la presidencia de Reagan, pese a la influencia predominante del lobby proisraelí[8], ejercieron una presión ponderable sobre el primer ministro Begin y sobre Árik para que se replegaran desde Beirut y permitieran la evacuación de esa ciudad por parte de Arafat y las fuerzas de al-Fatah.

En los años posteriores, el Líbano debió aceptar la ocupación siria del norte del país y la similar del sur por parte del ejército israelí, ambos justificando su despliegue por razones de seguridad. Continuaron las acciones terroristas y de guerrilla como respuesta, registrándose, asimismo, varios intercambios de prisioneros.

El chiísmo entra en escena

Mientras tanto, había aparecido otro actor importante del lado islámico: el Irán chiíta[9] de Jomeini. Bajo su influencia, y con directa participación en su entrenamiento de los pasradan, los guardias de la revolución, se conformó en el sur del Líbano Hizbalá o el “Partido de Dios”. Como demuestra la actual ofensiva israelí y sus dificultades, de lejos el ejército irregular mejor preparado del ámbito islámico. Por otra parte, a diferencia del grupo palestino Hamas, por ejemplo, el “partido de Dios” ha apuntado casi siempre a objetivos militares. Una resonante inauguración en ese derrotero fueron los atentados contra los cuarteles de los marines norteamericanos y de los paras franceses, allá por 1983, que dejaron centenares de muertos y que obligaron al repliegue de estas fuerzas. En varias ocasiones, también, se han producido canjes de prisioneros con el ejército israelí –el último de ellos, el año pasado- por lo cual la propuesta de intercambio por presos libaneses, a partir de la captura de dos soldados israelíes, a principios de julio pasado, que gatillara la actual conflagración, no sonaba demasiado absurda. Por otra parte, el “partido de Dios”, junto a su brazo armado, comenzó a tejer una vasta red de ayuda social en la zona. Fue, por esa vía, incorporándose a la vida política del Líbano y, actualmente, mantiene un alto número de diputados y dos ministros en el gobierno de Beirut. Su jefe, Hasán Nasralá, afirma que están arraigados en el Líbano y combaten por los intereses de este país. Sunitas, cristianos y drusos, en cambio, entienden que un partido armado tiene como rehén a su país y toma decisiones –como la captura de los dos soldados israelíes, que aparece como disparador de la lucha actual- en vista de sus objetivos particulares y de su relación privilegiada con Irán.

En 1993 y 1996, el ejército israelí realizó profundas incursiones en el Líbano, como represalia contra ataques por medio de cohetes a ciudades norteñas de Israel, realizados por Hizbalá. En el 2000, durante el gobierno de Barak, las tropas israelíes estacionadas al sur del Líbano se replegaron detrás de la frontera –la “línea azul”. Hizbalá, como es obvio, lo presentó como un triunfo de su guerra de zapa. Hasta la presente invasión israelí, se registraron una serie de incursiones, especialmente por aire, a través de la “línea azul”, como retorsión a ataques localizados de Hizbalá.

La breve “Revolución de los Cedros”

En fin, para redondear esta reseña de las circunstancias previas al asalto israelí, debe anotarse el otro hecho relevante registrado en el norte del Líbano, esto es, la retirada de las tropas sirias. A principios del 2005, fue asesinado, junto a otras trece personas, Rafiq El Hariri, un sunita multimillonario, que fue primer ministro del Líbano y estaba enfrentado con el presidente prosirio Lahoud y el régimen de Damasco. Ello produjo una fuerte presión internacional, en la que se conjugaron los EE.UU., Inglaterra y Francia, para exigir el retiro de las tropas sirias del Líbano. (Fue, quizás, el único curso de acción exitoso de la diplomacia norteamericana actual en el Mediterráneo oriental). En la Plaza de los Mártires o Plaza de la Independencia de Beirut se congregó una multitud, en lo que se llamó “Revolución de los Cedros”, para reclamar el fin de la tutela armada de Damasco. Se conformó una suerte de alianza a ese fin entre sectores sunitas, cristianos y drusos. La ONU, a impulso de las potencias occidentales, dictó la Resolución 1559, donde se establecía que Siria retiraría sus efectivos, que se desarmaría a los milicianos del sur –esto es, a Hizbalá- y que allí debería desplegarse el ejército libanés.

A fines de abril de 2005, los últimos batallones sirios dejaron atrás las tierras del Líbano. El país de los cedros fue envuelto brevemente por una atmósfera de independencia. Quedaba por resolver la situación de Hizbalá. Un desarme, según la exigencia de la ONU, resultaba impensable. Se propuso una incorporación al ejército regular, así como se había integrado el grupo a la política libanesa. En medio de ese proceso de laboriosa negociación, se produjo la captura de los dos soldados israelíes, y la muerte de otros ocho, más allá de la “línea azul”. Nasralá afirma haber anticipado a los demás dirigentes libaneses que esto podría producirse. Aquellos lo niegan. El resto es conocido.

¿Hay una guerra?

Los noticiarios repiten sin pausa que estamos ante una “guerra” ¿Es una guerra entre Israel y el Líbano? La respuesta, evidentemente, es no. El ejército israelí penetró en territorio libanés: la marina bloqueó su litoral marítimo y sus aviones derramaron toneladas de bombas. El ejército libanés, por su parte, apenas si intervino en algunos incidentes aislados. Ahora, el ejército israelí principia su repliegue y en su lugar, teóricamente, se están desplegando los efectivos libaneses, sin que haya hostilidad entre unos y otros. Principia a llegar, por otra parte, en cumplimiento de la resolución 1701 de cese del fuego, el contingente de la ONU, formado principalmente por tropas italianas y francesas, en una misión cuyos alcances resultan aún imprecisos.

Es difícil, en este caso, hablar de “guerra” entre fuerzas armadas de dos Estados. El enfrentamiento sobre el terreno se desarrolló entre los batallones israelíes y Hizbalá, una organización armada que apeló a los recursos de desgaste de la guerrilla partisana[10]. Hizbalá no es un Estado, aunque para muchos funcione como un Estado dentro del Estado libanés, especialmente en el sur del país, donde cuenta con una red asistencial muy extendida y un apoyo creciente de los pobladores. Por otra parte, el “partido de Dios” es también una fuerza política con representantes parlamentarios y ministros en el gabinete. A fin de caracterizar esta forma de enfrentamiento, se habla de “guerra asimétrica” o “guerra de cuarta generación”.

En cierto modo, toda guerra, aun la librada entre ejércitos regulares, es asimétrica, aunque más no sea porque uno de los contendientes toma la iniciativa y el otro responde. Cuando se trata de guerrilla partisana, o de ataque terrorista, la iniciativa siempre parte del guerrillero, que por definición es el contendiente más débil, medido en términos de potencia de los ejércitos regulares[11]. Se trata de compensar esa asimetría por medio de la sorpresa, la movilidad, el terror sobre los no combatientes, etc. También por la aplicación de tecnologías de punta, relativamente simples y baratas, adaptadas a ese tipo de lucha. Las fuerzas regulares actúan, entonces, a título de “reacción” o “represalia” en un ciclo de violencia iniciado, desde la perspectiva del que replica, por la primera movida partisana.

