BYE BYE BARING (VIII y IX)
Última entrega de la serie sobre Baring y la deuda, que muestra qué poco ha cambiado en tanta agua pasada...
Última entrega de la serie sobre Baring y la deuda, que muestra qué poco ha cambiado en tanta agua pasada...
No
fue con aquel empréstito de 1824, finiquitado en 1901, con el que nos
despedimos de la casa Baring. Tuvimos con ella, en realidad, un largo romance
financiero, con peleas y reconciliaciones, hasta que un día, hace poco, cuando
ya era apenas un recuerdo de los últimos memoriosos, Nick Leeson, un yuppie de
suburbio, hundió ese refugio de la sangre azul de las finanzas (que había
sobrevivido incólume a los requerimientos de cinco generaciones de argentinos,
lo que ya es decir), a fuerza de maniobras que las revistas especializadas
llaman straddles y derivatives [1].
El
15 de junio de 1824, cuando Félix Castro había apenas desembarcado en Londres,
y John Parish Robertson veía acercarse a buen puerto sus trabajos de
internediación en el primer empréstito, sir Alexander Baring, first Baron of
Ashburton, firmaba con otros 117 banqueros y comerciantes una petición que sir
James Mc Intosh leería en la Cámara de los Comunes, instando a George Canning a
reconocer la independencia hispanoamericana. Pocos días más tarde, se firman
los documentos del primer empréstito, historia no muy afortunada en cuanto nos
toca, salvo su aplicación a financiar la guerra con el Brasil, y tampoco
demasiado brillante para los primeros suscriptores londinenses, que debieron
aceptar un "agujero negro" en el pago de 1828 a 1844. En 1866,
Norberto de la Riestra, en nombre del gobierno del general Mitre, contrata el
segundo empréstito con la Baring, muy trabajosamente colocado, por £ 200.000, que consumió la guerra del
Paraguay. Pertenece a la paradójica congruencia del mundo financiero, no
siempre comprensible desde otros enfoques, anotar que el Brasil la financió con
un empréstito de su proveedor tradicional, la banca Rothschild, y que el Paraguay
de Francisco Solano López había ya acudido a la misma famosa casa [2] para
proveerse del suyo, en 1865, por valor de £ 5.000.000, con vistas al esfuerzo
bélico propuesto: l'argent fait la guerre,
hacen decir a Napoleón [3]. En 1868, la Argentina contrató un tercer empr-estito
con la Baring, por un valor nominal de £ 2.500.000, de las cuales llegaron el
70%: 1.735.000.
Saltemos
unos años. Estamos en 1880. Don Vicente Fidel López es presidente del Banco de
la Provincia de Buenos Aires. Eduardo Madero, uno de los directores. Madero
tiene muy buenos contactos con la Baring, especialmente con su cabeza de aquel
entonces, Edward Charles Baring, first Baron of Revelstoke (los Baring llegaron
a reunir tres títulos nobiliarios). Lucio Vicente, el hijo del viejo Vicente
Fidel que escribirá m s tarde "La
Gran Aldea", está por partir a Inglaterra, y Madero, a pedido del
padre, lo provee de cartas de presentación para la casa de Bishopsgate Street
8. La correspondencia entre López viejo en Buenos Aires y López mozo en Londres
es muy interesante. El padre le cuenta los terribles días del alzamiento de
Tejedor, con un gobierno "de adentro" y otro "de afuera". Y
por allí le dice: "háblale al sr. Baring de la gran adhesión de mi padre,
y mía, a su casa por los grandes servicios que el país le debe desde 1824.
