SIGUE LATINOAMÉRICA
Mi entrada anterior hacía referencia a la comparación, por parte de Lady Cri Cri, de nuestras matanzas intestinas del los 70, con la Shoa, que ella llama, a la manera norteamericana, Holocausto. Las nuestras habrían sido una segunda edición de aquéllas. Como las viejas damas de la oligarquía, que se tomaban el buque a París, allá en la belle époque, para ingresar al salón de la condesa de Noailles o entrever al tucumano Iturri, secretario del conde Montesquiou-Fésenzac, y comentaban: "quelle différence entre Paris et la estance!", la nuestra también piensa que a orillas del Sena está la metrópoli mundial y que resulta chic, allí, autodenostarse un poco. Por otra parte, alimenta en los europeos la idea, no tan desnorteada, de que los latinoamericanos y, especialmente, los argentinos, anhelamos una princesa. Juanita del Pino aspiró a esa vacante. Encarnación Ezcurra la ocupó de pleno derecho y se la dejó a Manuelita. Dulce Liberal Martínez de Hoz y Regina Pacini la merodearon, aunque sin resonancia en los orilleros, encandilados todavía por tangueras Milonguitas de suburbio, percal y tirada de chancleta bajo las luces del centro. Evita irrumpió en el escenario, creó el único papel que desempeñó a la perfección en su vida de actriz -vissi d'arte- y le dio unos caracteres propios y casi irrepetibles, en cuya repetición fracasaron ostentosamente Isabelita -que ni ganas tuvo-, Zulema y Zulemita. Reconozcamos que María Julia, en algún momento, reencarnó a las viejas damas del transatlántico y la tapa de "El Hogar", ahora rodeada, si no de pueblo, de populares chupamedias y ladronzuelos. Caro debió pagar su breve sueño de espectáculo. Ahora es el turno de Cristinita, un poco pedante ella. Que el buen Dios, y no un Mandinga criollo, proteja sus bien calzados pasos.
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