La expresión “guerras de cuarta generación”, requiere un pequeño repaso histórico. Guerras de primera generación fueron las libradas por ejércitos integrados por masas de soldados que se enfrentaban a la vera de los campos cultivados, como en las guerras napoleónicas o en las de la independencia hispanoamericana. En las de segunda generación, ya adentrados en la era industrial, la potencia de fuego de la artillería, la capacidad de destrucción de los bombardeos aéreos y la penetración de los cuerpos blindados juegan un papel decisivo. La “movilización total” comienza a borrar la distinción entre combatientes y no combatientes y los objetivos civiles se colocan en la mira de las máquinas de guerra. En las de tercera generación, propias del estadio posindustrial, las redes de vigilancia satelital, los misiles teleguiados o de interceptación tienen la primacía, aportándose información a un centro desde donde se disponen las acciones, pudiéndose concentrar el efecto de armas altamente destructivas sobre objetivos puntiformes. Se persigue y proclama la “precisión”, la “limpieza” de los daños puntuales inferidos, aunque no puedan evitarse los “colaterales”, eufemismo que esconde la elección deliberada de blancos inocentes, pero que al ser alcanzados crean desmoralización colectiva. Las batallas de contacto se dan por penetraciones en profundidad de cuerpos especiales, una vez barridas las zonas por bombardeos aéreos intensamente destructivos. Desaparece la distinción entre frente y retaguardia, confundiéndose ambos como escenario de lucha. La tercera guerra del Golfo, librada por Bush padre, es un ejemplo. La guerra de cuarta generación es una “guerrilla después de la guerra”, como ocurre hoy en Irak, o una “guerrilla sin guerra”, como actualmente en el Líbano. Ante todo, hay una "privatización" de los bandos combatientes, o por lo menos de alguno de ellos. Existen grupos armados con un proceso de autofinanciación a partir de actividades ilegales -secuestros extorsivos, impuestos revolucionarios, narcotráfico-, y hasta algunas legales, como empresas pantalla, etc[12]. Las organizaciones armadas se apoderan de la infraestructura socioeconómica de un territorio (sistema hospitalario y educativo, puestos de trabajo, cobertura social, sistema fiscal, etc.). Son un Estado de hecho, mientras el Estado de jure pueden quedar reducidos a una caparazón (los shell states). Estas organizaciones, a su vez, pueden estar relacionadas con otros Estados de la región, en una coordinación estratégica que no excluye autonomía. Incluso, como Hamas o Hizbalá, pueden intervenir activamente en la política del Estado, en donde dominan en ciertas zonas y hasta llegan, incluso, a gobernarlos. En tanto estas organizaciones armadas consigan convertirse en símbolo y escudo de la resistencia a un invasor, en resistentes “telúricos”, su derrota definitiva se vuelve prácticamente imposible. Su desaparición coincidiría con su triunfo, de convertirse en las definitivas gobernantes de los Estados caparazón donde se desenvuelven. Mientras tanto, la victoria militar contra ellas por parte de un ejército invasor, como el Tsahal en el Líbano, nunca podría acompañarse de una victoria política, ya que de haber ocurrido tal circunstancia –se produjo por ahora lo contrario- retornarían al tempo desde sus cenizas, como el ave Fénix[13], impidiendo indefinidamente el objetivo de estabilidad y seguridad perseguido por el invasor. Sólo el rechazo de la población civil podría conducirlos a la derrota, como demuestra el ejemplo latinoamericano[14]. De allí que la opinión pública, y su manipulador. el sistema mediático, que desde siempre han tenido importancia en las guerras, cobren hoy relevancia mayúscula.


Pero estas luchas no caben ya en el concepto de guerra. Este último ha quedado pulverizado en el siglo XX. El siglo XXI no lo conoce y, probablemente, no lo conocerá ya. Sabe nuestro siglo, en cambio, y lamentablemente sabrá mucho más, de lucha, de conflagración (en el sentido literal de incendio devastador), de exterminio, de aniquilamiento. “Porque no hay guerra pero sigue la lucha”, como anunciaba certeramente la canción de María Elena Walsh.

El posmoderno, habituado al maridaje de discurso pacifista y de violencia brutal, no está en condiciones de comprender que la guerra es una expresión de la civilización. Cuando hubo guerras, se pasó de un derecho de la paz a un derecho de la guerra. El estado de guerra era un estado de derecho bajo reglas propias de esa situación excepcional. La famosa frase de Clausewitz que tanto se repite irreflexivamente –“la guerra es la continuación de la política por otros medios”- indica que tanto la guerra como la paz son cuestiones inmediatamente políticas y, subsecuentemente, jurídicas.

Las guerras se libraban entre ejércitos regulares, de modo limitado en el tiempo y circunscripto territorialmente, sin afectar, en principio, a la población civil. Existe, por otra parte, y aun perdura con cada vez menor efectividad, un derecho internacional humanitario, para limitar los efectos de los combates, cristalizado en las Convenciones de Ginebra (1864-1949).

El bellum romano

Las guerras clásicas tomaban su modelo del bellum romano. Un colegio de sacerdotes, los feciales, tenían a su cargo los ritos sacros para la declaración de la guerra y para los tratados de paz, que eran llamados foedus, pactos de alianza. El objetivo de la guerra era, pues, concluir una alianza con el enemigo. Esta idea de que las guerras deben ser regidas por el derecho y los ritos feciales, de que se tienen obligaciones ineludibles para con el enemigo y de que la finalidad de la guerra, esto es, la finalidad de la victoria, debe ser un tratado de paz incluyente (un foedus) es la más alta que se haya alcanzado en la experiencia acerca de conflictos armados. Es el pináculo de lo que Cicerón llamaba la humanitas, y mucho más factible y prudencial que ideologías como las del pacifismo a ultranza o la de los human rights que, pese a la nobleza de sus aspiraciones y enunciados, se han revelado en la práctica como sumamente conflictógenas.

El tema exige, para la ubicación del posmoderno, una digresión sobre la guerra, la crueldad y la humanidad. Por cierto que los romanos, sea bajo la República o el Imperio, libraron guerras por la supremacía que siempre presentaron como defensivas. Por cierto que en esas guerras hubo crueldad. “Crueldad” tiene el mismo origen etimológico que “crudo”. Si la verdad es la realidad de las cosas, como decían Balmes[15] y Perón, la cruda verdad es que la realidad es cruda, esto es, cruel. La naturaleza intrínsecamente cruel y trágica de la realidad y de la condición humana en ella metida, no nos exime de reflexionar acerca de cómo mitigar y refrenar la crudeza de la guerra, una de sus manifestaciones más intensas. No sirve declarar “inhumana” la guerra misma o determinadas conductas durante ella. Todo lo que el hombre es capaz de hacer resulta humano (perogrullada que siempre conviene recordar), incluso los crímenes y las atrocidades. Disfrazar estos últimos de “inhumanidad” puede ser tan falso como tranquilizante, ya que la verdad, en este campo, suena turbadora. Más aún, como vio muy claramente Carl Schmitt, la discriminación como inhumanos de ciertos seres humanos es la justificación de un redoblamiento de la crueldad por parte de quienes invocan la representación exclusiva de la Humanidad o del Bien, a fin de exterminar la Inhumanidad y el Mal. Los “buenos” se indignan moralmente contra los crímenes de los “malos”, que suelen ser, a su vez, personas aún más moralistas que los primeros. La humanitas no consiste en disfrazarse de Humanidad y Eje del Bien, sino en aceptar lo trágico de la realidad y del hombre en ella, y levantar contra la cruel condición –hablando en el plano estrictamente político- las amortiguaciones de lo amical, hospitalario y noble que en el hombre también residen.

Desde este punto de vista, la noción romana de bellum, de donde fluye cuanto de efectivo subsiste hoy del derecho internacional humanitario, es culminación jurídico-política y es también guía práctica y actual.

Presupuestos del bellum romano

Alvaro d’Ors[16] señalaba que las ciudades griegas antiguas partían de una concepción territorial y etnocéntrica. La ciudadanía sólo cobraba dimensión y sentido dentro de los límites de la propia ciudad. La concepción romana, en cambio, era personal, como extensión del nomen romanus. De allí resultó una identidad fundada sobre lo plural, incluida la pluralidad étnica y cultural. Se integraba progresivamente al extranjero, sin la exigencia de que renunciara a sus tradiciones. Este fue el primer presupuesto para la extensión de la ecumene romana, que de otro modo habría quedado reducida a los límites de la urbs. Cicerón[17] lo explicaba diciendo que el ciudadano romano tenía dos patrias. Una era su patria natural, su lugar natal, la tierra de sus antepasados y de sus tradiciones particulares. La otra era su patria jurídica, la condición de civis romanus, superpuesta y superior a la primera, pero que la comprendía y conservaba. El cemento de la ecumene romana era el jus; sus conquistas las consideraron extensiones de ese jus y consiguiente alianza con el vencido que se integraba así a la pax romana, sin renunciar a las particularidades de su patria de origen. Los romanos no se asignaron una misión sobrenatural; reconocieron las patrias naturales, las unidades étnicas, culturales y religiosas preexistentes; establecieron una unidad superior, jurídica y política, a partir del jus, entre individuos de orígenes plurales, conformando así una ecumene extensible, en teoría, de modo ilimitado.

El segundo presupuesto de este peculiar sistema es el politeísmo propio del paganismo[18], con todas las reservas con que cabe servirse de estas expresiones. El “paganismo” se caracteriza por la diversidad de cultos y la particularidad traslaticia de las divinidades objeto de esos cultos. Lo importante para nosotros es que, en el “paganismo” romano, que no posee un concepto unitario de Dios, las diversas divinidades y cultos no entran en competencia entre sí y pueden convivir e, incluso, asimilarse[19]. De allí que los romanos, no destruían las divinidades de sus enemigos vencidos, sino que las asimilaban y podían ingresarlos al Panteón. Más aún, entre sus ritos figuraba el de invocar a la divinidades del enemigo, pidiéndoles que protegieran las armas romanas, bajo promesa de acoger aquéllas en el Panteón. En cada culto, el romano reconocía la adscripción a la familia y a la patria natural. Ese era el sentido de la pietas y la impiedad, que era repudiada, consistía en el apartamiento de la reverencia familiar y de las tradiciones particulares. Para comprender esta perspectiva, debe tenerse en cuenta que la religión, para el romano, no era cuestión de creencia, sino de culto.

