Días
atrás, el presidente Alberto Fernández dio una clase a distancia a su comisión
de la materia Teoría General del Delito y Sistema de las Penas, que dicta en la
Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires. El profesor
Fernández aleccionaba desde una consola
en la quinta presidencial de Olivos, frente a las pantallas de cada uno de los
cursantes. Al final de la clase, uno de los alumnos, de nombre Lucas,
transmitió: “usted hace historia. Ningún presidente en ejercicio dio clases en
la Universidad que Perón creó para los hijos de los trabajadores”. Se oyó un emocionado “¡Gracias!” del
presidente. Y luego emitió un twiter:
“si cada uno de nosotros hace lo que tiene que hacer con toda responsabilidad,
vamos a hacer historia como sociedad ¡Gracias Lucas!”. Como viejo profesor,
siguiendo el consejo presidencial, me voy a permitir un ejercicio de extensión
universitaria para mostrarte, Lucas, a vos y al resto de tus compañeros, lo que
el profesor adjunto interino Alberto Fernández omitió en las respuestas a tu
arrebatado elogio. Digo omitió, Lucas, porque el abogado Fernández sabe seguramente qué debió
corregirte. Y si no lo hizo, Lucas, fue
porque –humano, demasiado humano- lo emocionaste en lo profundo con tu
comentario. Ningún profesor, te garantizo, que muchas veces debe trajinar en
clases con estudiantes desatentos o que están pispeando sus celulares, puede
resistirse cuando un alumno aplicado le dedica un cumplido como el tuyo. Aunque
a veces una voz interior pueda susurrarle –lo que no es tu caso, Lucas- que el
estudiante en cuestión se está trabajando
la nota. Así ocurre con todos los
que están o hemos estado en el oficio de enseñar. Pero hay otro rasgo que atañe con exclusividad
al profesor Fernández. Cuando él dicta una clase ante ustedes, es un hombre
libre de las presiones que acechan al titular del poder. Ni siquiera la abogada
de igual apellido que ejerce la vicepresidencia lo alcanza allí con sus
exigencias de quien lo ha ungido. Ella no se ha dedicado a pontificar sobre
Francesco Carrara, Hans Welzel o Claus Roxin…por lo menos hasta ahora. Quizás
es el único momento en que nuestro ajetreado presidente respira en su
rinconcito de libertad. Se justifica así
que el profesor Fernández haya pasado
por alto, sin corregirla, tu afirmación
de que Perón creó la Universidad de Buenos Aires. No quiero aburrirte pero hagamos un poco de
historia. Habrás visto que de nuestros próceres del año X y la década
siguiente, cuando pasaron por la universidad, fue por la de Córdoba, la de
Chuquisaca o, en algún caso, como el de Manuel Belgrano, la de Salamanca. Pero Buenos Aires no tenía universidad. Hubo proyectos ya en tiempos del virrey
Vértiz. Pero no cuajaron hasta la segunda década del XIX. Uno de los grandes impulsores fue el
presbítero Antonio Sáenz, sacerdote y abogado, que había integrado el cabildo
abierto del 22 de mayo de 1810 y que fue congresista en Tucumán, cuando la
declaración de nuestra independencia de España y de toda dominación extranjera.
Estuvo a punto de concretarse durante el directorio de Juan Martín de
Pueyrredón, pero quedó en la disposición legal. En el año XX se derrumbó la
frágil autoridad titulada “nacional”. Bajo la gobernación provincial de Martín
Rodríguez –repuesto en 1820 por los Colorados del Monte de Juan Manuel de
Rosas-, el 12 de agosto de 1821 fue la solemne apertura de la Universidad de
Buenos Aires, siendo el presbítero doctor Antonio Sáenz su primer rector. Y
ahora, Lucas, te pregunto: ¿nunca te fijaste en un gran cuadro (12 x 8) que
adorna la pared del fondo del Salón de Actos de la Facultad? Allí está
retratada la augusta ceremonia en que fue creada nuestra Universidad, que
ocurrió en la iglesia de San Ignacio, en la calle Bolívar, junto al Colegio Nacional de Buenos Aires, que ese
mismo año 1821 fue bautizado como
Colegio de Ciencias Morales y puesto bajo la tutela de la recién inaugurada
universidad. El cuadro fue pintado por Antonio González Moreno y descubierto en
1948. Allí pueden verse a Martín Rodríguez, a su ministro Bernardino Rivadavia
y al doctor Antonio Sáenz, “más abogado que sacerdote”, como alguien dijo, que
a poco comenzaría el dictado de sus clases de Derecho Natural y de Gentes,
mientras don Pedro Somellera lo haría en Derecho Civil. El rector renunció a
los emolumentos por su tarea y es fama que, al contrario, aportó a la
universidad fondos de su bolsillo.
