Profesor de Ciencia Política en la Universidad del Piamonte oriental, Marco
Revelli es un polemista super izquierdoso que, muchas veces, adopta posturas
maximalista y provocatorias en los talk-show televisivos italianos. En este panfleto (Einaudi, 2013), en cambio, afronta de modo riguroso la
crisis del partido político actual. Se suele decir, afirma nuestro autor, que la crisis de los partidos
refleja los problemas estructurales de Italia. Al contrario, dice Revelli, con
datos y cifras en apoyo, el partido político está en crisis en todo el mundo,
porque se trata de un modelo de organización que ya no se corresponde con las
exigencias del tiempo. Cien años atrás (más exactamente, en 1911), Robert Michels formuló la “ley de
hierro de las oligarquías” en su “Sociología del partido político en las
democracia modernas”. Aun en los partidos políticos de masa, se forma
fatalmente una élite dirigente oligárquica. “Quien dice organización, dice
oligarquía”, afirmaba Michels en las primeras líneas de su obra. Con el tiempo, esas oligarquías naturales fueron degenerando. Por
otra parte, el tipo de organización partidaria, anota Revelli, estaba ligado a la era de la
fábrica fordista con su cadena de montaje y a la burocracia weberiana, con la
producción en masa estandarizada por la cadena de montaje y la necesidad de formalización
acelerada de roles y funciones para una administración pública cada vez más
desarrollada. Este paradigma comenzó a disolverse cuando la saturación de los
mercados impuso el adelgazamiento de las unidades productivas y la invención
del "just in time”, que requería el desempeño de un rol humano activo y ya no estandarizado. Del mismo
modo que con el advenimiento del fordismo , el modelo precedente del partido
parlamentario de notables en torno a un
líder, fue sustituido por el partido de masa con franca impostación ideológica,
así la tercera revolución industrial estaría sustituyendo la democracia de partidos
–envuelta en una atmósfera de descrédito- por una democracia del público, en la
que se torna a votar. más que a programas e ideologías, a personas, o más bien sus imágenes. Pero no a través de una
relación directa sino filtrada por la elaboración mediática, porque la
fragmentación de la sociedad vuelve imposible
todo programa coherente. Esto puede llevar al populismo, sigue nuestro autor, aunque también a una
democracia de redes que permita superar la ley de hierro de las oligarquías.
La conclusión describe un partido con soberanía limitada, moviéndose en un triángulo de geometría variable cuyos vértices
son el poder mediático, el económico financiero y el movimiento del “nuevo pueblo
informado, competente y exigente”.
El final optimista no convence al lector argentino, que viene de atravesar las PASO. Pero el análisis resulta certero, en cuanto a que los partidos políticos resultan organizaciones superadas por la "verdad efectiva" de la vida política (la caducidad de la personería del Partido Justicialista de la provincia de Buenos Aires, hoy en suspenso, resulta al respecto emblemática). Su inactualidad los ha vaciado, lo que se hizo evidente a partir de su pulverización desde la crisis del 2001 y aquel "que se vayan todos". El art. 38 de nuestra constitución: "los partidos políticos son instituciones fundamentales del sistema democrático...", inserto desde 1994, ha envejecido más que otros originarios de 1853, Orlando Ferreres publicó días atrás una nota que ilustra bien el punto: http://www.lanacion.com.ar/1612730-sin-partidos-no-hay-economia-nacion-ni-proyecto-en-comun. Las críticas clásicas a la "partidocracia" apuntan ahora a una entidad fantasmal. Lo que existen son empresas de maximización del voto del sufragante consumidor hacia la mercancía de personalidades producto del marketing, cuyo principal insumo son las encuestas y su finalidad maximizar sus beneficios por la obtención de mecanismos de poder y el manejo de la caja de dineros públicos. Eduardo Fidanza ("Votar imágenes, no ideas", "La Nación", 27/7/2013), que de marketing algo sabe, cerraba el artículo citado con estas palabras: "las grandes religiones de salvación, decía Max Weber, requieren el sacrificio de la inteligencia, para dar lugar a la fe. En la era de la imagen sucede lo mismo, con la diferencia de que ya no esperamos ninguna redención".
Habría que completar -en estas notas sobre el tambor, que merecen un post más detallado- la fabricación de imagen y consenso por los media, que ya decía Maquiavelo que la política se percibe con la vista y no por medio del tacto, con el ingrediente territorial. Si los intendentes del conubarno son primeras figuras de nuestro reñideros político, es porque con ellos la ilusión de sus gobernados de "tocar" la materia pública es más cercana. La presidente, los gobernadores, los senadores y diputados residen y peroran desde la nube, y los intendentes, a cuyas puertas suenan los cánticos, los golpes y hasta las pedradas, son lo más cercano que puede percibirse a la cosa pública. La única representación más o menos eficaz en nuestra política está en las llamadas "organizaciones sociales", punteros y demás correas de transmisión de las demandas del pobrerío. Los happy few de la clase globalizada no necesitan representantes, o los influyen por los lobbies correspondientes llegado el caso. La clase media en la calle exhibió su grado de irrepresentación.
Final de partido, dice Revelli. Final de un juego. Habrá que pensar en qué campo y con qué jugadores se reanudará el eterno espectáculo de la política.