En estas condiciones, pudo darse la particular concepción de la guerra y del enemigo de la guerra antigua. Existía un solo caso discriminatorio, y era el de los piratas y bandoleros. No se los consideraba enemigos de guerra, sino enemigos del género humano, y se luchaba contra ellos, fuera de los límites del bellum, con el fin de aniquilarlos.

La “guerra santa”

La expresión “guerra santa” parece referida exclusivamente al mundo del Islam, como versión de la palabra jihad, que significa, literalmente, “esfuerzo”, y resulta una de las obligaciones del creyente. No existe una expresión en el árabe clásico que equivalga exactamente a “guerra santa”. Se habla de una gran jihad, que es la lucha interior del individuo por su perfección, y de una pequeña jihad, que es la defensa armada del Islam contra los infieles y los apóstatas. El mundo se divide entre la casa del Islam y el resto, con el que se está en guerra hasta que haya aceptado integrarse a la morada de los creyentes. La noción de “guerra santa”, y su expresión en esos términos, es rastreable en el Antiguo Testamento. Es la guerra inspirada por la divinidad a un pueblo al que ha revelado su predilección, para aniquilar a los enemigos de ese mismo Dios.

Se la ha vinculado así al monoteísmo[20], como su propia forma de hacer la guerra, diferente al bellum romano. En la guerra santa bíblica, el mandato divino a su pueblo se manifiesta en un jérem o anatema contra el enemigo, que lo condena al aniquilamiento de sus vidas y bienes[21]. En cuanto cumplimiento de una orden divina, la guerra santa de matriz bíblica no admite límites ni reconoce en el enemigo otra entidad que la de objeto del anatema, destinado por lo tanto a ser destruido. Es absolutamente discriminatoria. Allí reside su diferencia con otras guerras antiguas, sea el bellum romano, que venimos de ver, como, p. ej., los remotos combates que narra la Ilíada. En los versos de esta última abundan las matanzas y las crueldades –Aquiles pasa a cuchillo doce adolescentes troyanos sobre la pira de su amigo Patroclo, etc. Pero la diferencia es que los dioses se pasean y alternan entre los bandos; que, por eso, los enemigos aparecen mutuamente retratados y respetados; que es el destino el que reparte de modo impenetrable la suerte y la desdicha de los combatientes, según la inclinación de la balanza de oro donde Zeus ha cargado partes iguales de muerte para griegos y troyanos; que, en fin, la desmesura encuentra, en algún momento, su geométrico castigo. La guerra, entre los helenos, será por mucho tiempo un ejercicio agonístico, no polémico: no se mata al enemigo que se rinde, no se destruyen ciudades, los combates tienden a ser frontales, de hombre a hombre, etc.

La “guerra justa”


De San Agustín en adelante, la teología cristiana se encontró ante la necesidad de elaborar una doctrina de la guerra, a cuyo fin trató de reubicar la “guerra santa” de matriz bíblica dentro de los lineamientos del bellum romano. Fue la doctrina de la “guerra justa”. En esta guerra no se sigue un mandato directo de la voluntad divina. La guerra es justa porque no la hace simplemente quien quiere y como quiere. Hay un modo justo de comenzarla y un modo justo de conducirla: un jus ad bellum y un jus in bello. En cuanto al jus ad bellum, la guerra ofensiva justa debe ser decidida por autoridad legítima, por una causa justa –el restablecimiento de un derecho- y con recta intención, teniendo por finalidad la paz. La guerra defensiva es de por sí justa. Sobre el ius in bello, debe respetarse la vida y bienes de los no combatientes y establecerse una proporción entre la fuerza utilizada y los objetivos propuestos.

La doctrina de la guerra justa tenía un ámbito estricto de aplicación, que era el de la respublica christiana, donde había un reconocimiento de la autoridad de la Iglesia como suprema potestas spiritualis[22]. La discriminación operaba inmediatamente respecto de quienes, como islámicos o hebreos, p. ej., no reconocían esa potestad. Los enfrentamientos contra ellos no podían llamarse guerras y, paralelamente, llevarles la guerra era una causa automáticamente justa. Francisco de Vitoria, haciéndose cargo de las dificultades del concepto, habrá de limitar los alcances de la guerra justa, enfocando el caso de los nativos del Nuevo Mundo, a través de las afirmaciones de la libertad de conciencia y del bien de la comunidad de pueblos repartidos por el planeta. De todos modos, a través de esta última noción, introducirá una justificación para la expansión de la corona española en América, fundada en que los indios no podían oponerse al derecho natural del paso y del comercio pacífico, que es una de las características esenciales de la comunidad de los pueblos del mundo. Si uno de ellos lo impide sin causa legítima, los demás tienen derecho a imponérselo. Los recursos del planeta son de todos los miembros de la comunidad internacional y quien no los explote debe dejar que otros, supuestamente más capacitados, lo hagan, e incluso reconocer como justa causa bélica que lo afirmen por las armas.

A través de este repaso, se observa, como señala Zolo, que la doctrina veterotestamentaria de la “guerra santa” permanece en los postulados de la “guerra justa” cristiana y de la “pequeña jihad” islámica. Esa permanencia se advierte en la discriminación espacial respecto del enemigo que en ambos casos se produce, y que puede cohabitar incluso con la afirmación de la unidad moral del género humano y el reconocimiento de dignidad a sus miembros por el sólo hecho de pertenecer a aquélla. Se trata de espacios “civilizados”, que coinciden con el territorio donde prevalece la propia creencia, y espacios “salvajes” donde no se da esa prevalencia. En los primeros, el enemigo recibe el trato de justus hostis. En los segundos, el enemigo es colocado fuera de la humana convivencia y de la protección jurídica, condenándoselo a la inhumanidad y el aniquilamiento. Estos espacios discriminatorios de raíz religiosa se han perpetuado, incluso, luego del siglo de las Luces, ahora preferentemente como espacios trazados por las ideologías, en tanto religiones seculares.

Las guerras no discriminatorias

Los enfrentamientos entre las confesiones cristianas a partir de la Reforma, introdujeron en Europa la crueldad ilimitada de la guerra santa de matriz bíblica. Como reacción a esta última, se levanta un concepto de guerra humanizada, no discriminatoria, a partir de una nueva ordenación del derecho de gentes, que tiene por actores a los Estados. Ante todo, la única guerra posible es la que se libra entre Estados. El Estado, como describirá más adelante Max Weber, posee el monopolio de la fuerza, hacia lo interno y frente a otros actores estatales. El enfrentamiento con una agrupación no estatal no es guerra sino persecución de insumisos, piratas o bandidos, que no poseen ningún derecho. Toda guerra librada entre Estados es mutuamente justa, en cuanto que librada ente iguales poseedores del jus ad bellum, esto es, de la facultad de declarar la contienda bélica. No se plantea materialmente la cuestión de la “justicia” de la guerra. Basta la formalidad de que sea declarada por un Estado. Mientras dura, la guerra se rige por un jus in bello. El enemigo no se discrimina, en cuanto pertenezca a un Estado europeo; en ese caso, es siempre un enemigo justo (justus hostis). Nace así, a partir de la Paz de Westfalia (1648), que pone fin a la guerra intercristiana, un nuevo jus publicum europaeum, que establece una situación de relativo equilibrio entere las monarquías nacionales. Habrá de durar cuatro siglos. Fuera de Europa, todo suelo es zona de conquista y colonización, conforme los títulos jurídicos de ocupación, fundados, primero, en que se trataba de pueblos no cristianos y, más tarde, en que se trataba de pueblos no civilizados. La guerra discriminatoria sólo regía, pues, fuera de Europa.

