Gianluigi (Gigio)
Donnarumma es un gran arquero. Juega en el Milan e integra actualmente la
selección italiana, donde se ha lucido atajándole penales a los mejores de
entre los adversarios. Sobresale como
guardavallas en un país que dio a Dino Zoff y a otro Gianluigi, Buffon, que son
hoy casi leyenda. Hace poco, un
periodista le preguntó por qué no lleva piercings o porta tatuajes, como
casi todos sus colegas, y respondió: “porque papá no me deja”. Es que
Gigio –clase 1999- llegó a la
titularidad del Milan y a la selección a los dieciséis años. Este año tenía que
rendir su esame di maturità, esto es,
el examen final del ciclo secundario. Le había prometido a la ministro de
Educación, Valeria Fedeli, una
sindicalista del ramo, que para ejemplo
de la juventud italiana iba a cumplir con el trámite y obtener su diploma. La
ministro gargarizó entonces este contorsionado apotegma: “las piernas y la
cabeza pueden estar juntas”. Pero Gigio lo pensó mejor y el día del examen voló
para Ibiza con su novia, en el avión privado
de su representante. Detalle casi nimio: venía de firmar con el
Milan un contrato que le asegura seis
millones de euros por temporada.
Y ya tenemos planteado el dilema que se le presentó a Gigio: rendir examen o ir a celebrar a Ibiza con su amichetta el nuevo y millonario contrato. Exprimirse unas horas
la sesera en un aula presumiblemente mal ventilada o darle
el gusto una semanita a las piernas y a todo lo que va del epigastrio para
abajo. ¿Difícil? Cierto, si consideramos
la escuela como un lugar donde se va obligadamente, en el mejor de los casos, a
obtener las destrezas necesarias para el día de mañana conseguir un trabajo en
un mercado mezquino donde sólo algunos lograrán la oportunidad, la
elección no resulta ardua. Gigio ya
tiene ese trabajo, bien pago como para proyectarlo al nivel de los rich and famous, y subirse al jet
privado rumbo a las Baleares es la única elección conforme a ciencia e
inconciencia. Si la medida de todas las cosas es el dinero, y el escuálido know-how que proporcional la escuela no
sirve de receta para triunfar en la brega por el contante, entre Cristiano Ronaldo y el
patituerto Sócrates el plebiscito ya tiene asentado el ganador. Ni el pan, ni
el dinero ni las playas de Ibiza, para seguir con la anécdota, han debido ser
declarados obligatorios para que público los anhele y los persiga. La escuela como centro de enseñanza, en cambio, sí.
Massimo Gramellini, comentando la
elección de Gigio, escribió que ella tiene la ventaja de inscribirlo
instantáneamente en otra escuela, más selecta y menos esforzada, la de los
ricos ignorantes, donde –concluye- “no correrá jamás el riesgo de sufrir
soledad”. Después de todo, los griegos con la palabra sjolé designaban, originariamente, el
ocio y el tiempo libre.-
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