Molière, que además de ejercitar el castigat ridendo mores en sus comedias fue abogado, de poder balconear nuestras peripecias locales, en especial las forenses y sus adyacencias y concomitancias políticas, encontraría allí buen material para una reprise rioplatense de su "Tartufo o la Comedia del Impostor". Reunió en ese personaje la suma de la hipocresía y la doblez, recubierta de afectación, untuosidad beata y gesticulación políticamente correcta. Toda bagatela que se apartase de sus pontificaciones resultaba pecado y exaltación de la impunidad para este personaje, que aprovecha su ficta compostura para intentar llevarse a la cama a la mujer del hombre que lo cree digno de los altares cívicos, y luego se queda con todos sus bienes. Claro que el casting resultaría problemático: multitud de aspirantes atropellándose por el protagónico. Cierto presidente de la Corte enfermo de importancia personal ; un tal ministro de justicia que no maneja ni la maestranza; un quídam que dragonea de jefe de gabinete, creo; un cortesano de Costa Rica que invirtió sus pareceres y ahora es abolicionista de garantías; un fulano senatorial pro tempore que aparenta un Licurgo en chancletas...pero, caramba, si se nos viene al humo la clase política íntegra en estampida. Hay tantos tartufos multiplicados entre nosotros, tantos meapilas cívicos que se indignan dos por uno, tanto ignorante que cubre su burrez con sinrazones de juris non consulto ; tanto defensor de la Humanidad que ha hecho de ello un buen negocio abierto a toda hora; tanto palabrero al modo de aquel diablito jefe que, según Dante, avea del cul fatto trombetta, que no hay posibilidad de escenificar un caso sino de una presentación colectiva: vivimos en una Tartufolandia y en su lodo discepoliano todos chapaleando.
Zaffaroni, con la autoridad de haber votado tiempo ha la aplicación del "dos por uno" en función de la ley penal más benigno en juicio de lesa, dice que el voto de la mayoría en Muiña contiene el "error técnico" de aplicación retroactiva de una ley, cuando la cuestión es a la inversa: ultraactividad de una ley intermedia. Garavano, con un gesto de módico mártir de la inconsecuencia, gargariza que el fallo fue "excesivamente garantista y antisistema", con lo que repristina el calificativo de "destituyente", grato al cristinato tan denostado. Desde su exigüidad jurídica, el fiscal Marijuan imputa por prevaricato a los firmantes mayoritarios del fallo. Pinedo intenta una ley y Victoria Donda se la aumenta, la 27362, esperpento votado en casi unanimidad por un Congreso sumido en el sueño de la razón con que despuntan las campañas electorales. No se conoce en la práctica, ni es función legislativa, el dictado de una ley "interpretativa" de una norma derogada. Puede haber una ley aclaratoria, que lo debe ser de una anterior vigente. Pero aquí los legisladores convocan a un muerto y le dicen retroactivamente a los forenses cómo deben reescribir la necropsia. Nuestro Congreso, formado por gente ducha en el arte más o menos marrullero de la componenda, se ha superado a sí mismo: ha perdido, a la vez, la razón y la continencia de su esfera de competencias. Con un producto que, rectamente interpretado, no podría alterar la benignidad intermedia del antiguo texto del at. 7º de la ley 24390. Pero cosas veredes...
El gobierno, a los bandazos por la oquedad de su cabeza política, ha torpedeado a la Corte Suprema que contribuyó a renovar y vuelve a estar como al principio. El gran tartufo judicial que acosaba la doctora Carrió se ha anotado un triunfo y los dos ministros ingresantes han quedado como aprendices chambones destinados a seguir en adelante a la manada. "Les faltó un poco más de calle", sentencia Pichetto, que la sabe lunga. Y ya se anuncia por la prensa oficiosa un fallo unánime, que deje contenta a la clase política, a la videología de entrecasa de los medios, y a las orgas que han hecho de la religión secular de los derechos humanos un instrumento tartufesco de opresión santurrona, a la manera de una nueva "cábala de devotos" que distribuye beatificaciones y anatemas y se constituye en supremo y exclusivo juez moral. En nuestros tiempos donde se ha borrado todo horizonte de sentido, y donde todas las conductas valen por igual, impera un moralismo laico de venenosa raíz totalitaria, bajo los preceptos del "derechohumanismo" convertido en religión. Allí los tartufos proliferan, pontifican y condenan, sirviéndose a placer del brazo armado del derecho y del tribunal instantáneo de los medios. Habiendo concentrado en el bando de los réprobos a los represores, aplicándoles un derecho penal del enemigo donde las garantías quedan allanadas, ha sido fácil al resto -incluidos algunos participantes en el Proceso- rehacerse una virginidad y mostrar credenciales de la nueva devoción. Fausto pretendía pactar con el Diablo, pero los tartufos creen poder lograr más fáciles acomodos con el Cielo.
El gobierno actual nunca llegó a comprender cuál es el impulso que le dio el triunfo electoral: una clase media sin representación ni voz política, en vías de ser acorralada. Que volvió a expresarse el 1º de abril, no para apoyar a Let's Change sino para marcar que estaba presente, hastiada de un movimientismo callejero reivindicativo del pasado K. Gobernar contra la base electoral, repartir culposamente recursos exprimidos de los tributos para ganar un respiro ante el chantaje en calles y plazas de "revolucionarios" subsidiados, reducir la política a la economía y ésta a un acto de fe en la lluvia inversiones que ha de caer algún día de cualquier manera, sacrificar a la Corte para "no quedar pegados" haciendo cristinismo + 1, son maniobras de volido corto. Sí, cierto, queda el Metrobus. Soy un peatón armado de SUBE, y lo agradezco. Pero ni el Metrobus puede ser un sucedáneo motorizado del Santo Grial, ni su punto final -como los discursos presidenciales parecen proclamar- es el Paraíso.-
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