Es bueno que el vino abra en este blog el 2007. Y comparece aquí el oro tinto (o blanco), como resonancia de la ley antialcohólica que Elena Salgado, ministra de Sanidad y Consumo de España, propone para su país. En ese proyecto de norma se define al vino como bebida alcohólica nociva y, por lo tanto, droga peligrosa. Se propone prohibirlo para los jóvenes y racionarlo para los viejos. Sintiéndome comprendido en esta última categoría, y reacio a dosificar el citado oro, como no sea por mi propia voluntad y personal gusto, me veo obligado a "bloguear" al respecto, sobre todo por el afán de remedo de los hallazgos de la progresía peninsular que suele darse por estas tierras. Descuento que el intento de ley no hará camino, entre otras cosas por el peso político de las regiones productoras en España. No se lo tragarán los de Rioja, ni los catalanes con sus cavas, ni los gallegos con su Albariño excepcional. Pero atención. La progresía moralizante no descansa y su imaginación prohibicionista es fecunda. Habrá que cuidarse de esta filoxera política de raíz kantiana. Cierto que no digo nada nuevo si afirmo que ir contra el vino es arremeter contra las fuentes de nuestra cultura. Contra una de las embotelladas columnas de la civilización. El vino, el vino de la vid, habrá venido de Cáucaso, pero se desarrolló en el Mediterráneo y de allí lo recibimos. Nuestra religión pivotea sobre sobre un misterio del vino y el buen Jesús bebía con justos y pecadores, al revés de aquel amargo del Bautista. Y el episodio, bastante misterioso, de las bodas de Caná, nos lleva a pensar que la transformación del agua en vino señala el pasaje de la inmadurez a la plenitud espiritual, sólo alcanzable mediante la bebida que ya el no menos misterioso Melquisedec ofreciera a Abraham. Un rasgo acerbo del Islam es su interdicción del vino, aunque pocos poetas han logrado unir el vino y el amor como Omar Jayam el persa, un sufi. Platón, que gustaba de difundir prohibiciones, lo recomendaba sólo a partir de los 40, edad de largo por mí sobrepasada. Sócrates podía beber toda la noche en un banquete (el Symposio lo cuenta) y discurrir sin fisuras sobre las más arduas cuestiones. El vino, la amistad y el diálogo profundo son aparceros. Cierto, existe la embriaguez. la borrachera, el "pedo" inlúcido. Es una cuestión de graduar el entusiasmo, palabra griega que significa liberar un dios que llevamos adentro. No hay que atosigarlo con una borrachera degradante, aunque si de vez en cuando ocurre, no es tampoco cuestión de horripilarse. El vino es un pharmakon, un remedio espiritual y corporal (como demuestra la paradoja francesa). Pero pharmakon es también veneno, según la dosis: ya Paracelso decía que la dosis hace al veneno (medirla en tubos). Hermanos, bebamos en paz y conversación, y cuidémonos de los enófobos, abstemios moralistas, progresistas persecutores. Caveant potatores.
domingo, febrero 04, 2007
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