jueves, junio 18, 2020

EXTENSIÓN UNIVERSITARIA (O DE QUIÉN FUNDÓ LA UNIVERSIDAD DE BUENOS AIRES)







Días atrás, el presidente Alberto Fernández dio una clase a distancia a su comisión de la materia Teoría General del Delito y Sistema de las Penas, que dicta en la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires. El profesor Fernández  aleccionaba desde una consola en la quinta presidencial de Olivos, frente a las pantallas de cada uno de los cursantes. Al final de la clase, uno de los alumnos, de nombre Lucas, transmitió: “usted hace historia. Ningún presidente en ejercicio dio clases en la Universidad que Perón creó para los hijos de los trabajadores”.  Se oyó un emocionado “¡Gracias!” del presidente.  Y luego emitió un twiter: “si cada uno de nosotros hace lo que tiene que hacer con toda responsabilidad, vamos a hacer historia como sociedad ¡Gracias Lucas!”. Como viejo profesor, siguiendo el consejo presidencial, me voy a permitir un ejercicio de extensión universitaria para mostrarte, Lucas, a vos y al resto de tus compañeros, lo que el profesor adjunto interino Alberto Fernández omitió en las respuestas a tu arrebatado elogio. Digo omitió, Lucas, porque el  abogado Fernández sabe seguramente qué debió corregirte.  Y si no lo hizo, Lucas, fue porque –humano, demasiado humano- lo emocionaste en lo profundo con tu comentario. Ningún profesor, te garantizo, que muchas veces debe trajinar en clases con estudiantes desatentos o que están pispeando sus celulares, puede resistirse cuando un alumno aplicado le dedica un cumplido como el tuyo. Aunque a veces una voz interior pueda susurrarle –lo que no es tu caso, Lucas- que el estudiante en cuestión se está trabajando  la nota.  Así ocurre con todos los que están o hemos estado en el oficio de enseñar.  Pero hay otro rasgo que atañe con exclusividad al profesor Fernández. Cuando él dicta una clase ante ustedes, es un hombre libre de las presiones que acechan al titular del poder. Ni siquiera la abogada de igual apellido que ejerce la vicepresidencia lo alcanza allí con sus exigencias de quien lo ha ungido. Ella no se ha dedicado a pontificar sobre Francesco Carrara, Hans Welzel o Claus Roxin…por lo menos hasta ahora. Quizás es el único momento en que nuestro ajetreado presidente respira en su rinconcito de libertad. Se justifica  así que el profesor Fernández  haya pasado por alto, sin corregirla,  tu afirmación de que Perón creó la Universidad de Buenos Aires.  No quiero aburrirte pero hagamos un poco de historia. Habrás visto que de nuestros próceres del año X y la década siguiente, cuando pasaron por la universidad, fue por la de Córdoba, la de Chuquisaca o, en algún caso, como el de Manuel Belgrano, la de Salamanca.  Pero Buenos Aires no tenía universidad.  Hubo proyectos ya en tiempos del virrey Vértiz. Pero no cuajaron hasta la segunda década del XIX.  Uno de los grandes impulsores fue el presbítero Antonio Sáenz, sacerdote y abogado, que había integrado el cabildo abierto del 22 de mayo de 1810 y que fue congresista en Tucumán, cuando la declaración de nuestra independencia de España y de toda dominación extranjera. Estuvo a punto de concretarse durante el directorio de Juan Martín de Pueyrredón, pero quedó en la disposición legal. En el año XX se derrumbó la frágil autoridad titulada “nacional”. Bajo la gobernación provincial de Martín Rodríguez –repuesto en 1820 por los Colorados del Monte de Juan Manuel de Rosas-, el 12 de agosto de 1821 fue la solemne apertura de la Universidad de Buenos Aires, siendo el presbítero doctor Antonio Sáenz su primer rector. Y ahora, Lucas, te pregunto: ¿nunca te fijaste en un gran cuadro (12 x 8) que adorna la pared del fondo del Salón de Actos de la Facultad? Allí está retratada la augusta ceremonia en que fue creada nuestra Universidad, que ocurrió en la iglesia de San Ignacio, en la calle Bolívar, junto al  Colegio Nacional de Buenos Aires, que ese mismo año 1821  fue bautizado como Colegio de Ciencias Morales y puesto bajo la tutela de la recién inaugurada universidad. El cuadro fue pintado por Antonio González Moreno y descubierto en 1948. Allí pueden verse a Martín Rodríguez, a su ministro Bernardino Rivadavia y al doctor Antonio Sáenz, “más abogado que sacerdote”, como alguien dijo, que a poco comenzaría el dictado de sus clases de Derecho Natural y de Gentes, mientras don Pedro Somellera lo haría en Derecho Civil. El rector renunció a los emolumentos por su tarea y es fama que, al contrario, aportó a la universidad fondos de su bolsillo.  