Cuéntale que aunque mi padre peleó contra Beresford y Wittelok (sic), y fue
herido, cuando viejo decía que habíamos hecho una barbaridad, porque ¨¿dónde
estaríamos si desde entonces hubiésemos sido colonia inglesa? Claro es que te
lo digo como episodio humorístico de la conversación, y no como arrepentimiento
serio" [4]. La opinión sobre la Baring del hijo de la autor del Himno y
del "Triunfo Argentino", poema sobre las invasiones inglesas, era
compartida por casi toda nuestra clase dirigente de entonces. Y apuntemos, de paso,
que Eduardo Madero, tres años m s tarde, podrá
iniciar las obras del puerto, superando la propuesta de su rival el
ingeniero Huergo, sobre todo por la financiación obtenida de los Baring.
Vicente Fidel López
Las primeras manifestaciones antibritánicas intensas, como no las hubo cuando el bloqueo en la ‚poca de Rosas, fueron a causa de la crisis del 90. Contar la historia de aquella crisis y el casi desmoronamiento de la Baring, llevaría otros tantos artículos. Contentémonos con un simple resumen. Cualquiera que tenga algunos años habr vivido y sufrido en carne propia la impresionante dedicación de nuestro país a los experimentos monetarios. En 1887, dentro de esa constante nacional, se establecieron los "bancos libres", que podían emitir papel moneda y debían, en teoría, entregar oro al gobierno a cambio de títulos públicos que respaldarían los billetes. Fue un carnaval de balances falsos, emisiones clandestinas, billetes supuestamente quemados que seguían circulando y préstamos incobrables a los amigos políticos. Nada nuevo, como se ve. A eso se le sumaban los Bancos Hipotecarios, nacional y provincial que, también en teoría, emitían cédulas al deudor por el valor de tasación de su tierra y éste podía negociarlas en el mercado abierto, tan abierto que se expandió a Europa. Pero, las tasaciones, no siempre de buena ley, crearon una inmensa especulación en los precios de los bienes raíces, la que incitó a los deudores, en su mayoría no colonos chacareros -para quienes en los papeles se habían creado las cédulas- sino propietarios de vastas extensiones, a jugar a la baja, para terminar pagando el crédito con moneda depreciada. Ello sin contar las cédulas emitidas sin la hipoteca o a favor de muertos y personas inexistentes. En la Bolsa, por fin, todo el mundo especulaba locamente con el oro. Era la Argentina de Juárez Celman, de los inmigrantes por doquier y del mantillo donde fermentaría la Unión Cívica. La euforia argentina era compartida por los extranjeros que hacían fabulosas diferencias en poco tiempo. Entre 1888 y 1889, el 25% de las nuevas emisiones en la plaza financiera de Londres corresponden a empresas en la Argentina. Entraban más bienes y dinero que lo que se exportaba: en algún momento, los acreedores extranjeros cesarían de prestar y querrían cobrar. Peor, cobrarse en oro.
Algo
parecido ocurrió en nuestro siglo, avanzados los 70, cuando los bancos,
atiborrados por el dinero que les caía a pala proveniente de las plusvalías del
petróleo disfrutadas por los socios de la OPEP, se lanzaron a prestarlo al
entonces llamado Tercer Mundo, donde, las más de las veces, se lo despilfarró
en proyectos alocados, en comprar armas de todo tipo, o pasó directamente a las
cuentas que en Suiza o en las islas Caimán poseían los infatigables líderes de
los pueblos oprimidos, junto a sus cortesanos de confianza. Un día, los saudíes
comenzaron a exigir el retorno de sus inversiones, los bancos descubrieron que
sus prestatarios no eran confiables, México, que en este tipo de crisis suele
jugar el papel de gallo madrugador, se despertó un día proclamando su insolvencia,
y todo el mundo comenzó a oír hablar de una cosa llamada "deuda
externa". En la Inglaterra de la vieja Victoria, emperatriz de la India,
después de la fiesta de bonos, de títulos, de compañías a crear y engordar en
el Río de la Plata, un día comenzó la duda y la corrida. Sólo la fiel Baring,
piloteada por barón de Revelstoke, seguía creyendo sin fisuras. En abril de
1890, cuando las manifestaciones de los "cívicos" sacudían Buenos
Aires, la Baring contrata con la "Buenos Aires Water Supply & Drainage
Co" y la "Buenos Aires Waterwork" un empréstito de 25.000.000
millones de pesos oro para las obra de salubridad porteñas. Sin embargo, la
desconfianza ya había cundido entre los inversores, no se logra colocar buena
parte de la emisión, que queda en cartera de la Baring, y ésta obligada como underwriter. La Argentina, sacudida por
la revolución de julio, entra en cesación de pagos; en 1891, los dos
principales bancos, el de la Nación y el de la provincia de Buenos Aires,
cierran sus ventanillas. Y a Bishopsgate Street 8 le llegó también la noche. El
Banco de Inglaterra se lanzó, tardíamente, a sostener a la vieja casa, para que
todo el edificio financiero no se viniese abajo, pero se dio cuenta que no le
alcanzaban los fondos. El gobierno británico comprometió reservas del Tesoro
-diecisiete millones de libras- para sostener al Banco de Inglaterra, que
intentaba sostener a la Baring. En un momento, parecía que todo se venía abajo.
