BYE BYE BARING (VII)
Norberto de la Riestra
Caído
Rosas, la Baring (privada ya de Alexander, el primer barón de Ashburton,
fallecido en 1848, habiendo quedado sus hermanos Thomas y Henry al frente de la
casa), envía a Buenos a un mayor retirado, Ferdinand White, para informarse
sobre el terreno de las consecuencias que, para el pago del empréstito, tendría
la caída del antiguo encargado de las relaciones exteriores de la Confederación,
ahora desterrado en la Gran Bretaña. Debe tenerse en cuenta que la cotización
en Londres de los bonos era del 20% antes de la misi¢n Falconnet, habiendo
crecido desde allí hasta poco más del 70%, a la época del viaje del nuevo
enviado, sin haberla afectado la caída de Rosas, lo que demostraba en los bonholders un optimismo que la casa de
Bishopsgate Street nro. 8 estaba lejos de compartir. White ha dejado un diario
de su misión, bien reflejado en la obra de Fitte, con interesantes
apreciaciones sobre los acontecimientos políticos ocurridos en nuestro país
desde mayo de 1852, en que arriba, hasta abril de 1853, en que se embarca de
vuelta para Inglaterra.
El
acontecimiento principal ocurrido durante la gesti¢n de White es la revolución
del 11 de septiembre de 1852, cuya consecuencia sería la división del país entre en el Estado de
Buenos Aires y la Confederación Argentina. El empréstito había sido contraído
por la provincia de Buenos Aires, dando en garantía sus rentas y tierras públicas.
Convertido luego, al establecerse la presidencia unitaria según la Constituci¢n
de 1826, en deuda nacional, sus servicios se interrumpen en 1828 por
imposibilidad de pago de la provincia, desaparecida la autoridad nacional. Y es
la provincia, con su gobernador encargado de las relaciones exteriores de la
Confederación (confederaci¢n "empírica",
como gustaba decir Julio Irazusta, plasmada en pactos), la que, con fondos
propios, encara los módicos pagos resultantes del convenio con Mr. Falconnet,
interrumpidos a partir de Caseros. La cuestión principal, para el acreedor,
pues, resultaba quién se haría en definitiva de la deuda.
Las tratativas de White
A
fines de mayo de 1852, White se reúne en Montevideo con el doctor de la Peña,
ministro de Relaciones Exteriores de Urquiza, por entonces a punto de ser
designado, en el Acuerdo de San Nicolás, Director Provisorio de la Confederación
Argentina. White le pasa a de la Peña un estado de la deuda a ese momento, que
montaba, según el acreedor, a £ 2.335.410, es decir, a casi tres veces y media
lo efectivamente recibido. De la Peña le manifestó que, habiendo sido gastado
el empréstito en la pasada guerra con el Brasil, se haría cargo de él la
nación; precavidamente, agregó que de no ser viable ese expediente, la
provincia de Buenos Aires quedaba siempre obligada "por su honor y por los
términos del empréstito", es decir, por la garantía de sus renta y tierras.
