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martes, diciembre 18, 2012

ÚLTIMOS VESTIGIOS DEL ESTADO




Una extraordinaria película de Pierre Schöller, "El Ministro", en su titulo original "L'Exercice de l'État".   Bertrand Saint-Jean (Olivier Gourmet) es un dirigente que promete, recién llegado a la pulpa del "partido único y permanente de los políticos", sin haber pasado por las grandes escuelas. Ocupa la cartera   de Transportes en un gabinete que, indistintamente, puede ser de izquierda o de derecha, esas categorìas demodées y manifiestamente inútiles. La proyección comienza con una pesadilla del ministro: unos  personajes encapuchados van montando diligentemente un despacho ministerial bien franco-français, con ese lujo exacto que deja los arreglos rapaces de Boudou en el Senado reducidos a mobiliario de inquilinato.  A un costado, algo que se confunde al principio con una alfombra de cuero, abre un ojo y se revela como un gran caimán. El Leviatán, la bestia del agua, aquella representación de la forma polìtica estatal que Hobbes puso bajo la advocación de un versículo del Libro de Job: "non  est potestas super terram quae comparetur ei". Bueno, hoy está lejos de serle aplicable el lema en toda su extensión, pero la bestia todavía impresiona. Los servidores en caperuza
conducen a una mujer desnuda -¿la política?- a la presencia del Leviatán. Frente a él, la mujer abre sus piernas en entrega y luego se desliza en el interior de las fauces. 


 
 
 
Nuestro  ministro se despierta, agitado y en erección. Suena el teléfono. Gilles, su director de gabinete (Michel Blanc), un enarca eficaz que es como la sombra de aquel aparato estatal que fue, lo despierta para comunicarle que se ha desbarrancado un ómnibus con escolares en una camino de montaña, cubierto por la nieve. Comienza entonces la jornada del ministro, en cuyo gabinete tiene un lugar preponderante la comunicación y su respectiva asesora. La función política ministerial se expresa en el cuerpo y en la palabra (vemos al  protagonista agitarse, sufrir, vomitar, fastidiarse, recogerse en silencio ante los cadáveres de los adolescentes pensando en las declaraciones que ha de hacer, pasando entre los periodistas, hablando constantemente por su celular).  Ahorro relato para impulsar al lector a conseguir la pelìcula. Partidario de cara a los medios  de no privatizar las estaciones de ferrocarril, el ministro recibirá del premier la directiva, venida del presidente, de encabezar la privatización. Los politicos son administradores del desencanto -una conversación entre Gilles y un viejo amigo también enarca, que le trae la "precisa" sobre el cambio de rumbo, dice mucho al respecto- y el objetivo fijado a Saint-Jean es recuperar, con su figura de outsider, el 5% de caída de imagen que la privatización puede producirle al gobierno. Nuestro protagonista toma como chofer a un desocupado (la imagen es la de devolver los parados a la vida laboral activa), un hombre simple y silencioso -el pueblo, en definitiva, con el que Bernard intentará recuperar patéticamente su entusiasmo de otrora.  Entre dos actos y varias intrigas, le señala tomar una autopista que va a inaugurar en pocos días y un accidente, en el que el político y gente de su equipo se salvan, troncha la vida del chofer. Recomiendo el discurso in pectore del ministro, mientras  por pedido de la familia sólo hay el rezo de un responso. Y la escena de Gilles, en su despacho, repitiendo el discurso de André Malraux cuando la entrada de los resto de Jean Moulin al Panteón. Entronizado en el inodoro de su despacho, nuestro ministro recibe la buena nueva de que acaba de ser designado en la cartera de Trabajo -otras agitaciones lo esperan.
 
Suelo admirar las ficciones políticas norteamericanas, en las que mucho se aprende. Pero allí hay government, todavía con resto, y aquí hay État, en el último aliento.  No hay un panfleto fácil sobre o contra los políticos; más bien, expresa  respeto por esos morituri leviatanescos. La corrupción está, pero es periférica -quizás para nuestro asombro sudaca o hasta decepción comparativa. Los vestigios del Estado, de la bestia que de a poco se retira, la palabra que quiere ser justa y es apenas eslógan comunicacional acertado, las convicciones que giran según la veleta, el empeño por lo que sabe un fiasco anunciado, todo eso, y más, muestra esta película. El infierno de una pasión inútil, cuando el bien común es una entelequia y de la procura de la vida buena hemos pasado, apenas, a sobrevivir la nuda vida con mínimo decoro.-