Se habló de intervenir militarmente con los casacas rojas, unidos a los
norteamericanos, para poner orden y extraer recursos de los díscolos sudacas
del Río de la Plata. Hasta se llegó a mandar un barco de guerra para defender a
los galeses, supuestamente a punto de ser sacrificados. El marqués de
Salisbury, al frente del Foreign Office, se negó a esos pedidos: dijo
textualmente que la reina Victoria no se iba a convertir en "la Divina
Providencia de Sudamérica". Se formó un pool de banqueros internacionales presidido por Lord Rothschild
(refinado desquite de una vieja casa sobre otra similar en desgracia), para
cumplir, en cierto modo, el papel que jugó Jacques de Larosière desde el FMI
cuando la crisis de la deuda externa en 1982. Pellegrini [5] giró a la Baring
todo nuestro stock en oro, acto que puso en quiebra a los bancos que todavía
aguantaban. Don Victorino de la Plaza viajó a Londres para ofrecer sangre,
sudor y lágrimas (en Buenos Aires, el diario de Mitre decía mientras tanto que
si la Baring había hecho un mal negocio, sobornando de paso a medio mundo, no éramos
los argentinos quienes debíamos pagarlo; otros rescataron una frase de
Sarmiento sobre "la lima de Baring"). No bastaba. En 1893, Juan José
Romero, el ministro de Hacienda de Luis Sáenz Peña, llega a un acuerdo con el
consorcio de acreedores Rothschild.
Nosotros,
entre otras cosas, nos hicimos cargo de la deuda de las compañías de
salubridad, segundo acto que, con el anteriormente referido del giro del oro en
tiempos de Pellegrini, salvó definitivamente a la Baring, pudiéndose decir desde entonces, como en el
tango de Celedonio Flores, que "mano a mano hemos quedado".
Baring
Brothers era una sociedad colectiva, con responsabilidad ilimitada, lo cual hacía
el desastre más denso. El pobre lord Revelstoke fue obligado a renunciar. Su
cuarto hijo, Maurice, luego segundo lord Revelstoke, fue un buen diplomático y
finísimo escritor, amigo de Hilaire Belloc y de Gilbert K. Chesterton. En su
autobiografía -titulada "The Puppet
Show of Memory", El Teatro de Títeres de la Memoria-, que se extiende
por dos tomos, Maurice, que estaba en Eton y tenía dieciseis años cuando el
crack, despacha en estas pocas líneas aquel decisivo episodio:
"En
el otoño [boreal] de 1890, Hugo [su hermano] y yo fuimos a Londres con un largo
permiso. Mis padres pasaban ese tiempo en casa de mi hermana Elizabeth, en
Grosvenor Place, y allí oímos hablar de la crisis financiera de la firma
"Baring Brothers", que estuvo a punto de terminar en un gran desastre".