Antonio González Moreno fue un notable pintor de estas grandes ocasiones. En el  aula magna de la Facultad de Medicina está otra obra suya, esta vez sobre la creación del Protomedicato, figurando allí el virrey Vértiz y Miguel O’Gorman, el primer encargado del instituto. Hay una leyenda, Lucas, que se contaba por lo menos en aquellos años en que pasé por la Facultad: para darle un rostro a buena parte de los personajes retratados en el cuadro del Salón de Actos, González Moreno echó mano al personal administrativo y de maestranza, que luego trataba de encontrarse en la obra. Y si se te ha despertado la curiosidad, Lucas, puedes rastrear por Internet otra destacada pintura de González Moreno, sobre la jura de nuestra  Independencia. Volvamos al Salón de Actos de nuestra Facultad, y salgamos al gran salón de Pasos Perdidos para ver desde adentro las quince columnas neodóricas del frente que da sobre avenida Figueroa Alcorta (de paso, Lucas, alguien que fue presidente de la República a la muerte de Manuel Quintana, presidente del Senado cuando ejerció la vicepresidencia del fallecido y presidente de la Corte Suprema de Justicia).  Vuelvo al punto, Lucas, no más digresiones. Estamos en un colosal templo griego, dedicado a Temis, personificación de la Ley eterna, consejera de Zeus (sí, Lucas, usá el celu para ligar Wikipedia). Este edificio, con su corte clásico, responde a la corriente monumentalista en boga en los  años 30/40, no sólo en la Italia de Mussolini. Fue por entonces (1945)  cuando se realizó un concurso de proyectos, siendo ganador el presentado por Arturo Ochoa. Los terrenos originarios eran unas dependencias de Obras Sanitarias de la Nación (hoy AYSA, Lucas) y más abajo había bombas y grandes piletones. Por eso se lo levantó elevado, con una escalera monumental.   Aquellas bases abandonadas del predio dificultaron  mucho la terminación de la obra, especialmente el aprovechamiento del subsuelo. La Facultad de Derecho, en tiempos del rector Antonio Sáenz, funcionaba de modo ambulatorio entre dependencias del Colegio y del convento de San Francisco (Alsina y Defensa). Después se mudó a su primera sede, en Moreno 350, hoy Museo Etnográfico. De allí, a principios del siglo pasado pasó al edificio neogótico de Las Heras, donde hoy está la Facultad de Ingeniería. Esa obra, proyectada por Mario Palanti, el mismo del edificio Barolo y del Palacio Salvo, en Montevideo, nunca fue terminada.  Situémonos allí a principios de 1949, y vayamos otra vez a la leyenda: Evita, luego de la gira por Europa de 1947, encara ahora una sede para ubicar la Fundación que llevaría su nombre. Ella y su esposo son vecinos del nuevo edificio de Figueroa Alcorta, porque viven en la entonces residencia presidencial, donde hoy se levanta la Biblioteca Nacional. Y la primera dama ve el templo neohelénico y señala  a su marido que sería un buen lugar para su proyecto.  Llega este rumor al decano de la Facultad, que está esperando impacientemente que le den  vía libre para concretar el traslado.  Decide entonces realizar una suerte de mudanza hormiga, con ordenanzas que van llevando libros, carpetas y algunos muebles por avenida Pueyrredón para ir ocupando las dependencias –ya se sabe, Lucas, posesión vale título.  El 20 de abril de 1949, en una procesión que encabeza el decano y los profesores encolumnados, se dirigen a pie desde el templo neogótico (al pasar por él todavía algún despistado se santigua) al templo neodórico.  El 21 de septiembre de 1949, será la inauguración solemne  con la presencia del presidente Juan Domingo Perón.  Bueno, ahí tenemos al general, por fin.  El D 29337/49 estableció en todo el país la gratuidad de la enseñanza universitaria, suprimiendo los aranceles. Pero  la gratuidad de la Universidad de Buenos Aires fue establecida desde su creación, ya que todos los gastos de enseñanza y sostén, incluidos los sueldos docentes, se pusieron a cargo del tesoro público, dato a tener en cuenta para atribuir el mérito. Evita tuvo su cuasi réplica del edificio neoclásico, sede de la Fundación hasta 1955, hoy Facultad de Ingeniería.  Y el final de obra de la Facultad de Derecho prácticamente nunca llegó. Hasta hace poco se estaban realizando obras de saneamiento y extensión del subsuelo aprovechable.  En cuanto al Salón de Actos, olvidaba decir que ese estrado que se encuentra al costado, era el lugar donde tomaban posesión los abogados en el siglo XIX. Juré  allí mi título, Lucas, como espero lo hagas algún día.  Aquí, Lucas, cerramos la charla. Te  auguro el éxito en tu carrera.- 

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