El (supuesto) fin de las guerras

La experiencia terrible de la Segunda Guerra Mundial clausuró definitivamente el jus publicum europaeum interestatal, culminando un proceso de desgaste manifestado mediante la paz impuesta o diktat de Versalles con el que se cerró la Primera Guerra. Se supuso, por un momento, sobre las ruinas de Europa y las cenizas atómicas de Hiroshima y Nagasaki, la posibilidad de limitar los conflictos bélicos tan estrechamente que pudieran, al fin, desaparecer. A partir de la Carta de las Naciones Unidas (1945), la guerra fue declarada un crimen internacional, del que surgen responsabilidades no sólo para los Estados sino también para los individuos. La guerra no pertenece ya al ámbito de la civilización ni pone en marcha un derecho que propiamente la comprende. La guerra, ahora, es un crimen y el derecho internacional debe contemplar castigos para quienes incurran en el crimen de hacer la guerra, ya sean Estados o individuos[23]. Toman cuerpo así los tribunales penales internacionales, desde Nuremberg y demás tribunales para conflictos particulares, establecidos ad hoc, hasta los tribunales penales internacionales permanentes instaurados por el Tratado de Roma de 1998. La única excepción teórica a la posibilidad de hacer la guerra surge del art. 51 de la Carta de las Naciones Unidas, que establece el derecho de los país miembros a la autodefensa, en caso de ataque armado, hasta que el Consejo de Seguridad tome intervención. Salvo este caso, sólo el Consejo de Seguridad puede legítimamente hacer la guerra. Los cinco países vencedores de la Segunda Guerra –EE.UU., Rusia, China, Gran Bretaña y Francia- son miembros permanentes del Consejo de Seguridad, con derecho a veto[24] –en notoria excepción al principio de “igualdad soberana” de los miembros de la ONU.

Lo cierto es que es esta malla de seguridad que envolvería las guerras hasta hacerlas desaparecer casi nunca funcionó. Matanzas, persecuciones, grandes cementerios bajo la luna se sucedieron en Camboya, Ruanda, la antigua Yugoslavia. Irak, etc., sin que la ONU pudiera, no ya impedir sino siquiera paliar estos desastres, de los cuales resulta ineludiblemente cómplice. Sobre todo, se observa en estos enfrentamientos que la distinción entre civiles no combatientes y soldados combatientes tiende progresivamente a desaparecer. El objetivo de los ataques cada vez más destructivos se concentra, con progresiva intensidad, en la población civil[25]. En la época en que la guerra es un crimen, y en que la ONU resulta garante de la paz mundial, se plantean enfrentamientos bélicos paradójicos, donde se ahorra la sangre del soldado regular y se derrocha la del civil desarmado.

La estrella fulgente que corona la inutilidad del arbolito ONU podría ser, en fin, la corrupción en Oil for Food, un sistema instaurado para paliar el bloqueo económico a Irak, consistente en que los hambrientos iraquíes recibían alimentos de caridad pagándolos con su propio petróleo, mientras que los burócratas se dedicaban a robar, seguramente inspirados por los dichos del filósofo nativo José Luis Barrionuevo[26]. Las guerras –en fin- no murieron. Murió el mundo bipolar, se convirtió la ONU en una cueva burocrática relativamente corrupta, y vino al mundo un nuevo tipo de “guerra”.

La nueva guerra que ya no es guerra

La “nueva guerra” es simplemente lucha sin reglas o con reglas falseadas. Lo que era situación excepcional de apartamiento momentáneo del jus ad bellum y del jus un bello, se ha convertido en estado permanente y ordinario. Por consiguiente, los ejércitos regulares se han transformado en contingentes irregulares como los grupos partisanos con los que se enfrentan. Aterrorizar a un país eligiendo como blanco preferente a la población civil, convertir en objetivo central los “daños colaterales”, o recurrir al “asesinato selectivo” resulta habitual en unos y otros. La lucha ya no se libra entre Estados. No tiene, en principio, ni territorio ni tiempo ni límite. El derecho internacional perfeccionado en tiempo del jus publicum europaeum es sistemáticamente dejado de lado o invocado de modo faccioso. Los tribunales penales internacionales, por ejemplo, se han convertido en altares de un rito sacrificial por medio del que, al denigrarse a los vencidos, se proclama la superioridad moral de los vencedores[27]. Las limitaciones a la lucha descripta no surgen, principalmente, del derecho, sino de la relevancia política y estratégica de los media globales y en tiempo real, Internet incluida. Tanto o más manipulados que los tribunales internacionales, envueltos ellos mismos en una enredada madeja de intereses, conspiraciones y golpes de efecto, los media resultan, sin embargo, el único resquicio por donde se puede conmover a la opinión con el morboso atractivo de la violencia, la sangre y la destrucción y obtener, así, la puesta en marcha de algunos contrapesos.

En definitiva, estas luchas despiadadas e inagotables que nos obstinamos en seguir llamando “guerras” resultan episodios o escaramuzas de una contienda a nivel planetario por la instauración de un nuevo Nomos global. Esto es, según Carl Schmitt, de una nueva ordenación, asignación y distribución de los espacios del planeta y, por consiguiente, del universo simbólico en que se mueven sus habitantes. Según el autor que hemos venido siguiendo en este punto, todo Nomos es instaurador y no derivado de un principio de orden anterior, propio del Nomos que está en vías de desaparecer. Todo Nomos, en fin, implica un poder que decide como tomador, partidos y apacentador de los espacios planetarios. En otras palabras, un nuevo Nomos exige un nomoteto, un poder que lo rija. Como el espacio a reconfigurar resulta, esta vez, el planeta todo, se plantea, de modo inédito, la posibilidad que Schmitt entrevió, de un “uni-verso” político, de una concentración de poder que pretenda regir una ecumene global.

Jihad vs. McWorld

El hombre, que no puede vivir sin con-vivir con el otro, resulta el arma más peligrosa que se haya inventado contra el hombre mismo. Cuando decimos “Humanidad”, suponemos referirnos a la personificación de todo lo bueno y elevado de nuestra condición humana. Y fulminamos, por eso, como los peores crímenes, aquellos cometidos contra la “Humanidad”. Las matanzas, torturas, desapariciones, son repugnantes sin duda. Pero, cuando los juristas las encuadran como “crímenes de lesa humanidad” y, por lo tanto, califican la conducta de sus autores como “inhumana”, yerran del todo. Puesto que la componemos todos, nadie es la Humanidad, podríamos decir parodiando un verso de Borges, porque humano es todo lo que hacemos y ninguno, ni aún aquel mister Hyde en que imaginemos concentrar toda la maldad posible, podría ser dado de baja de aquélla. Aquí reside la clave de la crueldad de las luchas y persecuciones declaradas en nombre de la Humanidad, ya que implican despojar al enemigo de la condición humana y convertirlo en un desperdicio que puede sin reparo echarse a la papelera de reciclaje de la historia. El terrorista, o el torturador que busca aterrorizarlo cuando aquél cae en sus manos, encuentran en esa deshumanización del otro una absolución automática para sus actos. El odio engendra crueldad que se supone intachable y el odio al odio conduce a torturas que se suponen justificadas. Carl Schmitt, que puso de manifiesto este punto, recordaba al respecto una frase de Proudhon: “quien dice Humanidad quiere engañar”. Tanto las cabezas visibles y protagónicas de la occidentalidad oficial, como el terrorismo milenarista que lo enfrenta, se proclaman, engañosamente, únicos y exclusivos representantes de la Humanidad y del Bien. Este planteo de enemistad absoluta convierte al planeta en el campo de una guerra civil permanente, lo cual conduce, como señala Giorgio Agambeni[28], a un estado de excepción perpetuo, donde cesa el derecho o –peor- sus instrumentos son utilizados sesgadamente para perseguir exclusivamente a un grupo al que se califica como paria jurídico. La disolución del concepto clásico de la guerra, en el crepúsculo de la modernidad, lleva consigo la imposibilidad de que la política pueda establecer la paz y el derecho –simplificado a máscara normativista del más fuerte- dirimir lo justo. La cuestión, a escala mundial, queda reducida a quién puede imponer violentamente su poder y quién puede cuestionárselo, asimétricamente, por medio del terrorismo, sin cabida, por ahora, para matices ni terceros neutrales. Los términos del conflicto parece simplificarse, pues, en Jihad vs. McWorld[29]. El premio para el vencedor sería la regencia del nuevo Nomos global.