Alrededor de de la Peña se movía un personaje -ya recomendado a White en Río de
Janeiro por Henry Southern, ex embajador de la Corona en Buenos Aires, a la
sazón representante ante la Corte del Brasil- llamado Francisco Casiano
Beláustegui. Según Ferns, este hombre era un aventurero y hasta se lo tachaba
de proxeneta, oficio este último con el que, por su esmero, se habría ganado la
confianza y estimación de Southern. Beláustegui, a modo de condecoración, le
mostró a White las pruebas epistolares de sus gestiones ante Rosas para lograr
el pago del empréstito, frente a las cuales el Restaurador había mostrado su
sorpresa ante la circunstancia de que un argentino fuese el abogado oficioso de
los bonoleros. Ahora, le susurraba el influyente a White, que cada vez le
tomaba mayor recelo, un arreglo definitivo estaba mucho más próximo. A condición
de reconocerle un fee de punto sobre
todas las sumas a cobrar después del ajuste definitivo de cuentas, y ser
designado agente de la Baring en Buenos Aires, en lugar de la firma
norteamericana Zimmermann y Frazier, que se desempeñaba en tal carácter hasta
ese momento. En junio de 1852 White es recibido por Urquiza en Palermo, siéndole
presentado por el gobernador Vicente L¢pez. Cuando el entrerriano oyó que se
hablaba de una deuda "nacional", apretó los labios y no pronunció
palabra hasta el fin de la entrevista. A White no le costó demasiado entender
que la Confederación estaba muy lejos de querer pagar la deuda, exclusiva de
los porteños, a juicio del Director Provisorio. En esa entrevista, quedó, pues,
perdido para siempre ese punto sobre el saldo y la calidad de agente de los Baring
con que Beláustegui ensoñaba beneficiarse. Pero Beláustegui tenía el optimismo
propio de todo vendedor de humo, y aunque White, evidentemente, ya no le creía
palabra, afirmaba que el negocio andaba sobre ruedas, que Urquiza al final iba
a influir a favor del acuerdo, que todo estaría resuelto para los primeros días
de septiembre y anunciaba las primeras remesas llegando a Londres hacia febrero
del otro año.
Lo
único que estuvo resuelto en septiembre fue la revoluci¢n del día 11 contra
Urquiza. White debió convertirse en un observador de los sucesos, forzado a
esperar que las cosas se aclarasen, y convirtiéndose, de paso, en hooligan de Buenos Aires en su disputa
política con la Confederaci¢n. Mientras tanto, él y su secretario hacían
cuentas. Las rentas genuinas de Buenos Aires alcanzaban, a ese momento, a $
3.250.000 anuales. La deuda total de la provincia, a $ 29.964.950. Un tercio de
ella, $ 11.777.050, equivalentes (al cambio de 4 a 1) a las £ 2.355.410,
correspondían al saldo del empréstito. El servicio de esa deuda insumiría
aproximadamente, según los diligentes cálculos de White, la cuarta parte de los
ingresos públicos. La situación, pues, no era brillante.
De
todos modos, White se entrevistó con el nuevo "gobernador
propietario" de Buenos Aires, don Valentín Alsina. Iba acompañado de Mr.
Zimmermann, aquél a quien el afanoso Beláustegui quería sustituir. La
conversación fue cortés, pero las posibilidades de arreglo eran, por el
momento, en plena guerra entre Buenos Aires y la Confederación, muy lejanas. Lo
único que obtuvo fue la seguridad de que la provincia, en la medida de sus
capacidades, haría frente a su compromiso, y que se retomarían los pagos de
cinco mil pesos mensuales del arreglo Falconnet. White, observador de nuestras
luchas civiles e investigador de nuestros presupuestos, había llegado al fin de
su misión, con el íntimo convencimiento de que sólo de una Buenos Aires
pacificada y dedicada a desarrollar sus riquezas naturales podía pagar la deuda
pendiente. Se embarcó, pues, el antiguo colonial de Bombay, para informar a sus
principales de Londres que nada se podía hacer por el momento. Al tocar puerto
en Montevideo el vapor que lo llevaba, lo abordó su compatriota don Samuel
Lafone, que unos años antes protagonizara un curioso episodio de aplicación del
Tratado de 1825, en el caso de matrimonios de mixta religión, por su casamiento
con una dama argentina de apellido Quevedo. Lafone, dedicado al comercio
exportador de cueros por cuenta de una firma de Liverpool, tenía su propio plan
para hacer honor al empréstito, consistente en: a) abono del millón de libras
inicial con los recursos propios del gobierno; b) el saldo, de un millón y
medio acumulados por mora, se abonaría con una concesión de tierras no menor a
dos mil leguas cuadradas, de las cuales, aconsejaba, la mitad convendría
venderla a su vez a colonos alemanes, para hacer subir inmediatamente el valor
de la mitad restante. Fue el último proyecto que White agregó a su abultada
cartera de documentos de viajero que vuelve, en términos de tango, con la
frente algo marchita.