Antonio González Moreno fue un notable pintor de estas grandes
ocasiones. En el aula magna de la
Facultad de Medicina está otra obra suya, esta vez sobre la creación del
Protomedicato, figurando allí el virrey Vértiz y Miguel O’Gorman, el primer
encargado del instituto. Hay una leyenda, Lucas, que se contaba por lo menos en
aquellos años en que pasé por la Facultad: para darle un rostro a buena parte
de los personajes retratados en el cuadro del Salón de Actos, González Moreno
echó mano al personal administrativo y de maestranza, que luego trataba de
encontrarse en la obra. Y si se te ha despertado la curiosidad, Lucas, puedes
rastrear por Internet otra destacada pintura de González Moreno, sobre la jura
de nuestra Independencia. Volvamos al
Salón de Actos de nuestra Facultad, y salgamos al gran salón de Pasos Perdidos
para ver desde adentro las quince columnas neodóricas del frente que da sobre
avenida Figueroa Alcorta (de paso, Lucas, alguien que fue presidente de la
República a la muerte de Manuel Quintana, presidente del Senado cuando ejerció
la vicepresidencia del fallecido y presidente de la Corte Suprema de Justicia). Vuelvo al punto, Lucas, no más digresiones.
Estamos en un colosal templo griego, dedicado a Temis, personificación de la
Ley eterna, consejera de Zeus (sí, Lucas, usá el celu para ligar Wikipedia).
Este edificio, con su corte clásico, responde a la corriente monumentalista en
boga en los años 30/40, no sólo en la Italia
de Mussolini. Fue por entonces (1945)
cuando se realizó un concurso de proyectos, siendo ganador el presentado
por Arturo Ochoa. Los terrenos originarios eran unas dependencias de Obras
Sanitarias de la Nación (hoy AYSA, Lucas) y más abajo había bombas y grandes
piletones. Por eso se lo levantó elevado, con una escalera monumental. Aquellas bases abandonadas del predio
dificultaron mucho la terminación de la
obra, especialmente el aprovechamiento del subsuelo. La Facultad de Derecho, en
tiempos del rector Antonio Sáenz, funcionaba de modo ambulatorio entre
dependencias del Colegio y del convento de San Francisco (Alsina y Defensa).
Después se mudó a su primera sede, en Moreno 350, hoy Museo Etnográfico. De
allí, a principios del siglo pasado pasó al edificio neogótico de Las Heras,
donde hoy está la Facultad de Ingeniería. Esa obra, proyectada por Mario
Palanti, el mismo del edificio Barolo y del Palacio Salvo, en Montevideo, nunca
fue terminada. Situémonos allí a
principios de 1949, y vayamos otra vez a la leyenda: Evita, luego de la gira
por Europa de 1947, encara ahora una sede para ubicar la Fundación que llevaría
su nombre. Ella y su esposo son vecinos del nuevo edificio de Figueroa Alcorta,
porque viven en la entonces residencia presidencial, donde hoy se levanta la
Biblioteca Nacional. Y la primera dama ve el templo neohelénico y señala a su marido que sería un buen lugar para su
proyecto. Llega este rumor al decano de
la Facultad, que está esperando impacientemente que le den vía libre para concretar el traslado. Decide entonces realizar una suerte de
mudanza hormiga, con ordenanzas que van llevando libros, carpetas y algunos
muebles por avenida Pueyrredón para ir ocupando las dependencias –ya se sabe,
Lucas, posesión vale título. El 20 de
abril de 1949, en una procesión que encabeza el decano y los profesores
encolumnados, se dirigen a pie desde el templo neogótico (al pasar por él
todavía algún despistado se santigua) al templo neodórico. El 21 de septiembre de 1949, será la inauguración
solemne con la presencia del presidente
Juan Domingo Perón. Bueno, ahí tenemos
al general, por fin. El D 29337/49 estableció
en todo el país la gratuidad de la enseñanza universitaria, suprimiendo los
aranceles. Pero la gratuidad de la
Universidad de Buenos Aires fue establecida desde su creación, ya que todos los
gastos de enseñanza y sostén, incluidos los sueldos docentes, se pusieron a
cargo del tesoro público, dato a tener en cuenta para atribuir el mérito. Evita
tuvo su cuasi réplica del edificio neoclásico, sede de la Fundación hasta 1955,
hoy Facultad de Ingeniería. Y el final
de obra de la Facultad de Derecho prácticamente nunca llegó. Hasta hace poco se
estaban realizando obras de saneamiento y extensión del subsuelo
aprovechable. En cuanto al Salón de
Actos, olvidaba decir que ese estrado que se encuentra al costado, era el lugar
donde tomaban posesión los abogados en el siglo XIX. Juré allí mi título, Lucas, como espero lo hagas
algún día. Aquí, Lucas, cerramos la
charla. Te auguro el éxito en tu
carrera.-
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