Ni guerra, ni Estados ni naciones

No hay, pues, propiamente hablando, guerra. El bellum ha sido destruido en sus fundamentos y nos hemos condenado a la lucha absoluta. Tampoco hay, en propiedad, Estados en pugna,
como ocurrió en Europa al despuntar el siglo XX. El Líbano, para ir a lo más próximo, nunca alcanzó la plena forma estatal. Con límites trazados en gabinete, entre pulseadas diplomáticas, la apelación estatal funcionaba como una caparazón bajo la cual confesiones y etnias, como identidades primordiales, mantenían un frágil status quo, con una relación privilegiada respecto del Mediterráneo occidental determinada por la predominancia de los cristianos maronitas. Por otra parte, en el mundo árabe la noción de “Estado” –producto puro de la racionalidad de Occidente- resulta artificial, hasta el punto que el árabe clásico no registra ningún vocablo que lo vierta adecuadamente. Tampoco Israel, como veremos un poco más adelante en detalle, pese a su estructura política tomada por sus fundadores de la estatalidad europea, puede considerarse un Estado propiamente dicho, sino un agente mesiánico. En el hebreo, por otra parte, surge la misma dificultad para hallar una palabra que rinda plenamente la expresión “Estado”[30]. En fin, tampoco la idea de “nación” encuentra aplicación adecuada en el mundo islámico, y especialmente en el árabe; por lo menos, cuando se habla de una “nación” libanesa o de un “nacionalismo” kuwaití, se están trasponiendo inadecuadamente los términos. Puede hablarse, en cambio, de una “nación” árabe, de la cual se sienten partícipes tanto el beduino del desierto como el comerciante del zoco, porque allí se hace una referencia a la umma, a la comunidad de los creyentes. Por otra parte, la expresión “nación” referida a Israel, también requiere matizaciones. En la Biblia, “nación” es etnia, ethnos en griego, goy en hebreo, equivalente a pueblo[31]. Nación señala, en ese contexto, una identidad religiosa según el origen físico de un individuo, en comparación con los orígenes y creencias de otros individuos. Hay una nación santa, que es el pueblo de Dios, los hebreos, y los nativos de las demás naciones constituyen las gentes, goyim, los gentiles según la Vulgata. Es una nación distinta y separada de las demás naciones.

Debe aclararse que esta relativización de las expresiones “Estado” o “nación” cuando se refieren al Mediterráneo oriental no implican afirmar que estamos, allí, ante una “guerra de civilizaciones”, según la conocida fórmula de Samuel Huntington. En otro lugar ya la he discutido[32] esta afirmación, y él me remito. Subrayo, simplemente, que las civilizaciones –que expresan una cierta forma de relación del hombre con el mundo- no guerrean ni luchan entre ellas. Las que se enfrentan son entidades políticas (aunque no revistan la forma específica de “Estado”), que combatirán, en buena medida, conforme la impronta de las civilizaciones dentro de las cuales se han desenvuelto.

Fundamentalismos frente a frente

El lenguaje periodístico ha terminado por relacionar inmediatamente “fundamentalista” con “islámico”. A costa de repetirme[33], he de recordar que la expresión “fundamentalismo” aparece en los EE.UU. Alude a la actitud de quien afirma su propia creencia (religiosa, política, etc.) como la única válida, con exclusión intolerante de todas las demás, y está dispuesto a ejercer violencia, que supone justificada, sobre quienes no la comparten o aún sobre los indiferentes a ella[34]. La expresión tiene su origen en un movimiento religioso protestante surgido en los EE.UU. en 1910, que exponía como doctrinas fundamentales del cristianismo la creencia en la interpretación literal de la Biblia y en el fijismo de las especies. El juicio desarrollado en Dayton, Tennessee, EE.UU., en julio de 1925, donde se condenó a un maestro que enseñaba la teoría de la evolución, y que inspirara las diversas versiones de "Heredarás el Viento", fue promovido por grupos fundamentalistas. Hacia los 80, la expresión, aplicada ahora a los movimientos terroristas de inspiración islámica, pasó a designar, por extensión, toda forma de fanatismo militante, sea religioso, político, etc.

No es fortuito aquel origen del vocablo. El grueso del pueblo norteamericano es profundamente religioso. Más aún, podríamos decir que está obsesionado por la religión, a la inversa del grueso de los europeos occidentales y del grueso de los argentinos, por ejemplo. Nueve de cada diez norteamericanos afirman amar a Dios y, a su vez, ser amados por Él. La misma proporción cree en el Paraíso y una tercera parte de la población asegura haber tenido una experiencia personal con Jesús. Ahondando el examen, surge al observador una religiosidad nacional estadounidense, con características propias e intransferibles, más allá de la pertenencia a confesiones específicas, sean ellas cualesquiera de las protestantes, el catolicismo, el judaísmo, los mormones, los testigos de Jehová o incluso la New Age. Harold Bloom[35] habla del surgimiento de una nación “poscristiana”-, afirmación que, en otro lugar, el autor matiza diciendo que “somos posprotestantes y vivimos una contundente redefinición del cristianismo”. En la “tierra del anochecer”, como nuestro autor llama a los EE.UU, resaltando así su carácter de “Extremo Occidente”[36], está definiéndose así una nueva religiosidad. ¿Cuáles son sus rasgos? Los estadounidenses aman a Dios y Dios los ama, El norteamericano entiende la salvación como un acto de libertad, que sólo a él le es concedido, surgido del confronte individual con Dios. Ser libre es unirse con el Dios o el Jesús estadounidense; fuera de allí, nulla salus, no hay otra forma de salvación posible. Otro elemento motorizador de la religión nacional estadounidense, según nuestro autor, resulta el “entusiasmo”. La palabra entusiasmo deriva de una expresión griega que significa., literalmente, “inspirado por los dioses”. La Ilustración observó con recelo a los “entusiastas”, entendidos como fanáticos El entusiasmo propiamente estadounidense, visible más intensamente en los componentes afronorteamericanos, se refleja, justamente, en la actitud fundamentalista y en la esperanza milenarista. Con los rasgos muy apretadamente resumidos, se dibuja una religiosidad especial, convencida de su misión y de su superioridad, que intenta aproximar a los descarriados del resto del mundo a su verdad y si no, con la Biblia en la mano va a la cruzada contra los negadores (y aquí la afiliación demócrata o republicana es indiferente). El milenarismo resulta el broche de oro: el anuncio de un Nuevo Orden Mundial (de Woodrow Wilson a George W. Bush) o la profecía de un Armagedon y la Segunda Venida (coincidencias de Billy Graham, Ronald Reagan y los Testigos de Jehová). Esto explica, además, la particular relación de los EE.UU. con el Estado de Israel, que va muchas veces más allá de la conveniencia e interés concreto norteamericano y que no puede explicarse, tan sólo, por la acción de un fuerte lobby proisraelí. El reino milenario verá la restauración nacional y espiritual de Israel. Jerusalén será la ciudad santa, cabeza de una nación santa[37]. El Israel de la promesa –identificado con el actual Estado de Israel- es el sueño y el modelo milenario de los EE.UU. y su “destino manifiesto”.

Debe destacarse –a propósito del Estado de Israel- que la exaltación de la nación (cualquiera ella sea) a valor absoluto puede considerarse idolatría. Simone Weil, la "Virgen Roja", mística y pensadora francesa de origen judío, denunció –aun antes de la instauración del Estado de Israel- esa idolatría, que convierte a un territorio y a quienes lo habitan en santos y electos por ese solo motivo, y les otorga un derecho de propiedad sobre esas tierras inalienable, indiscutible e imprescriptible. Decía Simone Weil[38] que los romanos tuvieron la idolatría de su ciudad y de su imperio, pero -al menos- no la trasladaban también al más allá, como esa lectura fundamentalista de la religión hebrea, que coincide con la corriente nacionalista y colonial de la que arranca el sionismo de Teodoro Herzl y la refuerza con un subsuelo teológico[39]. Un pueblo formado por gente de diverso origen (ashkenazim, jázaros, sephardim, falashas o etíopes, etc.) unificada por un culto y una tradición comunes, podía reivindicar a fines del XIX el deseo de tener un Estado, ya que la ideología de la modernidad, después de 1789, proclamaba que toda nación -y ellos podían considerarse tal- debía organizarse como Estado. Otra muy distinta es que ese Estado. Medinat Israel, sea, según la Torá, a la vez la nación santa y la tierra prometida (con añadidos a reivindicar) de todo el pueblo judío desparramado por la tierra, es decir, de quienes profesan la religión hebrea. Es la deificación de un Estado, la idolatría de un aparato de poder. Ningún hebreo sinceramente creyente (y no fundamentalista tallado en la madera de los fanáticos, que los hay en todas las religiones) puede comulgar con tal cosa. Tampoco un judío no creyente, como Arthur Koestler, podía sostenerlo. Habiendo sido sionista en su juventud y vivido en los kibutzim de Palestina, cuando se crea el Estado de Israel afirmó que se abría la alternativa de o convertirse en ciudadano del nuevo Estado o, abandonando el concepto de “nación judía” como sinónimo de pueblo electo, “dejarse asimilar,, cultural y socialmente, por su medio ambiente”, Decía Koestler: “me comprometí moralmente a identificarme con el movimiento sionista, mientras no hubiera asilo para los perseguidos y sin hogar. En el momento en que Israel se convirtió en una realidad me sentí liberado de este compromiso y libre de elegir entre vivir como israelí en Israel o como europeo en Europa. Toda mi formación cultural hizo que Europa fuera mi elección natural”[40].

