Condenaron a Carlos Menem a 7 años de prisión por contrabando de armas a Croacia y Ecuador. Transcribo un artículo que escribí en el 2006 sobre el caso, que creo -como manifestó en una primera sentencia, luego revocada en Casación, el tribunal interviniente- pertenece al ámbito de la no justiciable razón de Estado, y no al área del delito común de contrabando, sin perjuicio de la persecución que corresponda a las ganancias obtenidas en un negocio ilícito. No es pro Menem, al que me opuse desde el inicio, sino por el derecho, constantemente asediado por los jurisclastas.
VENTA DE ARMAS Y RAZON DE ESTADO
En 1985 se
libraba la primera guerrra del Golfo, entre Irán e Irak. Aquí, gobernaba Raúl
Alfonsín y, desvanecido el sueño de pagar la deuda externa con discos de
Gardel, nos aprestábamos a una nueva experiencia monetaria: el austral. En la
entonces URSS, Mijail Gorbachov era elevado a la cumbre del partido y se
comenzaba a hablar de glasnot y perestroika.
En los EE.UU., Reagan desarrollaba su segundo mandato. El orgullo
norteamericano estaba recobrado, salvo un pequeño detalle: el grupo
fundamentalista Hezbollah retenía cinco rehenes estadounidenses en el Líbano.
Se trama entonces la venta a Irán de 4000 misiles Tomahawk, a cambio de la
libertad de los prisioneros. La operación contó con el visto bueno del
presidente Reagan y de su vice, George Bush. Este último de asuntos iraníes
entendía algo, ya que unos años antes, a fines de 1980, había negociado con el
régimen de Jomeini que los 52 rehenes de la embajada norteamericana en Teherán
fuesen devueltos con retraso para que el éxito de la operación se asignase al
recién electo Reagan y no al presidente saliente, Jimmy Carter. Por cierto, la
venta de los misiles a cambio de los prisioneros de Hezbollah tampoco era
desconocida por el entonces secretario de Estado, George Shultz, ni por el
entonces secretario de defensa, Caspar Weinberger. La ejecución de la maniobra
recayó en los asesores presidenciales John Poindexter y Oliver North. Estaba
prohibido por ley del Congreso venderle armas a Irán. Por lo tanto, se organizó
una operación encubierta a través de Israel. Este último país vendía a armas a
Irán durante la guerra, pues consideraba a Jomeini menos peligroso para su
seguridad que Saddam Hussein, el líder iraquí. Al contrario, los EE.UU.
suministraban armamento a Irak, por entender que sus intereses en la región
quedarían malparados con un triunfo iraní. En la venta de misiles contra
liberación de prisioneros, aquellos vínculos entre Israel e Irán sirvieron de
maravilla al plan reaganiano, que constituía, como hemos visto, una excepción a
la política norteamericana en la región. Para cerrar el moño de la operación,
el producto de la venta fue destinado a brindar apoyo a los
"contras", una guerrilla antisandinista en Nicaragua. El congreso de los EE.UU.
también tenía prohibida la ayuda a los "contras". Esta prohibición
fue burlada mediante aterrizajes de aviones en territorio nicaragüense por
razones supuestamente huimanitarias. El resto es conocido. Revelado el caso por
la prensa en 1987 (ningún secreto es hoy impenetrable para ella), se realizó
una investigación por el Congreso y, luego, Poindexter y North fueron
condenados por la justicia en primera instancia, por venta ilegal de armas y
desvío de fondos. En apelación, las condenas fueron revocadas. Se escribió una
pila de libros y se hicieron media docena de películas sobre el caso.
Ahora
recordemos nuestro propio affaire de
vanta de armas. Se pretende haber descubierto una asociación ilícita,
presumiblemente encabezada por el ex presidente Menem, formada por diversos ex
ministros y quien fuera jefe del Estado Mayor de la FF.AA., cuyo objetivo era
la venta clandestina de armas a ciertos países, bajo cobertura de decretos de
contenido falseado que autorizaban la salida de armas con destino aparente a otros
países. Las ventas reales fueron a Croacia y Ecuador, ambos entonces con sus
respectivas guerras. Los destinos aparentes eran Venezuela, Bolivia y Panamá,
que gozaban de paz; el último, incluso, no posee ejército sino una guardia
nacional.
