domingo, mayo 21, 2006

EL 25, MAREA DE FERVOR

Luis María Bandieri

A Manuel Peyrou, escritor nicoleño nacido en 1902, la cultura burocratizada y los despachantes de ciudadanías ilustres de la Ciudad autónoma le pasaron hace rato la esponja irresponsable del olvido. Fue un esponjazo inicuo, ya que, si bien nacido en la ciudad del Acuerdo, Peyrou escribió siempre en Buenos Aires y sobre ella, hasta su muerte. Más estrictamente, su campo creativo se desarrolló en las pocas cuadras que van desde el viejo edificio de La Prensa en la avenida de Mayo –hoy Palacio de la Cultura- hasta la confitería Richmond, en la calle Florida. Cuentista de construcción exquisita, novelista testimonial, cultor preciso del relato policial, fue un abogado que nunca ejerció y, en cambio, se inclinó al periodismo en el diario de los Paz. Ganó premios literarios que entonces importaban –el Municipal y el Nacional. Fue amigo y recibió las confidencias de Jorge Luis Borges, que así lo dijo en un poema dedicado a su memoria: “suyo fue el ejercicio generoso/ de la amistad genial. Era el hermano/ a quien podemos, en la hora adversa,/contarle todo o, sin decirle nada,/ dejarle adivinar lo que no quiere/ confesar el orgullo...”.

Quizás la desventaja de Peyrou para escaparle al olvido fue que resultaba, para nuestras rudimentarias categorías del pensamiento político, demasiado “gorila”, justo en el tiempo en que la sociedad argentina, adicta a las recaídas, entronizaba al Viejo, al General, al león herbívoro, a fin de que le brindase protección y la salvase de la guerra civil. Cualquiera que no lea Página/12 o que no frecuente los textos de ese Grosso chico de la posmodernidad que es el pibe Pigna, con mayor razón si sobrevivió a aquellos años, sabe que por entonces se libraba por aquí, conforme las reglas de la gran confrontación planetaria de entonces –EE.UU./URSS- una guerra revolucionaria con sus bandos de terrorismo/torturismo. Perón, desde el destierro, había espoleado a las “formaciones especiales”. Llegado al país, les bajó el pulgar y decidió aniquilarlas, para lo cual Lopecito formó las cuadrillas de la Triple A. La organización vence al tiempo, decía el General. Por esas astucias de la sinrazón, resulta que la única “orga” que ha vencido al tiempo es la de Viejos Guerrilleros Inc, es decir, la de los sobrevivientes a la purga inaugurada por el General, convertida hoy en club de negocios y capilla de adultos mayores privilegiados. El león herbívoro, que no atinaba a imaginar para los imberbes refractarios que echó de la Plaza otro destino que el tiro en la nuca, en aquel año de 1974 hizo lo único que podía hacer, esto es, morirse, dejándonos el entuerto con su secuela de asesinatos recíprocos, terror, tortura y sangre y un huevo de dragón que, empollado casi una treintena, nos dio el kirchnerato. El mismo año 1974, sin ruido, se nos fue también Peyrou.

Nuestro escritor dejó un cuento, “Marea de Fervor”, donde retrata muy bien esa tendencia al unanimismo, a formar la “cadena nacional de la obsecuencia”, como la llamó Roberto Aizcorbe, que de tiempo en tiempo nos arrastra a los argentinos. Son los días previos al 17 de octubre; el protagonista y su mujer salen a caminar por Florida y advierten que mucha gente lleva grandes escarapelas. Las escarapelas van creciendo día a día: primero es la escarapela completa de pecho; luego, se agrega la espalda con la blusa-escarapela; al día siguiente le agregan unas tiras bicolores como estandartes. Además, todo el mundo lleva en las manos banderas y se colecta dinero para una Gran Bandera que habrá de flamear desde el Aconcagua. La gente sube a los tranvías de la época, en cuyo techo hay unos encargados de recoger las banderas, entregarles un ticket y devolverlas al bajar.

Al llegar a Maipú y Corrientes -sigue el relato- bajamos y la Petisa insistió en que fuéramos a pasar un rato al cine Novedades, a ver el nuevo espectáculo que todo el mundo comentaba. Entramos, dejamos las banderas en el vestíbulo, y casi enseguida la gran bandera que hacía de telón se levantó y en la pantalla apareció otra bandera, que podría haber sido la misma fotografiada. Luego de la esfumatura apareció una vista de la calle Florida llena de insignias, lo que produjo entusiasmo. Todos veían allí el panorama en el que un rato antes habían estado incluidos. Se produjo entonces una ligera alarma porque algunos espectadores protestaron por haber sido obligados a dejar sus banderas en el vestíbulo. Querían tenerlas en sus manos y agitarlas. Con una diligencia elogiable los acomodadores corrieron y volvieron con pequeñas banderas, que no podían molestar la vista de la pantalla. Estuvimos allí una hora contemplando en la pantalla la multitud que circulaba por la calle y luego salimos, dejando el sitio a la multitud de la calle que entraba en el cine para verse en la pantalla”.

No estamos en los viejos tiempos de los tranvías a diez centavos y el Novedades de la calle Florida, donde se iba a ver noticiarios y dibujos animados. Pero tenemos, en la época de los televisores de plasma, el “Operativo Clamor”, la apoteosis de Néstor Lupin Kirchner, el Sacristán de la Progresía Posperonista. La democracia, ya se sabe, viaja en ómnibus y recibe choripán, gaseosa y obolito. Trenes y subtes se sumarán espontáneamente al transporte gratuito. Hay que amuchar “a todos los que piensan lo mismo”. En realidad, no se necesita pensar: ¿de qué lado voy a estar en el cuatrienio que se inaugura el 2007? Ni pensarlo; sólo apoyando al ganador. La procesión de los arrepentidos y conversos para el 25 es la más nutrida y ruidosa: el apaleado Scioli, el primero de la última hora; el eterno escolta Reutemann, que pasó a rendir pleitesía y renegar de la diputada rebelde; el fiero Díaz Bancalari, que llega con el PJ bonaerense puro y virgen; los radicales para la Victoria, los socialistas para la Victoria, la Radio 10 para la Victoria –que el 24 reparte 500.000 banderas, para que nadie se quede sin la suya-: en fin, Víctor/Victoria.

Marea de fervor: ¿cada sociedad tiene la democracia que se merece?

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