Buenos Aires y la Confederación
Los
bonholders están que trinan ante las
noticias aportadas. Pero la política exterior inglesa, siguiendo el rumbo de
"espléndido aislamiento" señalado por lord Palmerston, tan admirado
por Rosas desde Burgess Farm, es de no inmiscuirse por las armas en los malos
negocios de sus súbditos. Posición apoyada por el Times desde su línea editorial, y por la casa Baring, que no en
vano posee una parte del famoso periódico. Además, la situación es algo
curiosa: se sabe que si alguien está en condiciones de pagar, es Buenos Aires; sin embargo el Foreign Office
apoya al gobierno de Paraná , sede de la Confederación y no reconoce al Estado
de Buenos Aires. Juan Bautista Alberdi, en nombre de Paraná , quería acelerar
la inversión brit nica en la Confederación, especialmente la ferroviaria, a
través de su amigo Wheelwright, mientras se autorizaba a Buschental a organizar
en Europa una compañía para financiar el tendido de la línea Rosario-Córdoba.
El Estado de Buenos Aires, mientras tanto, advertía que podía autosostenerse
con sus exportaciones agrícolas, de ganado en pie, y las rentas de la aduana.
La Confederación no podía pensar, aunque contase con una cabeza tan sólida como
la de Mariano Fragueiro, que se plante¢ la cuestión, en procurar por sí sola el
capital necesario a su desarrollo. Sí lo podían pensar, y de hecho lo hicieron,
los porteños. Así nació en 1853 el Ferrocarril Oeste, en cuya sociedad se
codeaban argentinos con ingleses afincados, que tuvo principio de ejecución con
un buen negocio sobre las tierras destinadas a la traza y su momento de gloria
cuando, en 1857, "La Porteña", con su cartelito "Voy a
Chile", pitó en su primera salida desde donde hoy está el Teatro Col¢n, para recorrer diez
kil¢metros de "camino de hierro" colocados por 160 obreros ingleses
contratados al efecto.
La Porteña y la Estación del Parque (hoy Teatro Colón)
Quizás ese fue el momento clave para lograr lo que un
tal Carlos Marx estaba entonces entreviendo desde la biblioteca del British
Museum, en la Inglaterra victoriana: la acumulaci¢n "primitiva" de
capital, función propia de la clase capitalista, para su reproducción volcada
en un desarrollo autónomo. Buenos Aires habría podido hacerlo, en ese momento,
sin recurrir a los onerosos empréstitos extranjeros, a los cuales estaba, en
cambio, obligada fatalmente la Confederación.
Frank
Parish, el hijo de Woodbine, había sido designado vicecónsul ingl‚s ante el
Estado de Buenos Aires, modesto cargo que mostraba bien a las claras la
voluntad de no reconocimiento. Los informes de Parish a lord Clarendon, titular
del Foreing Office, reflejan la preocupación de este funcionario porque el
presupuesto 1854/55 del nuevo estado destinase el 4% a obras públicas, antes
que al pago de la "justa deuda" contraída con los bonholders en 1824. La política del
gobierno británico tendía a presionar al gobierno de Buenos Aires a unirse a la
Confederación, y no proseguir por el camino trazado. La Baring mandó a un nuevo
representante, James Giro, a fines de 1853. Giro y Parish hicieron causa común.
El ministro de Hacienda, Juan Bautista de la Peña, propuso pagar las casi £ 2.800.000
a que montaba entonces la deuda del empréstito con una quita de un 25%, a raz¢n
de œ 60.000 anuales, y cesando el curso de los intereses. Ello fue objeto de
rechazo por parte del enviado. Una tratativa igual y paralela celebrada por
Adolfo Van Praet en Londres llegó a
igual resultado nulo. En 1855, Norberto de la Riestra [1], nuevo ministro de
Hacienda, hace aprobar por la Legislatura una ley que establece la duplicación
-$ 10.000- de la cantidad mensual que se giraba a la Baring por el acuerdo Falconnet.