Cabe preguntarse
por qué ni Reagan, ni Bush, ni Shultz ni Weinberger llegaron a los estrados
judiciales para ser interrogados como miembros de la asociación ilícita que
produjo la venta de armas arriba recordada, en el caso Irán-contras. ¿Es que
faltan en la justicia norteamericana magistrados y funcionarios de la talla de
nuestro juez Urso y de nuestro fiscal Stornelli? Con todo todo el respeto que
estos últimos nos merecen, que es mucho, diría que en la cultura jurídica que
produjo a Oliver Wendell Holmes y Benjamín Cardozo existen hombres de toga tan
ilustrados y perspicaces, cuando menos, que los nuestros.
La
diferencia reside en que no se consideró realmente justiciables, en el caso, al
presidente y a sus ministros -hasta los asesores comprometidos, como se vio,
"zafaron" en apelación. Reagan
y su equipo violaron leyes del Congreso en ejercicio de algo que, desde el
Renacimiento, se llama "razón de Estado", hoy acotada y en repliegue,
pero aún existente. Se trata de decisiones tomadas por los gobernantes en nombre
de la salvación y seguridad públicas, conforme el principio romano: salus populi suprema lex (la salvación
del pueblo es ley suprema). En ese caso, el gobernante no actúa legibus alligatus, sujeto a la ley, sino
por encima de ella, legibus solutus.
Son facultades terribles anejas al poder e hijas de su inextinguible tentación
de omnipotencia; facultades que todo
hombre de derecho desearía ver defintivamente desterradas, pero de las que
puede decirse que, como de las brujas del cuento, que que las hay, las hay. Por
cierto, tampoco la razón de Estado se traduce en irresponsabilidad absoluta del
gobernante. Se lo entiende eximido de responsabilidad jurídica, pero no de la
de la picota de la prensa, amparada en la "transparencia" , la glasnot, expresión nacida en la ex URSS
por aquellos tiempos del Irangate, ni de la responsabilidad política. La
responsabilidad jurídica se ventila ante los tribunales; la responsabilidad
política ante la ciudadanía. Es obvio que Menem y sus ministros refrendatarios
urdieron una trama para que armas argentinas llegaran a Croacia y Ecuador por
una ratio status proveniente de su
alineación con los EE.UU. y la presión
ejercida por esa república imperial, siendo no desdeñable la paralela presión del Vaticano.
Por otra parte, sin el visto bueno de los EE.UU., las armas jamás habrían podido llegar a Croacia. Probablemente fue una malísima decisión política, casi estúpida en relación a
la venta de armas a Ecuador, que nos descolocaba frente al Perú, país vinculado
profundamente a nuestros intereses y estrategias transcordilleranas. Por otra
parte, éramos garantes de la paz entre ecuatorianos y peruanos. Demasiado
papelón, aunque fuese bajo presión "carnal".
Todo ello
debe ser objeto de debate público y deben responder políticamente por su
decisión. Pero no ante los tribunales: el fiscal o el juez no tienen
competencia para dictaminar o juzgar sobre aquella decisión puramente política,
protegida por una causa de justificación que la vuelve inmune a la persecución
judicial. En ese caso, el ejecutivo actúa objetivamente como una asociación
ilícita -ya lo vio en su tiempo San Agustín-, pero tales son los esqueletos en
el armario que arrastra todo Estado de Derecho. El juez y el fiscal están en su campo propio cuando investigan
qué se hizo con el producto de la venta (en el Irangate no se dijo que el
presidente, sus ministros o sus asesores hubiesen desviado fondos en su
provecho). En ese punto dinerario, el ex presidente y sus ministros deben
responder ante los estrados judiciales por cada centavo, aunque el PJ se
encabrite, cierre filas y cante el Himno y la Marcha. Pero distingamos, por
favor, entre lo que corresponde a la responsabilidad política y lo que es de la
responsabilidad jurídica. De otro modo, podríamos agregar un nuevo papelón a los ya acumulados en esta
materia.
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