Ahora bien, aquel componente fundamentalista y milenarista arriba señalado, conspira, paradójicamente, contra la afirmación y expansión imperial de los EE.UU. En efecto, como vieron los juristas medievales a partir de la recepción del derecho romano, los imperios se desenvuelven conforme la translatio imperii, la traslación del poder. Los romanos realizaron conquistas, pero la mayor parte de su imperio se desarrolló a partir de las nociones de translatio imperii y confederatio (confederación). A los pueblos no se les aplicaba un derecho de conquista, por el que podía hacerse tabla rasa de las instituciones y prácticas de los conquistados. Los pueblos, en cambio, aceptaban la autoridad del emperador y mantenían, en forma de confederación que, andando el tiempo, podía convertirse en integración plena al imperio, sus instituciones, leyes y costumbres, codo a codo con las romanas, en especial el jus. En el Medioevo, la noción de translatio imperii cobró, además, la calidad de legitimación de las nuevas formas imperiales (Carlomagno, el Sacro Imperio Romano Germánico, etc.), consideradas “translaciones” de la forma romana originaria.

En cambio, el núcleo simbólico a que aspiran los EE.UU. gira sobre la idea de “nación santa”, electa. Su universalismo resulta un etnocentrismo conquistador. Encarna, sobre fundamentos de la Biblia, no del jus, como el caso romano-, un nacionalismo global en el que una sola nación –los EE,UU,- es la que cuenta, y es la que aparece como la única forma de sociedad aceptable, destinada expandirse a escala mundial, como exportación de su forma peculiar de democracia.

En cuanto a la lectura fundamentalista del Islam, el curso de los enfrentamientos que han tenido por escenario el Líbano parecen mostrar la prevalencia del registro chiíta, en su versión iraní, intensamente apocalíptica: el séptimo o el duodécimo imán, según las versiones existentes, que hasta el momento permanece oculto, regresará como el Mahdí[41] para dominar el mundo y ponerlo bajo el Islam. Ello no implica desconocer la existencia de otras versiones de dicho fundamentalismo. Por ejemplo, el salafismo[42], surgido de la rama sunnita, que se expresa a través de la Hermandad Musulmana con centro en Egipto, que plantea la lucha armada –uno de cuyos actos fue el asesinato de Anuar El Sadat- para alcanzar una comunidad planetaria monolítica regida por el Islam. O el wahabismo, que nutre a la monarquía saudí, con rigidez puritana y afirmaciones no muy disímiles a las de los salafitas, aunque no lleguen a plantear la lucha armada. Ni fin, sin que esta enumeración agote el elenco, el alqaidismo, relacionado en su origen con el discurso wahabí, que propugna también un califato planetario, y en cuyas afirmaciones dogmáticas puede rastrearse una confusa amalgama de apelaciones ya sunnitas, ya chiítas. Todos ellos plantean la jihad, en su acepción de “guerra santa” y no de lucha interior, contra el Gran Enemigo, que es Israel, el Gran Satán norteamericano que la secunda y los “cruzados”, esto es, el resto europeo y occidental. Desde luego que sería injusto reducir la riqueza conceptual y religiosa del mundo islámico a estas manifestaciones simplificadoras, pero ellas resultan las que se perciben más notoriamente desde Occidente y las que resaltan en los media del mundo islámico.

El rasgo saliente de este fundamentalismo es la utilización de las “bombas humanas” y su justificación teológica. Por cierto, allí se ha encontrado un arma notoriamente “asimétrica”. “Un ejército dispuesto a morir por obedecer a Dios es invencible”, dice Joseph de Maistre, repitiendo una frase de Voltaire[43]. El buen marqués quizás no se hubiese sorprendido demasiado de que su cita habría de servir, dos siglos después, para señalar una subversión de la idea de martirio. “Mártir” proviene de una palabra griega que significa testigo. En el Antiguo Testamento no hay referencias a mártires, aunque el judaísmo conozca al que se santifica por no renegar del nombre del Altísimo[44]. En el Nuevo Testamento, la palabra se utiliza como sinónimo de testigo[45] y, en algún pasaje[46], en alusión a quien ha perdido la vida por su fe. En el Islam, el mártir -shahid- es también el testigo, teniendo esa calidad, por ejemplo, quien halla la muerte combatiendo en la guerra santa contra el infiel. En todos los casos, mártir es el que da testimonio ofrendando su vida por su fe. Lo mismo en otras tradiciones religiosas. Así, por ejemplo, en 1963, el monje budista Quang Duc, luego de rociarse con nafta se prendió fuego en una plaza de Saigon, como protesta por la persecución de que su culto era objeto por el gobierno vietnamita de entonces. No inmola a otros, sino que se inmola a sí mismo en defensa de su fe, y merece a pleno título la denominación de mártir, como los monjes que a partir de allí siguieron su ejemplo[47] En cuanto al kamikaze japonés, con el que se ha comparado al terrorista suicida, se trata de un soldado que, por lealtad al Emperador, sacrifica su vida sobre un objetivo militar enemigo: no un mártir, sino alguien fiel a su código de honor.

El suicida que se convierte en bomba humana, procurando al saltar por los aires llevarse consigo el mayor número de víctimas, preferentemente civiles e inocentes, no es un mártir sino el producto de un desquiciamiento teológico. La perversión de la voluntad por medio de la cual se producen terroristas suicidas no tiene ninguna relación con el sacrificio, que es volver sagrado un acto[48] con una finalidad de salvación para sí y los otros. Los textos coránicos tampoco lo autorizan ni promueven, y así han sido dictadas en el mundo islámico diversas fataua[49] que lo condenan. Junto a ellas, muchas otras, especialmente en el área chiíta iraní, la proclaman como la más alta nota del sacrificio[50].


De un lado, pues, tenemos un Israel que no duda acerca de la exclusividad de su alianza con Yavé y reivindica el derecho a redondear la tierra prometida, finalidad de su organización política, que se sirve para ello de la Tsahal, rodeada, hasta hace poco, de un aura de invencibilidad. El lobby proisraelí norteamericano hace cabalgar al costado la caballería de la república imperial, comandada por un núcleo religioso básicamente evangelista, que espera la venida del Mesías, la batalla final y el reino milenario que ha de sucederle, una teocracia con sede en Jerusalén. Del otro lado tenemos una predominancia del milenarismo chiíta de impronta iraní, que espera al imán oculto que vendrá como Mahdi para hacer del planeta entero Dar al- Islam, la casa del Islam, previa rebelión de la media luna que corre del Afganistán hasta Beirut, pasando por Damasco. Todo ello en una atmósfera enrarecida, donde los israelíes y las comunidades judías esparcidas por el mundo, formadas en una pedagogía del asedio constante, entrevén con temor la eventual vulnerabilidad de su ejército. Hizbalá, los iraníes y las masas islámicas en general, cansadas de la humillación y la derrota, advierten, por su parte, la probabilidad de un desquite histórico y que un eje Teherán-Damasco-Irak chiíta pueda realmente afrontar al eje Jerusalén- Washington. Correlativos ejes del bien y del mal, que se cruzan recíprocamente anatemas y condenaciones sin fronteras. No hay neutrales: quien lo pretenda ser llevará puesta al hierro candente la marca de antisemita y terrorista, o de siervo del Gran Satán. Están frente a frente, como resume certeramente Denes Martos[51], el pueblo de Dios y el partido de Dios, Yavé vs. Allah. Y tiene razón este autor cuando afirma que, en estos términos, no hay composición posible del conflicto, que nos arrastra a todos en un patético empuje hacia los extremos. La cuestión, claro está, no consiste en examinar la teología judía y evangelista o islámica en sus distintas variantes. Lo terrible es su absolutización imaginaria y su reducción simplista aplicada en bruto a los acontecimientos. Se destruye así la autonomía de lo político y se colma de execraciones y maldiciones, de “prodigios feroces y júbilos atroces”, el único campo en que la cuestión, con las limitaciones y relatividad de la obra humana, podría encauzarse y lograr avenimientos. Mientras tanto, lamentablemente, lo más probable es que pronto se reinicie el tam-tam de los tambores de guerra y que ambos ejes recíprocos del Bien y del Mal continúen luchando hasta el último libanés...




