Octavio
Paz retrató al Estado mexicano con los rasgos de un ogro filantrópico. Un ser
mitad humano y mitad monstruo que gusta presentarse como omnipotente. A la vez, pretende que se piense que ama a
sus súbditos sin pedirles nada a cambio. Todo lo que reparte – que ha sacado
previamente al resto.- debe entenderse resultado de su filantropía, y sólo cabe
desde el llano darle las gracias por lo recibido. Como se ve, en todas partes
han medrado ogros filantrópicos, no sólo en tierras mexicanas. Con la pandemia del
Covid-19 se advierte que muchos gobernantes aspiran a convertirse en ogros
terapéuticos. Los únicos –proclaman- que pueden torcerle el brazo al “enemigo
invisible” de la plaga, minimizar sus efectos y asegurar a sus tributarios los
cuidados de la salud, el pan y el cobijo hasta que llegue el día en que el
coronavirus sea sólo un recuerdo. Los ogros de todos los tiempos y latitudes han
suplementado sus ordenanzas, donde la voluntad surte el efecto de razón, con el
parecer de expertos. Hasta hace muy poco,
fueron los economistas. Ahora, son los médicos y los investigadores en
cuestiones de salud. Está muy bien este resalto de quienes se afirman en la brecha de la práctica y arriesgan sus vidas, además de transmitir su
experiencia. También la de quienes en el laboratorio van a la caza del causante
del morbo y descifran su genoma o buscan el medicamento adecuado. Pero aquí el ogro ve la oportunidad de
apoyarse en los pilares de la ciencia. Y se nos presenta a la ciencia como
sinfónica, es decir, como una voz acorde y unánime que sustenta los edictos del
ogro. Pero la ciencia no es sinfónica. Es polifónica, con muchas voces
diferentes y simultáneas. Y hasta cacofónica muchas veces. Está bien que así
sea, porque la ciencia es un tejido incesante, una tela de Penélope hecha de
hipótesis y refutaciones. Pero el político que se apoya en la ciencia –esto es,
en una hipótesis de ella que erige en axioma- puede llevarnos a un desastre,
cuando no a una tragedia. Vivimos con el ogro bajo una política transformada en
terapia. Una terapia política que roguemos no llegue malamente a la sala
intensiva.
El
teje y desteje de sugerencias y mandatos contradictorios que vemos a lo largo
de estos días se explica porque el científico ve de dónde el virus viene, pero
por ahora apenas vislumbra adónde va. El
virus, mientras no contemos con una vacuna o remedio adecuado, irá hasta donde
pueda. Mientras tanto, no nos asombremos si en febrero el barbijo no era
necesario para circular por la calle y hoy es mandatorio. Tenemos controlada la
pandemia, pero no sabemos cuántos
contagios hay porque no tenemos los tests suficientes y desconocemos el
porcentaje de pacientes asintomáticos. El ogro terapéutico no se resigna a estas necesarias
incertidumbres. Quiere mostrar cómo ama a sus vasallos y acude, entonces, para
reforzar su voluntad, al brazo armado del derecho. El gobierno de la CABA
propone que a partir del lunes 20 de abril ninguna persona mayor de 70 años
podrá salir de su casa sin un previo permiso con cuentagotas que deberá solicitar
al 147. A este típico bando del ogro,
Eugenio Semino, brillante Defensor de la Tercera Edad, replicó que quienes
transitamos por la edad del veto de salida lo que tememos más que a la muerte, que en definitiva resulta nuestro
humano destino inscripto desde que nacemos, es a perder la disposición sobre
nosotros mismos, a ser convertidos en floreros que se mudan de un lugar a otro
de la casa para terminar arrumbados en el cuartito del fondo. Y
agregó que el precepto considera al
viejo como un subnormal absoluto, incapaz de criterios de buen sentido y de
propio cuidado, cuando aquél es la memoria de la especie y lleva consigo la
experiencia de otras pestes (parálisis infantil -1956-; gripe asiática
-1957/58-; gripe de Hong Kong -1968/70-; cólera (1992); gripe A -2009-, etc). Nuestro presidente apoyó la medida proyectada
por el jefe de gobierno de la CABA porque, dijo, “eso lo hace el Estado porque
conoce lo que pasa”. Y agregó: “es un modo de cuidarnos; el Estado los está
cuidando”. El ogro benigno nos está
mirando y debemos ser sus buenos pupilos.
Pero
para el ogro no todo es cuestión de confinar carcamales. También debe ocuparse
de qué hace la gente en el aislamiento. Más específicamente, de qué ocurre en
materia de relaciones sexuales confinadas.
El ministerio de Salud recomienda para el caso mantener a todo trance la
distancia social y recurrir a videollamadas, sexo virtual o sexting. El “venéreo duelo” de que
hablaba Góngora ha quedado reducido a maniobra solitaria ante la pantalla. El
Presidente –no podía faltar- aconsejó: “háganle caso”. En relación con los ancianos insumisos que no
acepten el encierro a partir del lunes, se desechó una primera idea de
aplicarles una multa cuando pillados en falta, y prevaleció la de someterlos a
trabajos comunitarios. ¿Podría ser, quizás, visto el consejo de Salud y
teniendo en cuenta la posible sobrecarga, que cumplieran esas tareas como
operadores en un call center erótico? El
incorregible Ogro Terapéutico atiende las necesidades y deseos de todos y todas.-
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