ACERCA DE LA POBREZA -primera entrega
"La sopa de los pobres" Reinaldo Giudici -Museo Nacional de Bellas Artes
Ya me he referido en esta página al acuciante problema de la pobreza. Si el lector pincha en el índice al costado, en la voz "pobreza" encontrará el texto de mi intervención en una mesa redonda al respecto, que tuvo lugar hace casi tres años.
Lo que sostuve en esa ocasión fue, ante todo, una clarificación de términos. Llamamos “pobre” -decía- al que a duras penas dispone de lo suficiente para cubrir sus necesidades básicas. Llamamos “indigente” al que carece de momento de los medios para cubrir sus necesidades básicas, pero que puede aún ser rescatado de esa situación por un empleo o por un socorro conveniente. Llamamos “miseria” al estado o condición de quienes no pueden satisfacer sus necesidades vitales. Las dos primeras, tradicionalmente, han sido entendidas como situaciones que pueden ser paliadas, mejoradas e, incluso, de las que se puede salir. La última es un estado o condición que se extiende a un conjunto amplio de personas y que tiende a prolongarse en el tiempo, bajo la forma de exclusión del vínculo social, de des-afiliación de la sociedad. Planteé entonces que, en la posmodernidad, tanto en la Argentina como en el resto de Iberoamérica y en buena parte del mundo, existe una deriva constante, predominantemente estructural, no coyuntural, de las formas situacionales de la pobreza y de la indigencia hacia el estado o condición de la miseria, con fines de control social y manipulación política, y que el modo de gestionar la miseria a que se echa mano para evitar una hecatombe, es la reducción de los miserables a una forma remozada de la esclavitud.
Voy a volver sobre esto, ahora que las estadísticas se han recuperado en buena parte y que de ellas resulta que el tercio de la población (32,2%) está por debajo de la línea de la pobreza y, dentro de ese conjunto, la quinta parte (6,2%) es indigente. Casi la mitad de los niños (47,4%) son pobres: buena parte de los niños son pobres y buena parte de los pobres son niños. Mientras tanto menudean los discursos, tanto de los economistas, como de los políticos, como de la Iglesia. Todos ellos señalan aciertos parciales, pero el conjunto es disonante y creo, aunque alguno pueda calificar de petulancia mi planteo, que el triple error que también resulta de aquéllos planteos tiende a perpetuar el problema en términos de franca incomprensión y, también, de inocultable manipulación. Me limitaré a señalar, en varias entregas, a partir de esta inicial, dónde un observador, como este bloguero, advierte, desde su libertad íntima y su independencia práctica, radican las equivocaciones particulares que llevan a un fracaso general frente al problema, aunque se proceda con las mejores intenciones.
El problema de la pobreza, tomando esta palabra en sus sentido más amplio y abarcador, es, por lo menos, atacable desde tres dimensiones.
Empezando por el nivel inferior, es un problema técnico, de equilibrio económico y rendimiento productivo, que atañe al crecimiento y no a la distribución. Aquí, la pobreza, la indigencia y la miseria son variables estadísticas, muy importantes como indicadores, pero nulas en cuanto remedios. Las estadísticas, cuando no son simples percentiles manipulados, permiten plantearse las preguntas, pero son incapaces de suministrar ninguna respuesta.
En una dimensión superior, es un problema político. que plantea una cuestión de justicia: una formulación equitativa en cuanto a la distribución de la riqueza común. El igualitarismo hipertrofiado, los eslóganes politiqueros sobre "guerra a la pobreza" -que como toda guerra lanzada contra una abstracción resulta máscara de cualquier aprovechamiento- y el programa subnormal de "pobreza cero" -"delito cero", "mal cero" y otras intoxicaciones y cegueras- están destinados al fracaso y la mantener la manipulación clientelar de masas de compatriotas reducidos a la precariedad como carne dispuesta para ser crucificada en el asador electoral.
En fin, también puede plantearse como un problema moral y religioso. Aquí aparecen las invocaciones al "escándalo de la pobreza" (Benedicto XVI) y a la "opción preferencial por los pobres" (Puebla, 1979). Si los pobres son la imagen del "pueblo de Dios", si el mensaje de redención se encarna en ellos, si la riqueza y el dinero son "la sangre del pobre", como proclamaba magníficamente Léon Bloy, entonces -lo mismo que los políticos, pero por razones más altas- los pobres deben quedar estancados en su condición de pobres, salvo que quisiéramos hipócritamente borrar su imagen que cuestiona en su sufrimiento la opulencia de quienes, desde el lodo del pecado, desconocen el sacrificio redentor.
La cuestión, en términos de verdad efectiva, es que pobreza e indigencia van dejando de ser situaciones medidas estadísticamente a las que se les puede proponer vías de mejoramiento, para convertirse en estados permanentes e irremediables de precariedad. "Precario", si interrogamos a la palabra, viene del verbo latíno precari, suplicar. El reducido a la precariedad sólo puede suplicar, de la incierta voluntad del otro, un alivio momentáneo a su condición. Sólo puede venderse a la ayuda; en otras palabras, esclavizarse.
¿Cómo salir de esta condición, que fuerzas poderosas pretenden mantener en su provecho o direcciones generosas pero equivocadas tienden a cristalizar?
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