Nada más. Ejemplo de flema británica con el que se cierra este artículo, antes
de la última entrega.-
[1]
Straddles: contratos a futuro con la
opción de comprar o vender a precios previamente estipulados, apostando a que
un índice bursátil ha de mantenerse en un nivel determinado. Derivatives: arbitrajes de futuro
derivados, que intentan aprovechar las diferencias de precio entre dos mercados.
Un instrumento derivado es un instrumento cuyo valor depende de otro, como
puede ser un bono estatal, una acción de una empresa o el tipo de cambio entre
dos monedas.
[2]
No siempre, sin embargo, los paraguayos acudieron a los Rothschild ante
dificultades financieras. En carta a Josefa Gómez, dirigida desde Burgess Farm
el 4/XII/1864, Rosas le cuenta que unos años antes, en vida de Carlos Antonio
López, su hijo Francisco Solano lo había visitado en su retiro; al mismo
tiempo, "uno de los principales de la casa Baring Hermanos", inquirió
al desterrado si era conveniente, a su juicio, prestarle al joven 40 o 50 mil
libras para que comprase unos vapores, habiéndole dado Rosas seguridades de que
su padre haría honor al préstamo.
[3]
La frase es eficaz, pero en realidad no es de Bonaparte, quien, más poéticamente,
afirmaba que en la guerra como en el amor es indispensable verse de cerca. Que
el dinero, y en cantidades desmedidas, es el nervio de la guerra, lo dijo
Cicerón: nervus belli, pecuniam infinitam.
La frase se atribuye antes a Bión, un filósofo griego nacido en Asia, pero la
versión de Diógenes de Laercio resulta más amplia: el dinero es el nervio de
todas las cosas.
[4]
cf. "Revista Histórica", año 1, nro. 3, p. 179.
[5] Juan B. Justo dijo de él: “tenía el alma de
un cartaginés, y más que un caudillo fue un comerciante”.
BYE BYE BARING (IX y final)
Portada de la primera edición de "El Hombre que está solo y Espera", donde el dibujante José Sebastián Tallón trazó un retrato de Raúl Scalabrini Ortiz
La
Baring, convertida en sociedad por acciones y debidamente monitoreada luego del
desatre del 90, continuó como una reserva de sangre azul en el mundillo, tan
propenso al arribismo, de las finanzas internacionales. Entre 1900 y el
estallido de la Primera Guerra Mundial, 1300 millones de libras esterlinas se
prestaron a gobiernos o se colocaron en empresas en el extranjero. Además de
los también tradicionales Rothschild, otros nombres se sumaron al mercado inglés
del dinero: Lazard, Hambros, Schroeder & Stern, Guinness, etc.
Con
la Argentina, aquellos firmes vínculos trabados desde 1824 con la casa de
Bishopsgate Street n§ 8 se fueron desdibujando, aunque no perdiéndose del todo.
A partir del proceso desatado por la crisis mundial de 1929, el nombre Baring
volvería a pronunciarse entre nosotros, esta vez belicosamente, en nuestras
disputas políticas.