[1] ) Fedayin equivale, en árabe, al “que se sacrifica”, combatiendo por una causa justa. La palabra no tiene connotación religiosa y corresponde al carácter “laico” –en el sentido limitado que puede aplicarse a esta expresión en el mundo islámico- de la OLP. El miliciano que combate por la fe islámica es llamado, en cambio, muyaidín.
[2] ) Fueron desprendimientos de grupos extremos que integraban la Haganá, la milicia de los asentamientos judíos.
[3] ) La Falange –Kataeb- fue creada en 1936 por la familia Gemayel, inspirándose en gran parte en la Falange Española fundada por José Antonio Primo de Rivera.
[4] ) El río Litani, que baja de las montañas y desemboca en el Mediterráneo cerca de Tiro, cobra una gran importancia en atención a la falta de recursos hídricos de la región. Ben Gurion, en los tiempos fundadores, pretendía que la frontera de Israel con el Líbano corriera al norte del citado río, para aprovechar sus aguas.
[5] ) Tsahal es una sigla correspondiente a las palabras que pueden traducirse del hebreo como “fuerza de autodefensa israelí ”. En el lenguaje político, es habitual y muy antiguo calificar al ejército propio de “autodefensivo” y de “ofensivos” a todos los demás. La “h” de la sigla corresponde a la palabra hebrea haganá, que equivale a “defensa”. Haganá fue el nombre de la milicia judía alistada desde 1935 en los asentamientos en Palestina. Al crearse en 1948 el Estado de Israel, pasó a ser llamada , Tsahal.
[6] ) Israel no se retira de un sector llamado de las granjas de Cheba, reivindicado por el Líbano. Hizbalá ha encontrado allí la justificación para no replegarse luego de la Resolución 1559 d ela ONU.
[7] ) De acuerdo con la constitución libanesa, el presidente debía ser cristiano, el primer ministro sunita y el presidente del Senado de confesión chiíta.
[8] ) Sobre la relevancia actual del lobby pro-israelí en los EE,UU., y su “relación carnal” con el evangelismo cristiano, resulta recomendable la lectura del trabajo de John Mearsheimer, profesor emérito de ciencia política de la Universidad de Chicago, y Stepehn Walt, profesor emérito de relaciones internacionales en la Kennedy School of Government de Harvard , titulado “The Israel Lobby”, London Review of Books, vol 28, nº 6, 23/3/06. Versión castellana en www.laeditorialvirtual.com.ar
[9] ) Chiita, chiísmo: De shi’a, la secta: denominación, con cierta carga despectiva, que se da a una rama menor del Islam. La mayoritaria es llamada sunnita, de sunna, costumbre. Para los chiitas el primer califa debió ser Alí, primo del profeta Muhammad (Mahoma) y casado con su hija Fátima. En su lugar, asumió el primer califato Abú Bakr, con una de cuyas hijas se casó Muhammad. El mártir por antonomasia del chiísmo es Husayn, hijo de Fátima y Alí, el tercer imán chiita, muerto en la batalla de Kerbala (680) librada contra el califa omeya Yazid. El chiísmo desarrolla una teología de fuerte orientación apocalíptica, a la espera del Mahdi, que regresará para vigorizar el Islam y dominar el mundo, convirtiéndolo definitivamente en la casa de los creyentes..

