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martes, junio 05, 2018

LA MUERTE DE UN SUDISTA



No podía dejar este blog  de recordar a Tom Wolfe, que se fue al otro barrio hace muy poco, a los 88 años, y al que hace años dedicamos otra entrada, que puede encontrar el lector en nuestro índice.  Su nombre se asocia al "nuevo periodismo" o a su primera novela, "La Hoguera de las Vanidades", que Brian de Palma llevó al cine. Me gusta recordarlo, sobre todo, porque se burló desafiante del mainstream cultural de su época en los EE.UU. Esto es, se tomó en solfa, arrancándole su máscara hipócrita, a la progresía. "Radical chic", "izquierda caviar", "izquierda exquisita", fueron los sobrenombres perdurables que puso a los left-wing intellectuals de su época. Un intelectual -decía- es alguien que sabe sobre algún asunto, pero que públicamente  habla de otra cosa.  Esa "otra cosa"  es cualquier tópico de la agenda bien pensante: contra las guerras; a favor del aborto free; lagrimeos sobre la pobreza; veneración del guerrillero y de su boina estrellada, etc. "Cuando Noam Chomsky comenzó a denunciar públicamente la guerra de Vietnam ¡zas! se convirtió en un intelectual". Uno de sus blancos preferidos fue Norman Mailer, enfermo hasta la médula de importancia personal.  Se lamentaba de no haber sido "suficientemente mezquino" con Mailer.
Observaba Wolfe con penetración a esos personajes  que nadaban en la impostura y el simulacro, en lo que él llamó la "statúsfera". Un mundo snob, donde los ricos se disfrazaban de homeless del  Bronx, y los diseñadores creaban a partir de allí una moda suntuosamente indigente. Reaccionario, Wolfe se trajeaba con ternos blancos y zapatos al tono, en una postura dandista que no habría disgustado a Barbey d'Aurevilly. Su pieza maestra, en la descripción de inmensa minoría concentrada revolucionariamente en su yo -llamó a los 70 "the Me decade"- resalta su crónica "That Party at Lenny's". Aquella fiesta en lo de Lenny -el eximio director y compositor Leonard Bernstein- transcurrió en el dúplex de trece habitaciones donde moraba el músico, y su pretexto fue recaudar fondos para los Panteras Negras que estaban en la cárcel. Puro "radical chic" los concurrentes: músicos, coreógrafos, actores, escritores. Y Donald Cox, el líder los Panthers, con algunos de sus muchachos. Una sofisticada señora bien comenta con una notita trémula en  la voz: "¡nunca había visto una Pantera! ¡Es la primera vez!". Circulan los canapés de roquefort con nuez, "¡mmmmmmmm!" deslizan los bienudos  y los forajidos.  Entronizado en un sillón preside Bernstein, con su mujer, Felicia, acodada a su lado.  "La fantasía de los revolucionarios que viven al límite, circula como adrenalina por el dúplex de Lenny".

Wolfe también tuvo una mirada ácida hacia el "realismo mágico" latinoamericano.  Acerca de Gabo García Máquez enarbolaba la frase trinchante de nuestro Borges: "a Cien Años de Soledad le sobran cincuenta". Y en un reportaje, hace unos años, definió lo políticamente correcto como "marxismo desinfectado".

Era nieto de un soldado confederado y lo coloco entre los "sudistas" -a los que Maurice Bardèche dedicó un libro muy certero- y su mentalidad, derrotada, pero perdurable, de tradición, apego a la tierra, coraje.  Tan fuerte aún que se obstinan en querer bajar a Robert E. Lee de su monumento ecuestre en Charlottesville.-

miércoles, octubre 14, 2009


LA ERA DE LOS ABOGADOS




De Tom Wolfe sólo leí una novela -"La Hoguera de las Vanidades"- y bastó para que lo colocase junto con Gore Vidal y, un poco más allá, con John Kennedy O´Toole, entre los novelistas norteamericanos contemporáneos que bien me placen. Norman Mailer me pareció siempre un producto mediocre sobrevalorado por la intelligentsia comunoide, y Wolfe ganó aún más tantos en mi aprecio cuando leí su juicio lapidario acerca del autor de "Los Desnudos y los Muertos": sólo sabe escribir sobre sí mismo (como nuestro Sábato, por ejemplo). Wolfe, con su aire de dandy sureño, posee el don de la síntesis certera. A los 70 del siglo pasado los definió como la "década de la pornografía"; a los 80 como la del "dinero, la codicia y el yo" (the me decade), en cuanto a los 90, como de la "plutografía", esto es, el desnudo de los ricos y famosos para mostrarlos en su entorno kitsch, en sus caprichos y en sus berretines. Hace poco, hojeando en mi biblioteca el viejo ejemplar de "La Feria de las Vanidades", de Thackeray, cayó un amarillento recorte de "La Nación" del 24 de enero de 1999, donde Wolfe, preguntado sobre cómo llamaría a la primera década del tercer milenio, contestó:


"Creo que el mundo está buscando nuevas bases de moralidad. Desde que el dinero y la riqueza se largaron a reemplazar a Dios, se ha vuelto muy gris la frontera entre el bien y el mal, lo moral y lo inmoral. No es casual que el gran boom de esta década y, probablemente, de la que viene, sea el de los abogados, y no necesariamente porque sean parámetros de moralidad. Pero ante el olvido de los diez mandamientos o la carencia de otros puntos de referencia, la gente parece estar confiando en encontrar esos parámetros en la ley, los tribunales o el código penal".


Aviados estamos, palabra de abogado con cuarenta años de trajín.