Recordemos
un poco aquella crisis. La bancarrota de Wall Street, el "viernes
negro" del 24 de octubre de 1929, tomó a la Gran Bretaña, acostumbrada
hasta entonces a ser la acreedora del resto del mundo, en el papel de deudora
neto de créditos a corto plazo por 300 millones de libras. La depresión económica
había puesto en la calle a un millón de personas, que en 1931 se convertirían
en dos millones y medio. Al mismo tiempo, se advertía un déficit en el balance
de pagos. La recaudación impositiva se redujo drásticamente, elevándose al
mismo tiempo el costo del seguro de desempleo. El gobierno laborista de Ramsay
MacDonald se encontraba amenazado por la inflación, el caos monetario y la
agitación social. Los proveedores extranjeros de créditos a corto plazo
entraron en pánico y produjeron una corrida al no renovar sus operaciones,
llevándose el dinero. El Banco de Inglaterra intentó en vano obtener fondos en
el exterior, en un momento en que las otras bancas se aferraban celosamente a
sus reservas. La Gran Bretaña, en septiembre de 1931, devalúa la libra en un
30% y abandona el patr¢n oro. En las elecciones de 1932, los conservadores arrasan
a liberales y laboristas. Ese mismo a¤o, la Gran Bretaña abandonó moment
neamente el credo del libre comercio internacional e impuso barreras
proteccionistas. Llamados los miembros de la Commonwealth a la Conferencia de
Ottawa, se establecieron tarifas preferenciales para los integrantes de pleno
derecho del imperio. La Argentina, que integraba extraoficialmente dicho
imperio por la vinculación de su comercio exterior con el mercado inglés (el
90% de sus exportaciones eran, entonces, de cereales y carnes; el 96% de la
carne enfriada argentina lo compraba el mercado inglés), se encontró, luego de
Ottawa, económicamente a la intemperie. Habíamos abandonado también el patrón
oro, e instaurado el control de cambios, pero, para comprar manufacturas en el
exterior se necesitaban divisas, y las divisas se obtenían sólo de nuestras
colocaciones en granos y carnes. Estas últimas, especialmente, parecían
quedarse sin mercado. Por otra parte, en Inglaterra, las viudas, los militares
retirados y los pequeños inversores que confiaban en la renta puntual sus
cupones accionarios de los ferrocarriles angloargentinos, vieron cortados
bruscamente sus ingresos por nuestro control de cambio, que impedía remesas en
oro. Con 450 millones de libras invertidas en el país, los británicos también
estaban preocupados. Como se sabe, una misión encabezad por el vicepresidente,
Julio A. Roca (h), Julito Roca, viajó a la isla y celebró el Convenio de Londres,
más conocido como Pacto Roca-Runcimann, el 27 de abril de 1933.
Scalabrini investiga
Durante
esos años, sacudida nuestra relación con el imperio por la crisis económica, y
puestas al descubierto, pues, nuestras debilidades como hijos adulterinos de la
Commonwealth, no protegidos en su área
de librecambio reservado, un vasto movimiento político y cultural, englobable
bajo el rótulo general de "nacionalismo", comenzó a remover nuestro
pasado, es decir, la historia recepta más o menos acríticamente aceptada hasta
entonces, para averiguar por qué estábamos así. El nacionalismo extrajo de ese
ejercicio revisionista, la conclusión que el imperio imperio británico, desde
los inicios de nuestra vida independiente, había impedido que se levantara a
orillas del Plata la gran nación que estaba prometida en nuestro destino.
En
ese trabajo de investigación, se destacó Raúl Scalabrini Ortiz, un hombre joven
(había nacido casi al filo del siglo, en 1898), bajo de estatura, torso de
boxeador, frente amplia, mirada firme en los ojos oscuros y gran despeje
intelectual. Aunque correntino de origen, creía encontrar en Buenos Aires y en
el porteño, hijo no de sus padres sino del "espíritu de la tierra",
los prototipos de un nuevo curso de la nacionalidad. Aplicó su lucidez y claridad
a un intento de desenmarañar las cuentas con el imperio inglés. En algún
momento, creyó haber encontrado la clave: el endeudamiento. Por obra y gracia
del pacto Roca-Runcimann, 9 millones de libras bloqueadas en la Argentina por
el control de cambios se convirtieron se convirtieron en un empréstito de
desbloqueo por 13 millones de libras en bonos emitidos por el gobierno
nacional, a pagar en 20 años. Scalabrini viajó a las fuentes: el empréstito
Baring de 1824. En 1936, en un folleto de FORJA aparece la primera redacci¢n de
"Política Británica en el Río de la Plata". La ecuación scalabriniana
fue empréstito = sujeción. El empréstito había sido y era el arma absoluta del
dominio imperial. Y el origen de todo tenía un nombre y -junto al séquito
nativo- una responsable: la casa Baring.