[10] ) La guerrilla nace en España a partir de los levantamientos populares contra la ocupación francesa por parte de las tropas de Napoleón Bonaparte, a principios del siglo XIX. Allí fue, como dice Schmitt, práctica sin teoría. En Prusia, al mismo tiempo, Karl von Clausewitz (1780-1831), en un memorándum dirigido al rey Federico Guillermo III expuso, por primera vez, la teoría de este nuevo tipo de guerra. El guerrillero partisano invoca la defensa de un territorio que, por otra parte, conoce a la perfección, practica acciones de desgaste para fatigar y desmoralizar al ejército regular enemigo y debe gozar, para su éxito, del apoyo de un sector amplio de la población. Los “focos” guevaristas en la selva boliviana o en el monte tucumano, por ejemplo, no contaron con este apoyo ni su causa fue considerada legítima por el grueso de los pobladores alcanzados por su acción y la opinión pública en general. Ver Carl Schmitt, “Teoría del Partisano” (texto en www.laeditorialvirtual.com.ar) y “Clausewitz como Pensador Político”, ed. Struhart y Cía., s/f, con introducción del autor. Esta guerrilla partisana puede combinarse o no con acciones terroristas o de “guerrilla urbana”, según el término puesto en circulación por Carlos Marighella a fines de los 60 del siglo pasado.
[11] ) Aunque la asimetría relativa de la fuerzas enfrentadas correspondería medirla más en términos de vulnerabilidad que de potencia, como surge de los acontecimientos transcurridos entre la invasión y el cese del fuego. .
[12] ) Ver “Yihad: cómo se financia el terrorismo en la nueva economía”, Loretta Napoleón, Urano, Barcelona, 2004
[13] ) Que las antiguas leyendas situaban muriendo y renovándose a sí mismo en las arenas de Arabia.
[14] ) Como afirma Gérard Chaliand (“L’Arme du Terrorisnme”,ed. Louis Audibert, Paris, 2002), en el caso del terrorismo global y sin asiento territorial de al-Qaida se ha producido un fenómeno semejante al del foquismo guevarista de los 60: las masas llamadas a encolumnarse detrás del movimiento apenas han respondido.
[15] ) Jaime Balmes, “El Criterio” (1845). Juan Domingo Perón, passim.
[16] ) “Ensayos de Teoría Política”, EUNSA, Pamplona. 1979, p. 57 y sgs.
[17] ) Las Leyes, Lº II, cap. II
[18] ) “Pagano”era el habitante del campo, del pagus. Subsiste en la palabra “paisano” y en el “pago”, la patria chica. Nunca hubo una religión “pagana” ni nadie que siguiera los antiguos cultos se llamó a sí mismo “pagano”. En este sentido, la expresión nace en los polemistas cristianos, con una connotación peyorativa. En cuanto a “politeísmo”, es también una expresión polémica introducida por los no politeístas para combatir el politeísmo –parece que el primero en usarla fue Filón de Alejandría en el s. I- y ningún “politeísta” se ha llamado a sí mismo de semejante modo. En el Antiguo Testamento no se duda de la existencia de otros dioses y la función de los profetas es burlarse de ellos y desafiarlos a disputar el poder de Yavé. Este último no es el Uno, sino, más bien, una divinidad que ha triunfado sobre las otras.
[19] ) Así el Zeus griego puede asimilarse al Júpiter latino, y Yavé al mismo Júpiter o a Saturno.
[20] ) ver Danilo Zolo, “Una Guerra Globale Monoteistica”, en “Transgressioni”, nº 42, Florencia, enero-abril 2006, p. 17 y sgs..
[21] ) Cuando Josué va a tomar Jericó, anuncia a su pueblo: “Yavé os entrega la ciudad. La ciudad será dada a Yavé en anatema con todo cuanto hay en ella (...) Apoderáronse de la ciudad, dieron al anatema cuanto en ella había, y al filo de la espada a hombres y mujeres, niños y viejos, bueyes, ovejas y asnos” (Jos. 6, 17-22). Si los jefes o el pueblo quedaran para sí con algo de lo dado en anatema, es decir, no lo destruyeran, deberían ser castigados. Así le ocurrió a Saúl, porque, después de pasar por el filo de la espada a todos los amalecitas, a pedido de su tropa, dejó con vida al rey Agag y, sacrificando sólo el ganado malo, se quedó con las mejores ovejas, corderos y bueyes (Samuel 15, 1-35). En el Nuevo Testamento, el anatema consistirá en la exclusión de la comunidad o excomunión (Gal. 1,8). La expresión “guerra santa” aparece en el Antiguo Testamento sólo una vez, en Joel 4,9..
[22] ) Carl Schmitt, “El Nomos de la Tierra”, ed. Struhart, introducción del autor, Bs. As., 2005, p.109
[23] ) Según la Convención de Londres del 8 de agosto de 1945, que estableció el Tribunal de Nuremberg, es un delito “contra la paz y la humanidad” la “sola preparación de una guerra total”. Aplicándola literalmente, ningún gobernante de las grandes potencias de la posguerra, que formaron inmensos arsenales de medios de destrucción masiva, quedaría libre de persecución penal. No deja de ser relevante que la bomba atómica sobre Nagasaki fue arrojada el 9 de agosto de 1945, esto es, un día después de definir los crímenes de guerra y contra la humanidad, en que la acción descripta quedaba claramente atrapada.
[24] ) Basta que uno de ellos vote en contra para que una propuesta sea rechazada.
[25] ) Los bombardeos aéreos de Coventry, Hamburgo, Dresde, Hiroshima, Nagasaki, en la Segunda Guerra Mundial, fueron jalones decisivos en esta estrategia, de todos los bandos, de apuntar a la moral del civil antes que a la del soldado enemigo.
[26] ) Para no incurrir en chismografía, me abstengo de referirme a los negocios de Kojo Anam, el hijo de Kofi, que cobraba los cheques de Oil for Food cuando el programa ya se había terminado y los invertía, p. ej., en autos de lujo...
[27] ) Ver Danilo Zolo, “La giustizia dei vincitori –De Norimberga a Bagdad”, Laterza, Roma, 2006.
[28] ) Ver Giogio Agambeni,, “Estado de Excepción –Homo Sacer, II, I”,Buenos Aires, Adriana Hidalgo editora, 2004.
[29] ) Título de un libro del norteamericano Benjamin Barber, publicado a principios de los años 90, donde se condensa el conflicto global como el librado entre el nuevo McWorld, expresado por las comidas rápidas (McDonald), la música vertiginosa (MTV) y las computadoras veloces (Mcintosh), de una parte, y el viejo mundo tribal de la Jihad, por otra.
[30] ) El vocablo hebreo es mediná. Medinat Israel es la trasliteración del nombre oficial del Estado de Israel. Madiná es la voz que utilizarpon los traductores árabes para verter polis, denotando ya la dificultad que apuntábamos. Ver Lázaro Schallman, “Diccionario de Hebraísmos y Voces Afines”, ed. Israel, Bs. As., 1952 y Bernard Lewis, “Le Langage Politique de l’Islam”, Gallimard, Paris, 1988.
[31] ) Goy, en hebreo, es “pueblo” y, también, “no judío”. Ver Lázaro Schallman (1952), voz “goy”.
[32] ) Ver Luis María Bandieri, “Siete Reflexiones sobre el 7J”
[33] ) Ver artículo cit. en la nota anterior
[34] ) Un sinónimo, hoy abandonado, muy en boga en los años 60 del siglo pasado, fue “integrismo”, expresión por la cual se alude a quienes quieren mantener la inalterabilidad de una doctrina.
[35] ) Harold Bloom, “La religion en los EE.UU –El Surgimiento de una Nación Poscristiana””, Fondo de Cultura Económica, México, 1994,
[36] ) Una reminiscencia del alemán Abendland=occidente=tierra del crepúsculo.
[37] ) Ezequiel, 37, 21/22.
[38] ) “Espera de Dios”, ed. Sudamericana, Buenos Aires, 1954, p. 167 y “Pensamientos Desordenados Acerca del Amor a Dios”, ed. Sudamericana, 1964, p. 39.
[39] ) En su origen, el sionismo carece de ese subsuelo teológico. Incluso encuentra la oposición de los creyentes ortodoxos, que advertían allí una especie de suplencia profana de la tarea propia del Mesías por venir, y rechazaban toda idea de capturar la tierra prometida por la fuerza. Jacob Israel de Haan, poeta y jurista ultraortodoxo de origen holandés, opuesto al sionismo, habrá de morir en 1924 a mano de la Haganá, en lo que se considera el primer asesinato político en la región.
[40] ) Arthur Koestler, “En Busca de la Utopía”, Kairós, Barcelona, 1983, p. 377.
[41] ) “El guiado”, nombre del mesías islámico-
[42] ) Salaf, en árabe, es “lo antiguo”, el mensaje primigenio del Profeta y de los tres califas sucesores, que, con el Corán y la Sunna -“la costumbre”- constituyen las únicas referencias válidas del buen musulmán.
[43] ) En “LasVeladas de San Petersburgo”, velada VII, “Oeuvres Completes de Joseph de Maistre”, Lyon, Livrerie Genérale Catholique et Classique, 1892, tº V, p. 15. La frase de Voltaire se encuentra en su “Histoire de Louis XV”, tº I, cap. 18
[44] ) Es el kidush hashem, de kidush, santificación y Shem, nombre y, por extensión, nombre inefable de Yavé.
[45] ) Por ejemplo, Hechos, 1,8 y 20.
[46] ) Apocalipsis, 17,6
[47] ) En 1969, el estudiante checo Jan Palach, de veintiún años, se inmoló del mismo modo en la plaza de San Wenceslao, en Praga, como protesta ante la invasión soviética a su país.
[48] ) Así lo explica su etimología, del latín sacrum facere.
[49] ) Fataua es el plural de fatua, o respuesta dada por persona autorizada del islam (un mufti) a consulta de un fiel, con fuerza obligatoria para el consultante. Aunque se han dictado fataua donde se declara que no es un shahid, un mártir, el terrorista suicida, se carece hasta ahora de pronunciamientos de centros destacados de la fiqh, o jurisprudencia islámica, como, por ejemplo, la Universidad de al-Azhar, de El Cairo, para zanjar la cuestión. por un argumento de autoridad.
[50] ) (Fuente: MEMRI-The Middle East Media Research Institute- com. 1276, 1/09/06)En su edición del 18 de agosto, 2006, el semanario egipcio Roz Al-Yusuf destacó un artículo investigativo de Mirfat Al-Hakim titulado "Los Milicias de Niños del Hizbullah". El artículo revela que el Hizbullah ha reclutado a más de 2,000 niños de edades entre 10-15 años para servir en las milicias armadas, y que la organización juvenil de Exploradores Mahdi afiliada al Hizbullah los está entrenando para convertirse en mártires. [1]
Extractos del artículo:
Hizbullah recluta a niños de apenas 10 años de edad
Según Roz Al-Yusuf, "El Hizbullah ha reclutado a más de 2,000 niños inocentes de edades entre 10-15 años para formar milicias armadas. Antes de la reciente guerra con Israel, estos niños aparecían sólo en las celebraciones anuales del Día de Jerusalén, y se les refería como las 'Unidades del 14 de Diciembre', pero hoy son llamados istishhadiyun ['mártires']..."
"Hizbullah ha habitualmente reclutado a jóvenes y niños y los han entrenado para combatir desde una edad muy temprana. Éstos son apenas niños de 10 años, quiénes llevan uniformes de camuflaje, cubren sus caras con pintura de [camuflaje] negra, juran emprender el jihad, y unirse a [la organización juvenil] de los Exploradores Mahdi...
"Los niños son seleccionados por los [funcionarios] de reclutamiento del Hizbullah basados en un sólo criterio: Deben poseer la voluntad de convertirse en mártires".
Los niños entrenan para convertirse en mártires
"Los niños son educados desde una edad temprana para convertirse en mártires en su juventud, al igual que sus padres, y su entrenamiento es llevado a cabo por la organización juvenil Exploradores Mahdi... [Esta organización], la cual está asociada al Hizbullah les enseña a los niños los principios básicos de la ideología chi'ita y de la ideología del Hizbullah... La primera lección que el Hizbullah le enseña a los niños es 'La Desaparición de Israel', y siempre es una parte importante del [entrenamiento] del programa...
"La organización Exploradores Mahdi fue fundada en el Líbano el 5 de mayo de 1985... Según el portal de la organización, el número de [exploradores] quiénes había pasado el entrenamiento a finales del 2004 eran de 1,491, y el número de grupos exploradores que se habían unido a [la organización] era de 449, con un número de miembros de 41,960. Según la organización las recientes estadísticas, desde el 2004, 120 de sus miembros han estado listos para convertirse en mártires.
"La meta de la organización es entrenar a una generación ejemplar de musulmanes basada en el [el principio del] 'mandato del jurisprudente' [un principio fundador de la Revolución Islámica en Irán], y de prepararse para la llegada del Imán Mahdi [el Mesías chi'ita]. Sus miembros, incluyendo a los niños, emprenden el obedecer a sus comandantes, para traer el honor a la nación [musulmana], y prepararse a si mismos para ayudar al Mahdi [cuando llegue]".
"Una nación con niños mártires será victoriosa"
Según el artículo, Na'im Qasim, diputado al Secretario General del Hizbullah Hassan Nasrallah, dicho en una entrevista en Radio Canadá, "Una nación con niños mártires será victoriosa, no importa qué dificultades quedan en su camino. Israel no puede conquistarnos o violar nuestros territorios, porque tenemos hijos mártires que purgarán la tierra de la suciedad sionista... Esto se hará a través de la sangre de los mártires, hasta que eventualmente logremos nuestras metas".

[1] Roz Al-Yusuf (Egipto), 18 de agosto

[51] ) Denes Martos “Jehová vs. Allah”, en www.laedirtorialvirtual.com.ar

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