Giro y Parish toman este gesto como una maniobra para apaciguar a los bonholders, ocultando la voluntad de no
pagarles jamás. Giro hace publicar en la prensa las cláusulas originarias del
empréstito, y obtiene el repudio de la opinión pública. Se opone, en nombre de
los acreedores, a ventas de tierras públicas, debiendo Parish legalizar su
protesta, ya que no encontró escribano en Buenos Aires dispuesto a hacerlo. En
realidad, el gobierno de Buenos Aires quería llegar a un acuerdo satisfactorio,
pero Giro era propenso a embrollar las cosas. Una carta altisonante dirigida al
gobernador de la provincia le fue dada por no recibida y obligado a retirarla.
Decidió entonces embarcarse para Londres, mientras el gobierno anunciaba que sólo
trataría directamente con la casa Baring. Mientras tanto, en 1856, se hacía
cargo de representación de la reina Victoria ante el gobierno de Paraná Mr. W.D. Christie. Christie era partidario,
y lo manifestó abiertamente, de presionar a Buenos Aires para que cesase su actitud
"anómala", e incluso escribi¢ a Lord Clarendon sobre la necesidad de
una demostración naval frente a los díscolos porteños. Alberdi, en carta a
Urquiza dirigida desde París en diciembre de 1857, teoriza sobre la absoluta
necesidad para la Confederación de que Buenos Aires sea obligada a pagar sin
remisiones ni quitas, ya que dedicarla a cubrir la deuda le quitaría dinero que
de otro modo destinaría "para anarquizar al país".
El arreglo de la Riestra
Pero
el gobierno de Buenos Aires ya había decidido consolidar su crédito en Londres.
Propuso pagar el capital de £ 1.000.000 en cuotas anuales que arancarían de £
35.000 en 1857 hasta alcanzar la suma de œ 65.000 en 1860, y así hasta su
definitiva cancelación. La deuda por intereses atrasados, consolidada en £
1.641.000 se pagaría con bonos, luego llamados "bonos diferidos", que
redituarían un interés anual del 1% de
1861 a 1865, del 2% desde 1866 a 1870 y del 3% desde 1871 hasta su total
rescate. Los tenedores de bonos estuvieron de acuerdo, ya que el arreglo se
acercaba bastante a su propia propuesta. La legislatura de Buenos Aires lo hizo
ley en octubre de 1857.
Luego
de la crisis de 1890, el gobierno de Luis Sáenz Peña tuvo que negociar, a través
de su embajador Luis L. Domínguez, algunos reajustes con el Comité de
Tenedores, entonces presidida por lord Rothschild, a raíz de la crisis de la
Baring por aquellos años. Como se diría hoy, se reestructuraron pagos de
diversos empréstitos, comprendido el de 1824, y el de los intereses. Hay que
anotar, además, que la ley 206, de 1866, puso a cargo de la nación, desde 1867,
el empréstito inglés de 1824.
El
rescate definitivo del empréstito se produjo en 1901. Según el clásico cálculo
de Pedro Agote, se pagó, por los $ 5.000.000, pactados, y $ 2.800.000 realmente
recibidos, un total de $ 23.734.766, o sea ocho veces más en setenta y siete años.
Milagros del interés compuesto.-
[1] Antes de asumir el ministerio, era
socio de la firma Nicholson, Green & Co, de Liverpool. adonde se había dirigido
de joven por su disidencia con el gobierno de Juan Manuel de Rosas. Ni siquiera
este antecedente tranquilizó a Giro y Parish, que lo sospechaban partidario de
repudiar la deuda.
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