El
nacionalismo creyó, por aquellos años, que bastaba para el despegue de la
"grande Argentina", hasta entonces sometida al dominio inglés,
retomar el manejo del comercio exterior y salir de la rueda del interés
compuesto de los empréstitos externos, entendidos como máquinas de colonizar.
El
esquema scalabriniano, cierto en los detalles, erraba sin embargo en el
conjunto. Como sospechara Bruno Jacovella, el nacionalismo en general, y
Scalabrini con él, habían encontrado en el imperio inglés el mito del Gran
Seductor y Gran Culpable, que impide con malas artes a la muchachita de
extramuros una vida plena, honrada e independiente. En 1947 se firma el
Convenio Andes y se compran los ferrocarriles argentinos con libras bloqueadas,
de las que éramos acreedores, que aparecen como un empréstito inglés al país
(Gran Breta¤a nos pagaba así por adelantado exportaciones y nos reconocía otros
gastos). El "espíritu de la tierra", según Scalabrini, encarnado en
quienes proclamarían en 1949 la "independencia económica", mostraba
también una irrefrenable tendencia a endeudarse afuera. En 1945 teníamos un
saldo acreedor de 1697 millones de dólares
y 290 de la misma moneda como de deuda externa, la que fue abonada en su casi
totalidad con aquella acreencia. En 1955, debíamos 757 millones de dólares.
Cuenta que hemos ido acrecentando incesantemente hasta hoy. La única diferencia
es que ahora no hay un solo acreedor, el imperial, ni la Baring, señora bien
muy venida a menos, es su comisionista.
El videojuego financiero
Lo
que se juega en las finanzas internacionales de nuestro tiempo es un videogame
en realidad virtual, desde las pantallas de las computadoras, destellando
veinticuatro horas al día, donde todo el mundo muestra tendencia hacia la
irresponsabilidad y donde la "racionalidad" proclamada no se ve. La
crisis de la deuda externa de 1982 demostró que eran igualmente irresponsables
los bancos prestamistas y los gobiernos y empresas prestatarias Todos los días,
otros tantos Nick Leeson hacen transitar por las pantallas del videojuego entre
dos y tres billones de dólares, de los cuales apenas el 1% corresponde a
transacciones reales de intercambio de bienes y servicios. Los bancos y grandes
casas financieras, como la venerable firma de Bishopsgate Street n§ 8, pierden
la plata de sus clientes y los Estados se la hacen pagar a los contribuyentes.
En 1990, la Reserva Federal de los EE.UU., para salvar el sistema bancario
norteamericano y relanzar la economía, redujo espectacularmente las tasas de
interés: el dinero, por fin, era casi gratuito. Los capitales a corto t‚rmino
emigraron rápidamente a los mercados emergentes, que ofrecían mejores ganancias:
México, Brasil, Singapur, Argentina. Nos sirvieron, entonces, para sostener la
convertibilidad. En 1994, la Reserva Federal, para prevenir los riesgos de la
inflación, produjo el movimiento inverso y aument las tasas. Los capitales a
corto término volvieron a casa, dej ndonos los efectos "tequila",
"caipirinha", "tetrabrik" y otros. Los contribuyentes
argentinos deben, pues, de alguna manera, integrar los 7.500 millones de dólares
que los inversores cortoplacistas se llevaron a causa del pánico. En el mundo
de las finanzas en videojuego, la Baring, pese a los esfuerzos emprendedores de
Nicholas William Leeson en materia de contratos de futuro, reaccionó como una
abuelita con mal de Alzheimer avanzado. Nosotros, sus clientes desde 1824,
seguimos todavía en carrera, con unas cuantas hiperinflaciones a cuestas y ya
-lamentablemente- sin el Gran Seductor a quien echarle la culpa. Such is life.-
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